“Desde el dolor, vamos a construir un monumento para que nadie olvide a nuestros chicos” – GENTE Online
 

“Desde el dolor, vamos a construir un monumento para que nadie olvide a nuestros chicos”

Sofía Victoria Morales tenía 17 años, había terminado de cursar el Polimodal en el Sagrado Corazón de Almagro con un buen boletín, quería ser maestra jardinera, y con sus hermanos Martín (19) y Santiago (15) arrancó el 30 de diciembre de 2004 a Cromañón. Ella era un poco más cumbiera, pero a los tres les copaba Callejeros. Era la primera vez que los iban a ver. Sus padres, Raúl Morales (50) y Adriana Magnoli (51), arquitectos los dos, de Parque Chacabuco, les dijeron que se cuiden. No había otra cosa para decir. Creían que iba a estar todo bien. ¿Por qué habrían de creer lo contrario?

Hoy, Martín y Santiago están en casa. Con miedo, pero están. Sofía, no. A media cuadra de Cromañón, bloqueando la calle, está el santuario que salió, el que hizo la gente, el de los cuadritos con fotos de los pibes o con la cara de Jesús, el de los crucifijos, el de las zapatillas sin pies que las lleven. Al lado, en lo que era un baldío, está la Plaza de la Memoria: un pasaje rodeado de canteros de flores a cielo abierto, con un muro, y 194 caras como bombas pequeñitas, con sus nombres por orden alfabético, con fecha de nacimiento, y su edad hasta ese día. Ahí está ella: Sofía Victoria Morales, 14/07/1987, 17 años. Sus papás fueron los que lucharon para que se construya esa Plaza. Y ahora, hay otro proyecto. Raúl, como padre, fue jurado de un concurso memorial de la Sociedad Central de Arquitectos. Y si todo sale bien, habrá una Plaza y Museo en Homenaje a las Víctimas de Cromañón, con 194 nombres tallados en granito, un faro que dé luz, y un lugar para que estén los crucifijos y las zapatillas. Para recordar a los pies que las llevaban. Es construir, con los ladrillos más duros de todos.

Primero empezamos en mayo con la Plaza de la Memoria. Estaba el primer santuario, que es lo que apareció naturalmente, pero era un tanto precario. La idea era tener algo más organizado –dice Raúl– y empezamos tratativas con el ONABE, cuya misión específica es administrar los bienes del Estado, y el Ministerio del Interior”. Les ofrecieron un pasaje del edificio abandonado sobre Bartolomé Mitre, justo al lado del santuario, y hoy lleno de pintadas que recuerdan la tragedia. Fueron Raúl y Adriana, elegidos por los mismos padres, por ser arquitectos, con algunos padres también. Era todo oscuro, con el aire viciado. Historia conocida. Lo rechazaron de plano. Dice Adriana: “No queríamos volver a una tumba. Demandamos un lugar a cielo abierto”. Lo obtuvieron. Tenía que ser así.

La Plaza de la Memoria se inauguró el 27 de octubre, diseñada por Oscar Pulice, proyectista del ONABE. Dice Raúl: “No era un tema fácil; no es montar el living de tu casa. Queríamos que estuvieran las fotos de todos los que fallecieron, sus nombres, sus edades, para que tuviera vida, y que no parezca un cementerio. Y te digo: vamos a construir una plaza para los chicos desde el dolor, para preservar la memoria”. Sigue Adriana: “¿Sabés lo que fue juntar todo ese material? Los papás nos daban la última imagen de sus hijos, o la única que tenían, sus tesoros. Muchos ni nos las querían dar. Si no les ves la cara, ¿vos qué sabés de esa persona, cómo era? No sé, igual, es triste. Hay gente que nos pregunta si los chicos están enterrados ahí. Al lugar lo cuidamos los padres y los sobrevivientes, como podemos. Regamos las plantas, no sé…”. Y continúa: “El dolor sigue fresco. Hay sobrevivientes empastillados, chicos que no pueden dormir. El 29 de diciembre me encontré con una mamá que salía de su casa por primera vez. ¿Te hacés una idea de lo que es eso?” A la Plaza de la Memoria van los amigos, los familiares, los sobrevivientes, los turistas curiosos. Y la sensación es inmensa. Se sienten, están presentes.

El próximo paso es la Plaza Homenaje, con el proyecto de los arquitectos Pablo Suárez y Mariano Orlando como ganador, a través del concurso propuesto por la Sociedad Central de Arquitectos. Y Raúl, en representación de los familiares de Cromañón, fue miembro del jurado: “Sentí una gran responsabilidad, algo muy fuerte. Los padres mismos me lo pidieron. Y este homenaje a nuestros chicos es necesario. Para que nadie olvide. Para que no se apague. Para que sus cosas estén en un museo, para que sigan sus nombres. Eran pibes que iban a celebrar, a reír… Como te decía: nosotros tenemos que construir desde el dolor, y hacia la esperanza”.

SOFIA. Hoy tendría 18. Tendría. Dice Adriana que el dolor es el mismo, pero la ausencia es mayor. Ellos estuvieron en la Legislatura, estuvieron y están en las marchas, y en eso de ver cuál es la respuesta, qué queda después de todo. Después de Sofía. El 30 de diciembre marcharon 200 personas por ella.

–¿Cómo era?
Adriana: Sofi era una chica que siempre defendía la verdad, que era libre y se jugaba por lo justo, sin miedo a ninguna sanción. La única causa de su enojo era si perdía River. Recién había terminado el cole. Y al recital de Callejeros fue con tres amigas, a festejar fin de año. Se lo tenía merecido. También Martín, que había promocionado las seis materias del CBC en Ingeniería Electrónica, y Santiago, que había terminado con un promedio de 8,50. Sofi fue con tres amigas. Nosotros no teníamos por qué saber de matafuegos, de habilitaciones. Creíamos que estaban seguros. Y creíamos en el Gobierno de la Ciudad.

Las dos amigas de Sofía se retiraron un rato antes de que saliera Callejeros a escena: se estaban sofocando. Atmósfera pesada. Sofía se quedó. La candela. La media sombra. El terrible etcétera. Santiago llegó a rescatar a Martín, a acompañarlo hasta el hospital Penna. Hasta ahí llegó Raúl, en una escena dantesca, sin saber lo que pasaba, asistiendo a su hijo y a los chicos que lo rodeaban con una mochila de oxígeno, mientras Martín sacaba cosas negras de su boca, como carbón. Entonces, a buscar a Sofía, sin un dato, nada. Había que encontrarla... Sofía estaba en el hospital Gutiérrez. Su tía y madrina, Pachi, había ido a preguntar. Por ser tía nomás, le negaron información, cuentan. Raúl llegó al mediodía del 31, a buscarla entre los vivos. Sofía tenía su cédula, diez pesos y un pañuelito. Había muerto a eso de la medianoche. Un policía se lo contó todo. Ahora, dice Raúl, sólo queda celebrar su vida, y construir.

Adriana y Raúl en la Plaza de la Memoria, con la foto de su hija Sofía. Ellos lucharon por lograr un espacio para homenajear a los chicos. Y lo obtuvieron.

Adriana y Raúl en la Plaza de la Memoria, con la foto de su hija Sofía. Ellos lucharon por lograr un espacio para homenajear a los chicos. Y lo obtuvieron.

Raúl y Adriana junto a Pablo Suárez y Mariano Orlando, arquitectos como ellos, revisando los planos de lo que será el monumento definitivo a las víctimas de Cromañón.

Raúl y Adriana junto a Pablo Suárez y Mariano Orlando, arquitectos como ellos, revisando los planos de lo que será el monumento definitivo a las víctimas de Cromañón.

Martín, Sofía y Santiago, tres meses antes de la tragedia.  Los tres fueron ese 30 de diciembre a la disco de Chabán. Hoy, los varones están en casa, con miedo, pero están. Sofía, no.

Martín, Sofía y Santiago, tres meses antes de la tragedia. Los tres fueron ese 30 de diciembre a la disco de Chabán. Hoy, los varones están en casa, con miedo, pero están. Sofía, no.

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