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Cinco horas de terror

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El viernes 16, unos quinientos piqueteros identificados con carteles de Polo
Obrero, Movimiento Territorial de Liberación (MTL), Corriente Clasista y
Combativa (CCC), Federación de Tierra y Vivienda (FTV), más travestis,
prostitutas, activistas de izquierda y vendedores ambulantes impidieron
violentamente que no se tratara la reforma del Código Contravencional en la
Legislatura porteña. El caos comenzó cuando se cerraron las puertas del Palacio
Legislativo para evitar la entrada de esos grupos, que atacaron el edificio con
piedras y armas de fabricación casera, rompieron las enormes puertas de madera,
generaron principios de incendio en la biblioteca y en la hemeroteca, y a duras
penas fueron contenidos por los empleados, que se defendieron con chorros de
agua lanzados por las mangueras de incendio (ver recuadro). Recién después de
más de cinco horas de incesante vandalismo, la policía disparó gases
lacrimógenos, pero fue peor, porque los atacantes relanzaron algunos al interior
del edificio. Saldo: trece heridos (ocho policías, cinco empleados, dos
funcionarios nacionales y dos periodistas), veintitrés detenidos (entre ellos,
cuatro menores), las oficinas de Taquigrafía y Archivo destrozadas, y un clima
de pánico que será difícil olvidar.

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Santiago de Estrada (68), vicepresidente primero de la Legislatura, fue
testigo y víctima: le destrozaron el auto y atacaron su oficina. El sábado a
primera hora volvió al edificio para dirigir los trabajos de reconstrucción.
Allí, entre los restos de puertas, vidrios, computadoras y archivos, habló con
GENTE.

–¿Cómo vivió el ataque, doctor?
–Más allá de los golpes recibidos, o de los destrozos, uno de los momentos
más dramáticos fue cuando empezaron a tirar nafta por debajo de las puertas.
Tuve mucho miedo: no por mí sino por la gente.

–¿Pidió auxilio a las autoridades?
–Llamé una y otra vez a los funcionarios del Gobierno, pero no me
contestaron… ¡y hasta desconectaron los teléfonos!

–¿Por qué se produjo el ataque? ¿Cuál es su versión?
–Este episodio ha sido tan grave, que el Código de Convivencia dejó de ser
el elemento central. La escalada de violencia fue absolutamente irracional…

–¿Temían algo semejante?
–Sabíamos que la sesión parlamentaria podía ser conflictiva porque teníamos
el antecedente de la anterior, pero…

–Pero jamás hasta ese punto.
–Desde luego. Sobre todo, porque en la sesión del viernes se iba a tratar
una parte sobre la que hay un consenso bastante general.

–A pesar de eso, ¿tomó algún recaudo de seguridad?
–Le pedí a la Policía Federal, con anticipación, que cuidara el desarrollo
de la sesión, y me aseguraron que habría vigilancia.

–¿Cumplieron?
–A las doce del mediodía, cuando empezaron a llegar los manifestantes, había
unos quince policías frente a la puerta.

–Entonces… ¿por qué pasó lo que pasó?
–De pronto, una hora después, empezaron a atacar. Presionaron a los policías
y tiraron las vallas de contención.

–¿Los policías no actuaron?
–Era evidente que tenían orden de no reprimir, porque entraron al edificio y
cerraron las puertas.

–Y ardió Troya…
–¡Y cómo! A partir de ese instante sufrimos un ataque despiadado que duró
más de cinco horas.

–¿Qué hizo usted?
–De inmediato les pedí ayuda a las fuerzas de seguridad. Y no sólo yo:
también varios diputados de distintos partidos.

–¿Respuesta?
–La misma que les dieron a Aníbal Ibarra y a Jorge Telerman, que también le
pidieron al gobierno nacional el apoyo de la policía: la orden del gobierno ni
siquiera era “no reprimir”; era “no vayan”.

–¿Con qué funcionario del gobierno habló usted?
–Mejor dicho, con cuál no pude hablar… Intenté comunicarme con Gustavo Béliz,
el ministro de Seguridad y Justicia, y no me contestó.

–Pero la policía, finalmente, llegó.
–Sí: tres horas más tarde…

–¿Cómo actuaron?
–Llegaron y se pararon en formación. Pero en cuanto los activistas avanzaron
sobre ellos, retrocedieron, subieron a los camiones… ¡y se fueron!

–¿Acto seguido?
–Imagínese cómo se envalentonaron los atacantes…

–Sin embargo, hubo detenidos.
–Sí. Unos pocos, y a las siete de la tarde, cuando lo peor había pasado.

–¿Qué fue lo peor?
–(Saca de uno de sus bolsillos algunas bolas de acero) ¡Nos tiraron con
esto! Una empleada que se cubrió la cabeza sufrió una herida en la mano. Estas
bolas de acero son metralla, y es increíble que no hayan matado a nadie.

–¿Pensaron que alguien podía morir?
–Sin duda. Y no tuvimos muertos porque nos defendimos como pudimos.

–Si los atacantes hubieran conseguido entrar, ¿qué habría pasado?
–Se lo digo sin vueltas: ¡nos mataban a todos! Por eso nos defendimos.

–¿En ningún momento tuvieron esperanza de que la policía actuara?
–Nunca. Nos sentimos completamente desamparados. Tanto que, como le dije,
llamé una y otra vez a los funcionarios del gobierno, pero me desconectaron el
teléfono.

–¿Su conclusión personal?
–Pienso que si nos mataban, al gobierno no le hubiera importado.

–¿No es una acusación demasiado grave?
–Vea: si no hicieron nada… es porque no les importaba nada.

–¿Realmente temió por su vida?
–Sí. Y con una enorme angustia por la vida de los empleados, que lucharon
como pudieron.

–¿Los empleados corrieron peligro de muerte?
–Con el humo y los gases que nos llegaban desde afuera, algunos empleados
sufrieron principio de asfixia. No quiero imaginar lo que hubiera pasado si el
gasoil que tiraron los atacantes en algunas áreas hubiera hecho combustión…
Además, cuando pasábamos por delante de las puertas, sufríamos el impacto de
todo tipo de proyectiles: baldosas, cascotes, bolas de acero. Hubo muchas
escenas de pánico.

–Se habló de zona liberada. ¿Cree que fue así?
–Totalmente. Era zona liberada. De lo contrario, ¿cómo se explica el
silencio ante mis llamados?

–¿Cómo fueron esos llamados?
–Hablé por teléfono con las radios y dije: “Por favor, por la seguridad
de las mil personas que están en este edificio… ¡Nos están atacando! ¡No tenemos
defensa! ¡Pido por favor que manden fuerzas de seguridad!
”.

–¿Por qué el gobierno no responde?
–Porque tiene un concepto totalmente erróneo: cree que reprimir es tirar
tiros. ¡Por favor! Cualquier policía del mundo, con dos camiones hidrantes, para
una manifestación.

–¿Hasta qué punto pueden llegar los vándalos?
–Si no los paran a tiempo… ¡van a querer tomar la Casa de Gobierno! Y ahí sí
que van a tener que tirar tiros, porque toda la impunidad que les otorgaron no
les va a servir para nada. Va a ser un desastre…

–¿Cree que el gobierno no contempla esa posibilidad?
–El gobierno no se da cuenta de que estamos frente a una escalada de
violencia. Sigue creyendo que se trata de episodios aislados.

–¿Cómo define el perfil de los atacantes?
–Los grupos que llevaron adelante el ataque más feroz estaban muy bien
entrenados, y hasta se comunicaban entre sí con handies.

–¿Cuántos eran?
–Ese grupo, el peor, el más activo, no llegaba a cien.

–¿Qué dijeron los legisladores durante esas horas?
–Algunos diputados de izquierda proponían dialogar… Pero tuvieron suficiente
sentido común, y se dieron cuenta de que iban a acribillarlos con las gomeras, o
molerlos a palos.

–Aníbal Ibarra retomó el pedido de una policía metropolitana. ¿Qué opina?

–Que es una luz, un político bárbaro. Vio que le convenía no quedar pegado
al gobierno, y pegó el salto.

–¿Algo le llamó muy especialmente la atención?
–Sí. Que mientras nosotros estábamos a la buena de Dios y la calle a
disposición de los violentos, la Casa de Gobierno tenía doble valla y doble
cordón policial. El gobierno cometió un error muy grave, y le va a costar muy
caro.

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De los veintitrés detenidos por los gravísimos hechos, cuatro –los menores–
quedaron libres el sábado, dos el domingo, y a los diecisiete restantes, la
jueza de Instrucción Silvia Ramond les imputó “coacción agravada y otros
delitos
”. La coacción agravada no es excarcelable y puede merecer condenas
de cinco a diez años de prisión. En este caso, la figura otros delitos
corresponde a “lesiones, privación ilegal de la libertad, incitación pública
a la violencia contra las instituciones, incendio, resistencia y atentado a la
autoridad
”.

Con un improvisado ariete, los violentos -con los travestis al frente- empiezan a derribar las enormes puertas de la Legislatura porteña luego de doblegar a los pocos policías de custodia y superar la valla de contención.

Con un improvisado ariete, los violentos -con los travestis al frente- empiezan a derribar las enormes puertas de la Legislatura porteña luego de doblegar a los pocos policías de custodia y superar la valla de contención.

A la una y media de la tarde, los atacantes, sin que nadie lo impidiera, intentaron entrar al Palacio por las ventanas, provocaron principios de incendio y arrojaron piedras, bolas de acero y proyectiles disparados por armas de fabricación casera contra los empleados, funcionarios y legisladores refugiados e indefensos dentro del edificio.

A la una y media de la tarde, los atacantes, sin que nadie lo impidiera, intentaron entrar al Palacio por las ventanas, provocaron principios de incendio y arrojaron piedras, bolas de acero y proyectiles disparados por armas de fabricación casera contra los empleados, funcionarios y legisladores refugiados e indefensos dentro del edificio.

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