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Detrás de esta tragedia... este milagro

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Son 464 ataúdes, muchos de ellos con cadáveres aún sin nombre. Son una armada
de silencio, en el demonio de humo negro que fue el hipermercado Ycuá Bolaños,
barrio Santísima Trinidad, ciudad de Asunción. Que ardió ese domingo primero de
agosto, que no se apaga, y creo, jamás se apagará, porque en esa mansa tarde se
produjo la mayor catástrofe de la historia del Paraguay. Ese día, Víctor y
Gloria Bobadilla habían ido al Ycuá Bolaños, así, como cualquier pareja
joven va a un centro comercial, a comprar algo y divertirse un poco. Llevaron a
su hijo Enzo, de cuatro meses. La fuga de gas de una garrafa, en el patio de
comidas. Entonces, la oscuridad. Allá adentro, es morir, y un grito de: "¡Cierren
las puertas!
". Algunos guardias -dicen los pocos que sobrevivieron- les
apuntaban con escopetas, para que no se fueran sin pagar. Dicen que fue la orden
del empresario Juan Pío Paiva, dueño del lugar. Uno de esos guardias se quebró,
era cierto. Esa orden vino de boca del patrón. Hoy, Paiva y su hijo están tras
las rejas.

Y allá afuera, era la lucha desesperada. Un montón de vendedores ambulantes,
bomberos y policías hacían lo que podían, armados con lo primero que encontraron
para derribar una pared de vidrio. Atrás, están los gritos, las caras, el
remolino de manos que se vuelven garras. Se están muriendo. Juan Duarte, edad
24, oficial de la Policía Metropolitana, Comisaría 9 de Asunción, siente que no
puede quedar ajeno a semejante tragedia. Toma una maza que le arrebató a un
bombero, y quiebra el vidrio de una de las puertas. Entra. Y rescata. Primero
carga tres cuerpos, sin vida. Luego, otros dos, casi sin yertos, que luego
vivirían. Y, de pronto, lo encuentra a Enzo, con su ropita calcinada, al borde
de la asfixia, maltrecho y todo gris, casi inerte. No lo duda. Corre. El caos es
todo. Le aplica respiración boca a boca. Sebastián Cáceres, un fotógrafo del
diario local Noticias lo ve correr, lo sigue, y dispara con su cámara. Después,
se olvida de disparar, y asiste a Duarte, hasta llevarlo a una ambulancia.
Respiración boca a boca otra vez, y se lo llevan a Enzo al Hospital de Niños de
Asunción. Duarte se seca la frente. Y vuelve al fuego. Y Cáceres, a su cámara.

Los tres volverían a verse dos días después, en el hospital. Enzo es un
milagro en el cuerpo de un bebé de cuatro meses. Cumplió 48 horas de
internación, y están a punto de darle el alta. Tiene un hematoma en su cara,
junto a una quemadura en su mano derecha, es decir, apenas un rasguño para tanta
muerte que lo rodeó. Ya se alimenta, su respiración se encuentra estable. Duarte
sonríe, y lo sostiene. Enzo sonríe también. Y Cáceres vuelve a disparar su
cámara, esta vez, para retratar la otra cara de la moneda. Pero el infierno
sigue, y ese infierno es palabra en la voz del policía que, a pesar de ganar un
puñado de guaraníes cada fin de mes, no dudó en arriesgar su vida.

-Fue una sensación desgarradora. Vi cuerpos calcinados por todos lados, unos
encima de otros. Todos muertos. Hombres, mujeres, niños…

-Duele seguir preguntándole, Duarte.

-¿Sabes? A mí me duele decirlo. Cuando el bebé estuvo en mis brazos, casi no
tenía signos de vida. No había tiempo para pensar. Fue todo en un instante. Mi
tristeza es muy grande, por la muerte de tantos de mis compatriotas. Esto es una
tragedia nacional. Pero me siento feliz de haber salvado al niño, y de haber
cumplido mi deber.

Para Sebastián Cáceres, el instinto profesional le valió una imagen que dio
vuelta al mundo, una historia anónima que hoy tiene nombre, apellido y final.
Pero la captura de ese día no le tapa el asombro, el pavor: "Lo vi correr a
Duarte desde el edificio con algo en brazos. Me sorprendió su velocidad, venía
justo hacia mí. Lo acompañé corriendo, lo ayudé a ubicar una ambulancia, y le
hice las fotos. Luego, tuve noticias de que el niño estaba bien
-continúa, a
voz quebrada- Me quedé en el lugar hasta las seis de la tarde, y seguían
sacando cadáveres. Volví al día siguiente. Y seguían sacando cadáveres. No
puedo, nunca podré, olvidar los cuerpos de esos niños, apilados en la calle
".

José Patiño, el tío de Enzo, hoy casi toda su familia, cuenta: "Yo me
encargué de hablar con Juan Duarte para agradecerle todo lo que hizo por mi
sobrino para salvarle la vida. Cuando lo vi, lo abracé, y le dije que lo que él
hizo no tiene precio; que no sólo tendrá su recompensa en la tierra sino también
en el cielo
".

Luego, Duarte visitaría a Enzo en su casa, junto a su familia. Encontró,
también, luto. Víctor, el padre del bebé, quedó allí, entre los escombros del
Ycuá Bolaños. Murió en el acto, incinerado. Su madre, Gloria Morales, languidece
en un hospital de la capital paraguaya. Terapia intensiva. La mitad de su cuerpo
está gravemente quemado. "Su condición es estable, con pronóstico reservado.
Estamos esperando una evolución positiva
", dice Patiño. Pero ningún médico
se anima a decirle a Patiño y a los suyos que, tal vez, Gloria no podrá salir de
ésta. A Enzo -ya lo decidió su familia- lo criarán sus abuelos.

Ycuá Bolaños, con su fuego apestado de sangre, su desidia incoherente y
criminal, nos hizo saber que esa cosa que tememos tanto, que llamamos infierno,
existe. Es el dolor de una nación, en cada mano que toma cada uno de esos 464
ataúdes. Mientras tanto, Enzo Bobadilla respira a salvo. Y saber eso, es saber
una luz, de esas que nunca se apagan.

Domingo 1º de agosto. Un bebé (Enzo) al borde de la muerte. Un policía (Duarte) le aplica respiración boca a boca, y corre para hallar una ambulancia. Y un fotógrafo (Cáceres) retrata esta escena que dio la vuelta al mundo.

Domingo 1º de agosto. Un bebé (Enzo) al borde de la muerte. Un policía (Duarte) le aplica respiración boca a boca, y corre para hallar una ambulancia. Y un fotógrafo (Cáceres) retrata esta escena que dio la vuelta al mundo.

El oficial Juan Duarte sostiene a Enzo Bobadilla en la sala pediátrica del Hospital de Niños de Asunción dos días después de rescatarlo de las llamas. Hoy, el niño está en su casa. Perdió a su padre, y su madre está en terapia intensiva, con gravísimas quemaduras y pronóstico reservado. Aun así, hay esperanza. La vida de un bebé, salvada.

El oficial Juan Duarte sostiene a Enzo Bobadilla en la sala pediátrica del Hospital de Niños de Asunción dos días después de rescatarlo de las llamas. Hoy, el niño está en su casa. Perdió a su padre, y su madre está en terapia intensiva, con gravísimas quemaduras y pronóstico reservado. Aun así, hay esperanza. La vida de un bebé, salvada.

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