A un año del tsunami… el lento regreso a la vida – GENTE Online
 

A un año del tsunami... el lento regreso a la vida

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El domingo 26 de diciembre del 2004, cuando el Océano Indico pareció levantarse y rugir convertido en una monstruosa ola, no fue difícil imaginar y temer los peores y ancestrales terrores prometidos en los libros sagrados: el Apocalipsis y sus cuatro implacables jinetes, el Leviatán multiplicado por mil veces mil, el segundo Diluvio Universal pero sin el Arca de Noé salvadora. Casi 300 mil vidas segadas, más de 2 millones de almas arrancadas de su tierra y arrojadas a cualquier rincón como impulsadas por una catapulta gigante, y centenares de miles –jamás se conocerán las exactas cifras– sin casa, sin comida, sin trabajo, perdidas o muertas sus familias, como si una guerra atómica o la suma de todo el cine catástrofe imaginado por Hollywood se hubieran asociado para urdir el Infierno: el verdadero, no el de los nueve círculos soñado por Dante Alighieri y dibujado por la aterradora tinta de Gustave Doré.

Pero el resto del mundo, el mundo a salvo, comprendió que tenía por delante una de las más grandes empresas jamás intentadas: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, construir refugios, levantar una muralla de vacunas y remedios contra las enfermedades y las epidemias, y lanzar su S.O.S para reunir una suma de dinero sólo imaginable en Fort Knox, en el Club del Oro de Londres, en Wall Street…

En no demasiado tiempo, Indonesia, Sri Lanka, India, Andamán, Nicobar, Somalía, Maldivas, Birmania y Tailandia, los países devastados, recibieron, en total, ayuda directa para los casi 2 millones de hombres, mujeres y chicos amenazados por la muerte, luego de que se abrieran las arcas del Banco Mundial, las Naciones Unidas y más de 500 ONGs de medio planeta. “Pero el desafío es demasiado grande, porque no sólo se trata de enfrentar la emergencia. También, aunque a largo plazo, hay que lograr que toda esa gente salga de la pobreza, reciba tierra para sembrar, créditos para poner en marcha pequeños negocios, y casas permanentes en lugar de los precarios refugios donde todavía viven”, dijo la presidenta de Oxfam Internacional, una de las organizaciones que lleva un año trabajando sin descanso en la reconstrucción de los países azotados por el tsunami, y que estima el final de la tarea recién para el 2008.

ACEH: EL RECORD DEL HORROR. Por su vecindad con el epicentro del terremoto que levantó a la ola asesina, Aceh, provincia de Indonesia, sufrió la mayor destrucción y pérdida de vidas. Centenares de kilómetros de tierras costeras quedaron sumergidos, y poblaciones enteras desaparecieron sin dejar el menor rastro de su existencia. Muertos: 170 mil. Desplazados y dispersos: 600 mil. Y tres meses más tarde, el 28 de marzo de 2005, un segundo terremoto estremeció a la isla de Nias, al sudeste de Aceh: dos puntos que, además, llevan tres décadas de violentos conflictos políticos, pero que la tragedia barrió del primer plano. “No quiero pasar el resto de mi vida traumatizado por el desastre. Quiero hacer algo por mí mismo y por mi comunidad”, dice Dedi, que perdió a toda su familia, pero sigue trabajando como voluntario, sin que el dolor lo doblegue. “Lo esencial es repartir materiales y herramientas para que la gente construya refugios, sacos de dormir, mantas, utensilios de cocina y pastillas para purificar el agua, porque sin esas cosas, las enfermedades y la muerte siguen cerca”, explica. Pero la reconstrucción no es fácil, porque “además de la destrucción y la pobreza, el tsunami cambió completamente el paisaje de la costa. Hay mucha tierra bajo el agua, los campos de arroz, las parcelas y las playas desaparecieron, y el mar llega quinientos metros más adentro que antes”, diagnostica Lilianne Fran, responsable política de una ONG.

SRI LANKA SE PONE DE PIE. El brillante científico y escritor Arthur Clarke, autor, entre otras joyas de ciencia ficción, de 2001, Odisea del Espacio, eligió a Sri Lanka para vivir “porque es lo más parecido al Paraíso que uno pueda imaginar”, ha dicho en muchos reportajes. Pero la ola, en minutos, la convirtió en el Paraíso perdido: 35 mil muertos, medio millón de desplazados y arrojados muy lejos de sus casas, sus chozas y sus pequeñas parcelas, 627 mil almas sin trabajo, miles de escolares sin aulas, y –todavía– fuerte racionamiento de comida.

Sin embargo, las ONGs repartieron microcréditos, lentamente florecen negocios de costura, cría de aves, pesca, carpintería, reparación de bicicletas (vehículo nacional), lavanderías, industrias de fibra de coco. Sewa Kumuthini, que todavía vive con su madre en un campamento de emergencia, dice: “Pedimos un microcrédito, nos dieron 7 mil rupias (58 euros) para levantar una tienda, y nos va muy bien. Perdimos nuestra casa y todo lo que teníamos, pero todavía tenemos un futuro. Pequeño, pero futuro al fin”. Y hay alegría y revuelo, porque los pozos de agua, hasta hace poco saturados de sal, han empezado a verter otra vez, luego de muchos y sacrificados trabajos de limpieza, agua clara y potable…

BALANCE: DEL ROJO AL AZUL. Sólo los miles de miembros de las ONGs que trabajan hace un año en los nueve países devastados llevan la cuenta de lo que penosamente se ha recuperado y de lo mucho que falta. Uno de los ingenieros más activos dice: “El resto del mundo no tiene idea de lo que realmente sucedió y de todo lo que aún se necesita. Desde bolsas para cadáveres, porque –créase o no– todavía aparecen, hasta una lista infinita: dentífrico, cepillos de dientes, uniformes para los escolares, herramientas de todo tipo, semillas, vacunas, remedios de alta complejidad para combatir los miles de casos de sida, materiales para reconstruir casas, máquinas para sacar el barro de los caminos y hacerlos transitables… Prácticamente todo objeto existente en el mundo sirve aquí para algo: desde hojas de palmera para levantar precarias chozas hasta clavos, tornillos, tuercas, recipientes de plástico, ropa y zapatos y zapatillas en cualquier estado… Hay que hacer de cuenta que es el primer día de la Creación, y que a Dios le faltan seis para completar su obra”.

Sin embargo, en las oficinas de contaduría de las más de 500 ONGs que, pasado un año, no dejan de recibir aportes de la Cruz Roja, de empresas y hasta de particulares anónimos, son levemente optimistas: el balance, que en las primeras horas del desastre no era menos patético que los restos de una guerra, empieza a inclinarse del rojo absoluto –rojo llamarada– a un módico azul. Eso, a pesar del gran escollo cultural. Porque, como define uno de los maestros-jefe encargados de restablecer la actividad normal en las escuelas, “el tsunami recayó sobre poblaciones con un 80 por ciento o más de analfabetos, de mal alimentados, de hombres y mujeres sin más oficio que la pesca o las formas más primitivas de labranza, de modo que además de socorrerlos en sus necesidades básicas –techo, comida, remedios– es imprescindible dotarlos de mejores armas –de especialización, por ejemplo– para que puedan enfrentar en mejores condiciones otro brutal mazazo de la naturaleza”.

Pero, pasado un año del Apocalipsis y sus jinetes, del Leviatán, del segundo Diluvio Universal, cada amanecer ilumina algo nuevo. Mínimo acaso –una breve calle, una modesta casa, el olor de una comida–, pero vivo.

En Teunom, a 170 kilómetros al sudeste de Banda Aceh, Indonesia, uno de los puntos más golpeados por la ola asesina, casi nada quedó de esta mezquita y sus alrededores, uno de los lugares más queridos por la enorme comunidad musulmana de ese país. En pocos minutos, el terremoto y el posterior tsunami se llevaron 170 mil vidas. Hacia la noche fue necesario improvisar depósitos de cadáveres en las calles, porque la morgue quedó absolutamente saturada, mientras los llantos y los gritos inundaban el aire.

En Teunom, a 170 kilómetros al sudeste de Banda Aceh, Indonesia, uno de los puntos más golpeados por la ola asesina, casi nada quedó de esta mezquita y sus alrededores, uno de los lugares más queridos por la enorme comunidad musulmana de ese país. En pocos minutos, el terremoto y el posterior tsunami se llevaron 170 mil vidas. Hacia la noche fue necesario improvisar depósitos de cadáveres en las calles, porque la morgue quedó absolutamente saturada, mientras los llantos y los gritos inundaban el aire.

El mismo lugar hoy, un año después. La mezquita está casi totalmente reconstruida, y en los ayer devastados alrededores crecen casas, algunas restauradas y otras flamantes. Todavía queda mucho por hacer, pero la incansable tarea de las ONGs, las Naciones Unidas, la Cruz Roja Internacional y la población civil local van logrando el milagro de poner en pie lo que parecía condenado para siempre. Como un símbolo de esperanza, los fieles han vuelto a orar: la vida y la fe, tenaces e invencibles, continúan…

El mismo lugar hoy, un año después. La mezquita está casi totalmente reconstruida, y en los ayer devastados alrededores crecen casas, algunas restauradas y otras flamantes. Todavía queda mucho por hacer, pero la incansable tarea de las ONGs, las Naciones Unidas, la Cruz Roja Internacional y la población civil local van logrando el milagro de poner en pie lo que parecía condenado para siempre. Como un símbolo de esperanza, los fieles han vuelto a orar: la vida y la fe, tenaces e invencibles, continúan…

El brutal paso de la ola borró literalmente esta calle del distrito de Banda Aceh, Indonesia, destruyendo el pavimento y aplastando sus veredas y comercios con barcos arrancados del mar y arrojados como por una catapulta gigante, sembrando pánico y muerte.

El brutal paso de la ola borró literalmente esta calle del distrito de Banda Aceh, Indonesia, destruyendo el pavimento y aplastando sus veredas y comercios con barcos arrancados del mar y arrojados como por una catapulta gigante, sembrando pánico y muerte.

La misma calle, hoy, a un año del desastre. El pavimento, las veredas y los comercios fueron reconstruidos, y la vida cotidiana ya se desarrolla normalmente. La tragedia jamás será olvidada, y pasarán años antes de que la ciudad sea lo que fue. Pero lo será…

La misma calle, hoy, a un año del desastre. El pavimento, las veredas y los comercios fueron reconstruidos, y la vida cotidiana ya se desarrolla normalmente. La tragedia jamás será olvidada, y pasarán años antes de que la ciudad sea lo que fue. Pero lo será…

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