El adiós a un periodista que fue pura pasión – GENTE Online
 

El adiós a un periodista que fue pura pasión

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Transversalidad fue una fórmula inicial del kirchnerismo en esta concepción política que quiere encarar. Pienso que los Kirchner querrían ser con su Frente para la Victoria la cabeza más destacada del centroizquierda argentino si no en este

La frase se corta así. No hay punto. Es la inconclusa última línea de la nota final (5.049 caracteres) que Julio Alfredo Ramos (71) escribió el viernes 17 de noviembre, tres días antes de morir, para su diario, Ambito Financiero, que fundó, puso en la calle el 9 de diciembre de 1976, construyó a su imagen y semejanza y justificó y sigue justificando su paso por la Tierra.

Quien hoy tiene la triste tarea de decirle adiós en las páginas de GENTE lo entrevistó varias veces, siempre sobre temas económicos. La última, hace cinco años, empezó con una disculpa tan cortés como innecesaria entre periodistas. “Perdone, Serra, lo hice esperar más de una hora porque estaba en la redacción. Hacer un diario es algo artesanal: uno tiene que estar en cada título, en cada copete, en cada texto…”. Para entonces, Ambito Financiero era un éxito indiscutido, tenía absoluta independencia económica –algo que para Ramos fue una religión–, y ese hombre que vivía a pura adrenalina hasta el cierre de cada noche era, luego de muchos años de pobreza y ajustado pasar, millonario. Bien podía manejar su negocio desde un lujoso piso, un country o un viaje de placer, pero eso hubiera sido traicionar su pasión de periodista: la única palabra que, según Roberto García, director periodístico de Ambito…, es la que debe quedar grabada en su epitafio.

Nada le fue fácil a este hombre que se apagó a las dos de la tarde del domingo 19, luego de treinta y cinco días de internación, abatido por la leucemia. Nació en Buenos Aires el 4 de febrero de 1935. Perdió a su padre a los dos años. Asmático, su madre, que trabajaba en la Capital y debía cuidar a otro hijo enfermo, lo mandó a Unquillo, Córdoba, confiada en que los aires serranos mitigarían su mal, y allí vivió hasta los 11 años a cargo de un tío, modesto chacarero, sin conocer la escuela y sin más juguete que un caballito de madera. Aprendió a leer y a escribir a la edad en que la mayoría empieza el ciclo secundario, pero su voluntad –la virtud que más admiraba– recuperó con creces el tiempo perdido. Aprendió el abecé del oficio en la Escuela Superior de Periodismo, se graduó en Ciencias Económicas (UBA) pasados los 40 años, casado y padre de tres hijos, y transitó un largo espinel laboral: Noticias Gráficas (1954, su debut), la revista Histonium, Clarín, United Press, Mayoría, La Opinión, hasta urdir, con seis socios, el primer Ambito…, de apenas cuatro páginas.

En sólo setenta días –verano 86/87–, en sendos accidentes, murieron Gabriel y Darío, adolescentes, dos de los cinco hijos que tuvo en sus dos matrimonios. Fue, recuerdan sus íntimos, el peor momento de su vida. Padeció días enteros frente a sus tumbas, hablándoles y pasando en un grabador la música que los dos muchachos habían amado… Pero otra vez la voluntad, a pesar de las dos terribles pérdidas, lo puso de pie.
Polémico y polemista, tenaz como un kamikaze, volvió a la lucha con el mismo frenesí con el que escribía; con el que cursó la universidad (estudiaba en sus horas de almuerzo a bordo de su Fiat 600 y apenas mordisqueando un sandwich), y con el que desafió y venció al mercado imponiendo Ambito… en el segmento matutino: el de más alta y difícil competencia.

Placeres, pocos. Boca Juniors cada domingo en La Bombonera, un trago de Campari a veces, un buen cigarro en ocasiones especiales, varias vueltas al mundo –siempre por trabajo–, y cinco cruceros en dos décadas, nunca más largos que una semana. Cine: los westerns y las de guerra, y de éstas, El sargento York (Gary Cooper, 1941), la vera historia de un campesino pacifista que, solo, en 1918, Primera Guerra Mundial, capturó a ciento cuarenta alemanes. Una elección nada casual: reverenciaba, porque acaso eran su espejo, a los grandes que llegaron a la cumbre desde la nada: Maradona, Julio Bocca, Anthony Quinn, Leonardo Favio, el tenor José Cura, y Delfo Cabrera, el oscuro bombero voluntario que en las olimpíadas inglesas de 1948 ganó el maratón, la carrera más agotadora del planeta.

La cuestión central, el norte de su brújula, más allá de cargos y premios (fue candidato a diputado –1985–, director de la Sociedad Interamericana de Prensa y Konex de Platino), fue la pluma. Por eso, además de sus notas y sus editoriales, escribió tres libros –Los hijos del sueño-Poema obrero, Los cerrojos a la prensa y El periodismo atrasado–, y dejó terminado, aunque sin publicar, un cuarto ensayo sobre el fenómeno de los recientes gobiernos de centroizquierda en América latina.

Desde las tres de la tarde del lunes 20, su carne mortal yace en el cementerio Los Cipreses, de San Isidro, el mismo en el que están sepultados sus dos hijos. Lo sobreviven otros tres Ramos: Claudio, Julia y Augusto, y su diario, y cada golpe de tecla, y el incesante trepidar de las rotativas. Diez días antes del final que comprendió inexorable, le dijo a un compañero del diario: “No estuvo mal, ¿no?”. La pregunta se refería a su vida. Acepte, Julio, esta respuesta de GENTE: estuvo muy, muy bien. Mejor, imposible.

Julio Ramos en su despacho de Ambito Financiero. Detrás, su colección de pequeñas bicicletas. A su lado, la emblemática estatuilla de un canillita. Mucho más que un símbolo…

Julio Ramos en su despacho de Ambito Financiero. Detrás, su colección de pequeñas bicicletas. A su lado, la emblemática estatuilla de un canillita. Mucho más que un símbolo…

La última foto de Julio Ramos. La tomó él mismo en la sala del Instituto del Diagnóstico, unos días antes de que su enfermedad entrara en la fase crítica, mientras escribía en su computadora las últimas líneas de su cuarto libro.

La última foto de Julio Ramos. La tomó él mismo en la sala del Instituto del Diagnóstico, unos días antes de que su enfermedad entrara en la fase crítica, mientras escribía en su computadora las últimas líneas de su cuarto libro.

Su escritorio, hoy vacío, en la Sala de Redacción de Ambito Financiero, su obra mayor y el lugar donde pasó los mejores años de su vida.

Su escritorio, hoy vacío, en la Sala de Redacción de Ambito Financiero, su obra mayor y el lugar donde pasó los mejores años de su vida.

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