«Dejad que los pobres vengan a mí» – GENTE Online
 

"Dejad que los pobres vengan a mí"

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Se fue, serena y en silencio, de noche, el 5 de septiembre del '97. Una semana antes, por cuarta vez en su medio siglo de misión en la India, el corazón le había anunciado que la tempestad -¿qué fue ella, sino una tempestad?- llegaba al puerto y se amansaba. Que la muerte estaba cerca. La llevaron a una moderna clínica y la rodearon de modernos aparatos. Cuando abrió los ojos y se vio rodeada de médicos, de tubos, de monitores, protestó:

-Sáquenme de aquí. No quiero, no tengo derecho a una tecnología que mis pobres jamás tendrán. Si debo morir, moriré como ellos…

No le obedecieron, ni tampoco le alcanzaron las fuerzas para insistir. Y no fue la primera desobediencia…

EL ADIOS. La segunda desobediencia fue su funeral. Ella, la Santa de los Basurales, como muchos la llamaban, quería que su enjuto, mínimo cuerpo final, reposara sobre un jergón, y que sólo le dijeran adiós las hermanas de su obra y los pobres -los suyos- más pobres del mundo: los de Calcuta, la primera sucursal del Infierno, la cuna y la tumba de los hambrientos, los leprosos, los ciegos, los deformes, los desesperados de la Tierra. Pero los que en vida nunca la habían acompañado en su lucha le prepararon un monstruoso, refulgente y vacuo funeral de Estado. Honores de emperatriz, banderas a media asta, su cadáver embalsamado y encerrado en una caja de cristal. Himnos fúnebres, toneladas de flores, el cuerpo expuesto siete días en la iglesia de Santo Tomás. Guardia de honor del ejército indio, uniformes de gala, ataúd llevado -septiembre 13- al hombro e instalado en el estadio cerrado de Netaji, para doce mil personas y con aire acondicionado. Alfombras rojas, palomas blancas. En el palco de honor, Hillary Clinton, el presidente de Italia, las reinas Noor de Jordania y Sofía de España, Bernadette Chirac, la duquesa tal, el barón cual, el ministro de… Y el último viaje, desde allí hasta la modesta casa en que ella vivió, trabajó, rezó y sufrió: Lower Circular Road 54 A, y en su doble puerta, una madera que dice Mother Teresa. Hasta allí, sobre una cureña histórica: la que llevó los cuerpos del Mahatma Gandhi y del Pandit Nehru. "Silencio, por fin", hubiera dicho ella. "Vinieron en mi muerte los que nada me dieron en vida", hubiera dicho también.

SU MUNDO. Calcuta, capital del estado de Bengala occidental. Calcuta, ciudad sobre un pantano. Calcuta, doce millones de habitantes. Calcuta, capital del dolor del mundo. Verano ardiente, invierno gélido, y los monzones, vientos impíos con lluvias incesantes y trágicas inundaciones. Más desnudos que vestidos, más descalzos que calzados, más enfermos que sanos, la basura cayendo desde las ventanas y pocas veces recogida, ríos de orina, montañas de excrementos (la calle es el baño público). Lepra, tuberculosis, tifus, malaria, cólera. Menú único y escaso: arroz y lentejas. Rudyard Kipling la llamó la ciudad de la espantosa noche. Otros, ciudad de pesadilla y reino de los insectos y los empresarios de pompas fúnebres. Sueldo promedio de los trabajos subalternos -la mayoría-: por dieciséis horas de trabajo diario, 100 dólares mensuales. Aquí llegó ella, nacida Agnes Gonxha Bojaxhiu (Albania, 1910), a los 36 años. Ella, que vivió "en una gran casa con jardín y muchos árboles frutales", hija de u n rico constructor, mimada (Gonxha significa pimpollo…), traviesa, "aunque mi único pecado era robar mermelada de la alacena".

EL LLAMADO. Iba, cada tarde, a la librería de la capilla del Sagrado Corazón y allí, a sus 14 años, "sentí que Dios me llamaba. Hablé con mi madre, rezamos las dos, y entré al convento de la Orden de Loreto. ¿La India? No, eso llegó mucho después. Por entonces ni siquiera había oído hablar de la India…". Cuando pidió ser misionera, las hermanas de Loreto fueron terminantes: "Imposible. Demasiado frágil. Te espera una vida intelectual. Lectura y oración". La sentencia fue desafío: en 1946, después de unos años en un convento irlandés y otros en Zagreb (Croacia), llegó a Calcuta "sin equipaje y con apenas cinco rupias. Con cuatro compré un sari blanco, de algodón, y la quinta se la di a una mendiga. Y el 10 de septiembre de ese año nací por segunda vez. Tropecé en la calle con una mujer moribunda. Tenía ratas y hormigas en las llagas. La alcé, caminé hasta un hospital, pedí una cama para ella y la acompañé hasta que murió. Fue la primera, la última y la única cama que tuvo en su vida …".

Adornó el sari con tres sencillas tiras azules, reclutó a otras religiosas, y en 1952 fundó la misión Hermanas de la Caridad. Tenía 41 años, apenas superaba el metro y medio y los 45 kilos -piel y huesos, literalmente-, llegó hasta los 86 años sin más comida diaria que un puñado de arroz y un sandwich de banana, ni más bebida que un par de tazas de té, y sacudió la conciencia del mundo desde un cuarto pelado: una estera para dormir apenas cinco horas por noche, y dos viejas máquinas de escribir sobre una mesa tan vieja como esas máquinas.

SU OBRA. Primer paso: contra viento y marea, contra oídos sordos y contra manos avaras, asumió el dolor del mundo y abrió el Nirmal Hriday, su primer hogar para moribundos, en el barrio de Kalighat. "Juntamos más de cincuenta mil almas en la calle, curamos a la mitad, y la otra mitad, incurable, al menos murió con dignidad", le dijo a la revista Time en 1989. Para entonces, la Madre Teresa de Calcuta, sus hermanas en la fe y un puñado de voluntarios, sólo en Calcuta, tenían nueve centros asistenciales así divididos: pacientes de larga recuperación, orfanato para discapacitados de 2 a 12 años, hogar para huérfanos sanos, orfanato para discapacitados severos, escuela para chicos de la calle, hospital para tuberculosos, hogar para enfermas mentales, leprosario (atendieron allí a más de cuarenta mil enfermos) y taller de enseñanza de oficios. Para entonces, las hermanas eran doce. Medio siglo después, y ya muerta Teresa, son más de cinco mil en más de quinientas misiones de cien países "y seg uimos creciendo: educamos a unos diez mil chicos, logramos que atiendan a un millón de enfermos en trescientos hospitales de todo el mundo, y evitamos que seiscientos mil leprosos vivan como parias", dice hoy la hermana Nirmala (72), superiora de la orden y sucesora de la Madre, nepalesa, licenciada en Ciencias Políticas y de la rama de las Contemplativas -sólo rezan y estudian- en la escala jerárquica interna, que tiene como puntales de acción a las hermanas Priscilla y Frederick.

SU EJEMPLO. Escribió Mario Vargas Llosa: "Hay en la vida de la Madre Teresa una falta de egoísmo, un desprendimiento y una capacidad de sacrificio que, en el mundo en que vivimos, incomodan". Y "del mundo en que vivimos" incomodaban a la Madre Teresa "esas reuniones cumbre para tratar el hambre del mundo… hechas por hombres ricos, en hoteles de lujo, mientras se atiborran de manjares". Beata por decisión de Juan Pablo II -uno de los hombres que más la admiraron- pronto, y sin duda, santa, y Premio Nobel de la Paz 1979, elevó la caridad a su máxima potencia: "¿Para qué quería yo ese millón de dólares, si me bastan un rincón para dormir y trabajar y una taza y un plato para beber y comer? Repartí hasta el último centavo entre los pobres, entre los que nunca fueron amados, porque nunca es demasiado tarde para ellos. Tarde es… cuando no se hace nada". Uno de esos hombres que nunca hacen nada le dijo, luego de recorrer el leprosario de Calcuta:
-Madre, la admiro. Yo no tocaría a un leproso ni por un millón de dólares…
-¿Sabe? Por un millón de dólares, yo tampoco lo tocaría.

Un periodista italiano, Tiziano Terziani, del Corriere della Sera, viajó a Calcuta:
-Madre, quiero contar su vida en mi diario.
-¿Quiere contar mi vida? Entonces, ¿por qué no viene a trabajar como voluntario entre mis leprosos? Porque hablando y escribiendo no curamos a nadie…

Leyó, en un artículo sobre ella, este párrafo: "Su obra es, sin duda, conmovedora. Pero la Madre Teresa está fuera de la realidad que señalan las estadísticas". Respuesta: "No tengo tiempo para estadísticas. Voy puerta por puerta, chico por chico, leproso por leproso. En cuanto a la realidad, tengo mejor información que muchos. Sé perfectamente que con el precio de un submarino nuclear se pueden mantener escuelas para quince millones de chicos, que veintisiete misiles cuestan lo mismo que una campaña mundial para acabar con el hambre en cuatro años, y que el banquete de la entrega del premio Nobel cuesta treinta mil dólares: un dinero que en Calcuta puede darles de comer a dos mil pobres. ¿Quieren más datos sobre la realidad?".

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Cuando se sintió morir, les dijo a las hermanas que la rodeaban: "Yo me voy, pero que mis pobres no se sientan desamparados. Ustedes seguirán adelante, y luego habrá otras y otras más. Porque si Dios me encontró a mí, seguirá encontrando…". Fueron, acaso, las últimas palabras de una mujer martirizada por una malaria crónica, un infarto, cuatro operaciones de corazón y una arritmia indomable. ¿Qué salió del arcón de su memoria en el último minuto? Nadie lo sabrá jamás. Pero es posible -y justo- arriesgar una imagen: el minuto de hace casi seis décadas en que dio la primera puntada en la primera cinta azul de las tres con que ornaría su sari. Tres tiras azules sobre blanco algodón de la India. La bandera de un mundo sin límites ni guerras ni hambre ni pobres ni enfermos. Tal vez el que Cristo le pidió fundar ese día de septiembre en que ella lavó las llagas de una moribunda.

Los enfermos, los chicos abandonados, los pobres de toda pobreza y los que nunca recibieron una caricia fueron la misión a la que dedicó su vida.

Los enfermos, los chicos abandonados, los pobres de toda pobreza y los que nunca recibieron una caricia fueron la misión a la que dedicó su vida.

Risa y oración. Nadie se imagina la fuerza que tienen estas pacíficas armas. En realidad, son mi única fuerza, y la ejerceré hasta mi último día".

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Risa y oración. "Nadie se imagina la fuerza que tienen estas pacíficas armas. En realidad, son mi única fuerza, y la ejerceré hasta mi último día".

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