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Después del Tsunami

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En la mañana del domingo 26 de diciembre el mundo occidental despertó con la tragedia. Apenas unas horas antes había sucedido lo peor, y sólo quedaban los destrozos: la diferencia horaria quiso que Occidente durmiera mientras Oriente se resentía con un terremoto de 8,9 en la escala de Richter y un tsunami se c
omía las costas de Indonesia, Sri Lanka, la India, Tailandia y Bangladesh, arrasando con todo lo que hallaba a su paso; en algunos casos, hasta diez kilómetros adentro del continente.

Desde un primer momento, las imágenes -siempre hay alguien con una camarita en el momento justo en que ocurre una tragedia- mostraron un panorama desolador. No se tenía muy claro cuántas vidas se habían perdido ni en cuántos millones de dólares se calcularían los destrozos, pero sí se tenía conciencia de que era un verdadero desastre, uno de los peores de la historia.
Días después, la ayuda internacional se puso en marcha desde el planeta: aviones con medicamentos, comida, voluntarios y agua potable aterrizaron en los aeropuertos de las ciudades devastadas. En uno de ellos -un avión que el gobierno belga había enviado a Sri Lanka con ayuda humanitaria y un equipo de Unicef-, Ezequiel Scagnetti, un fotógrafo argentino radicado en Bruselas y que trabajó en GENTE, llegó a la zona afectada y registró el desastre con su cámara.

VIAJE AL FIN DEL MUNDO. Sri Lanka es una isla que está al sudeste de la India, tiene 19 millones de habitantes, está atravesada por una feroz guerra civil entre cingaleses y tamiles que ya lleva casi 20 años, y fue una de las zonas más afectadas por el tsunami. Hasta el momento, los muertos son más de 38 mil. El avión belga llegó a Colombo, capital de Sri Lanka, el miércoles 29 por la mañana. Al día siguiente, Scagnetti y otro fotógrafo contrataron un helicóptero de la Fuerza Aérea india -en Sri Lanka el ejército no tiene helicópteros- y volaron hacia Galle, una ciudad en el sur de la isla que quedó en ruinas. Allí, tomando como base un hostal perdido en la selva, durante una semana registraron con sus lentes las distintas caras de la catástrofe: la remoción de escombros, los cuerpos que surgen por doquier, los templos convertidos en campos de refugiados, los hospitales de campaña, los breves funerales, los entierros contrarreloj en fosas comunes para evitar las epidemias, lo que queda de las ciudades
y de las playas, los miles de rostros con la misma mirada. Una mirada perdida, desencajada, que todavía intenta comprender.

"Las playas del sudoeste de Sri Lanka son modelo: alguien estudió las playas tropicales de todas las postales del mundo y se encargó de combinar la más apropiada arena blanca, las olitas más apropiadamente turquesas perezosas, las palmeras recostadas en el más apropiado de los ángulos", así describía el escritor Martín Caparrós a esta isla hace unos años. Y eso era Sri Lanka: uno de esos paraísos dispersos en el sudeste de Asia, un país pobre y barato en el que un turista con algunos dólares podía acceder a todo. Eso era: un paraíso para los turistas, sobre todo europeos, que llegaban todo el año a sus playas. Es que, después del té y de la industria textil, el turismo es la principal fuente de divisas. Pero Sri Lanka era, sobre todo, un paraíso para los pedófilos del mundo, que encontraban allí impunidad, sumisión ante el dólar y chiquitos de entre 4 y 16 años que eran prostituidos por sus propias familias.

EL SHOW DEBE CONTINUAR. Con una capacidad de reacción más que envidiable, el negocio en esas islas se acomodó a las circunstancias. En esto de hacer plata, las circunstancias sólo forman parte del paisaje: la ola barrió con el negocio de la pedofilia, pero abrió otro: el de los tours del horror. De un plumazo, el tsunami cambió pedófilos por morbosos: y el show continúa. En Bangkok, una agencia de turismo ya ofrece un recorrido para que las personas observen los efectos del tsunami en la isla, visiten un templo que está siendo usado como depósito de cadáveres y, además, si quieren, pueden llevarles comida a los sobrevivientes: y jugar a ser solidarios un rato. El polémico tour, que cuesta 77 dólares e incluye dos noches de alojamiento, ya cuenta con más de trescientos inscriptos. De alguna extraña manera, algunos lo toman como una forma de "reanimar la industria del turismo en la región".

Las últimas cifras hablan de más de 225 mil muertos y un número impreciso de desaparecidos. A esta altura, la tragedia amenaza con convertirse en la peor de la historia: sólo la supera el terremoto que en 1976 mató a 242 mil personas en China. En la ONU dicen que es cuestión de días, sólo resta esperar. "A pesar de ese panorama de muerte y desolación que nunca había visto y que espero nunca más volver a retratar -reflexiona Scagnetti-, me convomió la solidaridad de aquellos a los que nada les quedó. Desde un primer momento se pusieron a luchar por la reconstrucción. En realidad, es mucho lo que les quedó... Nada menos que la vida".

Ezequiel Scagnetti (29), un fotógrafo argentino radicado en Bruselas y que trabajó varios años en GENTE, llegó al lugar de la tragedia en un avión de ayuda humanitaria enviado por el gobierno belga.

Ezequiel Scagnetti (29), un fotógrafo argentino radicado en Bruselas y que trabajó varios años en GENTE, llegó al lugar de la tragedia en un avión de ayuda humanitaria enviado por el gobierno belga.

Una chica, con su vestido rosa, camina en medio de los escombros. Detrás, la única casa que quedó en pie en la zona.

Una chica, con su vestido rosa, camina en medio de los escombros. Detrás, la única casa que quedó en pie en la zona.

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