«Ahora me animo a confesar el territorio oscuro y fangoso de mi vida íntima» – GENTE Online
 

"Ahora me animo a confesar el territorio oscuro y fangoso de mi vida íntima"

"El que toca este libro toca a un hombre"
 (Walt Whitman)

Y también el que toca este libro, El tiempo
de una vida
, de Juan José Sebreli, toca, siente y acaso comprende la larga vida
-nació en 1930- y la vasta obra de un intelectual (en su caso no es un título:
es una pasión) que arrancó en 1964 con el todavía mayor best-seller de la
sociología nativa, Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, y siguió con una
veintena de ensayos signados por la provocación. Pero no por la provocación
urdida para espantar a las buenas almas burguesas, no. Por una rigurosa, casi
religiosa honestidad de pensamiento crítico y autocrítico. La misma que le hace
decir: "En los cuentos infantiles de antaño, las hadas madrinas protegían a los
recién nacidos. A la vera de mi cuna hubo, en cambio, dos hadas malignas: la
dictadura militar y la crisis económica; una acompañó gran parte de mi vida, la
otra no me ha abandonado aún
". O, más audaz y profundamente, describir el alba
de su homosexualidad: "Virginia (una prima) y yo tramábamos algún juego en el
patio del fondo que se iba oscureciendo. Propuse una osada aventura (…); asaltar
el ático, buhardilla, altillo o, en la jerga familiar, piecita de arriba, y
robar algunos de los libros abandonados allí por mi padre ante la falta de
espacio de nuestro departamento. Irrumpió en la escena el primo Orlando (…) Algo
mayor que nosotros dos, era un púber obsesionado por el sexo (…), y en forma
sorpresiva se desabrochó el pantalón y exhibió su pene desafiantemente erecto
(…) Nos propuso subir a la piecita para tocarnos. Virginia aceptó sin remilgos.
Subieron ellos primero (…) Cuando llegó mi turno, subí la escalera (…) No fue,
sin embargo, mi tímido roce con las tersas nalgas de Virginia, sino la rara flor
rojiza que mostraba el primo Orlando, la huella que dejó esa inquietante tarde
(…) El segundo encuentro ocurrió en la sala de su casa (…) Esa vez tuve entre
mis manos su pene tenso y ardiente
".

POR QUE ESTE LIBRO.
Ahora hablamos en su escritorio-biblioteca, o viceversa:
miles de libros atestan los anaqueles, tocan el techo, invaden el piso. Libros
ajados, fatigados por tantas lecturas y anotaciones, y por eso mismo, libros
vivos y vividos.

-¿Por qué este libro, Juan José, por qué estas confesiones tan íntimas? Te
entrevisté seis o siete veces, y sólo recuerdo una frase ligada a tu vida
personal: "Siempre que lo emocional predominó sobre lo racional, me fue muy
mal"
.
-Sin embargo, no es un corte tan tajante. Si leés muy entre líneas algunos de
mis ensayos (sobre todo Buenos Aires, vida cotidiana y alienación), encontrás
rasgos personales. La diferencia es que ahora revelo más lo oculto. Ahora todo
está más explícito y me animo a confesar el territorio oscuro y fangoso de mi
vida íntima.

-Están tu barrio, tu casa, tu infancia, tus padres, toda tu familia (y sin
tapujos), pero la gran protagonista sigue siendo la ciudad…
-Sin duda. Buenos Aires surge de mis pasiones de flaneur, de caminador, de
merodeador de sus calles, sus casas, sus rincones secretos, sus enigmas, y eso
vuelve a repetirse en este libro. Pero sin embargo, el aspecto biográfico, aun
en sus aspectos más íntimos, no abandona el ensayo de tipo sociológico. Lo que
sólo me interesa a mí y a algún amigo, no está. Eso es para conversar en un
café, no para un libro.

-Hay un punto dominante y dramático: el trabajoso sexo de los años treinta,
cuarenta, tal vez cincuenta. La difícil iniciación…
-Era horrible, horrible. ¡Y después de los sesenta cambió tanto! Cuando describo
ciertas costumbres de los adolescentes de entonces, sospecho que alguien, al
leerlas, pensará que eran costumbres exóticas de países lejanos y de tiempos
remotos.

LA TRIBU DE VIAMONTE. Escribe Sebreli: "La pacatería de la época veía a los
habitués de la calle Viamonte (la calle de la Facultad de Filosofía y Letras,
entre otros reductos de la inteligencia) como desenfrenados, aunque en realidad
no lo eran tanto. Llamaban la atención las melenas, todavía no demasiado largas,
las barbas, las pipas, los pulóveres negros de cuello alto, las camisas abiertas
sin corbata, los gabanes marineros comprados en Eduardo Sport, cerca de la
estación Pacífico. El estudiado desaliño resultaba un saludable ataque a la
solemnidad tradicional (…) En las mujeres, la osadía era fumar en público; sin
embargo, pocas se arriesgaban a llevar pantalones. Algunos bebían, pero no había
drogas: la marihuana recién ingresó a fines de los sesenta en el bar Moderno (…)
La dictadura de Onganía asestó el golpe final a la calle Viamonte al trasladar
la Facultad de Filosofía y Letras a un barrio apartado para evitar las
manifestaciones estudiantiles en el centro
".

-¿Hay algún sucedáneo de aquella tribu urbana de intelectuales?
-No. Nada. No existe. Somos una raza en extinción. Y tampoco existe ese Buenos
Aires. La calle Corrientes, donde uno se cruzaba de un café a otro y se
encontraba con todo el mundo, y Lavalle, donde veíamos el mejor cine, hoy son
calles casi marginales. Ya no tenemos ni el café ni el paseo, que son formas
típicas de sociabilidad. Esto sucede en casi todo el mundo, es cierto, pero en
Buenos Aires se acentúa más.

-¿Qué país futuro habrá sin aquella gente, cada vez con menos lectores de
libros, cada vez con peor música, cada vez con mayor vulgaridad?
-No sé… Antes, los que leíamos libros no éramos una legión, es cierto. Pero hoy
no sólo se lee menos: se leen peores libros. El pelotudo argentino, Paulo Cohelo,
etcétera. No son libros, son no libros. A los veinte años me apasionaba saber
qué había pasado veinte años atrás… ¡y doscientos años atrás! Hoy, los
estudiantes de cine, por ejemplo, apenas vieron películas de hace cinco o seis
años, y yo, a esa edad, iba a ver cine mudo. Y no era fácil, porque no había
videos ni nada de eso.

-¿Creés que el rock se devoró todo, como un agujero negro?
-El rock, sí. Y el rock nacional, que es peor todavía. Y la cumbia, que es lo
peor de lo peor. Soy uno de los pocos antirockeros que se anima a confesarlo.
Nadie se anima. Está sacralizado. Y genera cosas como Cromañón.

-¿Qué pensás del caso Cromañón?
-Que fue el suicidio ritual de una secta irracionalista. La culpa es de todos (Chabán,
los inspectores, los de seguridad), pero nadie habla de la culpa de los locos,
de los delirantes que arrojan bengalas ni de los que tiran a sus bebés en un
cuarto de baño. Son salvajes. Es una juventud violenta y demencial. Víctima,
pero también victimaria.

EL SEXO SECRETO. La página 203 corre el telón: "Además del existencialismo y la
homosexualidad, nos unió (se refiere a su amigo Carlos Correas) el entusiasmo
por Buenos Aires (…) La buscábamos frenéticamente en el tumulto del bajo fondo
(…), el Parque Japonés, los alrededores de las estaciones ferroviarias, los
cafetines prostibularios, los cines sospechosos (…) Los juegos eróticos
consumados en algunos de esos lugares, la comunidad instantánea y efímera entre
seres desconocidos (…) Nuestra relación personal fue ambigua, indefinible (…),
toda la intimidad que dos solitarios podían permitirse (…) Correas (…) la
presentó como "un noviazgo" (…) nos entreverábamos en relaciones furtivas con
terceros, chicos de clase baja, lúmpenes, cabecitas negras, muchachos de barrio
o de pueblo, los legendarios chongos. El amor de paredón era algo tan típico de
Buenos Aires, en la primera mitad del siglo, como el noviazgo, la otra cara de
Jano (…) A los diecinueve años, en un anochecer de 1950, vagabundeaba por ese
lugar (el desaparecido Pasaje Seaver) cuando vi salir de una vieja casona a un
joven moreno de rostro aindiado. Nos miramos (…), me invitó a pasar (…) y aunque
yo estaba trémulo y nervioso, la escena tuvo la importancia excepcional de haber
sido mi primer acto de amor"
.

-La vida intelectual fue tu mayor felicidad, sin duda. ¿El sexo fue esclavizador?
-Al principio, sí. Horrible. No existía ni la más nimia educación sexual. Todo
era feo, desagradable. Uno que otro librito presuntamente escritos por médicos
-tal vez lo fueran- decían, por ejemplo, que la masturbación volvía loca a la
gente. No deseo que nadie viva una etapa semejante, que además genera neurosis
terribles. Pero después, ya en la facultad, en el 49, la liberación fue muy
grande: un motivo de goce y alegría.

-Dicen que entonces era tan difícil ser homosexual como judío.
-En el poder hubo gente siniestra: los militares Ramírez, Onganía, Videla. Y en
el 43, por impulso de fascistas como Martínez Zuviría, el país expulsó a
maestros y profesores judíos. Miguel de Molina, un cantante español, homosexual,
fue nuestro Oscar Wilde: lo escarnecieron con bromas pesadas y coplas impúdicas.
Para los diarios éramos "amorales".

HABLANDO DE LA MUERTE
. Ya sobre el final, y en lo que llamó Epílogo provisorio,
dice Sebreli: "Aun a la sombra de la muerte, trataré de no desperdiciar los días
que me restan y seguir gozando de fugaces momentos de alegría. Samuel Johnson
decía que nada concentra tan intensamente la mente humana como el anuncio de que
uno será ejecutado dentro de unos días. Cada acto que realizo es una lucha
contra la muerte y, aunque ésta triunfe al final, no puede anular el camino
recorrido".

-En el último capítulo de tu libro hablás de suicidio y de eutanasia. De muerte.
Muchos han visto allí una especie de anticipo sombrío de tu fin. Incluso, de un
fin elegido y ejecutado. ¿Es así?
-No. Todo lo contrario. Estoy en contra del suicidio por razones de tipo
sentimental o económico, porque a la vuelta de la esquina las cosas pueden
cambiar, y a favor de la eutanasia en casos de enfermedades, porque ahí no hay
vuelta de la esquina. En cuanto a mi idea del suicidio, no es un rasgo depresivo
ni mucho menos. Lo veo como la puerta de escape ante una situación límite: un
campo de concentración, por ejemplo. Saber que puedo suicidarme me da seguridad,
osadía, audacia, y la certeza de que nadie hará de mí una piltrafa humana. La
vida es trágica porque termina trágicamente, y no puedo ignorar mi edad. Pero no
soy depresivo, y hasta último momento y aunque el mañana no exista, seguiré
pensando, leyendo, escribiendo.

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