Cerca de la boda, pero con viento y marea… – GENTE Online
 

Cerca de la boda, pero con viento y marea...

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Espero que no llueva. Es lo único que falta… Lo dijo para sus adentros, un
segundo después de rastrear el plomizo cielo del helado domingo de invierno
(febrero 13) que azotó a Londres, al salir de la iglesia St. Leonard´s (Didmarton),
cercana de Highgrove, la casa de campo real en la que pasa sus "largos,
ociosos y costosos fines de semana
", como suele escribir cierta prensa que
sigue sus pasos con tenacidad de perro de presa. Ese "es lo único que falta",
en boca del príncipe Carlos, fue mucho más que un banal comentario
meteorológico, sobre todo si se tienen en cuenta la abundancia y calidad de su
colección de paraguas (los mejores del mundo). Parado en la escalinata de la
iglesia y del brazo de Camilla Parker-Bowles, su amante desde hace tres décadas
y su mujer a partir del 8 de abril que se acerca, inexorable (él, grueso saco
beige; ella, tapado verde y botas altas), repasó los pros y contras que rodean
la boda, anunciada oficialmente por la Casa Real en un tan parco como almibarado
texto ("Todos estamos felices", decía).

"Todos" son: su madre, la reina Isabel II, sus hijos, William y Harry,
el premier Tony Blair y hasta el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams. Sin
contar a los novios: Carlos le pidió casamiento "con una rodilla en tierra, y
yo sentí que bajaba del cielo a esa misma tierra
", confesó Camilla. Pero el
trasfondo de esa novela rosa -o culebrón, según se mire- es de aguas
encrespadas. Pugna número uno: por decisión de la Corona, Camilla no podrá ser
llamada reina ni princesa de Gales: apenas duquesa de Cornwall y, cuando Carlos
llegue al trono, princesa consorte. Clara consecuencia de dos escollos
insalvables: los dos son divorciados, los dos fueron adúlteros. Sin embargo,
Carlos, que hasta ahora aceptó todas las reglas del juego porque no ignora que
su madre detesta a Camilla -nota: tampoco aceptó a Diana Spencer, Lady Di-, urde
un ambicioso plan: ser coronado junto a Camilla en la abadía de Westminster -la
ceremonia más fastuosa del mundo occidental-, y lograr el apoyo de Isabel II, el
pueblo y el Parlamento para que su mujer en las sombras sea iluminada por las
mil y una piedras preciosas de la corona que ungió a Isabel I, a Victoria, a su
abuela (la reina madre, que murió centenaria), y que hoy luce la irritadísima
Isabel II. Pero no será fácil, porque a escasos veinte días de la íntima boda en
el castillo de Windsor -será una ceremonia civil, y sólo irán la familia y unos
pocos invitados especiales-, a Carlos se le acaba de abrir otro frente de
batalla: sus hijos William y Harry. William (futuro rey si Carlos abdica: una
posibilidad que nunca dejó de barajarse), más parco, prefirió "un silencio
hosco
", según los pasillos de Buckingham, pero Harry, el menor, declaró que
ese casamiento no debe concretarse "porque es una falta de respeto a la
memoria de mi madre
", se niega a seguir viviendo en Clarence House, la
residencia que comparte con su padre y su hermano pero ocupada también, desde el
día del compromiso matrimonial, por Camilla, y está jaqueado por sus
aristócratas compañeros del célebre y más que exclusivo colegio de Eton,
que se burlan "de su loca madrastra", como apuntan los sensacionalistas
pero a veces muy veraces tabloides ingleses. El contraataque de Carlos no
resulta muy convincente.

Según les confesó a sus amigos más íntimos, el casamiento con Camilla, final
de una relación irregular que es la perpetua comidilla del periodismo y el
pueblo, lo ayudaría a controlar desde el ejemplo al muy incontrolable Harry, que
a sus cortos veinte años ya ostenta una colección de borracheras, experiencias
con drogas, amoríos con modelos y con estrellas del porno, y hasta el último
escándalo: presentarse disfrazado de oficial nazi casi sobre el sesenta
aniversario de la liberación del monstruoso campo de extermino de Auschwitz… Por
ahora, Camilla sonríe y muestra su largo dedo anular ornado por el anillo de
compromiso que le regaló Carlos: de platino, con un diamante cuadrado en el
centro y tres bandas de brillantes a los costados, patrimonio de la Casa Real
desde hace más de un siglo, y espera el momento de lucir la alianza de boda
-nueve kilates- que Carlos le compró, en persona, en la mítica joyería The
Goldsmiths Company
.

Llegado el Día de San Valentín, día de los enamorados, Camilla le regaló… una
galleta escocesa con un corazón: dignísima muestra del proverbial sentido de la
economía que ostentan los hijos de Escocia. El, más dispendioso, piensa
sorprenderla con Rosmarth Rompole, un brioso pony negro de quince mil euros del
que ella quedó prendada al verlo trotar por Balmoral. Por ahora, Camilla sonríe,
a espaldas de los nubarrones. Pero todavía puede llover muy fuerte…

Febrero 10. Carlos y Camilla, en la residencia Clarence House, acaban de anunciar su boda: 8 de abril, castillo de Windsor, ceremonia civil. Ella muestra el anillo de compromiso (histórico, de la Casa Real) que le regaló su amante. En la foto, todos felices. Fuera de cámara, no tanto.

Febrero 10. Carlos y Camilla, en la residencia Clarence House, acaban de anunciar su boda: 8 de abril, castillo de Windsor, ceremonia civil. Ella muestra el anillo de compromiso (histórico, de la Casa Real) que le regaló su amante. En la foto, todos felices. Fuera de cámara, no tanto.

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