«Enterrar a tu hijo dos veces es un dolor insoportable» – GENTE Online
 

"Enterrar a tu hijo dos veces es un dolor insoportable"

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Para muchos, la noticia sonó como un absurdo, un mal chiste en una Argentina que todavía llora a sus 191 muertos y reza por los 39 heridos que aún se encuentran internados en diferentes hospitales. Pero para Gabriel Zerpa (35), papá de Gustavo, el chico de seis años que el 30 de diciembre perdió la vida en Cromañón, fue un mazazo del que todavía no se puede recuperar: "Enterrar a un hijo es lo más triste que le puede pasar a un padre. Y si encima lo tenés que hacer dos veces, el dolor se hace insoportable",
dice Gabriel, mientras sus ojos se humedecen y sus grandes manos acarician la última foto de su hijo. La imagen muestra a Gustavo vestido con el guardapolvo celeste del jardín, los ojazos negros bien abiertos, la sonrisa de un chico de seis años lleno de vida.

Por única vez, Gabriel abrirá la puerta de su casa en Isidro Casanova y contará su historia. Si bien su idea inicial era no dar ninguna nota periodística, todas las cosas que se comentaron, terminaron por convencerlo: "No voy a permitir que se diga ninguna mentira en todo esto, porque acá hay una familia destrozada", dice con bronca el hombre que trabajaba como seguridad de Callejeros y que también perdió a un sobrino en la tragedia.


ERROR IMPERDONABLE. "A mi hijo lo encontré el viernes 31, a las tres de la tarde, en la morgue de Chacarita. Primero me hicieron reconocerlo mediante unas fotos y después me llevaron a ver el cuerpo. Al otro día, el sábado, fui a la morgue a las 11 de la mañana y tras catorce horas de espera me lo entregaron. Cuando les dije que me parecía que no era mi hijo, me miraron y me dijeron: 'Mirá, flaco, no esperes encontrarlo como era antes. Hace 24 horas que se murió y ya se está descomponiendo. Además, acá están tirados en el piso con un ventilador'. Vuelvo a mirar al nene, y en uno de los deditos del pie tenía un cartón en el que decía: 'Gustavo Zerpa, número de expediente 3447'. Entonces, aunque yo tenía mis dudas, confié en ese papel. Lo llevé hasta la cochería, lo limpié porque estaba todo lleno de humo y de sangre, lo vestí, y lo velé a cajón abierto".


EL LLAMADO INESPERADO. "De pronto, el viernes pasado (21 de enero) me llaman de la comisaría y me preguntan cómo estaba vestido mi hijo. Cuando les dije que tenía una remera azul, bermudas verdes y sandalias, me informan que posiblemente el chico que enterré era Nicolás Flores y que el cuerpo de Gustavo todavía estaba en la morgue. Ahí, cuando lo volví a ver, me di cuenta de que ese era el cuerpito de mi hijo. Mientras yo pensaba que Gustavo descansaba en paz, hacía veinte días que estaba congelado".


Sentado al lado de su hermano, quien lo acompañó durante toda esta búsqueda, Gabriel muestra como prueba irrefutable el papel que le hicieron llenar en la Chacarita el día que fue a reconocer a su hijo: "Acá certifica que yo reconocí las fotos 43 y 44 que correspondían al cuerpo número 22. Y abajo hay una nota escrita por alguien del Gobierno de la Ciudad indicando que el cuerpo que me entregaron fue el número 66".


IR AL TRABAJO CON PAPA. "Siempre le decía a Gustavo que él, además de mi hijo, era mi compañero. Y él insistía con que quería verme en mi trabajo. Nunca lo había dejado ir a un recital, pero como mi hermano llevaba a su hijo, él se puso celoso:
'Si no me llevás, no voy a ser más tu compañerito', me dijo la noche anterior. Ese jueves fatal fue a verme junto a mi señora y mi hija. Llegaron, me saludaron y se fueron a la parte de arriba, en el vip. Cinco minutos antes de que empezara, mi cuñada bajó al baño con mis dos sobrinas y mi hija, por eso se salvaron. Arriba se quedó mi esposa con mi hijo y mi sobrino
". Cuando la gente empezó a salir corriendo del lugar gritando "¡fuego, fuego!", tanto Gabriel como sus dos hermanos todavía estaban en la puerta: "Lo primero que hicimos fue empezar a sacar gente. En eso veo a mi sobrino en una ambulancia, me acerco, le hago respiración boca a boca y masajes en el pecho. En el hospital Ramos Mejía le pusieron el tubo de oxígeno, le dieron una inyección de corticoides y a los dos minutos murió. Yo reconocí a mi sobrino, les dije que se llamaba Gastón Eduardo Amaya, y del hospital lo mandaron como NN a la morgue de la Chacarita", cuenta Gabriel. Está indignado, y en seguida da una versión nueva
sobre todo lo que se dijo de esa noche en Cromañón: "Los bomberos estaban en el lugar con las máscaras y los tubos de oxigeno, yo los miraba y les decía: '¡Suban que hay un montón de criaturas!'. Y los tipos me decían: 'No te calentés, arriba son todos fiambres. Subí vos, tocalos y fijate si están vivos'. A uno lo empujé y le dije: '¡Dame la máscara que tengo a mis hijos arriba!'. Me miró y me respondió: '¿Estás en p...? ¡Yo no me voy a comer un sumario por vos!'. Tanto la policía como los bomberos sólo sacaban a la gente que nosotros bajábamos y dejábamos en el hall. Nos mojábamos las remeras, nos tapábamos la nariz y la boca y subíamos. ¿Sabés cuántos amigos murieron subiendo esa puta escalera para sacar gente? O los del SAME, que hoy son héroes nacionales, ese día no atendían a la gente si no los amenazabas con que los ibas a cag... a trompadas. Vos les traías a los heridos y ellos estaban hablando por el celular para ver dónde se iban a juntar a brindar: 'Tiralo por ahí, ahora lo atiendo', e
ra la respuesta que te daban y seguían hablando. Después les metían el oxígeno directamente con el tubo porque no tenían ni máscaras
".

Antes del final, cuando ya nos estamos despidiendo, Gabriel hace otro pedido: "También quiero que se aclare quién dio por muerto a mi hijo. Porque a él lo sacó un chico que trabajaba con nosotros, le hizo respiración boca a boca y masajes en el pecho. Y esta persona me contó que el nene devolvió y empezó a respirar. Después vino un policía, se lo sacó de las manos y ya no sé más nada. Yo fui a declarar a la fiscalía y ahí no me saben decir dónde estuvo mi hijo porque no figura en los registros de ningún hospital".

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Como si se tratara del guión de una mala película de terror, llena de golpes bajos, la tragedia de Cromañón todavía sigue generando estas terribles e increíbles historias. Y posiblemente, cuando usted esté leyendo esta nota, Gabriel Zerpa, por segunda vez, le esté dando la santa sepultura a su hijito. Un absurdo que sólo se entiende en un país en el que la gente ya no sabe de qué manera pedir justicia.


Este es Gustavo, el chico fana de River.

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Amaba a los Power Rangers y jugar al fútbol en
el Club Social y Deportivo de Isidro Casanova, donde colocaron una placa recordatoria.

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