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Atrapado y sin salida

Esto es Al Dawr, un villorio de granjas mochas, de tierra seca y yerma, a
veinticuatro kilómetros de la ciudad de Tikrit, a ciento ochenta de Bagdad. A
las 20 horas del sábado, con seiscientos soldados de la Raider Brigade,
perteneciente a la 4ª División de Infantería comandada por el mayor general
Raymond Odierno, armados hasta los dientes en la arena del lugar. Operation Red
Dawn -Operación Amanecer Rojo-, es el eufemismo. Y en un agujero, en el patio de
una de esas granjas, tapado por ladrillos y una alfombra plástica, lo que esos
seiscientos buscan. Un túnel de 1,80 metro para una suerte de madriguera, con un
ventilador y un ducto de aire para respirar. Tuvieron que cavar. Y ahí,
agazapado, la presa tan buscada: Saddam Hussein. Está armado con dos
ametralladoras AK-47, más una pistola al cinto. Sin embargo, el hombre que por
más de dos décadas manejó a su antojo los destinos de Irak a fuerza de balas y
sangre, no dispara. Sucio, con una barba que le sobrepasa el cuello, se rinde
sin condiciones. Pocas horas después, el teniente Paul Bremer, administrador
estadounidense en Irak, aúlla: "Señoras y señores, lo tenemos." Los periodistas
iraquíes presentes lloraron de júbilo, y clamaron: "¡Mátenlo!" Lo tienen, es
suyo. Lo han capturado.

Y lo habían buscado, con más intensidad desde el 20 de marzo pasado, cuando las
fuerzas aliadas comenzaron a arrojar sus bombas sobre Bagdad, en el asalto final
de la primera gran guerra de este siglo. Y al momento de hallarlo, ni siquiera
fue necesario presionar el gatillo. Es más, sus captores lanzaron entre ellos un
"Merry Christmas" adelantado, encendieron cigarros, y sonrieron. La sorpresa -la
ironía, tal vez- no era para menos.

¿Dónde estaba Hussein?, era la pregunta del millón de dólares, con incontables
especulaciones detrás. Túneles, bunkers, mil lugares en el planeta. Y lo
hallaron, en una ratonera, a pocos kilómetros de donde había nacido, el 28 de
abril de 1937. El rancho en el que lo hallaron pertenecía a un tal Qais al-Nameq,
uno de los valets de Saddam, cuyos dos hijos también fueron detenidos junto con
Hussein. Allí, tenía a su disposición una cocina y un pequeño living. La pista
que llevó a su detención habría llegado desde El Líbano, de boca de una de las
cuatro esposas del dictador, Samira Shahbandar. Al estallar la guerra, ella fue
enviada a Siria, de allí a El Líbano, con cinco millones de dólares en su
bolsillo.

Al parecer, Hussein tenía decenas de escondites similares. En su hoyo tenía en
un maletín 750 mil dólares en billetes de cien, que de poco y nada iban a
servirle. Ningún teléfono celular o sistema de comunicación que lo uniera a los
pocos seguidores que le quedaban. Esa misma noche, fue transportado a una
locación secreta, sus dientes y muestras de ADN inspeccionados y cotejados con
muestras conservadas en el Pentágono para descartar que se tratara de uno de sus
tantos dobles. "Es él", certificaron. Le dieron la chance de un baño y una
afeitada. En todo el proceso, Hussein no mostró resistencia. Y hasta se
evidenció amistoso. Entonces, había que contactar al hombre al mando.

Donald Rumsfeld, secretario de Seguridad, había estado una semana antes en Irak,
agitando su mano para acelerar la inminente captura. Y fue el encargado de dar
la gran noticia en Camp David -su refugio de fin de semana- a George W. Bush, a
quien esta captura le viene al dedillo para sus sueños de reelección en el 2004:
"Lo tenemos, señor Presidente". Al día siguiente, en cuatro minutos, desde su
despacho de la Casa Blanca, Bush dio el anuncio: "Ya no han de temer al dominio
de Saddam Hussein. Una oscura y dolorosa era ha terminado. Un día de esperanza
ha llegado".

Toda la operación para exhibir al dictador atrapado había nacido en un plan
diseñado meses antes por Gary Thatcher, ex periodista y director de
comunicaciones estratégicas de la Coalition Provisional Authority en Irak. Había
una cuestión de fondo: no exhibir a Saddam como un héroe o un mártir. Ni mucho
menos despertar dudas de la veracidad de la captura.

Y ese mismo domingo 14 de diciembre, fue la hora del interrogatorio. Saddam
decidió despistar, y callarse la boca. Al recibir un "¿Cómo está?", arrojó:
"Triste, porque mi pueblo está oprimido". De aquellas armas de destrucción
masiva -el gran motivo que desencadenó la guerra- dijo: "Por supuesto que no las
teníamos. Los Estados Unidos las soñaron para hacernos la guerra"
. Y, sin
ruborizarse, negó cualquier conexión con Osama Bin Laden.

El Pentágono le ofreció garantías acordes a un prisionero de guerra según la
Convención de Ginebra. Saddam no será torturado, golpeado y humillado, como
tantas veces él mismo hizo o mandó hacer a sus opositores desde su ascenso
absoluto al poder en 1979. Su caída fue menos digna que la de sus hijos, Uday y
Qusay, quienes murieron ante los misiles en su refugio de la ciudad de Mosul
este julio, pero disparando para vender caras sus vidas.

Ahora, le espera el juicio a Saddam Hussein. Será entregado al Governing Council,
la coalición provisoria que rige Irak. La Casa Blanca promete colaboración:
"Tiene que haber un juicio público en que queden al descubierto todas las
atrocidades",
dijo Bush. El cargo: Crímenes contra la Humanidad. Si es hallado
culpable, podrá ser condenado a muerte. Mientras tanto, hay júbilo en las calles
de Irak. Una nueva página comienza en un país riquísimo donde la inmensa mayoría
de la gente vive en la pobreza.

Saddam, tan sólo un año atrás, en su jura como presidente en Bagdad. Cien por ciento de los votos y único candidato.

Saddam, tan sólo un año atrás, en su jura como presidente en Bagdad. Cien por ciento de los votos y único candidato.

Fue capturado sucio y barbado, casi irreconocible. Le ofrecieron una ducha y una afeitada, más que una muestra cordialidad, una forma de comprobar que se trataba del dictador y no de uno de sus doble.

Fue capturado sucio y barbado, casi irreconocible. Le ofrecieron una ducha y una afeitada, más que una muestra cordialidad, una forma de comprobar que se trataba del dictador y no de uno de sus doble.

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