Arthur Miller (1915-2005) – GENTE Online
 

Arthur Miller (1915-2005)

"Lo que se ve desde el suelo es un par de zapatos negros y puntiagudos,
uno de ellos moviéndose con nerviosismo, y más arriba la pollera de color
ciruela que sube desde los tobillos hasta la blusa, y más arriba aún, la cara
joven y redonda, y los cambiantes tonos de su voz mientras parlotea por teléfono
con una de sus dos hermanas
."

(Primera visión de Augusta, su madre, en la casa natal de Harlem, Nueva York,
capítulo I de Vueltas al Tiempo, autobiografía de Arthur Miller.)

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Larga y triste fue la noche del jueves, décimo día de febrero, en esa casa
-enorme, desordenada, regada de libros- de Roxbury, Connecticut, reino de Arthur
Miller desde 1956, en la que él y Marilyn Monroe, su mujer entre ese año y 1962,
escribieron (sin letra impresa) una extraña pieza teatral: la casi imposible
historia de amor entre el paradigma del intelectual judío y el mayor mito sexual
de Hollywood. Larga y triste. El agotado corazón de Miller se detuvo, por fin y
no sin lucha, apenas ocho meses antes de cumplir sus 90 años en la Tierra, y dos
años después del cuarto renacimiento: su romance con la pintora Agnes Bailey, de
apenas 34, que empezó con una frase digna del escenario:

-Pero, ¿Arthur Miller vive? ¡Yo creí que estaba enterrado hace mucho
tiempo!
Lo dijo, Agnes, unos minutos antes de que un amigo en común los presentara.
Era el otoño de 2002. Seis meses más tarde, Agnes no sólo dormía con Miller en
la misma cama que albergó el perfecto cuerpo y la profunda neurosis de Marilyn:
juraba ante la prensa que "estoy absolutamente enamorada de ese hombre".

LA VIDA EN TRES ACTOS. Decir que con Miller muere el último gigante
del teatro del siglo XX -los otros fueron Eugene O´Neill y Tennessee Williams-
es casi un cliché. No lo es, en cambio, afirmar que pocas veces vida y obra
estuvieron tan dramáticamente ligadas. Hijo de Isidore y Augusta Miller,
inmigrantes polacos; su padre, dueño de una fábrica de ropa, fue a la quiebra
durante la Gran Depresión, y Arthur tuvo que emplearse en un gran almacén
de repuestos para pagar sus estudios. De esos días, de ese depósito polvoriento
y de las grises vidas oficinescas que lo rodeaban nació Recuerdo de dos lunes,
de impactante y esperanzado final: un cadete, el empleado más joven, en el final
del último acto, limpia los ennegrecidos vidrios de las ventanas, y la luz del
día entra a chorros. Ese cadete, ese mensajero de tiempos acaso mejores, era el
mismo Miller.
En El precio, dos hermanos y sus mujeres, frente a un ropavejero judío,
se disputan los dólares de la venta de los muebles familiares arrumbados en un
altillo: también un episodio real vivido por los Miller. En La muerte de un
viajante
(premio Pulitzer, una de las más representadas, 13 millones de
ediciones, tres versiones en cine), Willie Loman, su héroe o antihéroe, fanático
defensor del American way of life, echado de su trabajo por viejo e
inútil, se suicida simulando un accidente de auto para que su familia cobre el
seguro.

En Panorama desde el puente, el inmigrante italiano Eddie Carbone,
ciego de pasión por su sobrina adolescente, delata a los parientes de su mujer
-inmigrantes ilegales- cuando advierte que uno de ellos y su sobrina se han
enamorado. Pasión y traición son los temas, pero no es casual que la historia
suceda entre inmigrantes: la raíz de Miller.

En Las brujas de Salem, el autor retrocede hasta 1692, instala la
acción en Salem, Massachussets, y reflota la condena a la horca de veinte
acusadas de brujería por un tribunal religioso. Un suceso real, histórico,
narrado con sus nombres reales (Samuel Parris, Sarah Carrier, John Proctor…),
que Miller usó como feroz ariete, en los 50, contra la Comisión de Actividades
Antinorteamericanas y su apóstol, el senador Joseph McCarthy, padre de la caza
de brujas y acusador de Miller. Que, judío, intelectual y de izquierda, fue la
presa perfecta para los inquisidores, pero también uno de sus más heroicos
rebeldes: lejos de ampararse en el silencio y más lejos todavía de delatar a sus
amigos (como lo hizo el director de cine Elia Kazan), enfrentó al tribunal con
helada furia, fue condenado por desacato y privado de su pasaporte, pero iluminó
el camino con Las brujas…: metáfora moderna de los negros hechos de 1692 y, como
aquellos, hijos de la ceguera, el fanatismo, la intolerancia y ciertos odios
personales.

En Todos eran mis hijos, el tema central (y también real) es la estafa
de los dueños de una fábrica de repuestos para aviones que, en plena Segunda
Guerra Mundial, le vendieron a la fuerza aérea de los Estados Unidos piezas de
pésima calidad que les costó la vida a varios pilotos. Por entonces, el senador
Harry Truman -luego presidente al morir Franklin Delano Roosevelt- le dijo
públicamente a uno de los responsables del delito, también senador: "Jesse
James cabalgaba cientos de kilómetros desde muy temprano, y corría riesgo de
vida para asaltar un tren y robar tres mil dólares. Era un ladrón, sí. Pero
comparado con usted, fue un héroe
".

Esos fueron sus profundos temas: la moral, la culpa, la responsabilidad
social, la desintegración familiar, la intolerancia, el antisemitismo (en
Focus
, su novela de 1945, un goi sospechado de judío por sus vecinos termina
luchando a golpes de bate de béisbol junto a un judío al que intentan masacrar),
la libertad. Como magníficamente lo definió Carlos Fuentes, "Miller es el
Abraham Lincoln de las letras. Un Quijote en el escenario del mundo, probándonos
en cada batalla que la imaginación humana no puede, sola, cambiar el mundo, pero
sí fundar la esperanza de un mundo mejor
".

MARILYN. Cuatro mujeres tuvo. Mary Slattery, madre de Jane Ellen y
Robert Miller. Durante cuarenta años, la fotógrafa Inge Morath, que murió hace
tres años y fue madre de Rebecca Miller (directora de cine y casada con el actor
Daniel Day Lewis). Marilyn Monroe a lo largo de seis años (se separaron en el
61, y ella se suicidó un año después), y la pintora Barley, quien le cerró los
ojos. Con los años, los biógrafos acaso olvidarán a tres de ellas, todavía
encandilados por el mito Marilyn. De ella, en sus memorias, Miller escribió unas
treinta páginas, pero ninguna tan relevante como estos párrafos. "Era capaz
de entrar en una sala atestada e identificar a cualquiera que hubiera perdido a
sus padres en la infancia o hubiera pasado un tiempo en un orfanato. A mí me
contagió ese instinto suyo… En los ojos de un huérfano hay un ´¿Me quieres?´,
una llamada desde los rincones insondables de la soledad que ninguna persona que
haya tenido padres conocerá nunca
" (memoria de 1956, año en que la conoció).
"Hay personas tan vivas que no parecen extinguirse cuando se mueren. Durante
semanas tuve que esforzarme para afrontar el hecho de que estaba muerta, y me di
cuenta de que esperaba verla una vez más, en cualquier parte, para hablar con
sensatez de todo lo que habíamos pasado, y es probable que en ese caso me
hubiera vuelto a enamorar de ella. La lógica implacable de la muerte no servía
de mucho… Cuando me llamó un periodista y me preguntó si iba a asistir a su
entierro, respondí sin pensar: ´¿Para qué, si ella no estará allí?
".

Después de seis años de difícil convivencia, los separaron la diversidad de
sus mundos, la profunda diferencia intelectual (Marilyn no era una "absoluta
cabeza hueca
", como la juzgaron Lawrence Olivier y algunos directores de
cine, pero tampoco el genio, el diamante en bruto y el personaje trágico que
edificaron los constructores del mito), y también, en gran medida, su indomable
adicción a los barbitúricos que, en criminal sociedad con el alcohol, acabaron
por matarla. Eso, si la versión oficial es cierta, porque nunca se acalló la
otra, la no autorizada, que habla de un crimen del FBI o la CIA para borrar a
una peligrosa testigo, amante del presidente John Kennedy y amiga de algunos
capomafia que lo rodeaban.

POR QUE RECORDARLO. En su homenaje, escrito hace tres años, cuando
España ungió a Miller con el premio Príncipe de Asturias, el Nobel mexicano
dijo: "El horizonte del siglo XXI se abre con sombríos nubarrones de racismo,
xenofobia, limpieza étnica, nacionalismos extremos, terrorismo sin rostro y
terrorismo de Estado, hegemonías arrogantes, desprecio del derecho internacional
y sus instituciones, y fundamentalismos de variada especie. La espléndida obra
teatral de Miller, toda ella, es una propuesta humana para los hombres y mujeres
que, gracias a su diferencia, completan nuestra identidad
". Como para
verificar esas palabras, Miller escribió Resurrection blues (Tristezas
de la Resurrección
), "una sátira sobre cómo difundirían los medios la
segunda venida de Cristo mientras la gente sigue atiborrando los shoppings. Un
retrato de esta época, donde la farsa convive con la tragedia
".

Ese hombre ya no está en la Tierra, pero sí cada una de sus palabras.
Aleluya.

Arthur Miller en una de sus últimas fotos. Cerca de sus 90 años apostó a la pareja y convivió con una pintora de 34: “No puedo vivir sin mujeres: son demasiado interesantes”, dijo.

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Escenas de la vida conyugal. Aun separados, él nunca la olvidó.

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