Cada vez más jóvenes, cada vez mas violentos – GENTE Online
 

Cada vez más jóvenes, cada vez mas violentos

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La jueza Marta Pascual miró fijo a Miguelito, y le dijo: "Prometo que siempre te voy a decir la verdad, pero también te garantizo que con tu caso voy a ser du
ra
". El chico de flequillo y cara regordeta, de sólo 14 años y aún con la resaca del alcohol de la noche anterior, rompió a llorar. Horas antes de ese encuentro en un despacho del Juzgado de Menores de Lomas de Zamora, había participado del asalto y la dramática toma de rehenes -junto a dos cómplices y a punta de pistola- en el supermercado Eki de Avellaneda. Al rato, ya en su solitaria celda de la comisaría 1ª de Lanús, frente a un televisor, jugaba con un Play Station que le prestó otro recluso. Como muchos chicos de su edad, pero sin libertad. Sin alegría. Como tantos chicos que hoy salpican la crónica roja.


ALCOHOL Y GOLPES.
Miguel Angel Burgo nació el 18 de abril de 1988. Su padre, Rubén Julio (44) es panadero. Gana unos 10 pesos por día. Su madre, Milva Celi Lezcano (45) es empleada doméstica. Miguelito va a sexto año de la EGB en la
Escuela Número 1 de Avellaneda y es el menor de cuatro hermanos. Uno de ellos, del que sus vecinos solo atinan a recordar su apodo,
Cuca, está internado en la colonia Open Door, víctima de esquizofrenia. Un tío, hermano de su madre, murió en la Guerra de Malvinas. Su breve casa del Pasaje Medina, en Villa Tranquila, no tiene ventanas a la calle. Igual que la celda que hoy lo aloja.

La vida de Miguelito, de acuerdo con la investigación, está signada por el desamparo. Una fuente judicial señaló: "El padre es alcohólico… Y algunas cosas más que surgieron de los testimonios recogidos son claves para determinar que el chico no debe estar con la familia. Pero no es ladrón ni malviviente, es un hombre que trabaja mucho. El chico se lleva mal con él, y bien con la madre. Pero se les fue de las manos…".

El domingo por la noche, la madre, casi sin querer, refrendó esas palabras: "Los dos tenemos que ayudar, el que tiene que poner más voluntad es mi marido, él también necesitaría tener apoyo psicológico. Sé que le va a doler lo que digo porque entre nosotros hubo un tiempo en que nos aislamos. Yo no puedo hacer más nada, yo quiero vivir…". Y también dijo: "Miguelito es chico, pero entiende mejor que un grande". El padre, en cambio, afirmó: "Se tomó todo. Yo hasta ahora no podía creer que él tenía la costumbre de tomar". Los investigadores no le creyeron.

En fuentes del juzgado señalan que "si bien el menor es inimputable y no se lo puede penar como a un adulto, tiene trastornos por los cuales no puede estar circulando en la comunidad. Es peligroso para los demás y para él mismo. Se lo puede tener bajo amparo hasta los 21 años. Hay que ponerle una mirada muy especial porque tiene problemas". Por eso, insisten, "de ninguna manera la jueza le dará la libertad. Estará un tiempo en la comisaría y luego irá a un instituto de menores". Una de las medidas será exigirle al padre un tratamiento, y si no lo cumple, alguna sanción podría recaer sobre él.

Si bien Miguelito no registra antecedentes policiales (jamás estuvo en el Instituto Almafuerte de La Plata, como se dijo), sí habría participado en una amarga reyerta entre hinchas a la salida de la cancha de Independiente. Y este elemento sería otra de las causas que convencieron a la jueza para no devolverlo a su ¿hogar?
Miguelito -y no Chucky, como lo bautizaron algunos medios- quizá no sepa qué le ocurrió en la tarde del 19 de julio. Según los investigadores, habría estado bebiendo desde la misma mañana de ese viernes. 

NOCHE DE TERROR
. -En cana no voy, vieja. Yo los mato a todos y después me boleteo -gritó
El Oreja antes de colgar el auricular.

Gisella Gómez, una de las cajeras, asimiló tales palabras con un escalofrío. Fue tal vez el instante más tenso de esa noche. Los otros rehenes también se paralizaron. Afuera del local flotaba un silencio no menos ominoso, pese a los casi 400 policías que habían establecido un cerco alrededor del supermercado, ubicado en Pavón al 2300, Gerli. Y pensar que el robo había sido planeado como un golpe de fácil ejecución.

Cuando los tres delincuentes ingresaron al supermercado, en las cajas solo había 35 pesos. Entonces comenzaron a desvalijar a los clientes: 11 mujeres, tres chicos y cinco hombres, quienes fueron encerrados en una habitación ubicada en el fondo del local. Allí, junto a la puerta, había una caja de seguridad. Y uno de los asaltantes le pidió a la encargada que la abriera. Pero la caja tenía un mecanismo que retrasaba 40 minutos esa apertura. Eso desencadenó una oleada de tensión.

-Tengo ganas de matar. Y creo que te vamos a bajar a vos -dijo, dirigiéndose a la encargada, uno de los asaltantes, que respondía al apodo de Chispita. Se trataba de Cristián González (18) .Miguelito, en tanto, se empinaba una botella de ananá fizz. Gabriel Verón (19), más conocido por
El Oreja, llevaba la voz cantante y, embelesado por el misterio de esa caja fuerte, decidió esperar esos 40 minutos. Los asaltantes, entonces, apagaron las luces y cerraron la puerta principal.

A las 19:30 un patrullero de la comisaría 1ª de Lanús pasó por la avenida Pavón. Era una recorrida de rutina. Pero la oscuridad del local, que habitualmente cierra a las 22:00, llamó la atención de los policías. Uno de ellos se bajó y tocó el timbre. Entonces un asaltante se puso la campera de un custodio del supermercado, a quien habían obligado a disfrazarse con el delantal del carnicero. Juntos fueron a la puerta y dijeron que el local estaba cerrado por un corte de luz. El policía no les creyó.

Asaltantes y rehenes no percibieron el operativo que se había desplegado en torno a ellos. Los minutos pasaban; empleados y clientes seguían encerrados en esa habitación, mientras los atracadores matizaban la espera bebiendo copiosamente. Quien más le daba al trago era Miguelito, que viajaba del ananá fizz al champagne, con escala en la cerveza y el whisky. Finalmente la caja de seguridad se abrió, exhibiendo unos 2.000 pesos. Los asaltantes se disponían a salir cuando El Oreja retrocedió, al grito de: "¡Está toda la gorra afuera! ¡Yo no me entrego!".

Uno de los rehenes fue clave para tranquilizar a los delincuentes: Mario Frugoni, un joven discapacitado que había entrado al
Eki segundos antes del asalto. "Les dije que llamaríamos a un fiscal, a un abogado y a los medios, para que se entreguen con todas las garantías", contó luego a GENTE. "En todo momento nos trataron bien. Incluso, lo primero que hicieron fue liberar a una mujer con sus dos hijos. También ofrecieron dejarme ir. Pero no quise".

Sin embargo, desde la calle no se percibía ese clima cordial entre asaltantes y rehenes. Por el contrario, los uniformados -primero al mando del comisario Edgardo Budó y luego con el comisario Claudio Smith al frente del comité de crisis- estuvieron tres veces a punto de matar a los asaltantes. Esos picos de tensión se produjeron a las 21:30, cuando los delincuentes apuntaron sobre un grupo de periodistas; a las 22:05, cuando uno sacó a una rehén con un arma apoyada en su cabeza y, finalmente, cuando desde el local se oyó el sonido de un disparo.

Con las horas, las demandas iniciales de los pistoleros -una camioneta para huir con los rehenes- se fueron reduciendo. Finalmente sólo clamaron por un teléfono celular, para hablar con sus familias. Y lograron hacerlo. En el local, el clima ya era menos hostil; los asaltantes continuaban con su orgía alcohólica, cosa que parecía relajarlos. Miguelito, tras devorarse un enorme sándwich regado con ginebra, se descompuso. Una rehén lo asistió mojándole la nuca. Finalmente, les devolvieron a sus víctimas los efectos robados. "Los clientes comenzaban a preguntarse si podrían llevarse los artículos que habían ido a comprar. Y los chicos les propusieron que, además, se lleven todo lo que quisieran", aseguró
Frugoni.

Desde la calle, en tanto, Mario Gómez, el padre de la cajera Gisella, deambulaba con desesperación entre policías y curiosos. Como todos los días, había ido a buscar a su hija al trabajo sin imaginar que recién se reuniría con ella al filo de la madrugada, luego de que, con las manos en alto, los delincuentes se entregaron. "La pasamos fiero -admite ahora Gómez-. Nadie nos daba información ni contención. Al irrumpir la policía en el local, uno de ellos se paró sobre la espalda de mi hija, que estaba tendida en el suelo. Por suerte no hubo víctimas fatales. Pero ahora, ¿cómo nos sacamos el miedo de encima".

A la medianoche, renació la calma. Para los tres delincuentes, y en especial para Miguelito, estaba por llegar la parte más dura de esta historia.


LA DECISION.
Marta Pascual es la titular del Juzgado 5 de Lomas de Zamora. Dirigió el Consejo Provincial del Menor y fue asesora de
UNICEF. También está al frente del Hogar Pimpinela, ya que es íntima amiga de Lucía Galán. El viernes, a la salida de un banco, la quisieron asaltar. Un moretón en su brazo es el recuerdo del intento. Hoy tiene a cargo la causa de Miguelito, caratulada como tentativa de robo calificado en banda, tenencia de arma de guerra y privación de la libertad. En exclusiva habló con GENTE: "Los adolescentes no encuentran un camino. Ellos sabían que en cualquier momento morirían, y no les importaba. Tampoco a Miguel. Viven el momento. Si matan a alguien no les parece tan importante, y si mueren tampoco. Ahora Miguel nos puede dar mucha lástima, pero sale, vuelve a tomar en la esquina de la casa y comete otro hecho similar. Por eso no lo voy a dejar en libertad".

El viernes, además del intento de robo, la jueza vivió otro hecho insólito: "En la Alcaidía tenemos chicos tan chiquitos que las celdas no los pueden contener. Entran y salen por las rejas, de costado, como si nada. La policía tuvo que recuperar a dos de ellos, de 12 y 13 años, que habían robado por esa zona. Y aun con diez efectivos costó dominarlos
".

Pero en este mundo del revés, todo puede pasar. Domingo, 23:05. Avenida Corrientes y Pueyrredón. En un Fiat Duna azul, los padres de Miguelito viajan en silencio tras su participación en Hora Clave. Al volante, un voluminoso morocho con camiseta de Boca y pulóver color terracota, que dice llamarse Gustavo y ser primo del menor. Los periodistas de GENTE le solicitan un reportaje a los padres de Miguelito. La respuesta, desde la ventanilla, no se hace esperar: "En la tele nos pusieron cinco lucas, ¿cuánto pagan ustedes? Anotá este número de teléfono y llamá…!". Dos cuadras más, y se detiene a parlamentar. "Mirá, si se ponen tienen la nota con los padres, los hermanos, fotos de él cuando era chiquito, todo… Ah, y no habla con nadie más". La respuesta llegó pronto:
"No". La negativa tiene explicación: el periodismo no debe hacerles el juego a quienes pretenden convertir la historia de un delito en una mercancia. Y mucho menos debe transformar a los Miguelitos y sus familias en personajes disputados a cualquier precio por los medios.

Mientras tanto, a la misma hora que un operativo de 400 policías rodeaba a los tres delincuentes, a pocas cuadras de allí, en el Hospital Gandulfo de Lomas, una chiquita de un año, Rocío, casi muere de neumonía porque no había una cama de terapia intensiva para internarla. A las tres de la mañana, tras desesperados esfuerzos, la jueza Pascual -la misma que tiene decidido no dejar en libertad a Miguelito- consiguió una en la Casa Cuna Bonaerense. Y Rocío se salvó.

Miguelito y Rocío, dos caras de la Argentina de hoy, llena de inseguridad y miserias.

por Hugo Martin y Ricardo Ragendorfer
informe: Darío Ríos
fotos: Leandro Montini, Matías Campaya, Maximiliano Vernazza y Diego Soldini

Miguelito secundó a sus cómplices durante las negociaciones. Ya mareado por el alcohol, depuso las armas y se entregó a las fuerzas policiales.

Miguelito secundó a sus cómplices durante las negociaciones. Ya mareado por el alcohol, depuso las armas y se entregó a las fuerzas policiales.

Miguelito, conducido ante la jueza. Le aguarda un futuro incierto,  lejos de su familia. A la derecha, Rubén y Milva, quienes admiten no tener control sobre su hijo.

Miguelito, conducido ante la jueza. Le aguarda un futuro incierto, lejos de su familia. A la derecha, Rubén y Milva, quienes admiten no tener control sobre su hijo.

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