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En busca de los sueños perdidos

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Primero quebró su librería, después de 18 años de buena salud y estantes
repletos. Quedó boyando, Leo Socolovsky, pero volvió a intentarlo. Lo intentó
con la publicidad. Agua. Abrió un negocio de diseño y decoración. Corrió la
misma suerte. Sin mercado, sin futuro, sin nada, sin fe en nada, hizo lo único
que le quedaba por hacer: escribir.

En 1996 redactó una carta abierta que circuló en varios medios periodísticos.
"Buscados", era el título. Y decía así: "Soy un ejemplar típico de la clase
media quebrada. Sin embargo, aún de pie sobre las ruinas de ese grupo en vías de
extinción, me quedan restos de ingenio para intentar una salida posible. Lo
primero que se me ocurre es que carezco de originalidad, dado que no debo ser el
único en esta situación. Lo segundo que me viene a la memoria es un lema que mi
viejo no se cansó de repetir: la unión hace la fuerza. (…) Por este medio
convoco a todos aquellos que estén dispuestos a aprovechar sus propios restos:
conocimientos, herramientas, propiedades, mercaderías, vehículos, ideas, dinero.
(…) ¿Utopía? Tal vez. Pero además es la propuesta de un argentino que se resiste
al desempleo, a la resignación, al 'no hay nada que hacer'... Hay cosas por
hacer en este país y mucha gente dispuesta a unirse
". No siempre las cartas se
vuelven manifiesto. Sobre estas palabras, Socolovsky creó el Paraguas Club, una
asociación sin fines de lucro que ya regaló esperanzas de un futuro mejor a más
de 15 mil argentinos en los últimos siete años.

En un local de la calle Thames, hombres y mujeres se juntan para ver qué pueden
armar. La mayoría son profesionales y la idea general de proyecto es conectar
las potencialidades de unos con las de otros. "Aquí se conocen, pero el
Paraguas, como asociación civil, no interfiere, ni económica ni emocionalmente,
con los proyectos que aquí se generen
", explica Leo.

Existe una regla básica para todos los que se acercan: El Paraguas Club no
consigue créditos, ni préstamos, ni empleos, ni es una institución de
beneficencia. "Sí conecta a personas que han quedado fuera de un sistema
perverso para el cual tener más de 40 años es igual a ser un anciano
-dice Socolovsky-.
Además de dar cursos sobre cómo proyectar microemprendimientos o
cómo armar un plan de negocios".

José Giollo tiene 54 años, es arquitecto y la mayoría de sus clientes han
quebrado. Gabriela Petroni, en cambio, tiene compradores para sus mesas de
hierro, pero no sabía cómo comercializarlas correctamente. Leticia Saad, de 27,
acaba de egresar como diseñadora industrial de la UBA y no encuentra la manera
de empezar a trabajar en lo que estudió. Por último, Graciela Fornas y Ana
González no sabían qué hacer con los espejos que, desde hace tiempo, diseñan y
venden. No se habían visto en sus vidas y cada uno cargaba con un motivo lo
suficientemente sustancial como para buscar algo más. Se encontraron en el
Paraguas y formaron el Grupo de Arte y Diseño El Cruce. Ya elaboraron un
catálogo conjunto y, de a poco, están colocando sus obras en una nueva red de
clientes. "Juntarse no sólo conviene desde lo material o lo económico, para
compartir un alquiler o el gasto en materiales. También te da otra disposición
anímica para encarar un proyecto, juntarse con otros como vos te coloca en un
lugar de responsabilidad y te activa las ganas de hacer. Si te quedás solo, en
tu casa, te desinflás
", dice Petroni en su taller de mesas de hierro y cemento.

Para decirlo sin vueltas, algunos llegan heridos. "Disculpame, pero prefiero no
aparecer en una nota porque, imaginate, yo trabajaba como gerente en una
multinacional y no sé si lo mejor es que me vean mis viejos compañeros"
, dice,
durante una reunión, un hombre canoso, buen traje, anteojos finos sobre la cara
un poco acongojada. En el círculo de sillas donde todos están conociéndose,
viendo qué tiene uno que potenciar si se junta con otro, justo enfrente del
señor canoso y anónimo, Alicia Schusterman se despide, después de unos meses, de
la gente de El Paraguas. "Yo trabajaba con mi marido en gastronomía, pero me
separé y con el matrimonio también perdí mi fuente de trabajo. Vine acá y me
encontré con un grupo bárbaro que no me dejó caer y deprimirme. Ahora ya tengo
un proyecto propio en el área de los cosméticos, no lo encontré aquí, pero sin
el ánimo y los consejos que me dieron en el Paraguas tampoco lo habría
encontrado afuera"
, dice Alicia.

Lo que todos conocemos como "clase media" no es un enunciado que indica un corte
poblacional determinado. La clase media, antes que una variable, es mucha gente,
que vive, que respira, que debe, tal vez, sostener una familia. Y allí estaban
algunos de ellos, reunidos bajo el mismo paraguas, argentinos empecinados en no
dejarse arrastrar por la pendiente en la que, lamentablemente, entró la
Argentina en los últimos años.

por Alejandro Seselovsky
fotos: Fabián Uset y Julio Ruiz
Para conectarse: www.paraguasclub.org.ar /
[email protected]
José Giollo es arquitecto, Graciela Petroni diseña mesas, Ana González y Graciela Fornas hacen espejos. Por separado, no les iba bien. Se conocieron en el Paraguas Club. Ahora venden sus productos, pero lo hacen juntos.

José Giollo es arquitecto, Graciela Petroni diseña mesas, Ana González y Graciela Fornas hacen espejos. Por separado, no les iba bien. Se conocieron en el Paraguas Club. Ahora venden sus productos, pero lo hacen juntos.

Leo Socolovsky, el fundador del Paraguas Club, posa feliz en las oficinas de la asociació, sobre la cale Thames, en Plaza Italia.

Leo Socolovsky, el fundador del Paraguas Club, posa feliz en las oficinas de la asociació, sobre la cale Thames, en Plaza Italia.

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