El heroico rescate de los náufragos del rompehielos – GENTE Online
 

El heroico rescate de los náufragos del rompehielos

Si se portan bien y nadie se cae de las balsas al agua, mañana los invito a todos a comer un asado a casa para festejar mi cumple...”. La voz, calma, no partía del comandante y capitán de fragata Guillermo Tarapow, sino de los jóvenes 25 años del guardiamarina Bernardo Spago –cumplidos el 12 de abril– y sus escasos seis meses revistando en el rompehielos Almirante Irízar. Les hablaba así a los cuatro chicos que flotaban en una balsa y que estuvieron siete horas esperando el salvataje. Eran parte de los 341 hombres y mujeres rescatados del océano tras el incendio de una de las naves emblemáticas de nuestra marina de guerra. El capitán Tarapow, mientras tanto, y cumpliendo con la más orgullosa tradición marinera, se quedó como único tripulante del navío.

EL VIAJE. El 11 de diciembre de 2006, a las 23 horas de Buenos Aires, el Irízar partió hacia la base naval de las Islas Orcadas, y luego, como parte de la campaña antártica, continuó hacia las bases Esperanza, Jubany, San Martín, Primavera, Cámara, Petrel, Decepción, Melchior, Brown, Marambio, Belgrano II y Matienzo. En la primera etapa del viaje, los pasajeros y tripulantes eran 390, pero después de los intercambios de tripulaciones quedaron 341. Spago, ya de regreso, cuenta: “Uno de los momentos más emotivos de la travesía fue cuando hicimos el cambio de dotación en la base más austral, la Belgramo II, y cruzamos el Círculo Polar a los 66 grados 33 minutos sur. Hubo una ceremonia y bautismo, con diploma incluido, para quienes lo hacen por primera vez”. Y allí lo recibió él, previa rapada de cabeza, de manos del capitán Tarapow.

El viaje continuó normalmente. Hasta que llegó, con proa a Buenos Aires, el fatídico 10 de abril. “Yo hacía guardia en el puente de comando. Esa noche, el sacerdote Juan Carlos me dijo que tengo mucho sentido del humor: ‘Siempre te estás riendo’. La verdad, no iba a ser una de mis noches más felices”, comienza Spago. A partir de ahí, el Irízar –construido en Finlandia en 1975, que el 15 de diciembre del 78 zarpó de Helsinki rumbo a la Argentina (adonde se lo bautizó con el nombre de un capitán que en 1903 comandó la corbeta Uruguay al rescate antártico de una nave sueca), 121,3 metros de eslora, 25,2 de manga, una capacidad de 14.899 toneladas de carga y proezas como su heroica participación en la guerra de Malvinas, donde fue hospital, y el rescate del Magdalena Oldendorff, un buque científico alemán en 2002– viviría sus horas más difíciles. Todo es más triste aún cuando se sabe que debería haber entrado en tareas de mantenimiento... pero que no lo fue por falta de presupuesto.

Continúa Spago: “En la cena íbamos a despedir a los helicopteristas. Y Eva, una de las pasajeras invitadas, cocinaba tacos y empanadas. Eran las 20:40 y estábamos esperando en la cámara de oficiales. De repente comenzó a salir humo de los conductos de ventilación y se disparó la alarma de incendio. Se cubrieron los puestos de control de avería. Era un incidente menor dentro de lo que fue después. Nos abrigamos y, según dice el reglamento, cada uno tomó su salvavidas. Con el guardiamarina Emiliano Deón y el teniente Vaca ayudamos a extender las mangueras de incendio. Nos turnábamos, porque el humo nos ahogaba”. Cerca de ellos, el capitán Tarapow, con una máscara de oxígeno, pantalón y camisa, se ponía al frente de la operación. “El capitán peleó durante dos horas y media palmo a palmo contra las llamas. Pero a las diez de la noche los generadores dejaron de funcionar. Nos quedamos a oscuras. Como las bombas que alimentan las mangueras son eléctricas, también dejaron de funcionar. Empezamos a tirar al mar los tanques de gas vacíos –que traíamos de las bases para no dejar basura en la Antártida–, para evitar su explosión. Luego fuimos a la cubierta de vuelo, el lugar más amplio y libre del buque. Se fueron organizando las balsas para el posible abandono. Nos concentramos en la proa”.

EL RESCATE. La verdadera odisea comenzó en ese momento. Spago recuerda: “Al evacuar la nave se comenzó a ver el resplandor del fuego en el Irízar. Se dio por handy la orden de desembarcar las balsas, que se inflan en el agua. Hubo gente que tuvo que bajar por la escala de gato, porque era más segura que la escala normal. Un suboficial cayó al agua y se golpeó contra el casco del buque, dislocándose el hombro... El agua, allí, tiene un promedio de cinco a diez grados de temperatura”. Otro participante del rescate, que prefiere mantenerse anónimo, contó momentos dramáticos: “Primero bajaron cuatro balsas, que tratamos de mantener unidas. Pero en la que estaba yo, empezó a entrar agua. Algunos intentaron sacarla con los zapatos. Hasta que alguien gritó: ‘¡Tiburones!’”. Tenían un metro y medio de largo. ‘Quédense tranquilos que son cazones. No pasa nada. Estos no atacan al hombre’”. Casi de inmediato, una de las balsas –con varias personas más que la capacidad indicada– se pinchó y se empezó a hundir. Allí el profesionalismo de los tripulantes del Irízar hizo que una vez más la situación no se descontrolara. Por un eterno cuarto de hora, varios hombres y yo nos quedamos colgando del borde de una balsa. De a poco todos se fueron pasando a las otras”.

Tres chicas de 12, 16 y 17 años también fueron parte de esos momentos. El clima de seguridad fue tal que la más chica dijo: “Mamá, el señor que está al lado mío tiembla mucho...”. Se refería al marino que se había caído al mar durante el traspaso a las balsas y tenía principio de hipotermia. “Abrazálo y dale calor”, respondió la madre en la oscuridad de la noche.

A los cuarenta minutos empezamos a ver los aviones de la Armada que sobrevolaban las balsas –concluye Spago–. A las dos de la mañana, el teniente Patricio Gelsi se acerca en un bote inflable y dice que hay que desembarcar a la gente. Nos pregunta si sabemos inglés. A los 50 minutos empiezan a aparecer los barcos. Como sé inglés, junto a la teniente Morales organizamos el traspaso. En plena noche subimos al Scarlett Ivis, un transporte de gas filipino que venía de Punta Arenas, Chile. La tripulación se portó de maravillas, y nos esperaban con mantas. A las siete de la mañana terminamos de embarcar a todos los que estaban con nosotros en las balsas”.

El 12 de abril al mediodía, en la base aeronaval de Ezeiza, los tripulantes se encontraron con sus familiares. Una parte del drama había terminado. El capitán Tarapow continúa en alta mar, ahora a bordo del crucero Almirante Brown. Su misión finalizará, una vez que su barco, el rompehielos Almirante Irízar, termine de luchar contra olas de siete metros, que impiden por ahora su remolque, y esté definitivamente a salvo.

El gomón aguanta los embates de las olas, mientras los tripulantes ayudan a elevar con un arnés a un hombre herido, hasta la cubierta de un barco filipino que fue al rescate.

El gomón aguanta los embates de las olas, mientras los tripulantes ayudan a elevar con un arnés a un hombre herido, hasta la cubierta de un barco filipino que fue al rescate.

El Irízar, cubierto por las llamas.

El Irízar, cubierto por las llamas.

A las 20.40 del martes 10 empezó el incendio en el Irízar.

A las 20.40 del martes 10 empezó el incendio en el Irízar.

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