“En el escenario nunca fui otra cosa que el hombre común, el de la calle” – GENTE Online
 

“En el escenario nunca fui otra cosa que el hombre común, el de la calle”

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Se fue demasiado pronto, aunque no demasiado tarde. Porque 71 años, para las estadísticas del siglo XXI, más que la vejez o la decrepitud, son la última juventud. Pero para quien todo, absolutamente todo, lo ha hecho sobre un escenario o ante las cámaras, es una vida de gloria: aquella que buscaba Jean Baptiste Poquelin –Molière– (1622-1673), quien logró lo que quiso: morir en escena.

Los algo entrados en años evocan hoy, cuando Ulises Dumont yace en su tumba desde el domingo, último día de noviembre, dos episodios poco conocidos. Un muy joven Ulises, en la remota tevé de los 60’, en un corto publicitario sobre cierto calefón premiado, diciendo: “Y pensar que le llamaban cacharro…”. Episodio II. Nunca fue lindo (“¿Qué puedo hacer con esta jeta?”, decía): un accidente de auto que dejó crueles huellas en su cara.

Sus comienzos no resultaron muy diferentes a los de tantos otros actores: a los 19, cadete en Bunge & Born; a los 23, vendedor callejero; a los 25, empleado de Industrias Kaiser Argentina (IKA)… Pero entre mandados y planillas, en la penumbra del cine de barrio, la certeza: “Quiero y voy a ser actor”. Las monedas ganadas en sus trabajos y sus días bastaron para pagar las clases en el Conservatorio de Arte Dramático, camino obligado. Después, un papel mínimo, casi gris, si bien en una pieza teatral emblemática: El puente, de Carlos Gorostiza, que dio vuelta la hoja de la escena convencional patria: personajes comunes, muchachos de la calle enfrentándose a la responsabilidad social. Claro que el resto no fue silencio, como cerró Shakespeare su Hamlet.

Aunque los números, en arte, no siempre significan algo, en su caso grabaron en piedra –y para siempre– la historia de un actor enorme: ochenta películas, otras tantas obras teatrales, una decena de inolvidables trabajos en tevé.

Decían los más lúcidos críticos que sólo tres actores nativos “han sido capaces de hacer cualquier papel”: Héctor Alterio, Pepe Soriano y Ulises Dumont. Acaso no exageraban. Porque Ulises pudo ser el sabio profesor de Yepeto en teatro y cine, la repulsiva tijera de El censor, la insaciable vieja de La nona, el heroico y bohemio piloto que riega con bosta a los represores en la versión cinematográfica de No habrá más penas ni olvido, tal vez la mejor novela de Osvaldo Soriano…

Y porque su talento natural (a veces se negaba a ensayar, se dormía en los ensayos, repetía sus líneas a regañadientes, pero levantado el telón demostraba que lo había entendido todo), significó un anzuelo infalible para los mejores. Lo dirigieron Adolfo Aristarain, Lautaro Murúa, Tito Cossa, Agustín Alezzo, Héctor Olivera…

Sin embargo, ni el éxito ni los aplausos ni la pleitesía de los críticos pudieron romper su cáscara de hombre solitario y ácido juez de sí mismo. “Cuando empecé –decía–, teníamos jetas comunes, feas, y ni siquiera parecíamos actores. Siempre lo envidié a Alfredo Alcón, con esa voz maravillosa, esa altura, esa cara que para el imaginario colectivo era la de El Actor, con mayúscula”. Tampoco –sabiendo que la vida en esta profesión, en estas pampas oscila entre un gran contrato y largos días de mishiadura– rechazaba papeles. “¡En cine hice cada cagada!”, confesaba, definiendo la dura contradicción entre la miel de una platea llena y un bolsillo vacío.

Porteño de pies a cabeza, nochero, bohemio, sin más filosofía que el día a día, los amigos, la copa hasta el alba, había nacido el 7 de abril de 1937. Se fue, claudicados su hígado y su corazón, tras dos semanas sin esperanza en una clínica, el sábado 29 de noviembre.

Ningún premio le faltaba: los ganó todos aquellos que conceden el cine, el teatro, la tele, incluso la satisfacción de un hijo –Enrique– que sigue sus pasos en la actuación. No obstante, dejó esta Tierra convencido de que no fue otra cosa “que el hombre común, ese hombre común que yo interpreto”. Un hombre común, cotidiano, heroico a veces, miserable otras, que él, Ulises Dumont, supo coronar de laureles. Decían los más lúcidos críticos que sólo tres actores nativos “han sido capaces de hacer cualquier papel”: Héctor Alterio, Pepe Soriano y Ulises Dumont.

Decían los más lúcidos críticos que sólo tres actores nativos “han sido capaces de hacer cualquier papel”: Héctor Alterio, Pepe Soriano y Ulises Dumont.

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