«Antes de ser payaso, fui tornero y trabajé en una fábrica de cubitos» – GENTE Online
 

"Antes de ser payaso, fui tornero y trabajé en una fábrica de cubitos"

Sábado. Dos de la tarde. Corrientes al 800, justo frente al Gran Rex, es un
hormiguero. Miles de chicos, con sus padres, hacen largas colas mientras los
vendedores ambulantes vocean todo tipo de merchandising con la imagen y el
nombre de Piñón Fijo, el payaso que causa furor. Entre la gente, el cordobés
Fabián Gómez (38) camina sin ser reconocido y acaricia la cabeza de Matías, una
pulga de tres años que cada cinco minutos pregunta cuánto falta para que empiece
el espectáculo. Y como él, cientos de chicos se impacientan y matan el tiempo
cantando a coro las canciones de su primer ídolo. Cuando llega a la puerta del
teatro, un hombre de unos treinta años le ofrece un bonete: "Cinco pesitos,
maestro, el gorro de Piñón".
Gómez sigue, rumbo al hall. "Una ganga, jefe…",
insiste el vendedor. Y justo antes de cruzar los vidrios de la entrada, quien
dentro de una hora bajará de un globo aerostático para comenzar el espectáculo,
se da vuelta y le responde con una sonrisa: "Gracias, ya tengo uno..." .

EL BOOM. En Valentín Alsina, a media hora del Obelisco, al igual que en medio
país, las esquinas con semáforo muestran un paisaje particular: una soga atada a
dos árboles de la que cuelgan decenas de muñecos de Piñón Fijo: "Hoy es lo que
más se vende
", asegura Ricardo, y mientras toma un amargo en la esquina de
Rivadavia y Juan Domingo Perón, agrega: "Hace dos años que no tengo trabajo y de
esta manera me las rebusco. El payaso vale 10 pesos y vendo unos 25 por día. Un
buen negocio para pucherear
". La escenografía se repite a medida que el remise
que lleva a este cronista cruza hacia la Capital y se acerca al teatro: los
vendedores se reproducen de manera increíble. Sólo en la cuadra del Gran Rex hay
más de treinta, y más buscas aún se multiplican hasta llegar a Carlos Pellegrini.
Ahí, en apenas trescientos metros, la variedad de artículos no tiene límites:
muñecos, útiles escolares, relojes, pizarrones, fotos, pósters, paraguas,
remeras, sets playeros, títeres, cantimploras, luncheras, el saxo cloacal,
bolsos, mochilas, regaderas y juegos de mesa. A este mercado informal hay que
sumar 71 mil copias vendidas del último CD de Piñón -titulado Por los chicos
vivo-, las 32 funciones a sala llena, entre las que concretó y tiene programadas
hasta fines de julio, el ciclo de tevé Piñón Fijo es mi nombre -que emite Canal
13 y ven casi un millón de chicos a diario- y el premio Gardel a la música en
categoría disco infantil que recibió hace un mes. "Muchas veces me pongo a
pensar en todo lo que viví este último año
-dice Gómez en su camarín, mientras
de a poco su rostro se tiñe de blanco, rojo y amarillo- y me parece que todo
pasó en un segundo. Aquel Piñón humilde, que compuso sus primeras canciones en
el pueblo de Deán Funes, hoy brilla en un teatro de la calle Corrientes".

-¿Y en medio de tanto bullicio encuentra tiempo para analizar este éxito que
parece no tener techo?
-Trato de buscar ese tiempo para pensar y agradecer todo esto que me pasa. Por
ejemplo, teníamos la idea de hacer sólo una función teatral nomás. Pero cuando
se pusieron en venta las entradas, la gente arrasó con 2000 en las primeras
veinticuatro horas. Decidimos agregar funciones, entonces, y batimos el récord:
3750 tickets en cinco horas. Ahora vamos por las 32 fechas, y por suerte todas
son a sala llena.

-¿Y a qué atribuye haber conseguido tanto en tan poco tiempo?
-Creo que conquisté Buenos Aires porque el cariño por los chicos no conoce
fronteras. Después, soy consciente de que existe una red invisible que forman
las maestras jardineras, y las mamás y los papás que todo el tiempo están
buscando cosas válidas para sus hijos. Por ahí alguno me vio, y fue pasando el
dato, ¿no creés? (risas).

-¿Y cuando creaste este personaje, imaginabas que ibas a tener tanto éxito?
-Jamás. Me acuerdo que al principio componía las canciones para mis niños y el
único testigo que tenía era mi bicicleta. De ahí, en homenaje a ella, el nombre
de Piñón Fijo (más risas). Pero eran épocas muy duras donde todos los días por
la mañana trabajaba en una fábrica de cubitos -también su tornero- y por la
tarde animaba cumpleaños infantiles.

-Después en Córdoba se hizo conocido, le iba bien, pero el éxito a nivel
nacional le llegó a los 38 años. ¿Alguna vez pensó que no iría más allá de las
sierras?

-Tener éxito en Buenos Aires es algo que nunca me desesperó. Aprendí a disfrutar
cada etapa. Pero sí estuve alerta y con mis herramientas preparadas para el día
en que el destino golpeara mi puerta.

-Muchos dicen que la fama les cambia la vida. ¿A usted, a Fabián Gómez, le pasó
algo similar?
-Yo no cambié nada. Sigo viviendo en la misma casa de siempre en el barrio Villa
Argentina, en Córdoba; con Karina (37), mi esposa, y con Ana Sol (16) y Jeremías
(15), mis dos hijos. Después, el tema es que Fabián Gómez no tiene ni un poquito
de fama. Todo el reconocimiento es para Piñón, mi personaje. Mirá, muchas veces
cuando actúo en algún lugar, y todavía a cara lavada, salgo a caminar entre el
público que está por entrar a la función. Y están los chicos con el bonete
puesto, cantan mis canciones, y yo me muero de ganas de abrazarlos y saludarlos.
Pero no puedo romperles la ilusión ni los sueños.

-Y hablando de sueños, ¿con qué sueña Piñón?
-Quiero seguir devolviéndoles a los chicos todo el cariño que me dan. Porque de
eso se trata este personaje: hacerlos feliz, y disfrutar de la entrega pura y
genuina que me brindan esos enanos, que son quienes me mantienen vivo.

El reloj del camarín señala las tres de la tarde. Mario Pérez, un amigo de las
sierras cordobesas y mano derecha de Fabián, entra puntual al camarín para
avisar que ya es hora de una nueva función. Diez minutos más tarde, el telón
vuelve a abrirse, y con los primeros acordes de Por los chicos vivo, el teatro
explota. Matías, mi hijo de tres años, está sentado en una de las escaleras.
Cuando lo ve aparecer en escena, se le dibuja una ancha sonrisa en la cara y se
le iluminan los ojitos. El resto de los pibes se contagia de la misma magia.
Ahí, justo en ese momento, comprendo que el sueño de Piñón Fijo es una realidad.

Por primera vez, Piñón paseó por las calles porteñas. A los pocos minutos, un centenar de personas, entre grandes y chicos, se acercaron a pedirle autógrafos y sacarse fotos con él.

Por primera vez, Piñón paseó por las calles porteñas. A los pocos minutos, un centenar de personas, entre grandes y chicos, se acercaron a pedirle autógrafos y sacarse fotos con él.

En su camarín, momentos antes de salir a escena. Lograr el maquillaje perfecto le lleva casi una hora. Después, bajo las luces, su humor sano hace reír a los chicos. Un suceso lleno de gracia y ternura.

En su camarín, momentos antes de salir a escena. Lograr el maquillaje perfecto le lleva casi una hora. Después, bajo las luces, su humor sano hace reír a los chicos. Un suceso lleno de gracia y ternura.

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