El robo del siglo – GENTE Online
 

El robo del siglo

Pensó que el del jueves había sido un mal día. Fue al banco, el que quedaba a la vuelta de su casa, a sacar algo de efectivo, un trámite rápido, sencillo, casi de rutina. Puso la tarjeta, su clave de cuatro dígitos, marcó en “Extracción”, el importe a debitar y los tres últimos números de su documento. Nada. Mucho ruido. Nada más. Un cartel le anunció que su tarjeta había sido retenida y que debía reclamarla en el mostrador de la sucursal. Maldijo en voz baja a la máquina y sintió bronca por el tiempo que perdería ante ese inesperado trámite. Milagros Ovejero de Gassiebayle volvió a casa. Antes de dormir, planeó su viernes: sí o sí debía entrar a la sucursal Acassuso del Banco Río a protestar por lo suyo. Mañana, se dijo, sería otro día.

LOS ESPECIALISTAS EN SEGURIDAD. Ellos lo calificaron como “el robo del siglo”. Admitieron que nunca hubo una banda con esa logística y reconocieron que los delincuentes eran “chicos listos”. Eso sí, “tome el tiempo que tome, serán detenidos. Entonces, sólo tendrán una hermosa anécdota para contar a sus compañeros de celda”, amenazó con optimismo el director general de Investigaciones, el comisario Osvaldo Seisdedos. Parte del botín, los 600 mil pesos que saquearon del tesoro del banco, quizás pueda pasar inadvertido, piensan los expertos. Pero cómo disimular el contenido de 145 cajas de seguridad (sobre un total de 408). Y no sólo la policía; desde ahora, más de una aseguradora hará lo posible y mucho más por atrapar a quien tenga la fortuna de su cliente. No les será tan fácil, especulan los investigadores más astutos.
Javier H. fue uno de los primeros en llegar al banco. Llevaba años en ventanilla, contando fortunas que no le pertenecían. La mañana del viernes 13 se le pasó bien rápido: cambio de cheques, pagos de hipotecas, compra de dólares… La primera vez que miró el reloj eran cerca de las 12.15. Pensó en el almuerzo, en la posibilidad de pedir que le trajeran un sandwich o de esperar a que alguien le hiciera la gamba y lo reemplazara quince minutos para ir hasta el bar de la esquina. Eso estaba bueno; cortaría un rato con la rutina. O, al menos, cambiaría de escenario. Sí, eso de irse lo entusiasmaba más…

ROBO DE PELICULA. Así lo sentenciaron hasta los menos cinéfilos. No deben haber sido pocos los guionistas de series policiales que al leer las noticias del sábado sonrieron con cierto orgullo: personajes reales, de carne y hueso, que se atreven a un golpe digno de la ficción. Porque pasados tres días nadie lo puede creer: cuatro tipos, impecablemente vestidos de traje y corbata, que entran a un banco como cualquier cliente, que de golpe sacan armas, que toman a 23 almas por sorpresa, que las reducen a la nada y las encierran en los tres niveles (cuatro en el subsuelo, ocho en planta baja y los once restantes en el primer piso) del edificio, que ponen manos a la obra en las cajas de seguridad del subsuelo, y lo hacen con absoluta calma pese a los 200 efectivos que los tienen rodeados. Cuatro tipos que están muy seguros de algo: tienen un buen plan de fuga.

Carlos Díaz pensaba vaciar la caja en unos meses. Esa mañana había estado en el banco, había puesto unos dólares más, los había contado todos, 70 mil. Se fue contento. En julio podría viajar a París y pagar el tratamiento para el que venía ahorrando desde hacía cinco años: uno nuevo contra la leucemia, un tratamiento que –sabe– no le curará el cáncer, pero le alargará un tiempo más sus días. “Carlos, ¿estás bien? ¿Fuiste al banco? ¿A qué hora? ¿No viste nada raro? ¿Sacaste la plata?… Porque están robando”. Cuando encendió la televisión para constatar que lo que le decía un amigo era verdad, sin darse cuenta comenzó a rezar. Jamás imaginó que algún día molestaría a Dios por algo tan banal, pero ese dinero significaba para él mucho más que plata, significaba vida.

TODAS LAS DUDAS. ¿Siete horas de trabajo? ¿Seis? ¿Cinco y media…? Aún no se sabe con exactitud. Pocas cosas se conocen a ciencia cierta. Se sospecha que las 145 cajas fueron seleccionadas y no abiertas al azar; que se trata de profesionales –ya que sabían que fuera del horario bancario la bóveda es infranqueable–; que distribuyeron a los rehenes por los distintos sectores del edificio (en esos casos la policía no puede actuar) y sabiendo que a la hora del delito habría un cliente en las cajas de seguridad (tiempo en que no suenan las alarmas del sector); que el robo superaría los diez millones de dólares y que el botín pesaría unos 300 kilos en total. En concreto, cuando el Grupo Halcón entró en acción los delincuentes ya no estaban: desaparecieron por un boquete que habrían realizado con anterioridad en el subsuelo del banco y huyeron por las alcantarillas o bocas de tormenta del desagüe pluvial hasta... ¿dónde? ¿Quién pudo conocer con tanto detalle la infraestructura del edificio y el listado de los titulares de las cajas de seguridad? ¿Cuánto tiempo les llevó hacer el túnel de 36 escalones que comunicaba el desagüe con el subsuelo del banco? ¿Cuántos eran? ¿Dónde están? Ante tanta duda, la sospecha cayó sobre todos, rehenes incluidos: los nueve empleados y los catorce clientes fueron interrogados sin piedad.

MILAGROS SE SENTIA TRANQUILA. Tembló, sí, cuando uno de los hombres la apuntó con un arma larga –nunca había visto una tan de cerca– y la obligó a tirarse al suelo. Creyó que la mataban. Pero ahora estaba mejor, ahí, en el primer piso. Entre los diez rehenes se sentía un poco mejor. Sabía que había más gente, “ocho en la planta baja y cuatro en el subsuelo”, escuchó. Ahora, al menos, su corazón latía a ritmo normal. Había hablado a su casa para avisar que estaba bien, con un celular que sus captores le facilitaron: “A casa nada más, ¿eh? Si hacés otro llamado sos boleta”, le dijeron. Y ella hizo caso.

Todos hablaron y gozaron de los mismos beneficios y de las mismas angustias. No era la única; eso también la tranquilizaba. Eso notó cuando uno de los encapuchados volvió a apuntarle y su situación cambió: además de rehén, pasó a ser “escudo humano”. El hombre la usó para protegerse, para liberar a tres cautivos a cambio de seis pizzas y nueve botellas de gaseosas. Faltaban quince minutos para las cinco de la tarde, pero a ella le pareció que llevaba toda una vida ahí dentro. Cuando llegaron las grandes de muzzarella, Javier se dio cuenta de que ya no tenía hambre. Había notado que uno de los ladrones llevaba un traje de neoprene bajo el de calle y lo único que quería era volver a su casa sano y salvo. Carlos seguía atentamente la crónica policial por tevé. Ya no rezaba por su dinero, sino por las almas que estaban presas allí dentro.

LA NEGOCIACION QUE NO FUE. Después de la masacre de Ramallo, la integridad física de los rehenes era la única prioridad. Desde Punta del Este, la orden del Ministro de Seguridad bonaerense, León Arslanian fue clara: “No quiero ni un solo herido”. Ese viernes había sido el más negro de toda su gestión (en distintos enfrentamientos habían muerto un policía en San Martín y una mujer en Villa Madero) y ya tenía pasaje de vuelta en el vuelo 111 de Pluna para reunirse con el gobernador, Felipe Solá, a primera hora del sábado para “poner las cosas en su lugar”.

Llevaban cinco horas sin quitar la mira de techos, puertas y ventanas. Los 200 agentes (algunos de la Comisaría 4ª, otros de la Dirección Departamental de Investigaciones de San Isidro) y los 30 hombres del Grupo Halcón estaban listos para lo que fuera. A las 17.30 debía reanudarse la negociación. Pero Walter, como se identificó el delincuente de camisa color salmón que ahora mandaba dentro del banco, no llamó. Jorge Apolo miraba una y otra vez su teléfono celular, como si el teclado pudiera revelarle qué estaba pasando. Como titular de la Fiscalía 3ª de Martínez había enfrentado casos resonantes –las explosiones en la casa de Hugo Conzi en 2003 y el incendio en los cines de Unicenter en 2005–, pero nunca uno tan mediático y riesgoso como éste. De él dependían, ahora, las vidas de veinte rehenes, cuatro delincuentes y la fortuna de vaya a saber cuánta gente. Esperar fue la decisión. Pero Walter nunca más llamó. A las 19.15 le dio la orden al Grupo Halcón: “Ahora”, fue todo lo que dijo.

MILAGROS VOLVIO A TEMBLAR . Javier, en cambio, sabía que ya estaba a salvo. Los treinta efectivos tomaron todo el edificio. Rehenes en la planta baja, en el primer piso, en el subsuelo. Rehenes, eso fue lo único que encontraron. Todos sanos, por cierto, pero ni un ladrón, chorro, delincuente, secuestrador, culpable. De ellos no quedaba ni rastro. En la bóveda, en cambio, todo era un desorden de joyas, documentos, escombros y hasta una caja con 500 mil dólares que no pudieron o no quisieron llevarse. Los buscaron meticulosamente, hasta creyeron haber dado con el escape exacto cuando encontraron un explosivo en uno de los ventiluces. Pero no, por ahí no habían huido. Fue detrás de un fichero, arrinconado en el subsuelo, donde encontraron el boquete de salida. Habían dejado bombas cazabobos para evitar ser perseguidos. Tras la detonación, un túnel, excavado por expertos, con escalones y todo, conducía hasta los caños maestros de las cloacas: para ellos, la libertad.

EL ROBO PERFECTO. Así lo es, hasta hoy. De Apolo y su Fiscalía depende el final. A su cargo están los mejores, afirman, y hasta la Federal ofreció colaboración. Hubo un gomón tajeado que hallaron en la tarde del lunes 16 en las cloacas, cerca del banco. Un dato, uno más entre tantos que suman y despistan. A Carlos le saquearon todo. El banco le ofrece cincuenta mil dólares como indemnización. Le faltan veinte para recuperar lo que tenía. Sabe que tendrá que poner un abogado para reclamar lo que le corresponde. Otra piedra en el camino. Una más. Sabe de luchas, quién sino él, que pasó por quimio y rayos, pero no quiere acostumbrarse. Se niega a hacerlo. Cuando todo terminó, Javier sólo quería darse una ducha, bien caliente, para lavar toda esa mugre por la que había pasado. Una mugre que le sería casi imposible borrar. El lunes y antes de las nueve debía regresar puntual al trabajo. Esa es su costumbre. Cuando atravesó la puerta del 14998 de la avenida Del Libertador, Milagros confirmó que ése, definitivamente, tampoco había sido su día. Y se fue, sin recordar que allí quedaba su tarjeta de débito atrapada en el cajero.

Después de tomar a los rehenes y de reventar las cerraduras de las cajas, y con todo el edificio rodeado, los ladrones sólo necesitaron romper quince centímetros de pared para acceder al túnel que habrían cavado durante más de tres meses desde las alcantarillas –con escalones incluidos– y comenzar la fuga menos esperada. El lunes, en la puerta del banco todo fue desconcierto y bronca para los damnificados.

Después de tomar a los rehenes y de reventar las cerraduras de las cajas, y con todo el edificio rodeado, los ladrones sólo necesitaron romper quince centímetros de pared para acceder al túnel que habrían cavado durante más de tres meses desde las alcantarillas –con escalones incluidos– y comenzar la fuga menos esperada. El lunes, en la puerta del banco todo fue desconcierto y bronca para los damnificados.

El Grupo Halcón estuvo a cargo del operativo. Durante las siete horas que duró el asalto, los ladrones liberaron a tres rehenes para que la policía creyera que comenzaban a rendirse. Las primeras hipótesis sostuvieron que los delincuentes habían escapado hacia el Río de la Plata. Hoy se cree que tomaron el camino contrario, hacia la Panamericana.

El Grupo Halcón estuvo a cargo del operativo. Durante las siete horas que duró el asalto, los ladrones liberaron a tres rehenes para que la policía creyera que comenzaban a rendirse. Las primeras hipótesis sostuvieron que los delincuentes habían escapado hacia el Río de la Plata. Hoy se cree que tomaron el camino contrario, hacia la Panamericana.

Para la fuga, debajo de la ropa de oficina que usaron para el asalto, los ladrones tenían trajes de neoprene, indispensables para remontar un arroyo pluvial altamente contaminado. Recién el lunes a la tarde los buzos de la Policía bonaerense encontraron el gomón con el que emprendieron la fuga maestra.

Para la fuga, debajo de la ropa de oficina que usaron para el asalto, los ladrones tenían trajes de neoprene, indispensables para remontar un arroyo pluvial altamente contaminado. Recién el lunes a la tarde los buzos de la Policía bonaerense encontraron el gomón con el que emprendieron la fuga maestra.

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