A 100 años de su nacimiento, este homenaje – GENTE Online
 

A 100 años de su nacimiento, este homenaje

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Llueve, por suerte, en Isla Negra, que no es isla ni es negra, como él lo ha
dicho tantas veces. Llueve, por suerte, digo, porque él, desde algún rincón (¿el
bar, el último peldaño de la escalera de barco que lo llevaba hasta su cuarto?),
cavernosa la voz, dice o me dice:

-Mi único personaje inolvidable fue la lluvia. Para escribir siempre necesité el
vuelo de la lluvia sobre los tejados.
-Y se murió en Santiago con aguacero, como César Vallejo en París. ¿Recuerda?
"Me moriré en París con aguacero".
-Vallejo… Sí, recuerdo. Morirme en Santiago y con lluvia fue, quizá, un acto de
justicia después de tanto horror.

Busco la voz, o al dueño de la voz, pero no acierto. Descartados el bar y la
escalera, con ojos rápidos recorro los mascarones de proa, las tres mil irisadas
caracolas, el caballo de cartón -tamaño natural-, las decenas de barcos a
escala, los botellones, los restos de naufragios, y recuerdo que él, Neftalí
Ricardo Reyes Basoalto, que hoy cumpliría un siglo, es sólo unas puras cenizas
junto a las puras cenizas de su última mujer, Matilde Tencha Urrutia, y que en
el mástil no está la bandera roja: esa clave secreta, sólo para los amigos, que
quería decir "Adelante, Pablo está en casa". Pero, cuerpo o cenizas, hombre o
memoria, me pregunta:

-¿Le gusta el caldillo de congrio? Puedo ofrecerle…
-Sí y no.
-Entonces, es no. ¿Y los camarones con limón y salsa picante?
-Sí. ¡Bravo!

Misteriosamente, rosados y frescos, aparecen en la mesa, y también aparece una
copa de vino oscuro.

-¿No me acompaña?
-No.

-¿Por qué?
-Sucede que a veces me canso de ser hombre.

-¿Estaba cansado de ser hombre cuando escribió Versos del capitán?
-Sí. Eran momentos confusos y errantes de mi vida.

-No los únicos.
-A lo mejor, los más.

-Pero las mujeres se encargaron de mitigarlos. Como escribió Rimbaud: "Las
mujeres suelen cuidar de esos desgraciados que regresan de las tierras
calientes".

-Las mujeres, sí, las mujeres. Como usted sabrá, soy un poeta, y los poetas
deben vivir enamorados. No creo en los poetas que no toman vino, no se enamoran
y no comen carne. ¿Me imagina vegetariano?

-Ni vegetariano ni pobre. ¿Es cierto que murió millonario?
-La muerte no existe. Pero, suponiendo, por un rato, que sí, es cierto: he
vivido y he muerto millonario. Y no me arrepiento. Nunca me creí ese cuento de
"el hambre como látigo creador". Picasso también era millonario, y con justicia:
creó doscientas sesenta mil obras.

-¿Y usted?
-Así, al peso, unos cinco kilos de poemas. Una buena pila de libros. Y feliz,
porque los libros deben llover sobre las chozas e inundar los barrios.

-Vuelvo a las mujeres. Usted tuvo tres…
-Sí, exactamente. Treinta y tres...

-Mi cuenta habla de una remota holandesa nacida en Java...
-Sí. María Antonieta Agenaar. Era sencilla y suave.

-…de Delia del Carril…
-Intelectual y gran pintora.

-...y de Matilde Urrutia. Pero entonces, ¿quién era Graciela?
-Graciela…, la del Romance rural. ¿Lo leyó? "Chiquilla de ojos pardos y de dulce
mirada / porque no lo quisiste no tuviste mi amor / aquí entre estos burgueses
de aldea descansada / donde un poeta es casi lo mismo que un ladrón."

-Burgueses. Es rara esa palabra en usted, que fue un gran burgués. Anarquista
primero, comunista después y hasta el final, pero burgués siempre.
-Comunista hasta el final, sí, pero crucificado por muchos comunistas porque
comí huevos fritos y tomé té con un presidente norteamericano. ¡Cosa de
políticos!

-¿No le gustan los políticos?
-Son… muy divertidos. Pero de tan divertidos, se vuelven muy peligrosos. ¿Le
gustaron mis camarones?

-Mucho, sí. Gracias. Antes me dijo que el hambre no es un látigo de la creación,
y otros dicen que sin inspiración es imposible escribir. ¿Cómo se lleva con la
inspiración?
-Viene mientras trabajo, y si no viene, me arreglo muy bien sin ella.

-A veces, esta casa se llenaba de comunistas y, al mismo tiempo, de
conservadores. ¿Qué hacía para evitar que corriera sangre?
-Me iba a dormir la siesta.

-¿Quién era Albertina?
-Albertina Rosa Azócar. Un amor de mis veintiún años. Ella tenía dieciocho, y
nunca quiso casarse conmigo.

-Pero dicen que fue la musa de Veinte poemas de amor y una canción desesperada,
su libro más famoso: ¡dos millones de ejemplares! Es más: después de que usted
desapareció, se publicaron ciento quince cartas de amor que le escribió a lo
largo de muchos años.
-No me sorprendió. Siempre dije que después de mi muerte iban a publicar hasta
mis calcetines…

-¿Y Marisombra y Marisol, quiénes fueron?
-Olvídese. Nunca nadie lo sabrá.

-Cuando escribió "Ahora estoy acodado frente a la ventana, y una gran tristeza
empaña los vidrios. La soledad empieza a poblarse de monstruos, y el alba saca
llorando los ojos del agua"
, ¿en quién pensaba, quién le inspiraba tanto dolor?
-Malva Marina, mi hija muerta. La pobrecita nació débil y enferma, y murió a los
ocho años. Escribí muchos poemas a su memoria, pero sin nombrarla.

-Recuerdo aquel disparate cómico: "Fue una tarde triste y pálida / Yo me la
encontré a la sálida / pues esa mujer neurótica / trabajaba en una bótica"
.
¿Cómo y por qué nació?
-En tres minutos, y como respuesta a damas muy cursis que visitaban al gran
poeta -a mí- esperando que les dedicara una nueva versión de "Puedo escribir los
versos más tristes esta noche…
", etcétera, etcétera. Usted debe saberlo de
memoria.

-Estuvo muchas veces en Buenos Aires, y durante diez meses vivió allá como
exiliado, perseguido por el dictador Gabriel González Videla…
-Es cierto. Le puso precio a mi cabeza, y los carabineros decidieron cortármela
cuanto antes.

-¿Qué recuerda de Buenos Aires?
-Poco. A Borges, a Oliverio Girondo, a Raúl González Tuñón, a García Lorca (lo
conocí allá), y mucho después, a un aduanero imbécil que en 1957 me preguntó si
en la valija llevaba lingotes de oro para el movimiento peronista.

-¿Amó mucho a Matilde, su última mujer?
-Fueron veintisiete años con ella. ¿Eso puede ser otra cosa que amor? Era
incondicional, única. Durante mucho tiempo creí que amaba al poeta, pero un día
me dijo: "Te querría igual si fabricaras muebles o zapatos". Ese mismo día le
escribí aquello de "En tu abrazo yo abrazo lo que existe / la arena, el tiempo,
el árbol de la lluvia".


-Siguen aquí sus libros, veo. ¿Todavía los lee?
-Por cierto. ¿Recuerda lo que dijo Lamartine? "La imprenta es el telescopio del
alma."

-Y el telescopio del cuerpo, el que usted ponía en su ojo -no sé si el derecho o
el izquierdo- para espiar a las chicas que abajo, en la playa, se cambiaban
detrás de una roca. ¿O me informaron mal?
-No, lo informaron muy bien. Era encantador verlas y saber que ignoraban mi ojo
pecador. ¿Sabe cuál era el truco? Me ponía a un metro de la ventana, para que no
me descubrieran.

-Además de las mujeres, ¿qué le gustaba?
-Casi todo. Pero más que nada, hacer casas -fui un buen albañil-, los pájaros,
el mar, los libros, el vino, la comida, bailar (soy pésimo, pero no importa), ir
al cine a ver algo de De Sica o de Fellini, y ser feliz.

-¿Abjuró de su autorretrato? Aquello de "Mi nombre es Pablo por arte de
palabra", etcétera.
-No. Pero me gusta más el segundo autorretrato: "Soy o creo ser duro de nariz,
mínimo de ojos, escaso de pelos en la cabeza, creciente de abdomen, largo de
piernas, ancho de suelas, amarillo de tez, generoso de amores, tierno de manos,
lento de andar, inoxidable de corazón, caminante de arenas, horrendo
administrador, afortunado en nubarrones, monumental de apetito, tigre para
dormir, poeta por maldición, y tonto de capirote".

-Lleva más de treinta años de espíritu vagabundo y cuerpo hecho frías cenizas.
¿Cómo se lleva con la muerte?
-Bien, porque nada le cedo. Dije un día: "Compañeros, enterradme en Isla Negra,
frente al mar que conozco", y aquí estoy. Y sigo existiendo, como usted ha
visto.

-¿Lo dice por su voz, que no sé de dónde sale, y por los camarones y el vino?
-No sólo por eso. Sigo existiendo en una calle que el aire hace llorar.

La voz, de pronto, se apagó. Al rato fue noche. Tentado estuve de robarle un
libro, porque alguna vez había estado en sus manos y porque es cierta la
sentencia de Lamartine: la imprenta es el telescopio del alma. Pero no me
atreví. También miré por el telescopio (el real, no el de la metáfora) hacia la
playa, pero fue inútil: en invierno, las mujeres no se cambian detrás de las
rocas. Ni siquiera se acercan al mar.

Un día, cabalgando por la playa, la vi. Era apenas una cabaña, pero supe que había encontrado mi lugar en el mundo. Se la compré, con plata prestada, a un capitán de navío, viejo socialista español, y la habité en 1939". Así describió Neruda a su amada Isla Negra.">

"Un día, cabalgando por la playa, la vi. Era apenas una cabaña, pero supe que había encontrado mi lugar en el mundo. Se la compré, con plata prestada, a un capitán de navío, viejo socialista español, y la habité en 1939". Así describió Neruda a su amada Isla Negra.

Sentado en ese trono que el mar y el viento tallaron en la piedra, encontré el equilibrio perfecto. Cuando en mi vida apareció Matilde Urrutia, la Tencha, supe que sería la última mujer de mi vida. La amé, me amó, y no porque yo fuera poeta. Me hubiera amado, dijo, aunque yo hubiera fabricado muebles o zapatos. Los mascarones
de proa me recordaron siempre que debí ser un navegante. Lo fui, pero sólo
de boca…"
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"Sentado en ese trono que el mar y el viento tallaron en la piedra, encontré el equilibrio perfecto. Cuando en mi vida apareció Matilde Urrutia, la Tencha, supe que sería la última mujer de mi vida. La amé, me amó, y no porque yo fuera poeta. Me hubiera amado, dijo, aunque yo hubiera fabricado muebles o zapatos. Los mascarones
de proa me recordaron siempre que debí ser un navegante. Lo fui, pero sólo
de boca…
"

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