“Casarme fue el homenaje que quise rendirle a Adriana” – GENTE Online
 

“Casarme fue el homenaje que quise rendirle a Adriana”

No me dejen solo”, la más frecuente de sus frases en los cierres de los infinitos programas de radio y tevé y de las infinitas notas que escribió en más de seis décadas de periodismo, fue más que un eslogan. Porque Bernardo Neustadt (82) es un solitario… que no puede estar solo. Eso explica (en parte: la vida siempre es más misteriosa que su cáscara) sus cuatro matrimonios. El primero (1946, a sus 22 años), con Josefina Nicolás; el segundo, con Any Costaguta: veinte años juntos; el tercero, con Claudia Cordero Biedma: diez años de duración; y el que acaba de concretar, en silencio, lejos de la más mínima aproximación mediática, con Adriana Díaz Pavicic (44): jueves 2 de agosto, mediodía, Registro Civil de San Isidro.
Asomarse a sus confesiones –es el periodista más entrevistado del país, así como también el más polémico– es descubrir las claves de esa soledad contra la que luchó tenazmente. “Fui un chico muy alejado de mi padre y de mi madre. Muy sin contacto. Entre los seis y los doce años estuve pupilo en un colegio de los hermanos maristas. A los catorce, mi padre me echó de casa, convencido de que el periodismo, el destino que yo había elegido, era un refugio de bohemios, vagos y borrachos. A esa edad yo ya trabajaba en el diario El Mundo, y cuando llegaba tarde –el diario era matutino, cerraba pasada la medianoche–, me decía: ‘Esta casa no es un cabaret’. Por fin, una noche, agarré un traje, un pantalón, una camisa, un par de zapatos, y me fui para siempre. A mi padre no volví a verlo hasta su muerte”.

Entre el rigor de su casa y el del colegio religioso, dice, “me quitaron toda la ternura. Siempre fui un chico triste, encerrado en mí mismo, echándole la culpa al mundo por la falta de amor. Hoy, pasados tantos años, lo que más me gusta es que me digan ‘te quiero’. La soledad me hizo muy desapacible para la relación humana. He cambiado bastante, pero todavía tengo algo de solterón maniático…”.

Sin embargo, jamás esquivó definirse como “muy tierno, pese a la imagen de dureza que muestro... Soy tierno, muy romántico... En ese sentido, casi un chico que necesita un hogar, amparo, amor, refugio…”. Pero Neustadt también se ufanó de su poder de seducción. Hace unos años, en el living de su casona de Martínez, le dijo a una periodista: “Soy un seductor, pero sin tiempo”. Y después de separarse de Claudia Cordero Biedma, sobre el final de un reportaje, y mirando el enorme living vacío, Bernardo se confió así ante un colega: “¡Qué gran casa para tan grande soledad!”.

Pero nada es para siempre. Hace cuatro meses, al caerse en una escalera de su casa de Punta del Este, se rompió seis costillas. El accidente fue más grave de lo que pareció al principio: hubo que traerlo a Buenos Aires en un avión sanitario, internarlo en el Sanatorio Otamendi (terapia intensiva), y ya en su casa, padeció dolores muy intensos durante largas semanas. Pudo haber muerto. Ya convaleciente, aceptó una charla con GENTE, y por primera vez habló de Adriana. “Todo empezó el sábado anterior a Semana Santa. Estuvimos (un plural revelador) siete horas en el Aeroparque… ¡para viajar veinte minutos! Uno de los misterios argentinos… Llegamos a Punta del Este a las ocho de la noche. Al otro día me levanté a las ocho menos cuarto, y como perdí pasión pero no velocidad, miré el horizonte y grité: ‘¡Adriana, mirá qué mañana maravillosa nos tocó!’. Fui arriba a buscar un libro, rodé escaleras abajo, pegué contra el piso, me levanté, y con esa voluntad mía de persistir, le dije a Adriana: ‘No pasó nada’. Y me desmayé…”. Después, la charla discurrió por otros temas. Entre ellos, la soledad. Pero el nombre Adriana había sido pronunciado dos veces, de modo que la pregunta era insoslayable:

–¿Quién es Adriana?
Y la presentó así: “Adriana Díaz Pavicic tiene treinta y ocho años menos que yo: 82 contra –o a favor de– 44. Es abogada, pasó por las aguas oscuras del periodismo, fue profesora de la materia Lenguaje Radial en la Universidad Católica, tiene tres hijos grandes –una muchacha de 18, un varón de 16, una nena de 14–, y es una luciérnaga en el cielo, bañada por aguas divinas, que se cruzó conmigo en un acto cultural del Sheraton de Pilar… ¡y aquí está! Es una criatura plena de inocencia. Casi miedosamente inocente. Le advertí todo. Le dije que un día me voy a morir. Pero ella nació para dar… y yo no estaba acostumbrado a recibir. No sé cuánto más voy a vivir. Pero lo que estoy viviendo (lo que estamos viviendo), lo que me falta, lo estoy viviendo muy bien”.

Luego llamó a Adriana:
–Subí. Quieren tomarnos una foto.
Subió. Sin resistencia (apenas un gesto de “no, no me gusta, ¿para qué?”), pero incómoda. No fue difícil advertir que su bajo perfil no es pose, y mucho menos remilgo. Que, mujer de un Bernardo inevitablemente mediático, ha puesto contrapeso en el otro plato de la balanza. Tanto, que se paró junto a él, lo abrazó, sonrió, el fotógrafo apretó el disparador (una vez…), y ella se perdió escaleras abajo…

Quien esto escribe fue, durante dos años, profesor en la UCA, y solía verla los lunes por la mañana en la Sala de Profesores. Se sabía, por chimentos de la sección Espectáculos de algunos diarios, que vivía con Neustadt. Pero ella jamás dejó abierta una brecha para que sus colegas deslizáramos el tema. Su nivel de intimidad no pasaba de comentar su suerte en el torneo de golf del domingo (dicen que es buena jugadora…). Eso, alguna referencia a sucesos de actualidad, y punto. A clase…
Terminada aquella entrevista con GENTE, Bernardo, todavía dolorido por las fracturas, caminó hasta el dormitorio, se sentó en el borde de la cama, llamó a Adriana, le pidió que oscureciera totalmente el lugar, e invitó a ver y escuchar al cantante italiano Ricardo Cocciante en una gran pantalla de plasma. La última escena que vieron el redactor y el fotógrafo fue a la pareja, con las cabezas juntas y en la casi total oscuridad, callados, casi hipnotizados por la música.

La semana pasada, quien esto escribe, y ante la noticia del casamiento –que se publicó casi en sordina y sin precisión de fecha– habló con Neustadt:

–Bernardo, ¿te casás?
–Sí. Es un homenaje que quiero rendirle a Adriana.

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Y ni una palabra más. Excepto su terminante “No” al pedido de una entrevista con los dos para hablar de su vida juntos, del paso que finalmente dieron el miércoles 1º de agosto, de lo que vendrá (título de un famoso tema de Astor Piazzolla, del que Bernardo es fanático; de él, de Johann Sebastian Bach, de la polenta, del arroz con leche, y de los buñuelos de banana: se ignora si Adriana Díaz Pavicic tiene destreza culinaria para intentar esas tres aventuras gastronómicas).

Esbelta, rubia natural (esa especie en extinción, según la sección Ciencia de los diarios de hace dos semanas), de ojos celestes, de apariencia más joven que los 44 años anotados en sus documentos, discreta hasta el casi anonimato, opera como secretaria de Bernie, instala cada semana, por mail, las columnas que su ahora marido escribe en Ambito Financiero, lo admira con devoción, y acaso esté llamada a ser su última mujer. Un rol de privilegio. Porque, como dijo Honoré de Balzac, “lo importante no es ser la primera mujer de un hombre, sino la última”.

Bernardo y Adriana hace cuatro meses, en la mansión de Martínez, mientras él se reponía de un accidente que le costó seis costillas rotas y peligro de muerte.

Bernardo y Adriana hace cuatro meses, en la mansión de Martínez, mientras él se reponía de un accidente que le costó seis costillas rotas y peligro de muerte.

“Me crié sin afectos, en soledad, como un chico triste y desesperado, esperando que  alguien le dijera ‘te quiero’. Y ese trauma me duró toda la vida”

“Me crié sin afectos, en soledad, como un chico triste y desesperado, esperando que alguien le dijera ‘te quiero’. Y ese trauma me duró toda la vida”

“Adriana es una luz divina, pura inocencia, que llegó a mi vida. Le advertí todo. Le dije que un día me iba a morir. Pero no le importó, porque ella nació para dar”

“Adriana es una luz divina, pura inocencia, que llegó a mi vida. Le advertí todo. Le dije que un día me iba a morir. Pero no le importó, porque ella nació para dar”

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