“En el amor está la esperanza del futuro del mundo” – GENTE Online
 

“En el amor está la esperanza del futuro del mundo”

Cómo se desarrollaron verdaderamente los hechos de aquel 13 de mayo de 1981?
El atentado y todo lo que comportó, ¿no revelaron alguna verdad sobre el papado,
tal vez olvidada? ¿No se podría leer en ellos un mensaje peculiar de su misión
personal, Santo Padre? Usted visitó en la cárcel al autor del atentado y se
encontró con él cara a cara. ¿Cómo ve hoy aquellos sucesos, después de tantos
años? ¿Qué significado han tenido en su vida el atentado y los demás
acontecimientos relacionados con él?

JUAN PABLO II: Todo esto ha sido una muestra de la gracia divina (…).
Agca sabía cómo disparar y disparó ciertamente a dar. Pero fue como si alguien
hubiera guiado y desviado esa bala...

STANISLAW DZIWISZ (secretario del Santo Padre): Agca tiró a matar. Aquel
disparo debería haber sido mortal. La bala atravesó el cuerpo del Santo Padre,
hiriéndolo en el vientre, en el codo derecho y en el dedo índice izquierdo. El
proyectil cayó después entre el Papa y yo. Oí dos disparos más, y dos personas
que estaban a nuestro lado cayeron heridas.
Pregunté al Santo Padre: «¿Dónde?» Contestó: «En el vientre». «¿Le duele?».
«Duele.» No había ningún médico cerca. No había tiempo para pensar. Trasladamos
inmediatamente al Santo Padre a la ambulancia y a toda velocidad fuimos al
Policlínico Gemelli. El Santo Padre iba rezando a media voz. Después, ya durante
el trayecto, perdió el conocimiento. Varios factores fueron decisivos para
salvar su vida. Uno de ellos fue el tiempo, el tiempo empleado para llegar a la
clínica: unos minutos más, un pequeño obstáculo en el camino, y hubiera llegado
demasiado tarde. En todo esto se ve la mano de Dios. Todos los detalles lo
indican.
JUAN PABLO II: Sí, me acuerdo de aquel traslado al hospital. Estuve
consciente por un poco. Tenía la sensación de que podría superar aquello. Estaba
sufriendo, y esto me daba motivos para tener miedo, pero mantenía una extraña
confianza. Dije a don Stanislaw que perdonaba al agresor. Lo que pasó en el
hospital, ya no lo recuerdo.

STANISLAW DZIWISZ: Casi inmediatamente después de la llegada al
policlínico llevaron al Santo Padre al quirófano. La situación era muy grave. Su
organismo había perdido mucha sangre. La tensión arterial bajaba dramáticamente,
el latido del corazón apenas era perceptible. Los médicos me sugirieron que
administrara la Unción de los Enfermos al Santo Padre. Lo hice de inmediato.
JUAN PABLO II: Prácticamente estaba ya del otro lado.

STANISLAW DZIWISZ: Después hicieron al Santo Padre una transfusión de
sangre.
JUAN PABLO II: Las complicaciones posteriores y el retardo en todo el
proceso de restablecimiento fueron, después de todo, consecuencias de aquella
transfusión.

STANISLAW DZIWISZ: El organismo rechazó la primera sangre. Pero se
encontraron médicos del mismo hospital que donaron su propia sangre para el
Santo Padre. Esta segunda transfusión tuvo éxito. Los médicos hicieron la
operación sin muchas esperanzas de que el paciente sobreviviría. Como es
comprensible, no se preocuparon para nada del dedo índice traspasado por la
bala. Me dijeron: «Si sobrevive, ya se hará algo después para resolver este
problema». En realidad, la herida del dedo cicatrizó sola, sin ninguna
intervención particular. Después de la operación, llevaron al Santo Padre a la
sala de reanimación. Los médicos temían una infección que, en aquella situación,
podía ser fatal. Algunos órganos internos del Santo Padre estaban gravemente
afectados. La operación fue muy difícil. Pero, finalmente, todo cicatrizó
perfectamente y sin complicaciones, aunque todos saben que éstas son frecuentes
tras una intervención tan compleja.
JUAN PABLO II: En Roma, el Papa moribundo; en Polonia, el luto... En mi
Cracovia, los estudiantes organizaron una manifestación: la «marcha blanca»1.
Cuando fui a Polonia, dije: He venido para agradeceros «marcha blanca». Estuve
también en Fátima para dar gracias a la Virgen. ¡Dios mío! Esto fue una dura
experiencia. Me desperté sólo al día siguiente, hacia el mediodía. Y dije a don
Stanislaw: «Anoche no recé Completas».

STANISLAW DZIWISZ: Para ser más exactos, Usted, Santo Padre, me preguntó:
«¿He rezado ya Completas?». Porque pensaba que todavía era el día anterior.
JUAN PABLO II: No me daba cuenta alguna de todo lo que sabía don
Stanislaw. No me decían que la situación era tan grave. Además, había estado
inconsciente durante bastante tiempo. Al despertar, me hallaba incluso de
bastante buen ánimo. Por lo menos al principio.

STANISLAW DZIWISZ: Los tres días siguientes fueron terribles. El Santo
Padre sufría muchísimo. Porque tenía drenajes y cortes por todos lados. No
obstante, la convalecencia seguía un proceso muy rápido. A comienzos de junio,
el Santo Padre volvió a casa. Ni siquiera tuvo que seguir una dieta especial.
JUAN PABLO II: Como se ve, mi organismo es bastante fuerte.

STANISLAW DZIWISZ: Algo más tarde, el organismo fue atacado por un virus
peligroso, como consecuencia de la primera transfusión o tal vez del agotamiento
general. Se había suministrado al Santo Padre una enorme cantidad de
antibióticos para protegerlo de la infección. Pero eso redujo notablemente sus
defensas inmunológicas. Comenzó a desarrollarse así otra enfermedad. El Santo
Padre fue llevado de nuevo al hospital. Gracias a una terapia intensiva, su
estado de salud mejoró de tal manera que los médicos estimaron que se podía
acometer una nueva operación para completar las intervenciones quirúrgicas
realizadas el día del atentado. El Santo Padre escogió el 5 de agosto, el día de
Nuestra Señora de las Nieves, que en el calendario litúrgico figura como el día
de la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor. También aquella segunda
fase fue superada. El 13 de septiembre, tres meses después del atentado, los
médicos emitieron un comunicado en el que informaban de la conclusión de los
cuidados clínicos. El paciente pudo regresar definitivamente a casa.
Cinco meses después del atentado, el Papa volvió a asomarse a la Plaza de San
Pedro para recibir de nuevo a los fieles. No demostraba sombra alguna de temor
ni de estrés, por más que los médicos hubieran advertido de esta posibilidad.
Dijo entonces: «Y de nuevo me he hecho deudor de la Santísima Virgen y de todos
los santos Patronos. ¿Podría olvidar que el evento en la Plaza de San Pedro tuvo
lugar el día y a la hora en que, hace más de sesenta años, se recuerda en
Fátima, Portugal, la primera aparición de la Madre de Cristo a los pobres niños
campesinos? Porque, en todo lo que me ha sucedido precisamente ese día, he
notado la extraordinaria materna protección y solicitud, que se ha manifestado
más fuerte que el proyectil mortífero».
JUAN PABLO II: Durante el tiempo de Navidad de 1983 visité al autor del
atentado en la cárcel. Conversamos largamente. Alí Agca, como dicen todos, es un
asesino profesional. Esto significa que el atentado no fue iniciativa suya, sino
que algún otro lo proyectó, algún otro se lo encargó.

Durante toda la conversación se vio claramente que Alí Agca continuaba
preguntándose cómo era posible que no le saliera bien el atentado. Porque había
hecho todo lo que tenía que hacer, cuidando hasta el último detalle. Y, sin
embargo, la víctima designada escapó de la muerte. ¿Cómo podía ser? Lo
interesante es que esta inquietud lo había llevado al ámbito religioso. Se
preguntaba qué ocurría con aquel misterio de Fátima y en qué consistía dicho
secreto.
Lo que más le interesaba era esto; lo que, por encima de todo, quería saber.
Mediante aquellas preguntas insistentes, tal vez manifestaba haber percibido lo
que era verdaderamente importante. Alí Agca había intuido probablemente que, por
encima de su poder, el poder de disparar y de matar, había una fuerza superior.
Y, entonces, había comenzado a buscarla. Espero que la haya encontrado.

STANISLAW DZIWISZ: Considero un don del cielo el milagroso retorno del
Santo Padre a la vida y a la salud. El atentado, en su aspecto humano, sigue
siendo un misterio. No lo ha aclarado ni el proceso ni la larga reclusión en
cárcel del agresor. Fui testigo de la visita del Santo Padre a Alí Agca en la
cárcel. El Papa lo había perdonado públicamente ya en su primera alocución
después del atentado. Por parte del prisionero nunca le he oído pronunciar las
palabras: «Pido perdón». Le interesaba únicamente el secreto de Fátima.
El Santo Padre recibió varias veces a la madre y los familiares del ejecutor, y
con frecuencia preguntaba por él a los capellanes del instituto penitenciario.
En el aspecto divino, el misterio consiste en todo el desarrollo de este
acontecimiento dramático, que debilitó la salud y las fuerzas del Santo Padre,
pero que en modo alguno aminoró la eficacia y fecundidad de su ministerio
apostólico en la Iglesia y en el mundo. (…).
JUAN PABLO II: Vivo constantemente convencido de que en todo lo que digo
y hago en cumplimiento de mi vocación y misión, de mi ministerio, hay algo que
no sólo es iniciativa mía. Sé que no soy el único en lo que hago como Sucesor de
Pedro.

Pensemos, por ejemplo, en el sistema comunista. Ya he dicho precedentemente que
su caída se debió principalmente a los defectos de su doctrina económica. Pero
quedarse únicamente en los factores económicos sería una simplificación más bien
ingenua. Por otro lado, también sé que sería ridículo considerar al Papa como el
que derribó con sus manos el comunismo.
Pienso que la explicación se halla en el Evangelio. Cuando los primeros
discípulos enviados en misión vuelven a Cristo, dicen: «Hasta los demonios se
nos someten en tu nombre» (Lc 10, 17). Cristo les contesta: «No estéis alegres
porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están
inscritos en el cielo» (Lc 10, 20). Y en otra ocasión añade: «Decid: “Somos unos
pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”» (Lc 17, 10). Siervos
inútiles... La conciencia del «siervo inútil» crece en mí en medio de todo lo
que ocurre a mi alrededor, y pienso que me va bien así.
Volvamos al atentado: creo que ha sido una de las últimas convulsiones de las
ideologías de las prepotencias surgidas en el siglo XX. El fascismo y el
hitlerismo propugnaban la imposición por la fuerza, al igual que el comunismo.
Una imposición similar se ha desarrollado en Italia con las Brigadas Rojas,
asesinando a personas inocentes y honestas.
Al leer de nuevo hoy, después de algunos años, la transcripción de las
conversaciones grabadas entonces, noto que las manifestaciones de los «años de
plomo» se han atenuado notablemente. No obstante, en este último período se han
extendido en el mundo las llamadas «redes del terror», que son una amenaza
constante para millones de inocentes. Se ha tenido una impresionante
confirmación en la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York (11
septiembre, 2001), en el atentado en la Estación de Atocha en Madrid (11 marzo,
2004) y en la masacre de Beslan en Osetia (1-3 septiembre, 2004).
¿Dónde nos llevarán estas nuevas erupciones de violencia?
La caída del nazismo, primero, y después de la Unión Soviética, es la
confirmación de una derrota. Ha mostrado toda la insensatez de la violencia a
gran escala, que había sido teorizada y puesta en práctica por dichos sistemas.

¿Querrán los hombres tomar nota de las dramáticas lecciones que la historia les
ha dado? O, por el contrario, ¿cederán ante las pasiones que anidan en el alma,
dejándose llevar una vez más por las insidias nefastas de la violencia? El
creyente sabe que la presencia del mal está siempre acompañada por la presencia
del bien, de la gracia. San Pablo escribió: «No hay proporción entre la culpa y
el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo
hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos» (Rm
5, 15).
Estas palabras siguen siendo actuales en nuestros días. La Redención continúa.
Donde crece el mal, crece también la esperanza del bien. En nuestros tiempos, el
mal ha crecido desmesuradamente, sirviéndose de los sistemas perversos que han
practicado a gran escala la violencia y la prepotencia. No me refiero ahora al
mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos
personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, «artesanal», por
llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las
estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal
erigido en sistema. Pero, al mismo tiempo, la gracia de Dios se ha manifestado
con riqueza sobreabundante.
No existe mal del que Dios no pueda obtener un bien más grande. No hay
sufrimiento que no sepa convertir en camino que conduce a El. Al ofrecerse
libremente a la pasión y a la muerte en la Cruz, el Hijo de Dios asumió todo el
mal del pecado. El sufrimiento de Dios crucificado no es sólo una forma de dolor
entre otros, un dolor más o menos grande, sino un sufrimiento incomparable.
Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido,
lo ha introducido en una nueva dimensión, en otro orden: en el orden del amor.

Es verdad que el sufrimiento entra en la historia del hombre con el pecado
original. El pecado es ese «aguijón» (cf. 1 Co 15, 55-56) que causa dolor y
hiere a muerte la existencia humana. Pero la pasión de Cristo en la cruz ha dado
un sentido totalmente nuevo al sufrimiento y lo ha transformado desde dentro. Ha
introducido en la historia humana, que es una historia de pecado, el sufrimiento
sin culpa, el sufrimiento afrontado exclusivamente por amor. Es el sufrimiento
que abre la puerta a la esperanza de la liberación, de la eliminación definitiva
del «aguijón» que desgarra la humanidad. Es el sufrimiento que destruye y
consume el mal con el fuego del amor, y aprovecha incluso el pecado para
múltiples brotes de bien. Todo sufrimiento humano, todo dolor, toda enfermedad,
encierra en sí una promesa de liberación, una promesa de la alegría: «Me alegro
de sufrir por vosotros», escribe San Pablo (Col 1, 24). Esto se refiere a todo
sufrimiento causado por el mal, y es válido también para el enorme mal social y
político que estremece el mundo y lo divide: el mal de las guerras, de la
opresión de las personas y los pueblos; el mal de la injusticia social, del
desprecio de la dignidad humana, de la discriminación racial y religiosa; el mal
de la violencia, del terrorismo y de la carrera de armamentos. Todo este
sufrimiento existe en el mundo también para despertar en nosotros el amor, que
es la entrega de sí mismo al servicio generoso y desinteresado de los que se ven
afectados por el sufrimiento.
En el amor, que tiene su fuente en el Corazón de Jesús, está la esperanza del
futuro del mundo. Cristo es el Redentor del mundo: «Nuestro castigo saludable
vino sobre él, sus cicatrices nos curaron» (Is 53, 5).

Memoria e identidad

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Alí Agca atentó contra el Papa en Plaza de San Pedro.

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