El impactante relato de un desertor de la guerrilla – GENTE Online
 

El impactante relato de un desertor de la guerrilla

Rafael Quintana (por razones obvias este nombre es falso) le debe al aguardiente lo bueno y lo malo que le ha pasado en la vida. Un día cualquiera, hace 17 años, amaneció borracho y de malas pulgas, y se incorporó sin pensarlo mucho al Frente 16 de las FARC. Y hace apenas tres meses, como tercero al mando del mismo frente, decidió emborrachar a los ocho guerrilleros que lo acompañaban, para desertar mientras dormían la resaca. La muerte del Negro Acacio –después de un bombardeo hecho con precisión milimétrica por los aviones Super Tucano de la Fuerza Aérea el pasado primero de septiembre– lo había dejado a la deriva y expuesto a los malos tratos de Guillermo, quien era el segundo comandante, y en cuyas manos el Frente 16 está haciéndose agua. Eso, por lo menos, es lo que piensa Quintana.
Su vida realmente comenzó en la guerrilla. Nació en 1970 en Tolima, en medio de una pobreza tan extrema, que apenas cumplió los 12 años se fue a buscar aventuras. Conoció las minas de esmeraldas, fue vaquero en los llanos de Arauca y terminó sembrando palma de aceite en el departamento de Casanare. A la pobreza y el desarraigo de su vida se le sumaba un corazón vagabundo, que se enredaba en todas partes, y su afición de siempre a los gallos, el coleo, el juego y el ron. En medio de esta vida convulsa, y estando en Villavicencio, recibió la oferta de viajar al Vichada a raspar coca. “Un amigo me dijo que en Puerto Príncipe estaban botando la plata, pero cuando llegué, me llevé una sorpresa. La guerrilla nos detuvo a mí y a cinco amigos, y nos dejaron amarrados durante 15 días”. Durante esos días fueron sometidos a interrogatorios, dormían en plásticos, con las pitas de poliéster entre las muñecas y el cuello. Al cabo de dos semanas recibieron la orden de trabajar en una finca, donde serían vigilados por los insurgentes, que eran Dios y ley en esa selva. Corría el año 1991, y mientras el socialismo se derrumbaba en el mundo entero, las FARC crecían igual que la hierba maldita que cultivaban en la selva. Rafael no tenía más aliciente que emborracharse cada fin de semana. La “guerrillerada” se movía por todas partes controlando la compra y la venta de base de coca, imponían orden y tenían, para gusto de Quintana, unas mujeres muy bonitas. Así fue como una noche, borracho, decidió que aquella era mejor vida que la que había tenido en el pasado, y la que de seguro tendría en el futuro. Y se fue para el monte.

El encantamiento se le pasó con tres meses de entrenamiento militar y con la triste y cruda realidad de que nunca volvería a hablar ni ver a su familia. Pero él era un desarraigado y el desasosiego pasó pronto. Sus primeros dos años se fueron en lo básico: ranchar –cocinar– y hacer guardia. Todo mejoró dos años después, cuando lo ascendieron y tuvo mando sobre unos diez muchachos. Ya era “alguien”. Empezó a imaginarse que podía ascender a comandante. Como John 40, al que había conocido en sus primeros días como combatiente, y a quien admiraba por “ser buena gente, tratable, rumbero... le gusta el juego y el baile”. O como el propio Negro Acacio, un hombre que para entonces era apenas jefe de escuadra, pero cuya formación política, capacidad para los negocios y carisma lo proyectaban como futuro jefe.

Durante la década de los ´90, el Frente se dedicó exclusivamente a recoger dinero. No daban abasto. En los mejores tiempos, en cada caserío se recogían 600 kilos de base de coca cada semana. En aquella época, la guerrilla cobraba 800 mil pesos (unos 450 dólares) de impuesto por cada kilo. Rafael calcula que en dinero, el frente recaudaba entre dos y tres mil millones de pesos a la semana. “Una parte se enviaba para el Secretariado. Con lo otro se compraban armas y se sostenía el frente”, dice. El dinero del Secretariado estaba destinado al desarrollo del llamado Plan Estratégico, que buscaba urbanizar la guerra. Con las armas, se hicieron contactos de alto nivel, como el que permitió que el ex hombre fuerte de la inteligencia peruana, Vladimiro Montesinos, mediara en la compra de diez mil fusiles AK 47 que negoció directamente Acacio y que fueron arrojados en cajas con paracaídas en las selvas del Guaviare en el año 2000. El Negro había logrado consolidar la presencia de las FARC en las fronteras de Venezuela y Brasil, en particular en San Felipe, a donde llegaban comerciantes de armas y compradores de drogas europeos y de Brasil y Perú. Para entonces no había problema. La droga salía por aire desde pistas legales ubicadas en pueblos como Cumaribo, Guérima y Barrancominas. En otras ocasiones se sacaban por el río Tuparro y el río Inírida hasta la frontera. También por esta zona se abastecía a las FARC de munición. “Militares retirados de Venezuela nos vendían los cartuchos”, cuenta Rafael. En promedio, cien mil tiros en cada viaje, anota otro desertor.

Al calor del dinero, el Frente crecía. La orden del Secretariado era invertir el dinero. “Llegamos a tener tres mil reses, fincas, residencias, restaurantes, supermercados, todo lo que hiciera falta”, dice Rafael, quien en el 2000 fue enviado a la zona del Caguán, donde hizo un curso para convertirse en mando. “Fueron tres meses sentado en una banca estudiando marxismo y analizando la situación económica del país. Sabíamos que teníamos que estar capacitados para gobernar el país. Algunos de nosotros tal vez íbamos a ser alcaldes o gobernadores. Después fueron meses de entrenamiento militar”, recuerda. Lo que más impacto le causó fueron varios videos que vio sobre la revolución sandinista en Nicaragua. Le impresionó ver la insurrección, la sensación de que un pueblo podía alzarse en armas y que gente como Daniel Ortega llegaba triunfante de la selva a la ciudad.

Al volver del Caguán al Vichada, convertido en mando, se le entregó la responsabilidad de reclutar a los nuevos guerrilleros. “Creo que incorporé unas 200 personas a las FARC en seis años”. Incluidos niños. Recuerda en particular el caso de una pequeña de 11 años, hija de una mujer que juntaba hoja de coca, y que permitía que los hombres abusaran de la niña si le daban arrobas de hoja. Rafael se enteró de la situación, expulsó a la mujer y se llevó la menor a la guerrilla. La niña sigue allí.
Pero la vida del Frente 16, de opulencia económica y expansión militar, estaba por cambiar radicalmente. En 2001 fue lanzada por las Fuerzas Militares la operación Gato Negro para golpear al frente de Acacio, que se había convertido en la fuente de financiación más importante de las FARC. Los militares lograron la captura de Fernandino, un narco brasileño que era el principal comprador de la coca de la guerrilla en el oriente del país. Los contactos internacionales de Acacio menguaron considerablemente, así como su libertad de movimiento, pues su foto estaba en todos los diarios del continente y se ofrecía una recompensa de casi un millón de dólares por su cabeza. El Negro Acacio se vio forzado a desplazarse a los límites con el Guaviare, y la población que le era leal por su carisma, empezó a declinar en su apoyo al Frente 16, pues los nuevos guerrilleros que llegaron a reemplazarle no tenían formación política.

A partir de allí, Rafael tuvo que imaginar nuevas tácticas para reclutar guerrilleros. “Los invitaba a un curso para milicianos de una semana con el compromiso de que el que quisiera irse después, lo podía hacer. Les enseñaba a usar armas y algo de política. Al final, les hacía una fiesta, les mataba vaca, y les daba todo el trago que quisieran. Entonces sacaba bien pulidas a las guerrilleras. Ellas se encargaban del resto. Ya borrachos, se iban para donde ellas dijeran”, relata.

Pero este tipo de reclutamiento se convirtió en el peor talón de Aquiles para la guerrilla. Muchos de estos incautos desertaban a la primera oportunidad, y también se convirtió en una manera fácil para que el Ejército se infiltrara. De hecho, las tropas oficiales habían estado en los últimos cuatro años muy cerca de Acacio, y le habían hecho dos ofensivas en las que casi lo matan. “Incluso en el último tiempo Manuel Marulanda (Tirofijo, el mítico líder subversivo) mandó un mensaje claro: si las FARC quedan reducidas a 30 guerrilleros, que así sea, pero que sean guerrilleros de verdad”, cuenta Rafael.

Su reflexión sobre la calidad de los combatientes es muy simple: “El Ejército pelea contra los brutos. Las personas que han estudiado se van a las ciudades y se convierten en testaferros. Viven de la plata que nosotros producíamos, echando bueno. Yo nunca combatí al lado de un bachiller. En el campo quedamos los ignorantes”.

Las Fuerzas Militares comprendieron que el dinero que producía el frente de Acacio era buena parte de la gasolina de todo el Bloque Oriental, que cuenta con cinco mil hombres bajo el mando del Mono Jojoy, y que resistía en los llanos del Yarí la ofensiva militar del gobierno. El Plan Patriota, la más ambiciosa campaña contrainsurgente de las Fuerzas Militares, había desplegado 17 mil hombres en el sur del país para acabar con las retaguardia de la guerrilla, y frenar sus planes de llegar a las ciudades. Por primera vez, llegaron tropas de la Brigada de Selva 28 del Ejército a sitios clave del Vichada y de las fronteras con Venezuela y Brasil. “La llegada de los soldados a Barrancominas y San Felipe nos complicó mucho las cosas”. La coca ya no podía salir en lanchas, avionetas ni carros. “Tocaba sacarla a pica, es decir, a pata”.

El año pasado, Rafael se puso al frente de 60 guerrilleros, cada uno con veinte kilos de coca en el morral, que caminaron durante cinco días sin parar, para llegar con la droga a la frontera. El problema es que si bien la coca se puede sacar así, el armamento y la munición, que son pesados, no. Este se convirtió en el verdadero cuello de botella para las FARC, por lo menos en esta ruta, otrora bajo su control. La otra complicación vino de la mano de la aviación. “Por radio escuchábamos cuando el Ejército anunciaba que venían los aviones, y si eran los Kfir o los Super Tucano, tocaba desocupar los campamentos, o si íbamos en carro o lancha, tirarse al monte”. En cambio, dice, si enviaban el avión fantasma, no pasaba nada, pues su tecnología no es tan buena.

El frente tenía órdenes de eludir el combate. “Es que con la munición 5.56 del Ejército a uno le quedan muy fácil hombres heridos. Si hieren un soldado, el helicóptero lo recoge y lo llevan al hospital. Para nosotros, en cambio, era un asunto muy difícil porque no teníamos hospital donde llevar a la gente“. Todo esto mostraba un panorama complicado, que se convirtió en nefasto con la muerte de Acacio. “Ibamos para el campamento de él con una droga, cuando escuchamos el bombardeo”, dice. Se sabe que alguien muy cercano al mítico guerrillero entregó las coordenadas exactas con las que se hizo el ataque. Junto a él murieron sus hombres de confianza, que eran los “caleteros”, quienes sabían dónde estaban enterrados el dinero y las armas. Y con Acacio también se fueron contactos internacionales hechos durante años, y que eran como oro para el Secretariado.

La muerte de Acacio desencadenó una verdadera estampida. El segundo al mando de este Frente, Guillermo, un hombre también con casi dos décadas en las FARC y de toda la confianza del Mono Jojoy, se había destacado por ser un jefe autoritario con sus propios hombres y distante de la población civil. Un hombre sólo especializado en finanzas y cuya función en las FARC es recaudar dinero. “Eso no era lo que Marulanda decía. La novena conferencia ordenó volver al trabajo de masas porque las FARC se dieron cuenta de que están perdiendo al pueblo“, dice Rafael, quien además, tenía problemas personales con Guillermo, el nuevo rey del Frente.

Después de 17 años en la guerrilla, empezó a rondarle en la cabeza la idea de la deserción. Pero no quería irse con las manos vacías. Tenía una coca en su poder y pensaba que si la vendía, podría salir con un plante de 300 millones de pesos (163 mil dólares). Pero los hechos se desencadenaron más rápido. Sus extraños movimientos fueron detectados por una guerrillera que manejaba el radio de Guillermo. Pocos días después, fue citado al campamento a una reunión. Pero Rafael supo que lo esperaba un consejo de guerra, del que seguramente saldría fusilado. Entonces, sin decirles nada a sus hombres, una noche a mediados de octubre, los emborrachó. A las cinco de la madrugada cogió su moto, y a su compañera, y dijo que ya volvía, que descansaran para que se les pasara la resaca. Para despistar, a lo largo del trayecto se comunicó por radio con Guillermo diciéndole que ya estaba cerca. En realidad, iba camino a un pueblo donde estaba instalado el Ejército. Le tomó cuatro días tomar la decisión definitiva. Escondido en la casa de un campesino, cavilaba sobre el futuro. Temía terminar en la cárcel, o que lo mataran por la espalda. Pero tras él andaban también los paramilitares de Cuchillo, que desde hace años se disputan con las FARC buena parte del Vichada. Al final, se presentó en la base militar, animado porque se dio cuenta de que otro de los hombres más importantes del frente –quizá el más cercano a Acacio– también estaba fuera del juego.
Desde octubre, se han desmovilizado junto a Rafael 71 guerrilleros del Frente 16, de los cuales por lo menos quince llevaban más de una década en las FARC. Otros se han ido al bando paramilitar, y otros tantos simplemente han huido. Hoy se calcula que este frente cuenta con menos de doscientos hombres, y aunque el Secretariado dio la orden de buscar las caletas de Acacio, se piensa que es difícil encontrarlas. El propio Marulanda había ordenado después del Caguán, que los caleteros siempre tenían que estar al lado de los comandantes. Sin calcular que todos podían morir en un mismo evento.

El vacío de liderazgo que dejó Acacio generó la crisis interna, y la desbandada. En otros frentes guerrilleros –como el 37, que opera en la Costa, y el 47, en el Eje Cafetero– están ocurriendo situaciones similares. Aunque esto no significa que la guerrilla se esté acabando, sí muestra que la deserción se convirtió en uno de sus puntos más débiles. Al fin de cuentas, a las FARC ya les está pasando su ebriedad de poder y dinero. Y ahora que empieza la resaca, los desertores son su peor dolor de cabeza.

Manuel Tirofijo Marulanda, líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, camina junto a Negrita, su inseparable mascota. “<i>Cada vez más miembros de las FARC se fugan</i>”, dijo el desertor a la revista Semana.

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La última imagen de la colombiana Ingrid Betancourt, ex candidata a presidenta, que se conoció en noviembre pasado. Fue secuestrada por las FARC hace seis años y su caso hizo posar los ojos del mundo sobre Colombia.

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La muerte de Raúl Reyes (derecha) y de 17 guerrilleros de las FARC por un bombardeo de las fuerzas militares colombianas en territorio ecuatoriano provocaron una crisis político-militar entre los gobiernos de Quito, Caracas y Bogotá. Un soldado de Ecuador (abajo) se cubre el rostro ante los cadáveres de los terroristas.

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