A un año, la verdad sobre la noche de la tragedia – GENTE Online
 

A un año, la verdad sobre la noche de la tragedia

Un recital comienza cuando se tiene la entrada en la mano. Y Laura Barrios, 20 años, no tenía plata para comprarla. Habían pasado los conciertos del 28 y 29 de diciembre, y ése del 30, en República de Cromañón, era el último de Callejeros en el año. Laura ya se había resignado. Pero el destino tiene algunos atajos, y casi a último momento consiguió, junto a dos amigas, que un empleado del boliche las anotara en la lista de invitados. “Fui con toda la emoción, pensando en los temas que iban a tocar…”, cuenta hoy, casi un año después, con su flequillo stone que desnuda la angustia estampada en su cara. Habla de frente a las banderas, zapatillas y carteles del santuario de Plaza Once que piden justicia para las 194 víctimas de la tragedia. Viaja un año atrás: a las 21.30 estaba allí, en Bartolomé Mitre 3060, cuando sobre el escenario todavía sonaba Ojos Locos, el grupo soporte. Y con ella, Eugenia y Leticia –de 20 también–; y dos amigos: Ariel y Darío, el chico que trabajaba en Cromañón.

Los ojos de Laura siguen muy tristes. “Lo que viví fue el pasaje de la alegría a la oscuridad”, cuenta. Estudia Psicología, pero sólo pudo ir una vez a la facultad este año: le dan pánico los lugares cerrados y con mucha gente. La contiene su abogado, Fernando Soto, y su familia. El recuerdo de aquella noche es imborrable. Laura es una sobreviviente.

Mailín Blanco, de 17 años, también estuvo en Cromañón. De su cuello sobresale una pequeña cicatriz, secuela de una traqueotomía que le permitió respirar tras aquel fin de año. Lo que jamás podrá curar es la ausencia de su hermano, Lautaro, que tenía 13 años en el momento de morir, y se fue con sus sueños de crecer junto a Martín (16) y Malena (9) –sus hermanos–y sus padres, Mercedes (41) y Pablo (45). Frente al grabador de GENTE, relata sin respiro: “Fuimos a Cromañón con Guido y Droopy, dos amigos de Lauti. Llegamos temprano porque nos gustaba más Ojos Locos. Como saltamos mucho, fuimos a mojarnos, pero en el baño de mujeres habían cortado el agua. En la previa prendieron las primeras bengalas.

ANTES DE LA TRAGEDIA. Omar Emir Chabán, a cargo del boliche de Once, llegó a las 22.10. Antes pasó por un restaurante céntrico para reservar la mesa donde recibiría el Año Nuevo, y cenó. En la puerta –le contó al juez Marcelo Lucini– le preguntó al control de SADAIC cuánta gente había. La respuesta, según su versión, fue “entre 1.900 y 2.000.” Después de entrar, pidió el micrófono. Y alertó a sobre el peligro de encender pirotecnia. “Chabán salió y nos dijo: ‘¡Pelotudos, negros de mierda! Hay más de tres mil personas acá, si siguen tirando bengalas se va quemar todo. Va a ser una masacre, como en el shopping de Paraguay’”, cuenta Mailín. Laura coincide: “Se generó un clima raro desde que habló Chabán… como que algo iba a pasar.”

Para el juez Lucini, en cambio, el 30 de diciembre hubo al menos 2.811 personas en Cromañón. Aun así, dice –basado en un informe de los bomberos– que si las salidas de emergencia hubieran funcionado, en apenas tres minutos veintiocho segundos podrían haber salido tres mil personas.

En la puerta del boliche estaba el móvil 107 de la Comisaría 7a. A bordo, los policías Oscar Ramón Sosa y Cristian Angel Villegas. Desde allí observaron cómo ingresaban las casi tres mil personas al boliche de Once. La situación contradecía la habilitación de local de Clase C para 1.031 personas que figuraba en la seccional.

Adentro, el recital de Callejeros se acercaba. La banda (Patricio Santos Fontanet en voz, Maxi Djerfy y Elio Delgado en las guitarras Cristian Torrejón en bajo, Juancho Carbone en saxo, y Eduardo Vázquez en batería, más el percusionista Edgardo Conte) había ingresado desde los camarines que dan al Central Park, el hotel lindante. Antes del recital, los músicos tomaron unos tragos. En el VIP, muy cerca de Laura y sus amigos, ya estaban Mariana Silotta, novia de Fontanet; Dilva Paz, madre del Edu; Osvaldo Djerfy, padre de Maxi, además de su tío y ahijada; Edgardo, hermano de Daniel Conte; y Romina, la mujer de Diego Marcelo Argañaraz, el manager de la banda. Todos ellos murieron. También una veintena de vecinos de Villa Celina, patria chica del grupo.

El único del círculo íntimo de la banda que no estaba dentro era su manager, Argañaraz, que permaneció en la esquina del boliche “para controlar que no vendieran entradas truchas”, según declaró. Cuando entró, el recital ya había comenzado.

Mailín Blanco continúa con su recuerdo: “Después que habló Chabán, Lautaro me dijo: ‘Mailín, quedate tranquila, esto no se quema ni en pedo’. Tuve miedo. Me mataban si les pedía que nos fuésemos. Callejeros empezó a tocar cuando bajábamos del baño de hombres, donde fuimos a cargar agua.”

Fontanet, el líder del grupo, también alertó a los asistentes sobre el uso de pirotecnia: “¿Se van a portar bien?”. Había hecho lo mismo los dos días anteriores, quizá con más vehemencia, aunque con el mismo resultado negativo. El humo de las bengalas no le permitía cantar bien, por eso siempre llevaba un nebulizador a los recitales. Laura Barrios cuenta que “antes de la candela del incendio, hubo dos más. Ahí dije ‘hay que bajar’, pero no hubo tiempo…

LA BENGALA PERDIDA. Callejeros arrancó el recital con Distinto, tema de su primer disco (“A consumirme, a incendiarme, a reír sin preocuparme, hoy vine hasta aquí”… dice, paradójicamente, el estribillo). La noche de Cromañón se iluminó de bengalas. La canción duró poco más de un minuto. Hasta que Juancho Carbone miró hacia arriba, señaló el techo y la música se detuvo. El fuego de una candela encendió el media sombra que cubría la mitad posterior del techo. Muchas son las versiones sobre quién tenía la candela asesina. Ninguna, hasta hoy, digna de crédito. Lo cierto es que un humo espeso, cargado de monóxido de carbono y cianuro, se apoderó del ambiente. Ese humo, en el boliche o después, en las ambulancias o las terapias intensivas de los hospitales, mató a las 194 personas. Un informe del Cuerpo Médico Forense, tras revisar las autopsias, indicó que nadie murió por aplastamiento, que nadie había consumido drogas y que apenas el 20 por ciento había bebido alcohol, y en dosis no tóxicas.

Mailín Blanco miraba hacia el escenario, donde rugía rock: “Cuando se prendió el techo, Droopy gritó que saliéramos y se lo llevó una avalancha, pero yo agarré a Lautaro. Le preguntamos al barman qué hacer y, mientras seguía sirviendo, nos dijo que tratáramos de salir.”

En ese momento, el manager de Callejeros regresó a Cromañón. “Al entrar vi que caían como gotitas de fuego”, testimonió ante Lucini. Corrió hacia la salida por el camarín, pasó el garaje y llegó al hotel. Afuera escuchó que la gente golpeaba la puerta de seguridad desde adentro y gritaba para salir. Fue hasta la conserjería del Central Park y buscó la llave de la enorme puerta de 9 metros de ancho que comunicaba con el local. No la encontró. Regresó a la puerta y empezó a patearla. Después les avisó a los chicos de la banda (Juancho, Cristian, Pato, Maxi y el escenógrafo, Daniel Cardell), quienes intentaron vencer la puerta sin resultados. También estaba Raúl Villarreal, el segundo de Chabán, pero –según declaró– “no trató de darme una mano para abrirla: sabía que estaba con candado”.

Adentro, el caos era total. Mailín Blanco cuenta: “Cuando se cortó la luz fue todo confusión. Otra avalancha de gente me soltó la mano de Lauti. Me acosté boca abajo. Estaba en el primer piso. Me puse la remera en la cara. El humo me lastimaba la garganta. Me desperté a las cinco de la mañana, tras un coma leve, en el Ramos Mejía, con un respirador. Al otro día apareció Lautaro en la Morgue judicial”.

Laura, por su parte, cuenta que “con mis amigas nos tomamos de la mano. Se escuchaban nombres y muchos rezos. Me tiraban de las piernas, hasta que quedé debajo de una pila humana. El pibe que estaba arriba me dijo ‘tengo fuego en los pies’. La masa nos llevó... De repente quedamos en un rincón, y nos abrazamos. Nos salvamos… Pero nunca más pude ir a un recital.

CUANDO LA CORRUPCION MATA. Chabán, que estaba en la plataforma de sonido, declaró que fue él quien cortó la música, bajó a buscar una manguera de agua, y cuando le dijo a un empleado que abriera el grifo, el boliche se oscureció. Caminó a tientas, cayó en “cuatro patas” y encontró una salida. Desde afuera “empecé a sacar gente encimada sobre las seis puertas del frente”, le dijo al juez. Muchos testigos, sin embargo, dicen que lo vieron huir sin miramientos. Lo cierto es que luego deambuló hasta su edificio de Rodríguez Peña y Rivadavia, y que más tarde se refugió en una propiedad que tiene en Salta al 600, donde pintaba. Allí lo encontró la policía en la tarde del 1º de enero.

Tiempo después, Argañaraz declaró: “A mí me dieron la garantía de que el lugar era seguro, que tenía extractores de aire, inyectores, paneles acústicos ignífugos, matafuegos y tres egresos por si pasaba algo, la salida del garaje, del hall y la salida de emergencia… Chabán me mintió y le creí”.

Los policías Sosa y Villegas, que estaban en el patrullero, aseguran que nunca escucharon el estallido que ocasionó el incendio. El móvil siempre pasaba por Cromañón cuando había recital. El 25 de diciembre de 2004 tocó La 25, con bengalas e incendio sofocado incluidos. Cerca del final de ese concierto, llegó un hombre bajo, regordete, de bigotes negros y traje. Su visita era una costumbre, por eso le extendió su mano a Omar Chabán. Héctor Damián Albornoz –empleado de Cromañón– narró la escena ante la Justicia, y añadió que vio cómo Chabán le entregaba “al menos un billete de color violeta”. El 28, cuando Callejeros hacía su primer cierre del año, el mismo hombre visitó el boliche. la Justicia le puso nombre: Carlos Rubén Díaz, subcomisario de la Comisaría 7a.

Según el fallo que compromete a los integrantes de la 7a de la Policía Federal, el comisario Gabriel Sevald, el subcomisario Díaz y los suboficiales Sosa y Villegas, tenían un “acuerdo espurio” con Chabán. Por lo menos desde septiembre de 2004, dice la causa, el empresario contó con “la vista gorda” de los policías derivados a Mitre y Ecuador y –si hacía falta– disponía de un pelotón de combate en caso de desmanes. No era gratis: el juez sostiene que Chabán abonaba a los policías cien pesos cada quinientas personas.

Pero Sosa y Villegas, desde el patrullero, sí vieron cómo a las 22.50 las puertas de Cromañón se abrieron y los chicos, todos tiznados, corrían por auxilio. Recién entonces pidieron ayuda policial, según consta en la causa. Los bomberos llegaron siete minutos más tarde. Y se encontraron con que detrás de las puertas selladas se luchaba por salir.

A la misma hora, el director del SAME, Germán Fernández, recibió un mensaje en su bíper. Diez minutos después, desde el hospital Ramos Mejía –el más cercano– llegaron ambulancias. Por otro lado, arribó la Unidad de Catástrofe, con múltiples tablas, banderas de distintos colores para clasificar a los enfermos, tubos de oxígeno, máscaras y cuellos ortopédicos, entre otros elementos. El propio Fernández –que comía un asado en su casa de Saavedra– arribó a las 23.25. Al mismo tiempo, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ordenó el alerta rojo. Desde ese momento, los hospitales debían supeditarse a la situación. El SAME destinó 42 ambulancias de auxilio y traslado sobre un total de 65 que poseía en aquel momento, dos ambulancias de unidad coronaria, una ambulancia pediátrica, una ambulancia psiquiátrica, cuatro móviles de apoyo y la Unidad de Catástrofe. El informe del Cuerpo Médico Forense señala que el SAME actuó correctamente.
Y, claro, los funcionarios. Aquel 30 de diciembre, Aníbal Ibarra –hoy suspendido Jefe de Gobierno porteño– miraba una película en su casa. Se enteró de la tragedia a las 23.30, cuando lo telefoneó el Subsecretario de Comunicación, Daniel Rosso. Este fue para Bartolomé Mitre 3060. Ibarra permaneció en su casa, junto con su ex cuñado, el entonces Secretario de Seguridad Juan Carlos López (hoy procesado por homicidio culposo agravado), y puso en funcionamiento el Cuerpo Operativo de Emergencia (COE). Luego partió hacia el edificio de Defensa Civil, donde se instaló hasta las seis de la mañana. Más tarde se dirigió a su despacho. Recién se fue a las 23.30 del 31, un día después de enterarse de la tragedia, directamente a dormir.

PASO UN AÑO. Omar Chabán está en la cárcel de Marcos Paz, aguardando el juicio oral. Su acusación: estrago doloso seguido de muerte. La misma que tienen los integrantes de Callejeros, su manager y el escenógrafo de la banda (Daniel Cardell) y los cuatro policías de la Comisaría 7a que están imputados. A todos ellos les podría corresponder una pena máxima de 20 años de prisión. El poder político, en cambio, zafó de la calificación en su mayoría: los funcionarios de la Ciudad acusados –Fabiana Fiszbin, Ana María Fernández y Gustavo Torres– sólo serán procesados por incumplimiento de los deberes de funcionario público, cuya pena máxima es de dos años de prisión.

Y a un año de la tragedia, es bueno repetir una vez más lo más importante: no olvidar a los 194 muertos, que merecen Justicia y Verdad.

Las zapatillas tiradas, que perdían las víctimas y sobrevivientes en su carrera por escapar del humo. Y el ticket de lo que iba a ser una fiesta, y se transformó en horror.

Las zapatillas tiradas, que perdían las víctimas y sobrevivientes en su carrera por escapar del humo. Y el ticket de lo que iba a ser una fiesta, y se transformó en horror.

En Plaza Miserere, las víctimas que se desmayaban tras salir del infierno de Cromañón eran atendidas por otros sobrevivientes.  Quienes no habían tenido la suerte de huir de esa trampa, fueron depositados en la vereda por policías, bomberos y voluntarios. Muchos familiares debieron soportar el calvario de reconocerlos allí mismo.

En Plaza Miserere, las víctimas que se desmayaban tras salir del infierno de Cromañón eran atendidas por otros sobrevivientes. Quienes no habían tenido la suerte de huir de esa trampa, fueron depositados en la vereda por policías, bomberos y voluntarios. Muchos familiares debieron soportar el calvario de reconocerlos allí mismo.

El SAME destinó 46 ambulancias y cinco móviles de apoyo al escenario de la tragedia. Según un informe del Cuerpo Médico Forense, actuó en forma correcta.

El SAME destinó 46 ambulancias y cinco móviles de apoyo al escenario de la tragedia. Según un informe del Cuerpo Médico Forense, actuó en forma correcta.

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