Valeria Mazza habla de inclusión social, del ataque que recibió su hijo Tiziano y su rol como embajadora de las Olimpiadas especiales – GENTE Online
 

Valeria Mazza: “En Argentina nos falta tender puentes de amor”

Anticipando el Mes de la inclusión, la embajadora internacional de las Olimpiadas Especiales, madrina del piso pediátrico del Hospital Austral y referente de solidaridad e integración, encarna Abrazar la inclusión, el flamante Principio de GENTE que invita a reflexionar sobre una necesidad mundial que nos atraviesa e involucra a todos.
Principios
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"Desde que tengo uso de razón quise ser maestra, maestra de chicos especiales o psicóloga. Esa siempre fue mi vocación”, reconoce Valeria Raquel Mazza tras cincuenta años de vida y treinta y seis de carrera. A la hora de presentarla, los títulos sobran: supermodelo, conductora, empresaria, filántropa. Pero muchos olvidan que la rosarina estuvo a tan sólo meses de recibirse de terapeuta ocupacional: “En realidad, había decidido estudiar la carrera de Psicología, pero el tema de la moda empezó a ponerse cada vez más fuerte, hasta que me dí cuenta de que era poco probable que terminara una carrera de seis años. Fue ahí cuando encontré esta opción de cuatro años, que me brindaba la oportunidad de trabajar cerca de personas con discapacidades físicas y psíquicas, y arranqué a estudiarla. Cursé tres años –aunque varias materias del último luego las di libres porque ya pasaba mucho tiempo en New York– y no llegué al cuarto, que constaba de prácticas en el hospital, porque ya venía trabajando mucho y muy bien. Es decir, no logré recibirme. Pero gracias a la popularidad que me dio la moda tuve la oportunidad de amplificar mensajes. Y siento que desde este lugar fui mucho más útil: mi voz es lo más fuerte que tengo”.

–Fuiste y sos vocera de muchas causas, e incluso te comprometiste durante años dentro de La Cava, uno de los asentamientos más extensos del Conurbano. ¿Cómo nació aquello?

–Necesitaba involucrarme en algo presencial que me hiciera crecer como ser humano, y me contacté con los referentes de la iglesia y de la escuela del barrio para que me lleven a recorrerlo. Después pensé que podía adaptar el taller de imagen que daba en ese momento en la Universidad de Palermo, a adolescentes de 13 y 14 años. Lo conversé con la gente de la UP, ellos me apoyaron, arrancamos, y rápidamente aprendimos un montón de cosas.

–¿Cuál fue el primer gran aprendizaje?

–Que aunque vos estés cargada de entusiasmo y buenas intenciones, lo primero que debés hacer es escuchar y entender la necesidad del otro. Porque desde tu perspectiva, podés pensar “acá la problemática más grande es el embarazo adolescente, la agresión y las adicciones, y para enfrentar eso hay que hacer esto, esto y esto”, pero llegás y te das cuenta de que no es efectiva esa clase de acercamiento, que hay que observar al otro, escucharlo, y después ver de qué manera podés aportarle algo.

–¿Revisaron el curso?

–Sí, a lo largo del primer año lo adaptamos varias veces. Es que al principio las chicas no nos miraban a los ojos, no confiaban. Fue difícil. Después entendí que tienen un montón de cosas en común con cualquier chica de su edad, como su interés por la moda, que es el despertar de la feminidad. La moda fue la excusa que encontramos para llegar a hablar de ellas, de sus cuerpos, de cómo cuidarse, de aprender a quererse y respetarse para luego poder hacerse respetar por los demás. Se generó un espacio íntimo y muy cálido en el que se sintieron escuchadas y protegidas.

–En cuerpo y alma, ¿ahí sentiste que hay “un adentro y un afuera”?

–Eso es algo que me replanteé mucho, porque los de adentro del barrio piensan que muchos de sus problemas tienen que ver con la gente que vive afuera, y muchos de los que vivimos afuera pensamos que bastante cosas que nos pasan, pasan por culpa de los que viven dentro. Y en realidad en Argentina lo que faltan son puentes: puentes de amor. En mi experiencia, cuando te das la oportunidad de conocer y te sacás el miedo, el preconcepto y el prejuzgar, comprendés que hay una posibilidad de comunicación enorme y que tenemos muchas más cosas en común que las que nos separan. Lo que necesitamos es que se tiendan lazos desde ambos lados.

–¿Qué lo obstaculiza?

–El miedo a lo desconocido, y que solemos pensar en los de acá o los de allá, catalogamos, ponemos etiquetas. Pero no existe un adentro y un afuera, un arriba y un abajo, un aquí y un allá. Entonces, si pudiésemos contar con una mirada más amorosa del otro y lográsemos tender estos puentes de amor escuchándonos, mirándonos y hablándonos, todo sería mejor. Hay mucho por construir.

–Mencionás las etiquetas, y este año te tocó una tremenda (Nota de la Redacción: el último 5 de junio dos hombres le gritaron “Tincho” a su hijo Tiziano Gravier, 20, en la puerta de un boliche de Rosario, y lo golpearon. Como consecuencia de la agresión sufrió una fractura de mandíbula y debió ser intervenido quirúrgicamente dos veces)…

–Así es. Pero esto de las etiquetas siento que lo vengo viviendo hace muchos años. Primero fui “la del interior”, ya me consideraban distinta. Después me tildaron de “rubia”, “tonta”, “modelo” y “estúpida”. Y el tema de ser mujer también me etiquetó. Afortunadamente tuve la suerte de llegar a un primer nivel mundial en un ámbito en el que la mujer tiene un protagonismo inusual. Eso me empoderó muchísimo. Si bien siempre me reí de lo que decían, es verdad que la gente tiende a etiquetar y agrupar. A mí me molesta cuando veo que en el noticiero ponen “el verdulero que mató a…”. ¿¡Qué tiene que ver que sea verdulero!?, ¡es su profesión!, eso no hace que los verduleros sean asesinos. No me gusta que cataloguen. Y sí, este año a Tiziano lo atacaron por… “Tincho”.

–Una palabra que, imagino, no integraba tu vocabulario, ¿verdad?

–Nunca la había escuchado. Pero ahora entendí todo: el “Tincho”, el “MiliPili”, y demás. Fue un momento horrible y a Tizi le costó entender el porqué. Por suerte lo trabajó bien e hizo todo el proceso de aceptación. De hecho, ya volvió a entrenar y a competir en esquí.

–En ese proceso, ¿te costó no sentir ira hacia sus agresores?

(Ladea la cabeza de costado) No. A mí ira no me queda. Sí, me dan mucha lástima, porque no puedo dejar de pensar en la cantidad de cosas que les faltan. Reflexioné mucho en cómo esto podía ser constructivo, educativo y ejemplificador. Y el hecho de que hayan ido a la cárcel y que lo que hicieron haya tenido una consecuencia me parece importante, porque no todo da lo mismo, no es que nunca pasa nada. No. Todo hecho tiene su consecuencia: se equivocaron y recibieron una condena de tres años en suspenso, y deben hacer un curso de discriminación y pagar un resarcimiento económico.

–¿Lo del curso de discriminación fue un pedido tuyo?

–Con nuestro abogado hicimos una serie de peticiones que del otro lado aceptaron. La verdad, yo no me metí en la parte judicial, pero puedo decirte lo que se habló en casa, y que el “¿qué les gustaría que pase?”, “¿qué les parece que sería útil?” lo hablamos entre todos. Para mí era importante que lo malo lo transformen en trabajo, esfuerzo y aprendizaje. Con el resarcimiento económico que ellos vienen poniendo todos los meses, ahora ayudan a otra gente, porque eso va a donación. De alguna manera tenía que ser constructivo. Y no siento ira, rencor ni nada. Obviamente que mil veces pensé en cómo puede haber tanta maldad, y para mí la hay porque hay falta de amor. O sea, todos nos podemos equivocar, pero cuando existe un alma tan oscura con intención de hacerle mal al otro, de querer pegar o matar, es porque evidentemente tiene mucha falta de amor.

–… que puede ser responsabilidad de la familia y de la sociedad.

–También. De todos. Por eso debemos hacernos cargo un poco todos como sociedad. Pasa que hoy nos encontramos tan divididos que se hace muy difícil.

–¿Divididos políticamente?

–No, como sociedad. La política en definitiva somos nosotros como sociedad, quienes elegimos a quienes queremos que nos gobiernen. Es un sistema gubernamental que debería ser nuestra guía y nuestro ejemplo. Pero en lugar de construir, acá se divide.

–No sólo se divide, sino que además se perpetúa el tema de las etiquetas. Días atrás, la vicepresidenta Cristina Fernández hizo insinuaciones personales sobre la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, y la misma le devolvió la pelota respondiendo: “Yo puedo no tomar, pero usted no puede dejar de ser corrupta”…

(Niega con la cabeza) Es un modo de hablar, de actuar… ¡Y no deja de ser el ejemplo que vemos! Yo soy consciente de que soy un ejemplo para mi familia, y me hago cargo de eso. O sea, la educación es piramidal, y cuando vos estás arriba de esa pirámide, debés dar el ejemplo, te guste o no. Para eso tomás la responsabilidad. Y ahora la educación está comenzando a ser de abajo para arriba, en una sociedad que viene diciendo a sus representantes “¡Paren, no es para ahí!” y pide a gritos un “¡basta!”, un cambio. Eso sucede porque se están haciendo mal las cosas. Es como si tus hijos te estuvieran diciendo “Mamá, papá, ¡dejen de pelearse por favor!”. Es terrible. A mí se me pone la piel de gallina de sólo pensarlo.

–Más de una vez aseguraste que se predica más con las acciones que con las palabras. ¿Vos lograste desprenderte de las etiquetas?

–¿De las que me pusieron a mí o de las etiquetas que yo les pude poner a otros?

–Las dos aristas son interesantes…

–He aprendido a que no me influye tanto la opinión del otro. Si no es una crítica constructiva, no me suma en nada y tampoco modifica mi humor. No me hago cargo de la debilidad del otro, porque en definitiva etiquetar y maltratar a una persona denigrándola con adjetivos demuestra debilidades de quien los dice, y lo tomo por ese lado. No me define la etiqueta de rubia, la de modelo, la de alta, flaca, gorda o vieja… Y respecto a la otra pregunta: con el paso del tiempo he entendido que muchas veces quizá etiquetábamos sin darnos cuenta de hasta donde podíamos agredir a una persona usando un adjetivo descalificativo. Son aprendizajes. Y las nuevas generaciones, que muchas veces se te vienen al humo y atacan muy rápido, necesitan entender que las personas de cierta edad estamos atravesando un proceso de cambio, porque fuimos educadas y criadas de otra manera y las cosas que culturalmente absorbimos tenían otro significado. Ahora resignificamos todas las palabras y transitamos un nuevo camino.

–¿Siendo conscientes de que siempre se puede mejorar?

–Totalmente. También poniéndonos del otro lado y pensando: “¿Cómo me sentiría yo si me dijeran algo así?”. Por otra parte, creo que tuve la suerte de viajar bastante, de conocer muchas culturas y personas, y eso a mí me abrió la cabeza. Nuestros abuelos veían a una persona tatuada de pies a cabeza y podían decir “mmmm, esa persona es rara, algo le pasa”. Yo no me haría un tatuaje, pero sé que tenerlos definitivamente no significa todo eso que venía adjunto. He conocido gente de todo tipo, tamaño, color y personalidad, y sé que las afinidades en la vida se dan por cosas mucho más importantes que el aspecto físico. Tengo amigos de otras religiones, otros colores y otras culturas, con los que quizá existen un montón de temas en los que pensamos diferente, pero también hay otro montón que nos unen, y por eso disfrutamos de estar juntos.

–A lo largo de los años, compartiste mucho tiempo con el actor español Antonio Banderas. Precisamente, ¿qué los une?

–Bueno, él es una persona muy sensible a los temas sociales, y se involucra. De hecho, tiene la Fundación Lágrimas y Favores, que colabora en la construcción de escuelas y apoya la educación en México, un país que quiere un montón. Cada vez que nos encontramos en la Gala Starlite (de la fundación homónima de inclusión), en Marbella, siempre hablamos de este tema, porque nos es en común, y siempre me cuenta cómo disfruta de contribuir a una sonrisa, a un día distinto, a sembrar una semilla de esperanza.
 

 
“Disfruté encuentros con tres Papas: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco”, nos comenta con naturalidad la mujer que desfiló para las marcas internacionales de mayor renombre y junto a célebres colegas de la talla de Claudia Schiffer, Naomi Campbell y Cindy Crawford. ¿Cuál fue el encuentro pontificio que más disfrutó? “El de Juan Pablo II”, contesta sin un ápice de duda. Y se explaya: “Tuvo lugar en 1998, año en que me casé con Ale (Alejandro Gravier, 60). Yo estaba haciendo televisión en Italia, cuando me invitaron desde el Vaticano a leer unas palabras de la Madre Teresa de Calcuta en el primer aniversario de su muerte. Y en esa ocasión el Papa se acercó hacia donde estábamos nosotros. Yo, de solo verlo, me emocioné y empecé a llorar. Antes de dirigirle la palabra, le pregunté al cardenal que tenía al lado si le podía hablar, me contestó que sí, y yo balbuceé en italiano: ‘Nosotros nos casamos hace poco… Nos gustaría formar una familia’. El Santo Padre me miró con esos ojos turquesas que no voy a poder sacarme nunca del alma, ¡y me habló en español! Preguntó: ‘Y para ustedes, ¿qué es el amor?’. ‘Un sentimiento’, le respondí’ Y él agregó: ‘También una elección: sigan eligiéndose’. Yo morí, fue muy impresionante. Pero pude reponerme a tiempo para contarle que estaba trabajando con la comunidad de Olimpíadas especiales y para pedirle por los atletas especiales de todo el mundo. Él, generoso, nos regaló su bendición”.

–Tuviste una oportunidad única y elegiste hablar de las Olimpiadas especiales y de sus más que ejemplares atletas. ¿En qué momento entraron en tu vida?

–Cuando tenía 13 años. En aquel momento estaba en el Club Atlético Estudiantes de Paraná, que era mi segunda casa, porque ahí entrenaba natación. Recuerdo que un día, sin tener muy en claro en qué me metía, decidí anotarme con una amiga para ser voluntaria un fin de semana. Cuando fuimos, cada una tenía un chico, un atleta especial, al que debía asistir alcanzándole la toalla y las ojotas, acompañándolo al lugar de largada, y celebrando su llegada a la meta sin importar el puesto que lograra.

–¿Cómo fue aquel primer contacto con Olimpiadas Especiales?

–Emocionante. En Olimpiadas especiales hay personas con discapacidad mental. Bueno, aquel día había muchos con síndrome de down, ¡y ellos son muy cariñosos! Tanto que al principio yo no sabía cómo manejar sus constantes demostraciones de afecto. Hasta que entendí que todo es corazón, que ellos no tienen vergüenza ni miedos y que sus sentimientos son puros. A partir de ahí siempre seguí ligada y, gracias a mi trabajo, pude colaborar con campañas en todo el mundo y conocí a Eunice Kennedy, su fundadora, quien me nombró embajadora internacional de Olimpiadas. Incluso acompañé a la delegación argentina en unas que se celebraron en Carolina del Norte, Estados Unidos. Una experiencia trascendental. Para mí fue y sigue siendo muy fuerte ver cómo el deporte puede influir en ellos, cómo a través del mismo encuentran la inclusión y socializan, y cómo se ponen a prueba y se superan.

–Llevás décadas cerca de ellos… ¿Qué reflexión te inspiran?

–Cuando te metés en el tema de la discapacidad, comprendés que existe una discriminación enorme por falta de información: la gente no sabe cómo actuar, qué hacer o qué decir. Muchas veces la paraliza no saber, y prefiere mantenerse alejada. Afortunadamente cambió, pero en el pasado la discapacidad se escondía. Sobre todo en contextos de gran pobreza y discriminación social. No era extraño que el pariente con discapacidad estuviese guardado, escondido o encerrado. En aquel entonces nuestra lucha era para visibilizarlos.

–¿Qué cambió?

–La comunicación. Hoy las noticias están en nuestras manos y todos tenemos más información. 

–En Instagram hay mujeres que se convirtieron en influencers de discapacidad por mostrar cómo maternan con un niño en esa condición. ¿Es señal de una evolución de la sociedad?

–Obvio, seguro que sí. Pasa que resulta difícil querer, respetar, cuidar o admirar lo que uno no conoce. Y volvemos a lo de la información: cuanta más tengamos, mejor podremos actuar ante eso. Ni hablar del tema de las etiquetas que tocamos recién. Antes se decía la expresión “qué mogólico”, y ahora aprendimos que eso definitivamente no va.

–Cada persona que pasa por nuestras vidas nos deja una enseñanza: ¿Qué te dejaron y dejan a vos los atletas especiales?

–Sin dudas la resiliencia y el no temer a enfrentar nuevos desafíos. Hay un lema que tienen en Olimpiadas Especiales: “Quiero ganar, pero si no puedo quiero ser valiente en el intento”. Es algo maravilloso que intento inculcar a mis hijos, porque siempre se compite contra uno mismo. Cada uno tiene sus metas y debe vencer a sus propios miedos e inseguridades, y enfrentarlos es lo que te hace un ganador en la vida. A veces te va a ir mejor, otras peor, pero lo importante es volver a levantarse.

–¿Pensás que todos podemos levantarnos con la misma facilidad?

–No. Nosotros nos caemos por cualquier cosa, pero los atletas especiales son mucho más fuertes: son más puros en el sentimiento y no se quedan en esta cosa del “no puedo”, “no soy capaz” o “qué va a pensar el otro”. Somos nosotros los que muchas veces nos quedamos llorando.

–¿Y uno debe permitírselo?

–Si tuviste un duelo, sí, pero si te fue mal en un examen, al día siguiente te ponés a estudiar de nuevo. ¡No podés quedarte en el “no”! Es más, yo escuché muchos “no” en el mundo de la moda. Hubo “no” porque querían pelirrojas, porque estaban buscando chicas más flacas, con más tetas, ¡o lo que sea! Si yo hubiese pensado “tengo que teñirme de pelirroja, tengo que adelgazar y tengo que ponerme tetas”, hubiera perdido mi personalidad. Y mi personalidad es lo que hace la diferencia… ¡Lo que tiene que hacer la diferencia!”

–¿Te costó mucho mantenerte firme en esa posición?

–Obvio. Hubo un momento en que me di cuenta de que estaba corriendo el riesgo, me pregunté: “¿Qué hago?, ¿Me tiño el pelo?, ¿me opero?, ¿bajo de peso con el riesgo de enfermarme?”. Varias veces caí en esa encrucijada, pero siempre decidí respetarme a mí misma. Pude decir que no. Aunque no lo niego, muchas veces los “no” me costaron lágrimas, miedos, vergüenzas y trabajos, todo, pero al final del día la que duerme con mi almohada y la que convive con mi espejo soy yo, y necesitaba estar cómoda con lo que veía de mí misma.


En un alto de las fotos, mientras toma un sorbo de limonada de menta y jengibre sin azúcar y se acuerda “del increíble limoncello que hacía mi abuela”, le pedimos una historia que la haya conmovido a través del tiempo. Y acude a una que se entreteje con el camino que viene recorriendo junto al Hospital Austral. “Hace quince años –relata–, nuestro pediatra, el doctor Manuel Rocca Rivarola, nos contó a Alejandro y a mí sobre un proyecto para el piso pediátrico del Austral. Nosotros quisimos colaborar haciendo una gala benéfica, y con lo recaudado se terminó de construir. Fue tal el éxito, que organizamos una segunda gala, ahora con el objetivo de comprar un respirador de alta frecuencia, algo que yo no sabía bien qué era, pero ellos nos pidieron. Lo conseguimos, se compró, y todo bien. Lo inesperado fue que cuatro meses después se me acercó un hombre: ‘Hola Valeria, ¿cómo estás? Mirá, yo te quiero agradecer porque soy el tío de un chico que, mientras jugaba en el garaje de su casa, tomó bencina, y tan averiados le quedaron los pulmones, que necesitó un respirador de alta frecuencia. En el país sólo había tres: uno estaba ocupado, otro averiado y un tercero recién se había comprado en el Hospital Austral. Bueno, ¡gracias a ese respirador de alta frecuencia mi sobrino se salvó! Muchas gracias’, redondeó ante mi asombro. ¡¡Imaginate la emoción!!… ¿Cómo no va a valer la pena hacer todo aquello que uno pueda? Desde entonces, cada año seguimos yendo tras los objetivos que el hospital necesita”.

–Como madrina, además, muchas veces visitaste a los pequeños que están esperando una cura. Un momento fuerte, ¿cierto?

(Le chispean los ojos) ¡Sí!, en varias oportunidades pasé a saludar. Yo no voy a cambiar ningún pronóstico médico, pero sí le puedo cambiar el día a ese paciente internado hace semanas o meses. O tal vez se trata de un adolescente medio bajoneado por la situación que está viviendo, que hace días que no se quiere levantar de la cama, bañarse ni vestirse, y ese día, para recibirte, lo hace… ¡Se me cruzan tantos recuerdos, y tantos obsequios! Me dieron pulseritas, collarcitos, dibujos. Varios pudieron salir de esa situación, y otros no. Tengo muchos angelitos… (se le humedece la mirada).

 
La sesión de fotos continúa y ella recupera esa expresión fresca y contagiosa que la caracteriza. Y mientras sorprende moviendo sus caderas al ritmo de canciones de Nicki Nicole, María Becerra y Nathy Peluso, su mirada se detiene por un segundo, y hace un alto en el shooting para comentarle algo a la periodista: “Me quedé pensando en todo lo que uno puede generar en el otro con tan poco. No tengo dudas de que una sonrisa vale más que la letra de una ley. O sea, no me malentiendas: la gente necesita apoyo legal para recibir ayuda y todo eso, pero no sentirse ignorado en la vida también colabora muchísimo. Ver al otro a los ojos y regalarle una sonrisa, un saludo. Por poner un ejemplo cotidiano, yo llego a los semáforos, y cuando hay gente que pide, no me escondo ni miro para otro lado: doy, y si no, bajo la ventanilla, aclaro que hoy no tengo y saludo. No ignoro, porque para mí ignorar al otro o rechazarlo es absolutamente horrible”.

–Sucede que hay muchas personas, como quienes duermen en las calles, que sienten que nadie las ve, que no existen para los demás…

–Cuando hablamos de inclusión es necesario referirnos también a ellas, porque no hablamos solamente de discapacidad. Inclusión es no hacer diferencias, no marcar grietas. De hecho, antes decíamos “gente discapacitada” y eso ya no va más: se dice “gente con discapacidad”. ¿Por qué? Porque todos tenemos alguna discapacidad. Y decir “con discapacidad” nos une. Inclusión es tener una mirada amplia, ver al otro, reconocerlo, aceptarlo e incluirlo.

–En esta ola de concientización que nos engloba, los diseñadores se muestran cada día más inclusivos, y se nota en los procesos que eligen para confeccionar sus prendas, en la mano de obra que utilizan y en los mensajes que brindan. ¿Ni la moda se quedó afuera?

–Es que la moda ya no puede quedarse afuera. Por eso hace años viene haciendo un trabajo de cambio y transformación. Antes la moda era mucho más elitista, para una parte de la sociedad, y ahora se ha democratizado y llega a diferentes gustos, distintos tipos de mujeres y diversos talles. Va avanzando y creciendo. A eso se le suma el tema de la sustentabilidad, el no dejar afuera al planeta, la casa común que debemos cuidar entre todos. Si todos la pensáramos como nuestra casa común, todos haríamos algo más por cuidar el lugar en el que vivimos.

–¿El problema está en dónde se para la gente?

–¡Siempre! La vida depende de la percepción. Además, existe mucho de esa mirada de “¿por qué lo tengo que hacer yo, si el otro no lo hace?”. En Argentina, por cultura e idiosincrasia, tendemos siempre a lo del ‘más vivo’, y eso genera que a veces se nos haga más difícil.

–¿Quién o quiénes te educaron en los valores?

–Mis padres. Ellos me mostraron el valor de la familia, de la amistad, de la solidaridad, del respeto, del trabajo y del esfuerzo. Mamá, que es una persona muy sensible a todos estos temas, nos enseñó a desprendernos de cosas, para compartirlas con otros. O sea, no a sacar lo que no necesitás, sino a desprenderte de cosas pensando en el placer y la alegría que le va a provocar a otro recibirlas.

–Esa niña creció… La mujer que hoy contesta al grabador, ¿tiene un ejemplo a seguir, alguien que admire?

–Si bien, como te comenté, mi madre ha sido un gran ejemplo, también mencionaría a la Madre Teresa. Nos dio clase a todos, nos enseñó una frase que nunca olvidé: “Aunque muchas veces te sientas una gota en el océano, el océano no sería el mismo sin esa gota”. Todo lo que hagamos siempre va a hacer la diferencia. Aunque te parezca que lo tuyo pueda ser insignificante… Bueno, en realidad cada uno de nosotros somos insignificantes. Lo valioso es ser parte de la suma. Alguien tiene que empezar y todos tenemos que movernos en equipo como sociedad. Ése es el camino a seguir.

Por Kari Araujo
Fotos: Chris Beliera
Arte digital: Gustavo Ramírez

Filmación de video: Miranda Lucena y Manuel Adaro
Edición de video: Miranda Lucena
Estilismo: Roxana Harris
Asistente: Gime Bright
Make up: Poli Martínez
Pelo: Diego Impagliazzo
Locación: Patagonia Flooring-Fontenla-Restaurant Mudrá

Seguimiento periodístico en las distintas plataformas: Elisabet Correa
Looks: Gustavo Pucheta, Menage a Trois, Francisco Ayala, María Gorof, Tramando, Biótico, La Chica de los Stilettos, MyM Torres accesorios y María Faure Jewelry

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