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Al sur del sur

El viento –que pronto es lluvia, que pronto es nieve, que pronto vuelve a ser nada más que viento– nos golpea la cara hasta casi tirarnos de la cubierta del guardacostas. Hay que agarrarse fuerte de las barandas para cruzarla sin patinarse hasta el puente de navegación. El paseíto no nos ha durado ni dos minutos: no abrigarse lo suficiente puede convertirse en una experiencia cercana a la muerte…

Es la madrugada del jueves 22 y esta noche, parece, las aguas del Canal de Beagle estarán más que revueltas. Hay viento del sudeste. El barco avanza a nueve nudos a través de la penumbra, rumbo al este. El ayudante de primera Nicolás Carrizo, timonel de poquísimas palabras y más de treinta años en el agua, entorna los ojos descifrando la oscuridad. Está claro: donde yo veo sólo noche cerrada, él ve cosas que nos van guiando a través del canal. Pronto, con los sacudones del barco, los estómagos de algunos (los ajenos a la tripulación propiamente dicha del guardacostas Canal Beagle de la Prefectura) empiezan a fallar.

Los primeros “pinchados” se refugian rápidamente en los dos baños que hay junto al comedor de suboficiales. Parece que las dosis de Dramamine no han surtido el efecto esperado… Dentro de un par de horas, con las primeras luces –que en el invierno fueguino aparecen recién a las nueve– estaremos llegando a Puerto Almanza, un pueblo mínimo en el último rincón de la patria. Pero todavía quedan un par de horas como para bajar a los camarotes a descansar.

AL SUR DEL SUR. Al sur de Tierra del Fuego y 75 kilómetros al este de Ushuaia, Puerto Almanza es un pueblo que está naciendo silenciosamente en lo más austral de la Argentina. Es, mejor dicho, un pueblito en el trance de nacer. Un lugar en el que hasta hace quince años, cuando llegaron sus primeros pobladores, había sólo una base de Prefectura –instalada en 1966– destinada a controlar los barcos pesqueros de la zona y brindar apoyo radioeléctrico a las embarcaciones que entraban o salían del Canal de Beagle, y que tras el derrumbe del 2001 se convirtió en el único destino posible para una veintena de personas que, repentinamente fuera del sistema, vieron su futuro en la pesca. Como en los viejos tiempos.

LOS PIONEROS. Nacido en el sur de Córdoba y de sangre suiza, Marc Remi (69) se crió en el campo y nunca pudo desprenderse de él. En su juventud, Marc viajó a Buenos Aires a estudiar Medicina, pero la aventura urbana le duró sólo tres años. Lo suficiente para enamorarse y casarse con Inger (63), una danesa a la que había conocido remando en el Tigre, y volverse lo más rápido posible al interior. Pasaron por Entre Ríos, San Luis y, en el 81, llegaron a Ushuaia, siempre administrando campos. En el 91, ya con sus hijos independizados, los Remi decidieron dedicarse a la cría de truchas y, por una cuestión de disponibilidad de tierras, propiedades y temperatura del agua, se trasladaron a Puerto Almanza, que en esa época era un paraje virgen.

Allí, a fuerza de picos, palas y motosierras –tuvieron que desmontar una buena cantidad de tierras, hacer un dique junto al río Almanza para proveer constantemente de agua dulce a las truchas– levantaron la Salmonera La Mata Negra, donde empezaron con unos pocos piletones y hoy producen y venden entre 6 y 9 toneladas de truchas por temporada. La tarde que llegamos a la casa de los Remi, Marc tiene una sonrisa estallándole en su cara tan europea. “En la última edición de la guía del ACA, La Mata Negra figura en el mapa”, nos explica con orgullo. “Para nosotros es muy importante. Esto lo construimos de la nada, con nuestras manos, y hoy es un punto destacado en los mapas”, dice Inger (63) refiriéndose a su salmonera, pero lo que dice bien se podría aplicar al pueblo entero.

PUEBLO CHICO. Porque así, con ellos, empezó Puerto Almanza, lugar que debe su nombre a un viejo aserradero que precedió al pueblo. Y más tarde, la crisis de 2001 sirvió para darle un nuevo impulso. Muchos pescadores ocasionales de centolla, centellón, mejillones, mariscos y moluscos, al perder sus trabajos en la ciudad, decidieron dedicarse full time a la actividad. Y como viajar diariamente desde Ushuaia es imposible, de a poco fueron construyendo sus cabañas. Hoy, la población fija de Puerto Almanza es de veinte personas. Entre las que hay sólo tres mujeres (Inger, la mujer de Remi, Norma, esposa de un pescador, y Teresa, que trabaja para otro pescador). El hombre más joven tiene 32 años. Y hasta ahora hay un cero por ciento de natalidad, y un cero por ciento de delincuencia. No es que se lo hayan propuesto, pero a esta altura, además del frío bajo cero, en Puerto Almanza deben ostentar varios récords…

Hay una calle principal –la única, continuación de la ruta 30– que bordea el canal y, yendo o viniendo, siempre de un lado el agua y del otro las cabañitas, que a veces se parecen demasiado a ranchos. Hay, además, dos generadores que funcionan doce horas cada uno y proveen de electricidad a los habitantes del lugar. Un kiosco –único negocio del pueblo– atendido por Norma Vargas. Y después, el resto es intemperie. No hay municipalidad, no hay hospital, no hay cementerio. No hay políticos, ni médicos, ni escuela, ni cybers, ni chicos, ni adolescentes, ni iglesia, ni tampoco templo evangélico. Hay, sí, antenas de Direct TV en algunos techos como para que el mundo no se convierta en algo demasiado irreal, y para ver el Mundial en estos días.

Dos veces por año viene una ambulancia para tomar la presión, vacunar, dar una inyección contra la hepatitis y hacer un chequeo general. Y si te encuentran algo, te derivan al hospital de Ushuaia”, cuenta José María Barbona, un criador de mariscos que llegó al pueblo en el 2001 y se construyó una cabaña de madera. “Vivía en Río Grande, era comerciante. Tenía un negocio de compraventa ‘de lo que venga’. Vine cuando me enteré de que el gobierno estaba entregando espejos de agua para cultivar mejillones –sigue José María–. Mi mujer y mis dos hijos por ahora se quedaron allá. Vamos a ver cómo marcha esto”.

LA ESPERANZA. Cuando a Norma Vargas le salió el préstamo para comprar el departamento en Ushuaia y vio que su sueldo y el de su esposo no alcanzaban para pagar la cuota y sobrevivir, lo agarró y le dijo: “Vayámonos a pescar”. Norma era portera de una escuela como contraprestación de un plan social. Su esposo, Leo, nacido en Chile, trabajaba en un negocio de electricidad. Y la ecuación no les daba. Así que decidieron dejar a sus seis hijos en Ushuaia, a cargo de Mario –el mayor, de 20 años– y se fueron a Puerto Almanza, a pescar mariscos. A ganarse la vida. “Al principio dormíamos en una carpa y en la otra limpiábamos los mariscos que sacábamos. Para que no nos entrara humedad, debajo poníamos cartones. Teníamos un motor para la luz. Durante el día hacíamos comida en un fogón, como los indios”, recuerda Norma.

Recién después de un año, Norma y su esposo pudieron construirse una cabañita en tierras fiscales. “Al tiempo solicité en la Secretaría de Tierras un terreno. Gendarmería chequeó que no tuviera terrenos en otros lados y me dieron un lote”, cuenta. “Al principio, cuando me dieron las tierras, los pescadores de acá me tiraron mala onda. Les salió el machismo. Pero yo no tengo problemas. Me crié en el campo. Sé cortar leña con la motosierra, sé hacer muchas cosas…”, advierte.

Además, desde hace un año, Norma atiende el kiosco, que se llama Los Meltones. En stock tiene galletitas, fideos, centolla congelada, algunas veces pan casero, “pero lo que más sale son los cigarrillos y los vinos”, detalla. “A mí me gusta la tranquilidad –dice–. Me gustaría quedarme acá, disfrutar de mis hijos y mis nietos, andar a caballo… En el frente quiero hacer una casa con tres dormitorios y que ésta quede para los huéspedes. Esa es mi idea. Hay que ver qué pasa con el pueblo…”.

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Anochece sobre Puerto Almanza y es difícil saber qué irá a pasar con este lugar. Con este pueblo que está naciendo, que está en ese trance. Acá, en el último confín de la Argentina, en la última frontera, quién sabe, quizá dentro de unos años algunas de las calles que se abran lleven el nombre de ellos, los primeros.

En el fin (o el comienzo) de la patria Vista de la bahía donde amarran sus barcos los pescadores de Puerto Almanza. El destacamento de Prefectura fue instalado en 1966 para controlar la navegación y la pesca en el lugar. Arriba, los enviados de GENTE a bordo del guardacostas Canal Beagle.

En el fin (o el comienzo) de la patria Vista de la bahía donde amarran sus barcos los pescadores de Puerto Almanza. El destacamento de Prefectura fue instalado en 1966 para controlar la navegación y la pesca en el lugar. Arriba, los enviados de GENTE a bordo del guardacostas Canal Beagle.

El guardacostas frente a la isla Gable, donde se encuentra la estación de Prefectura Cabo Primero Julio Omar Benítez, cerca de Almanza.

El guardacostas frente a la isla Gable, donde se encuentra la estación de Prefectura Cabo Primero Julio Omar Benítez, cerca de Almanza.

La principal actividad de los lugareños es la pesca de centolla y centollón.

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