¿Cómo imaginar un mundo sin este genio? – GENTE Online
 

¿Cómo imaginar un mundo sin este genio?

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Cinco momentos en la vida de un hombre: 1958: En el Quarry Bank High School de Liverpool, un estudiante bueno para nada –aunque bastante alucinado con Elvis y todo el rock primigenio americano– convence a unos amigos y conocidos de armar una banda de rock and roll.

1970: Esa misma banda se separa. Un bajón, sí. Pero el mundo, gracias a este tipo y su banda, hace rato que no es el mismo. Algo muy pesado pasó.

1971: El estudiante bueno para nada ahora es un genio del rock, un pacifista, un poeta, un soñador, un tremendo millonario, la voz de su generación y de unas cuantas más que lo siguieron. Está casado hace rato con una artista japonesa, y saca un disco solista, Imagine, con la canción homónima, que habla de un mundo sin posesiones, con hermandad para todos, sin infierno alguno y nada que lleve a matar o morir. La idea, en principio, es buenísima.

1980: Es el 8 de diciembre en la puerta del edificio Dakota, en Nueva York, y Mark David Chapman está loco y es su fan. Lo espera, le pide un autógrafo. Y le devuelve por la espalda una bala calibre 38.

Veinticinco años sin John Winston Lennon, muerto a los 40. ¿Nada más queda? No, ni ahí, mentira: el tipo nos dejó todo. Absolutamente todo. ¿A dónde empieza? Podemos decir cosas evidentes, como que nació el 9 de octubre del ’40, en medio de las bombas alemanas, en el hospital Oxford Street, en Liverpool. Que su padre, Alfred, un marinero desertor, jamás existió en su vida –hasta que una vez volvió para llevárselo a Nueva Zelanda cuando tenía 6, y John no quiso–, y que su madre, Julia, no tuvo las ganas o el nervio para criarlo. Se fue, entonces, a los 5, con su tía Mimi, en el 251 de la avenida Menlove. A tía Mimi le pareció bárbaro: ella no tenía hijos. También estaban el tío George, y las tías Harriet, Anne y Elizabeth. El nene no estaba solo. Con el tiempo, su madre había vuelto. Eran como amigotes. Ella le enseñó a tocar el banjo.

Veamos la escena: John tiene 14, está aburrido, lo que más le copa en la vida es el rock y el pop americano –Little Richard, Chuck Berry, Buddy Holly, el Rey Elvis–, y levantarse chicas. Liverpool es una ciudad aburrida, gris, con viento gris, pubs grises. Para colmo, a John lo que menos le copaba era la matemática y otras obligaciones. La tía Mimi le había conseguido una guitarra un tiempo atrás. Arma una banda, The Quarrymen, y la onda musical es el skiffle, así, con cero presupuesto y tablas de lavar. Un pibe de los Quarrymen le presenta a Paul, de menos plata que John, que vive en una casa financiada por el gobierno, y tiene un gusto más pop que John. Ahí empieza la más alta sociedad. Después, en el ’58, entra George, que tiene tres años menos que el resto y se banca unas cuantas cargadas por ello, pero toca la viola excesivamente bien. Ringo vendría después. En julio de ese año todo vira a negro: “Viví una vida de calma ininterrumpida. No recuerdo sentirme desesperadamente triste, o inusualmente infeliz. Por desgracia, esa calma se fue cuando murió mi mamá”. La atropelló un policía borracho. El mismo fue a la morgue a identificar el cuerpo. Ese es uno de tantos traumas. Magia y pérdida.

The Quarrymen se convierte en los Silver Beetles, que después se convierte en, bueno, los Beatles. Se van a rockear a Hamburgo, una época legendaria. Ahí, consiguen un poco de sentido estético. Astrid Kircher, fotógrafa muy chic y novia de Stu Sutcliffe, miembro primigenio, les cambia los peinados: chau jopo Elvis, hola pelucón beatle. Después las cosas no paran de estallar. En casa con The Cavern, el antro rockero padre de todos los antros rockeros, el primer single, Please please me, su chica, Cynthia Powell, que conoció en el Liverpool College of Art, sería después la madre de su primer hijo, Julian, para quien John iba a ser una figura ausente. Casi lo mismo había hecho su padre. Mandan en Liverpool, mandan en el Reino Unido, John y Paul no paran de sacar hits de la galera. Es nuevo, excitante, tiene yeah, yeah, yeah: rock and roll. En 1963 tocan para la realeza. Un año después, con el legendario Brian Epstein de manager, tocan en el show de Ed Sullivan, en la tevé estadounidense, y ahí cambia todo. Cambia el mundo. Los Beatles aterrizan en el planeta Tierra. La verdadera conquista del espacio. Ergo, beatlemanía. Lennon todavía no usaba anteojos full time, la miopía no era completa. Y todavía no estaba Yoko. A los Beatles les quedan siete años de ruta. Camino largo y sinuoso.

Desde 1963 a 1970, hay dos Beatles. Los idolazos pop, así, buena onda, traje y pelo y salvajemente mansitos, con Love me do, She loves you, Twist and shout, con discos tipo Help, y películas corte Anochecer de un día agitado. Subproducto evidente: fans gritonas y singles que son hits. Y después, los Beatles pelilargos, psicodélicos, espirituales –o con el Maharishi Mahesh Yogui en la India, gurú que resultó ser un chanta–, experimentales con su música, pacifistas –protestando cada paso de Vietnam–, místicos y con droga –el LSD, cosa que John adoraba y Paul no se bancaba–. Los del Magical mistery tour, Rubber soul, Revolver, el Submarino amarillo y su alucinación subacuática, el Album blanco, la despedida triste con Abbey Road, y canciones hermosas, hermosas, como Strawberry fields forever, Get back, Helter skelter, Let it be, The long and winding road, inabarcable etcétera. Todo de John y Paul, con algo de George, y un poquito de Ringo.

Subproducto evidente: el mundo cambiado. Juventud, cultura popular, arte, la relación de uno frente al poder. Y la vida de las personas, en cierta forma, cambió. Porque los Beatles, o John, que no se las daba de gran guitarrista pero decía que se la bancaba muy bien, hicieron increíbles biografías: sobre sus propias vidas, y la vida de la humanidad. El siglo XX es el siglo de mil cosas, de lo que a vos se te ocurra, pero más que nada, es el siglo Lennon. Las razones son evidentes. Vamos: ¿a quién no le gustan los Beatles? En 1969 tocan por última vez y John se casa con Yoko en el Peñón de Gibraltar, bien en secreto; él tenía 29 años, ella, 36. En 1970, los Beatles se disuelven. Algunos dicen que fue culpa de Yoko, que se metía con cama y todo en las grabaciones de la banda. Paul y John rompen platos severamente, se odian, y luego se perdonarían. Culpable o no, Yoko lo fue todo para Lennon. La conoció en 1966, en una de sus exhibiciones de arte muy vanguardista. En 1968 empezaron a salir.

Luna de miel. No, nada de Caribe o Polinesia. Un bed-in, o vida cama adentro, por la paz. Y graban, ahí, a coro, Give peace a chance: eso, dale una oportunidad. No estaría nada mal hacerlo otra vez. Con los Beatles, John había escrito The ballad of Yoko and John, sobre todo lo que tuvo que aguantar por quererla a Yoko. Decían hasta que era fea. Yoko, una artista genial que compartió escenario con él toneladas de veces, sacó lo más singular de Lennon, con la Plastic Ono Band, el disco Two virgins y otras demencias únicas. Se pelearon, en 1973, John se emborrachó, se fue a Los Angeles, y avanzó sobre May Pang, la asistente de ambos. Pero todo volvió a la normalidad. Dos años más tarde, nace Sean, y ahí John es padre en serio. Salen los discos solistas, salen los himnos, Jealous guy, Woman is the nigger of the world, I’m losing you. Y siempre, Yoko. Acá no vale eso de que siempre detrás de un hombre hay una gran mujer, aunque Yoko, hija de familia banquera, supo manejarle los millones e invertir sabiamente. Yoko estuvo exactamente a su lado, para sus depresiones por ser un hijo rechazado, sus rayes por ser un adulto abrumado de presión y su amor puro.

A su lado, precisamente, estaba cuando volvían de grabar al edificio Dakota, el 8 de diciembre del ’80. Mark David Chapman tenía el disco Double fantasy, donde John y Yoko están en la tapa, el primer disco de él en cinco años. Lo había hecho firmar por John unos días antes. Y vuelve. Chapman tiene un arma, una Charter Arms Special calibre 38. Hace frío y lo saluda: “Mr. Lennon.” Cinco tiros, cuatro adentro. En el camino al hospital en un patrullero, John pierde el ochenta por ciento de su sangre. Hay que estar loco para matar a un genio.

Hotel Hilton de Amsterdam, 1969, John y Yoko de luna de miel, cama adentro y bregando por la paz. Contra todas las guerras, este hombre y esta imagen.

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John a los 7 con su mamá, Julia. La vio muy pocas veces en su vida. Su padre, Alfred, lo abandonó, y su madre no quiso criarlo. Lo hizo su tía Mimi. Julia murió cuando John tenía 17, atropellada por un policía borracho: el gran trauma de su vida.

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Desde Liverpool, Ringo Starr, John, Paul McCartney y George Harrison: los Beatles. Todo dicho. ¿Qué queda por decir? Cuatro pibes que cambiaron el planeta.

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En banda y a las piñas, con Muhammad Alí. Los cinco, campeones en lo suyo.

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