Los verdaderos motivos de la muerte de Juan Castro, a 16 años de su trágico final – GENTE Online
 

Los verdaderos motivos de la muerte de Juan Castro, a 16 años de su trágico final

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Así fueron las últimas y desesperadas horas del periodista.

El último día. El martes 2 de marzo de 2004 lo sorprendió en Endemol, la productora responsable de Kaos en la ciudad, donde lo habían nombrado director artístico. Juan Castro cenaba junto a su amigo y productor Carlitos. Esperaban la llegada de los dos camarógrafos que los asistirían en la realización de las notas correspondientes a un nuevo segmento del programa llamado Sonámbulos. A la una de la mañana partieron "de cacería": otra vez a recorrer la ciudad, ahora en busca de los Sonámbulos del Kaos. Conforme a lo acordado en la última reunión de producción, Juan Castro abordó un colectivo –nadie recuerda la línea–, donde entrevistó a un inmigrante paraguayo indocumentado.

Su recorrido lo llevó luego a la plaza vecina al hospital Garrahan, en el corazón de Parque Patricios. Allí había pasado gran parte de su infancia. Y si bien nunca se había dejado seducir por el fútbol, festejaba los goles de Huracán como propios. ¡Si hasta se convirtió en quemero por "influencia familiar y geográfica"! Se lo contó a su amigo Carlitos... Poco después, Juan y su equipo de producción se toparon con un motoquero desconsolado.

–Vengo del casino, perdí mucha plata... Cuando llegue a casa mi mujer me va a
matar –le confesó aquel hombre.

–Vamos a tu casa, yo te ayudo con tu mujer –le contestó Castro.

Era una buena historia. Juan abordó la moto y acompañó al muchacho hasta su casa, en Caballito. Despertaron a la esposa. Se sucedieron luego la confesión del jugador, la sonrisa de Juan Castro y el perdón de la esposa damnificada. Eso fue todo. El remise lo dejó otra vez en su casa poco después de las seis de la mañana.

Juan Castro y su hermano gemelo, Mariano.

Juan durmió algunas horas y al mediodía regresó a Endemol. Mantuvo reuniones con las autoridades y con el equipo de producción de su Kaos en la ciudad. Aún estudiaba la oferta para conducir Cadena de favores, una suerte de magazine solidario que se iba a emitir por la pantalla de Canal 13. Programó sus viajes: el 4 de marzo siguiente –dos días después– partiría rumbo a Colombia, después recalaría en Haití, de allí a Brasil y finalmente regresaría a Oriente Medio. Castro quería contar con la presencia de Cristina Fernández de Kirchner en su primer programa e intercedió en las negociaciones que mantenía desde hacía algunos días una de sus productoras. No tuvo éxito. Luego le dejó un mensaje a Diego Buranello, jefe de Prensa de la entonces primera dama. "Trabajamos durante algunas horas en el armado del programa. Juan estaba de muy buen humor", resumiría luego el productor Adrián Santucho. A las 17:45 decidió dar por terminada su jornada de trabajo. Se despidió de sus compañeros con una de sus clásicas bromas que cualquiera podría considerar, también, un anuncio o una provocación:

–Voy a llamar a uno de mis dealers –dijo.

Los que trabajaban en los escritorios vecinos a la Recepción lo escucharon. Sonrió y cerró la puerta. Se dice que aún tenía tres dealers: la travesti, la vieja y el muchacho que brindaba su "servicio de delivery" a bordo de un Peugeot. Caminó hasta el Baby bar –la fonda más próxima a la productora– y ordenó pascualina y Coca-Cola light, un menú acorde a su dieta. Luego abordó un taxi y partió rumbo a su casa, en El Salvador 4753. En las escaleras se cruzó con Santiago Pont Lezica, director artístico de radio Millenium: "Lo vi fenómeno, de buen humor. Estaba vestido con ropa de gimnasia", declararía luego Santiago. Cruzó el umbral del 1º E y se sumergió en su mundo privado. Recién entonces se pierden sus rastros. La laguna se extiende por algo más de veinte minutos. En ese lapso rompió dos televisores y un equipo de música. Gritó tan alto que lo escucharon sus vecinos.

Sin embargo, los peritos de la Policía Federal comprobaron que estaba solo. ¿Otra vez las alucinaciones? Como aquel día en que sintió su cuerpo lleno de piojos y arrasó con los Nopucid del farmacéutico de la esquina para echárselo encima... Una tarde sintió ratas adentro suyo y bebió veneno. ¡Las horas que pasó espiando por la mirilla de su puerta, asustado, en un evidente cuadro de paranoia! Nadie lo sabe. Tampoco lo acompañaba Carolina Opole, su asistente terapéutica. ¿Adónde estaba ella? ¿Tenía que estar con él allí? "Hablaba por teléfono", dedujo la policía.

Lucho Pavesio, su pareja, en el momento de mayor tristeza de su vida.

La jueza Susana Castañera de Emiliozzi (N. de la R.: A cargo del Juzgado de Instrucción 31) ordenó rastrear los últimos llamados realizados y recibidos en sus teléfonos "de piso" y celular. Encontró la comunicación que le hizo Pablo Codevilla desde Canal 13 para anunciarle que habían decidido cambiar el día de emisión de Kaos en la ciudad: ya no iría los jueves, como de costumbre, sino que pasaría a los lunes. Sobre la mesa había una botella de whisky y algunos vasos. Hablan también
de estudios médicos ("el resultado de un examen de HIV", se apresuran algunos), pero fueron sólo trascendidos. El departamento estaba regado de antidepresivos y ansiolíticos. Algo lo empujó hasta el balcón. Y de allí, al vacío. Dicen que alguien le imploró que no saltara. Sin embargo, ese testimonio no figura en la causa judicial. Fue un hombre o una mujer –su sexo varía según el informe periodístico–, un supuesto vecino del piso de arriba.

Manolo, el asistente de portería, no habla con la prensa. "No quiero perder mi trabajo", se excusa. Su declaración sería contundente, esclarecedora. Entre sus íntimos cuenta su versión de la historia. Dice que, alertados por los gritos de Castro, los vecinos le ordenaron ir a averiguar qué sucedía. "¡Me quieren matar!", habría escuchado exclamar a Juan. Golpeó la puerta y no obtuvo respuesta. Entonces recibió nuevas instrucciones: debía entrar al departamento como sea y ver qué le sucedía al periodista. Con una copia de la llave o mediante el uso de la fuerza, Manolo habría irrumpido en el 1º E. Dice que vio a Castro parado en el centro de su living, con el torso desnudo y de espaldas. Y que cuando Juan advirtió su presencia, sin siquiera voltearse para mirarlo, corrió hasta el balcón y saltó al vacío.

Juan Castro cayó desde este balcón sin reflejos. Ni siquiera atinó a colocar sus brazos
para amortiguar el golpe.

¿Qué suicida intentaría terminar con su vida arrojándose desde un primer
piso? Eran 4,80 metros. Cayó sin reflejos. Ni siquiera atinó a colocar sus brazos
para amortiguar el golpe. Faltaban algunos minutos para las 19 horas. Su cabeza
impactó directamente contra la vereda de baldosas de piedra lavada, provocándole
un edema cerebral. Y su pierna izquierda sufrió dos fracturas expuestas: una
justo encima de la rodilla y la otra a la altura del tobillo. Un vecino alertó a
la Policía. El cabo 1º José Zayas –que estaba de guardia en la esquina de El
Salvador y Gurruchaga– fue el primero en socorrerlo. Lo encontró
inconsciente, descalzo, con el torso desnudo, bañado en sangre. No tenía ningún
teléfono en sus manos. Estaba desfigurado, pero aún con vida. Los
médicos del SAME no lo reconocieron.

Fue derivado al hospital Fernández. Allí lo intubaron y lo conectaron a un
respirador artificial. A través de una tomografía computada detectaron un
hematoma subdural. A las 20:45 Juan Castro entró al quirófano. Fue intervenido
por dos equipos de cirujanos en simultáneo. Mientras los traumatólogos atendían
las heridas de su pierna, los neurocirujanos intentaban drenar la sangre que
invadía y comprimía su cerebro. Minutos después de la medianoche, los
periodistas que montaban guardia en la puerta del hospital recibieron el primer
parte médico. En la voz de la doctora Liliana Votto, directora del Fernández: "El
pronóstico es reservado, sombrío. Es un milagro que Juan Castro esté con vida",
disparó.

Juan y su pareja Luis Pavesio. Él fue el primero en llegar al hospital aquel día.

Lucho Pavesio fue el primero en llegar al hospital. Su novio no
encontraba consuelo. El padre, Hugo, arribó minutos después. "¿Qué pasó? Me
enteré por la radio...
", repetía en la sala de espera. También estaba Juan
Santa Cruz, la primera pareja que Juan exhibió públicamente. Después aparecieron
Georgina Barbarossa, María del Carmen Valenzuela (N. de la R.: ella le ofrendó
el mismo rosario que rezó una y otra vez cuando fue internada su hija Malena, y
una piedra volcánica), Viviana Canosa, Adrián Suar, Laura Oliva, Ronnie
Arias, Verónica Lozano, los responsables de Endemol, sus compañeros...
También el vocero presidencial, Miguel Núñez, y Aníbal Ibarra, jefe de
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Su mellizo Mariano recién llegaría el
jueves 4, en vuelo directo desde México.

Su agonía se prolongó por más de cincuenta horas. Nunca despertó del coma
profundo. "Tiene la cabeza hinchada como una pelota de básquet, cubierta
desde la boca hacia arriba", describieron entre lágrimas quienes llegaron
hasta su lecho, en el pabellón de Cuidados Intensivos del segundo piso. Un cura
–residente del Hospital Muñiz, que no se presentó ante los periodistas sino que
sólo imploró "recen, recen por Juan"– le brindó la extremaunción. El miércoles y el jueves se sucedieron sin novedades favorables: su supervivencia
era considerada "un milagro". Los informes de la doctora Votto no
alentaron a la recuperación en ningún momento. En las horas finales, una insuficiencia renal complicó aún más el cuadro. Junto a la rampa de ingreso al Fernández se improvisaron algunas cadenas de oración espontáneas.

Su muerte se comprobó en la madrugada del viernes 5 de marzo. "El paciente hizo un cuadro que se llama falla orgánica múltiple o disfunción orgánica múltiple, que es la expresión máxima del daño que ha recibido. Le fallan el corazón, los riñones, el cerebro, los pulmones... A las 2.30 horas todo eso derivó en un paro cardiorrespiratorio letal", contó luego uno de los médicos que lo asistió en su última pelea. Era donante de órganos inscripto en el INCUCAI. Sin embargo, no fueron aceptados "por razones médicas". Existen dos motivos para que los órganos de un donante sean rechazados: que estén contaminados con enfermedades como cáncer o HIV, y/o que el paciente integrase algún "grupo de riesgo", entre los que se
incluye a drogadictos y promiscuos, explicaron médicos del Fernández.

A las 4:30 de la madrugada, el cuerpo de Juan Castro fue llevado a la Morgue Judicial. Durante la autopsia, que finalizó a las 9, se comprobaron "politraumatismos, hemorragias cerebro-venijias, fractura de
cráneo y lesiones en su miembro inferior izquierdo"
. También fueron
extraídas muestras de orina, sangre, vísceras y cabello para futuros análisis.
El mellizo Mariano Castro fue quien autorizó su traslado hacia el salón
velatorio Casa de Paz, en Acevedo 1120. Pero no hubo velorio: fue tan sólo una
escala obligatoria previa al traslado a su destino final en el cementerio de la
Chacarita.

El último adiós a Juan.

El responso duró tan sólo algunos minutos. Tenía fe, pero desconfiaba de los curas. Decía: "Son ellos los que, en nombre de Dios, me condenan por mi orientación sexual". Una multitud acompañó su cortejo: amigos, compañeros de trabajo, jefes y subordinados, autoridades políticas y admiradores. Muchos admiradores. Lucho Pavesio, su padre Hugo y sus hermanos Hugo y Mariano encabezaron la procesión. Soportaron, impávidos, cámaras y flashes. Entre lágrimas, aplausos, muestras de admiración y palabras de aliento, lo acompañaron hasta el nicho 27.732 de la galería 20. Sus amigos imprimieron una tarjeta que repartieron celosamente durante su inhumación. En perfecta letra de imprenta, su texto decía: "JUAN. Nunca nació - Nunca murió. Sólo visitó este Planeta Tierra entre el 13 de enero de 1971 y el 5 de marzo de 2004".

Fotos: Archivo Editorial Atlántida

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