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El huracán inundó de muerte a Nueva Orleans

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Nueva Orleans continúa bajo el agua. Hace ya una semana que el huracán Katrina descargó su furia sobre la ciudad y los cadáveres comienzan a asomar sobre la superficie. Hay más de trescientos mil nuevos refugiados en el mundo. Son vecinos de Louisiana y Mississippi, habitantes del Primer Mundo. Esta vez no hay un enemigo a la vista: sólo la naturaleza. Las cincuenta estrellas flamean hoy a media asta.

ESTADO DE EMERGENCIA. Por primera vez en su historia, la Casa Blanca solicita ayuda a la Unión Europea. Mantas, alimentos, frazadas, remedios… Lo mismo que falta en Entre Ríos o Corrientes cada vez que desborda el Paraná. Pero los primeros en responder fueron dos supuestos "enemigos" de los Estados Unidos: Cuba ofreció su equipo de médicos y Venezuela donó un millón de barriles de petróleo.

En televisión se multiplican los espacios solidarios conducidos por estrellas. La actriz Ellen DeGeneres anuncia un programa ómnibus con un objetivo único: recaudar 1,5 millones de dólares para los damnificados. Eric Clapton subastará una de sus guitarras, mientras que MTV promete un recital benéfico. Desde Hollywood, Tim Robbins y John Cusack buscan hogares para los evacuados. Sean Penn naufragó en las calles de Nueva Orleans mientras socorría a los inundados y John Travolta se acercó a dar consuelo a los evacuados.

En cadena nacional, el presidente George W. Bush y su predecesor, Bill Clinton, hicieron juntos un llamado a la solidaridad. Aún resulta imposible calcular el número de muertos en la catástrofe. Las autoridades militares no imaginan qué descubrirán cuando se retire el agua. "Esperamos no encontrar más de 10 mil cadáveres", arriesgan con demasiado optimismo. Los medios internacionales ni siquiera coinciden en la población de Nueva Orleans. De acuerdo al censo de 2000, la urbe contaba entonces con 484.674 habitantes en la zona céntrica. Aunque hay quienes aseguran que la crecida dejó sin hogar a un millón de vecinos. El 80 por ciento de su superficie fue cubierta por el agua. La marea alcanzó picos de seis metros en algunos puntos.

CON NOMBRE DE MUJER. El huracán Katrina llevaba una fuerza de 4 puntos cuando penetró en Nueva Orleans (N. de la R.: el máximo en la escala Saffir-Simpson es 5). No sorprendió a los vecinos, que habían sido alertados de su inminente llegada. Las casas estaban selladas con maderas y las ventanas reforzadas con cintas. Pero el poder de destrucción del tifón fue suficiente para derribar los diques que mantenían seca una ciudad fundada bajo el nivel del mar. Una docena de helicópteros pretendieron bloquear con barreras de cemento y bolsas de arena la grieta abierta en el Canal de 17th Street. Pero no pudieron evitar que el lago Pontchartrain invadiese las calles de la cuna del jazz. La gobernadora Kathleen Blanco usó un ejemplo gráfico para definir el fenómeno: "La ciudad se convirtió en una suerte de bañera que se cubrió de agua en cuestión de horas". Algo similar a lo que ocurrió en la ciudad argentina de Santa Fe en abril de 2003, cuando el río Salado desbordó su cauce e inundó los barrios Chalet, Centenario y Santa Rosa de Lima. Frente a las cámaras, las autoridades intentan describir la tragedia. Ray Nagin, el alcalde de Nueva Orleans, insiste: "Tuvimos nuestro propio tsunami". Mientras, Michael Chertoff, secretario de Seguridad Nacional, advierte: "Cuando baje el agua descubriremos escenas horribles, nunca antes vistas en este país. Con la posible excepción del 11 de septiembre…". Luego de sobrevolar la región, Haley Barbour, gobernador de Mississippi, definió el panorama con una frase tan contundente como desafortunada: "Esto es Hiroshima después de la bomba", dijo.

EL CAOS. El agua está estancada en Nueva Orleans. Y no se va a retirar de forma natural. La ciudad debe ser drenada con bombas hidráulicas, pero la tarea demorará semanas. "Incluso meses", corrige el alcalde Nagin. Mientras tanto, la vida transcurre en las azoteas. La Guardia Nacional mantiene el sitio sobre la ciudad. Hay grupos armados que intentan rapiñar lo poco que aún se mantiene en pie. Y comerciantes enfurecidos que montan guardia en sus locales con carteles desafiantes: "Si usted saquea, yo disparo", advierten. Y, en consecuencia, los disparos se multiplican por las noches. El presidente Bush pidió "tolerancia cero" para los bandidos. Y confió el poder de policía a sus expertos marines, que hoy se baten a duelo con los delincuentes en cada esquina. Aquellos que se niegan a abandonar sus hogares son asistidos desde el aire por la Cruz Roja. No cuentan con servicio de agua potable ni electricidad. Y se comunican con los rescatistas a través de pintadas en sus terrazas. Las fotos aéreas reflejan sus reclamos: "Necesitamos agua", "Urgente: remedios para diabético", "Mujer embarazada"… Desde la altura, los sobrevivientes pueden ver las calles regadas de cadáveres. Son los cuerpos de sus vecinos que no pudieron escapar de la crecida. A través de un comunicado de prensa, el grupo terrorista islámico Al Qaeda celebró la catástrofe como "el principio del hundimiento de los Estados Unidos".

UNA TRAMPA MORTAL.. El domingo 28 de agosto las autoridades habían dispuesto la evacuación de Nueva Orleans. Pero nunca resolvieron qué hacer con sus refugiados. La policía local intentó sin suerte ordenar el éxodo: dos oficiales decidieron suicidarse durante las improvisadas maniobras de evacuación. El estadio Superdome se convirtió de pronto en el principal centro de emergencia en Louisiana. Más de treinta mil personas se apiñaron alrededor del mismo parquet sobre el que alguna vez brillaron los New Orleans Jazz, el mítico equipo de la NBA que hace años se trasladó a Utah. El coliseo tampoco contaba con agua potable ni servicio eléctrico. Sin aire acondicionado ni enjuague de inodoros, el estadio multiplicó enfermedades y se cobró otras cinco vidas. Cuando los rescatistas alcanzaron el estadio, necesitaron cuarenta aviones para su desalojo. Sólo quedaron los muertos, las personas más debilitadas y los agonizantes. Los habitantes de Nueva Orleans que consiguieron abandonar a tiempo la ciudad se encontraron con una sorpresa: la indiferencia de sus vecinos. Aun frente a la catástrofe, los hoteles más próximos mantuvieron sus tarifas, demostrando que no siempre la caridad empieza por casa...

CON EL AGUA AL CUELLO. El cuadro político no es menos complejo. El presidente George Walker Bush interrumpió sus vacaciones antes de completar el mes de descanso. Y, durante el viaje de regreso a su oficina en la Casa Blanca, sobrevoló la zona de la tragedia a bordo del Air Force One. Luego enfrentó las cámaras y se mostró conmovido. Pero tuvo dificultades para explicar que su equipo militar especializado en catástrofes naturales estaba trabajando en Irak, en una guerra que el 57 por ciento de los norteamericanos desaprueba. La tormenta afectó también la producción de combustible y dificultó su distribución. Para mantener el control del precio del crudo, desde Washington decidieron desbloquear parte de las reservas petroleras. Sin embargo, el valor de la nafta sigue en ascenso. Los economistas calculan pérdidas millonarias. Y las empresas de seguros deberán indemnizar a sus clientes por un total que oscila entre los 17 mil y los 25 mil millones de dólares, aunque nadie sabe a ciencia cierta si pagarán.

De acuerdo a una encuesta realizada por The Washington Post, la imagen del presidente Bush cayó al 45 por ciento, el nivel más bajo desde que comenzó su gestión. Los demócratas ya descubrieron su estrategia política: intentarán demostrar que parte del dinero destinado a la construcción de nuevos diques en Nueva Orleans fue desviado para sostener la guerra en Irak. Mientras tanto, los republicanos confían en la inaudita capacidad de Bush de sacar provecho en cada tragedia. Y recuerdan que luego del ataque a las Torres Gemelas y su nunca confirmado número de muertos, el presidente de los Estados Unidos alcanzó su pico máximo de popularidad. Los ambientalistas aseguran que los huracanes son provocados por el recalentameinto global. Y se preguntan: ¿no será hora de que los Estados Unidos, principales responsables en el cambio de temperatura de la Tierra, firmen el Tratado de Kioto?

El huracán Katrina atravesó el estado de Mississippi, rozó el extremo oeste de Alabama, partió Tenessee al medio y siguió su rumbo hacia Kentucky. Con precisión quirúrgica, atacó la región más pobre de los Estados Unidos. En todo su trayecto dejó el mismo rastro: destrucción y muerte. Hay pueblos devastados por el viento, ciudades anegadas y barcos encallados a kilómetros del mar. Nueva Orleans continúa sumergida en su olor a muerte.

Una vista aérea de la ciudad tras el paso del huracán. Katrina quebró los diques que contenían al lago Pontchartrain y la ciudad quedó sumergida.

Una vista aérea de la ciudad tras el paso del huracán. Katrina quebró los diques que contenían al lago Pontchartrain y la ciudad quedó sumergida.

Katrina golpeó en la región más pobre de los Estados Unidos: los estados de Louisiana, Mississippi, Tennessee y Georgia. Los autos abandonados en Nueva Orleans navegan a la deriva.

Katrina golpeó en la región más pobre de los Estados Unidos: los estados de Louisiana, Mississippi, Tennessee y Georgia. Los autos abandonados en Nueva Orleans navegan a la deriva.

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