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Creamfields

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Dos de la tarde y cincuenta y nueve minutos. En el viejo aeroparque de las afueras de Liverpool todos esperamos lo mismo: que caiga el último segundo para que, a las 15 en punto, el primer beat ponga a bailar hasta a las piedras. Hay siete carpas preparadas para la megafiesta.
Casi cien DJs que irán sacudiendo a todos desde las bandejas. Cincuenta y seis mil almas a punto de dar el primer salto.
PUM PUM PUM. Son las tres y Creamfields, el festival de música dance más importante del mundo, arranca su versión 2001. Entonces las chicas, los chicos, los DJs, los periodistas que estamos allí, Liverpool entero se agita como se agitará Buenos Aires, cuando esta misma fiesta llegue a nuestro país, el 10 de noviembre próximo, en el
Hipódromo de San Isidro.

El universo dance, para quienes no lo conocen a fondo, presenta algunas particularidades que quizá convenga aclarar: la música, llamada genéricamente música electrónica
(techno, house, drum'n bass, son algunos de los estilos más habituales) es un conjunto de bases rítmicas con sonidos computarizados que, amplificados dentro de una carpa o bien al aire libre, crean un clima envolvente en el que es definitivamente imposible quedarse quieto. La gente suele tener una actitud mucho más relajada y tranquila que en cualquier otro evento masivo. Algunos, los más osados, van disfrazados con colores flúo y raros peinados nuevos, aunque después de unos años de aerosoles y tinturas, esta tendencia le está dejando lugar a un look más casual, más distendido. Finalmente, la fiesta: un gran
"todo bien" donde las estrellas son los discjockeys (DJs) y no hay bandas en pugna, ni colisiones ni desbandes. Sólo el ánimo dispuesto para, ni más ni menos, pasarla bien.

Fatboy Slim, Paul Oakenfold, Chemical Brothers, Dave Clarke, Timo Mass, Sasha… un dream team con los mejores DJs del mundo podría empezar formando de esta manera. Todos ellos tocaron en Creamfields y la mayoría bajará en noviembre hasta Buenos Aires, la capital del dance en Sudamérica y una plaza emergente como pocas en el mundo. Entre los monstruos internacionales, tres argentinos brillaron con luz propia: los DJs Carlos Alfonsín, Zuker y Hernán Cattáneo (residente de la disco londinense Cream desde hace un año), quien a las cinco de la tarde salió a la bandeja de la carpa principal e hizo delirar a las casi 6 mil personas que coparon la pista, entre ellos algunos con la camiseta de la selección argentina, como Sebastián Davidsohn, de 24 años, que dice: "Vine desde Buenos Aires sólo para estar en Creamfields y no me podía perder el set de Hernán, que es un capo absoluto y lo sigo a todos lados". Cuando Cattáneo terminó lo suyo, le dejó la gente bien arriba a John Digweed, otro de los DJs estrella de
Creamfields.

"Los DJs argentinos tienen un ventaja sobre los de otros países: la versatilidad. Nosotros estamos cruzados por un montón de influencias y por eso se nos abren las puertas de lugares tan importantes como
Creamfields
", dice Cattáneo y luego agrega: "Buenos Aires es un lugar muy codiciado por los mejores DJs del mundo. Todos quieren tocar allá, saben que en la Argentina el dance emerge con mucha
fuerza
". Desde que llegó a Londres, Cattáneo es una suerte de abanderado de los DJs argentinos en Europa. "Es muy importante el camino que él está abriendo. Imaginate, nosotros estamos acá, tocando en Creamfields, que es como jugar en las ligas mayores", dice Alfonsín quien, sobre las nueve de la noche, junto a Zuker, tocó en la carpa vip del festival.

Ahora son las diez de la noche y Creamfields destella en toda su plenitud. Sobre el césped en el que alguna vez aterrizaron los cazas de la Fuerza Aérea Británica (la mítica RAF), durante la Segunda Guerra Mundial, ahora muchos se echan a reponer energías, agua mineral mediante. La cancha de fútbol donde durante toda la tarde los equipos de DJs se sacaron chispas ahora quedó desolada. Por el contrario, las carpas se inflaron de gente, y de música, y de baile y de entusiasmo. En la principal, Oakenfold despliega un sonido imparable. En la carpa 6 (llamada Bugged Out), Gorillaz, lo más parecido a un grupo de rock de todos lo que se presentaron en Creamfields, canta y toca detrás de una pantalla sobre la que proyectan sus figuras deformadas por los efectos luminosos. Más tarde, en la misma carpa, el dúo Chemical Brothers alcanza la cumbre del festival con un set irresistible y mágico. Los avisos, en voz alta y a la carrera, empiezan a reproducirse por cada rincón:
"Vamos para la 3, que está tocando Sasha" o "mejor quedémonos acá, que ahora viene
Orbital
". Algunos terminan comprobando con un tris de decepción que las leyes de la física son inapelables cuando determinan que un mismo cuerpo no puede hacerse presente en dos puntos diversos del espacio a un mismo tiempo. Qué le vamos a hacer…

A las tres de la madrugada las bandejas rugen bajo el despejado cielo inglés.

-Argentina… Maradona…-nos dice, como nos habían dicho tantas veces en el día, una chica bajo las largas antenitas que le sujetan sus pelos rubios y mientras sacude las alas de mariposa de la noche que le nacen de la espalda. Su amiga y su copia fiel, se acerca y las dos bailan abrazadas, sueltas, abrazadas otra vez. Como ellas, otras 56 mil personas se dejan llevar por la marea de sonidos. La fiesta se extiende, ineludible.

A esta hora, los incidentes registrados son igual a cero. Los ingleses, podemos arriesgar, no son gente particularmente pacifista, ni el resto de los europeos que desde la mañana llegaron a la estación terminal de Liverpool, compartiendo vagones con algunos fans de los Beatles (perfectamente distinguibles unos de otros: los dance, menos de treinta, en grupos de amigos; los beatlemaníacos, más solitarios y con los cuarenta asomando bajo las gorras negras) que llegan para las concesiones semanales. Si faltaron los incidentes fue, más bien, porque había una especie de mandato tácito que inundó todo desde las primeras horas: divertirse, eso es lo único que cuenta. 

Con un rigor de la puntualidad so british, a las seis de la mañana (ni un minuto antes, ni uno después) suena el último golpe de música. Después, el silencio que hasta hace unos instantes parecía imposible colma las carpas, nos colma. Creamfields se repliega sólo para poder volver a nacer. Dentro de algo más de dos meses. Y en Buenos Aires.
La mayor fiesta del dance también tuvo sus diosas.

La mayor fiesta del dance también tuvo sus diosas.

El festival de música dance más importante del mundo, arranca su versión 2001. Liverpool entero se agita como se agitará Buenos Aires, cuando esta misma fiesta llegue a nuestro país, el 10 de noviembre próximo, en el Hipódromo de San Isidro.

El festival de música dance más importante del mundo, arranca su versión 2001. Liverpool entero se agita como se agitará Buenos Aires, cuando esta misma fiesta llegue a nuestro país, el 10 de noviembre próximo, en el Hipódromo de San Isidro.

A veces el disfraz se reduce a un detalle: en este caso, lentes de contacto no muy tradicionales.

A veces el disfraz se reduce a un detalle: en este caso, lentes de contacto no muy tradicionales.

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