Karina, La Princesita: “Soy difícil de enamorar” – GENTE Online
 

Karina, La Princesita: “Soy difícil de enamorar”

“Resiliente y empoderada como nunca”, abre los capítulos más duros de su historia –bullying, violencia familiar, un embarazo en soledad y la lucha contra el machismo en su carrera musical– para dar cuenta de cómo “las lecciones del dolor definieron a la mujer empática y bien plantada que soy hoy”. Íntima, habla de sus nuevos desafíos: “Quiero actuar en una tira y conducir”. El vínculo con su hija Sol (13) –somos muy parecidas: aparentamos ser tímidas, pero sabemos cómo defendernos”– y de la fantasía de volver a ser mamá otra vez “sin esperar la llegada de una pareja”. El amor –“entregarme demasiado es mi gran error”– y por qué está sola: “Aún debo sanar viejas heridas”.
Nota de tapa
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Por esas cosas del formato realidad, que “redimensionan emociones” y suelen quebrar las “barreras del respeto”, Karina Jésica Tejeda (La Princesita, 34) dice haber dejado al descubierto su modo más crudo. La jurado de Cantando 2020 (eltrece) –más técnica, a veces la más dura, pero siempre ajena a “prejuicios y obsecuencias”–explica sobre sus lugares ganados en el show y en la vida: “En algún momento se disparó en mí la necesidad de mostrarme como soy: contundente, frontal y empoderada. Quien no me conoce podría creer que soy fría y soberbia porque tengo cara de traste todo el día. Pero es la fachada, nada más”.

Esta semblanza de la que hablamos está ligada a su propia historia: “Sin dudas, es la consecuencia de tanto dolor y responsable de que parezca áspera o severa. Pero le estoy muy agradecida, porque finalmente definió a la mujer que soy hoy: empática y sensible con el pesar de los demás, y plantada como nunca. Llevo mi hogar sola, el de mi mamá, ayudo a mis hermanos y manejo mi empresa desde hace muchos años. El dolor me enseñó a ser fuerte”.

El dolor del que habla remite a una serie de episodios desafortunados. Empecemos por el bullying. Tenía doce años cuando comenzó la pesadilla que la paseó por tres colegios. “Si no insultabas o no fumabas en la esquina eras ‘la cheta’, ‘la tonta’ y otras tantas cosas irreproducibles”, cuenta. Se recuerda “aterrada” cada mañana, con la mano en el picaporte del aula hasta poder entrar: “Cuando conseguía hacerlo me bloqueaban los asientos y debía cargar, desde otro curso, mi propio banco. Fueron años horribles, de inmensa crueldad”. Hoy reflexiona así al respecto: “Por lo general, cuando se habla de bullying, el foco se pone en la burla y la reacción:Si te hacen algo, ignoralos, son cosas de chicos, lo hacen por envidia’... Y no es sólo eso, sino una herida profunda, un trauma que puede durar para siempre. Yo, por ejemplo, me volví muy insegura: en casa, en el trabajo, en el día a día. Seguís cargando el pánico al rechazo, porque ya lo conociste. Transité todo eso en silencio, porque en casa había demasiados problemas como para sumar uno más. Algo que me llevó años corregir y que recién comencé a sanar cuando pude contarlo, cuando logré expresar el infierno que viví. ¡Hablen! ¡Exterioricen! Eso nos salva”. 

Lo revivió años después, cuando su noviazgo con Sergio Leonel “El Kun” Agüero del Castillo (32) le valió semanas de angustia. “Yo, que estaba superando el bullying, me vi sobreexpuesta sin haberlo decidido y siendo blanco de los ataques más hirientes (por parte de Gianinna Maradona –31–, ex pareja del futbolista y madre de su hijo Benjamín, 11). Y peor siendo mamá, con una hija que comenzaba a mirar televisión y a usar las redes. Ahí fue cuando me dije: ‘Pará, pará... Vamos a poner un límite, porque me cansé de dejar pasar’. Yo no estaba ‘susceptible’ como decían, no: a mí no me tenían respeto”. Los comentarios despiadados –a los que por entonces hacía caso– le provocaron internaciones “varias y silenciosas (...) Mi presión subía y bajaba a velocidades preocupantes. Nadie sabía qué me pasaba... Lloraba noches enteras”, revela. “Después de años de trabajar mi seguridad, hoy nada de lo que lea o escuche me hace doler”.

El siguiente episodio remite a un entorno familiar hostil: “En casa sufríamos violencia de todo tipo”. Karina señala el vínculo “enfermo” entre sus padres, del que lamentablemente ella y su hermano eran testigos. “Tenía doce años cuando empezaron las mudanzas. Mamá nos preparaba y nos íbamos de casa en casa, un poco a lo de mi abuela, otro tiempo a lo de una amiga de ella... Y así. Se juntaban, se peleaban y volvían a juntarse...”, relata escuetamente. Por respeto a su entorno no revelará detalles. Prefiere poner el acento en un presente de superación. “Frente a esa difícil situación tuve dos caminos: repetir la historia o revertirla, e hice esto último”, dice. El tiempo y su voluntad cristiana la condujeron por el camino del entendimiento y el perdón. “Al principio me enojaba con mamá: ‘¿Por qué lo permite, por qué?’”, le reprochaba. “Pero cuando fui madre la entendí. Ella es todo amor”, comenta. “Y con los años pude hablar con papá. Si uno ve que la persona es la misma porquería de siempre, la conversación sería falsa y sin sentido. Pero siempre y cuando se la note cambiada, arrepentida, siempre es posible sanar. Debemos entender que todos nos equivocamos. La importancia de estos errores es primero el reconocimiento, y el aprendizaje luego”, explica. “Hoy logramos relacionarnos en paz. Tengo una excelente relación con los dos. Cada uno volvió a formar una nueva familia: tengo una hermana por parte de mamá y otro hermano por parte de papá. E incluso entre ellos el vínculo sanó. ¡Con decirte que hubo un tiempo en que ella cuidaba al hijo de él...! Aprendí a perdonar de corazón. Y el perdón fue de todos con todos. Decidimos hacer a un lado ese momento, como parte del pasado”.

Otra instancia aleccionadora que fortaleció su postura ante la vida fue precisamente el momento de gestarla. Karina describe que vivió un embarazo en soledad. Tenía 19 años, doce meses de carrera, un Gran Rex agotado y la duda de si estaba preparada para afrontar el éxito. “No había buscado ser mamá. Se dio y recibí la noticia con felicidad”, dice respecto de la llegada de Sol Celeste Tejeda (13), hija de Ezequiel Iván López Cwirkaluk (33), El Polaco. “Pero al mes me di cuenta de que estaba muy sola. Porque fui mamá sola. Me recuerdo andando por andar, pensando: ‘¿Por qué estoy respirando? No entiendo...’. La tristeza era profunda. Se había colmado el vaso. Hacia afuera –y peor, también hacia adentro– trataba de justificar la situación diciendo: ‘Bueno, el padre está de gira’ o ‘Tiene mucho trabajo’... hasta que no apareció más. Me costó aceptar la realidad. Seguía cubriéndolo, por vergüenza. Una gran vergüenza ante mi mamá, ante mis seguidores, ante la gente del medio en el que me movía, en donde muchos sabían más de lo que me decían”. ¿A qué instancia llegó con el reclamo? “Hasta que me cortaba, o cambiaba el número de teléfono”, responde. “No había chance de diálogo. Aunque, en definitiva, yo estaba más preocupada por resolver la diaria: ‘¿Hasta cuándo podré trabajar con esta panza?’. Dejé al quinto mes. Gasté los ahorros que me quedaban en pañales y leche para mi hija. Uff... (piensa). Una vez me faltaban quinientos pesos para el alquiler y me desesperé. Pero siempre, al borde del abismo, hay un milagro de Dios que me salva. De repente apareció una plata de una asociación que defiende los derechos de los intérpretes, y volví a empezar”, cuenta. “Saqué fuerzas de donde no sabía que tenía. Había una razón para sobrevivir a la angustia y a la incertidumbre. Fui aprendiendo a ser mamá y a entender que se puede amar más que a uno mismo. Fue, a la vez, lo más duro y lo más grandioso que me pasó en la vida”.

“Mucho de llanto y mucho de bronca”, describe Karina respecto de lo que le costó el último gran round sobre el ring en que definió su temple “a golpes”: abrirse –y abrir– camino en la cumbia. “Siendo una nena debí enfrentar sola un ambiente machista, de personalidades muy fuertes”, recuerda. “Me vi en la necesidad de defender mi lugar, mis derechos, tanto como el de mi gente (su banda), soportando las peores agresiones, peleando el mango, aun después de haber trabajado tanto tiempo en negro. Sufrí varios ataques de nervios por la desigualdad, por las humillaciones. Me mentían, me decían que cobraban mis shows más baratos de lo que lo hacían. Nos pagaban treinta pesos por presentación, en jornadas que podían empezar a las tres de la tarde y terminar en otra provincia a las nueve de la mañana siguiente. Y ante un pedido de aumento, de lo justo, debía escuchar burlas como: ‘¿Cuántas monedas más querés?’, memora. “De a poco fui aprendiendo a serme fiel a toda costa. Me opuse a hacer shows de quince minutos –que les permitían a los empresarios agendar varios en una noche–, porque me parece una estafa para mi público. Y a pelear para no poner en riesgo mi vida y la de mi hija, yendo en una combi a cien por hora sobre alguna ruta. Para ellos yo no tenía derecho a hacer piquetes de reclamo de cosas y situaciones que deben ser lógicas y naturales. Los años me enseñaron a valorar esas malas experiencias, a saber lo que hay y lo que no hay que hacer o aceptar. Hoy trabajo tranquila, cuido de mí y de mis compañeros”.

Reconoce que no es el único camino que abrió, ni la única responsabilidad que asumió en ese ámbito profesional. Sobre si facilitó como mujer la entrada de otras exponentes del género, responde segura: “Sí, claro que sí. No escucho seguido ese reconocimiento, y puedo entender por qué”. Respecto de su propósito de “limpiar” la imagen de su métier, dispara: “No batallo sola para impedir que la cumbia se bastardee. Levanto la voz desde hace años para evitar que se la reciba con prejuicios como ‘el cantante de cumbia se viste mal’, o ‘se come las eses’... O peor: ‘cumbia = droga’, ‘cumbia = barrios de emergencia’, ‘la cumbia es para bailar borracho en algún carnaval carioca’. Asumí el rol de demostrar que también somos artistas. Me siento orgullosa de ser parte de esa lucha”.

En tren de esas noches eternas de prisas y escenarios, hablamos de las “tentaciones” para una chica que hizo sus primeros pasos siendo una adolescente. “Sí, me han ofrecido drogas. Me han ofrecido de todo. Y nunca me costó decir que no”, asegura. Mamá tuvo mucho que ver con eso. A mí me protegió la libertad con la que me educó. Y la información, el diálogo rico y fluido que siempre mantuvimos. Si hay información y libertad, hay conciencia de las consecuencias de cualquier mala elección. Estoy convencida de que cuanto menos libertad se le da a un hijo, más esperará romper las reglas”.

Así linkea con la maternidad. De las lecciones del dolor pasamos a las de una mamá que aprendió a poner el diálogo como premisa de la educación. “Sol y yo hablamos mucho y de todo: desde que un ‘like’ en las redes no nos determina la autoestima hasta el acoso, la pedofilia y cómo cuidarse de los hackeos. Hay que mantenerlos despiertos y alertas”, aconseja. “Además, me ocupo de que ella entienda que todo lo que hoy tengo me costó mucho. Le recuerdo que ésta es mi primera casa, que jamás tuvimos un techo propio y que muchas veces nos faltó para comer. Siempre se lo cuento, porque saber de dónde vengo le forma otro mirar, la ayuda a crecer con los pies sobre la tierra”.

Y entretanto devela: “Siempre me sorprende. Su pensamiento es muy fundamentado. Por ejemplo, lleva puesta una pulsera de apoyo al orgullo LGBTQ+ y hasta concientiza a sus abuelos al respecto. Tiene otra cabeza. Me dijo una vez: ‘Yo voy a ser presidenta de la Nación’ y luego quiso ser astrónoma. Pero ella no se da cuenta de que todo lo que hace, lo acompaña cantando, y lo hace maravillosamente. Hasta escribe canciones que no muestra, según dice, ‘por vergüenza’”. Ante la gran posibilidad de que Sol se dedique a la música como sus padres, Karina observa: “Ella nació viendo como normal el hecho de que nos pidan selfies por la calle o ver un estadio lleno de gente gritando nuestros nombres. Por eso es importante que no se críe con la mentira de que todo es tan fácil y que vea el otro lado de la historia: mucha gente quiere cantar y no tiene éxito, y a otros tantos les cuesta juntar dinero para grabar un disco. Sol nunca estudió y canta precioso. En cuarentena, por ahí yo me sentaba al piano a improvisar y ella se sumaba a cantar... Así pasábamos horas. Lo que sea que elija, si la hace feliz, tendrá mi apoyo siempre. Llegado el caso quisiera estar a la altura de mi mamá, compañera incondicional de todo lo que quise ser, haciendo filas eternas para estar primera en los castings (como el del PopStar, para el que acampó toda una noche y no pudo audicionar por ser menor de dieciséis años).

“Somos muy parecidas. Aparentamos ser tímidas, pero sabemos cómo defendernos”, asegura Karina. Y dispara: “Sol es como yo hoy. Mi versión mejorada. Si alguien alguna vez intentó hacerle bullying se habrá dado cuenta de que con ella no deben meterse. Verla tan autosuficiente como yo me hace pensar mucho en la soledad. O en qué será de mí el día de mañana, porque vivimos solas. Hoy tal vez quiere ir mucho con su padre para ver a sus hermanas. Entonces pienso: ‘¿Y si tengo otro hijo?...’. Pero enseguida vuelvo al eje y creo que no es el momento, porque hace dos años empecé a viajar sola y quiero seguir haciéndolo (...) ¿Si podría tener un hijo sola? Claro que sí. Es por eso que no espero la llegada de ninguna pareja. Nunca me detuve a pensar en métodos, pero varias veces fantaseé con la idea de la adopción. Sólo apunto a mi voluntad y al momento de la vida en que me encuentre cuando tome la decisión”. 

“¿Por qué estás sola?” es la pregunta. “Porque siento que aún estoy sanando heridas. No me victimizo, porque en una pareja cuando uno se maneja mal, el otro lo permite. Mi falla fue haber permitido demasiado, algo típico de cuando uno no se quiere lo suficiente, cuando se vive inseguro. Me responsabilizo por las malas decisiones que he tomado en el amor. Estoy en ese proceso de sanación antes de recibir a un nuevo compañero”, dice Karina. Aunque mensajes e invitaciones no faltan. “No es algo que me entusiasme, no me ponen contenta. Hoy tengo el foco puesto en otro lado: mi crecimiento laboral y personal. Me permito este tiempo para pensar sólo en mí”.

Sí. La Princesita es “difícil de enamorar”. Así lo explica. “Me cuesta el amor. Nunca –ni en sus dos últimas relaciones– veo a alguien y digo: ‘¡Uy, qué bueno que está’. Es muy difícil que me guste alguien. Ni siquiera alguno de los actores por los que mueren todas. No me sale, no lo siento. La atracción, en mi caso, no es física. Puedo llegar a enamorarme recién con el correr de las charlas, cuando conecto”. Respecto de cómo es en ese estado, revela algo que puede explicar su aprensión. Enamorada soy de las personas que dan todo, y más. La entrega desmedida es mi punto débil, y sé que es un error. Porque con los años aprendí que el amor es reciprocidad. Ya no quiero ni debo ser ‘la madre de’, ni ‘la psicóloga de’, ni tengo la misión de ‘cambiar a’ o ‘ayudar a que supere tal cosa’. La próxima vez merezco recibir”. 

La conversación va derivando hacia otro tipo de amor. “No soy una cristiana perfecta”, advierte, “pero sí muy creyente. Confiar en Jesús es mi modo de vida... (se quiebra). Cuando me quedaba sin fuerzas sentía que me cargaba. Hoy camino segura, sin miedo, porque sé que me guía, que me ayuda y me acompaña”, confiesa. “Rezo, sí. Pero más que nada es un ‘andar con’. Al salir a un escenario le digo: ‘Estoy acá porque me das fuerzas. Vamos. Dale. Gracias’. Ya es como un amigo. Vivo agradeciendo por todo lo que soy y lo que tengo”. Entonces trae a esta trama a su mentor espiritual. “Mi abuelo Juan era quien me llevaba a la iglesia desde muy chiquita”, relata. “Lo recuerdo todos los días. Fue el gran hombre de mi vida. Nadie lo superará jamás. Se fue hace dos años dejándome, como de costumbre, una enseñanza para siempre. Mientras yo hacía Siddharta (de Flavio Mendoza) lo internaron de un día para otro. Y pidió verme. En ese momento yo le daba demasiada importancia a situaciones y a personas que no merecían mi atención ni mi tiempo. Entonces le dije: ‘Hoy no puedo. Voy mañana’... Horas después falleció. Me enseñó cuánto vale el tiempo y cuáles son realmente las prioridades en la vida. Que uno debe visitar a sus abuelos, ahora. Que debés perdonar a quien sea, ahora. Que el abrazo que querés dar sea ahora. ¿Mañana? ¿Quién sabe...?”. 

Y así se lo propuso desde entonces. “Hoy, después de haber aprendido tanto, de haberme empoderado como mujer y como artista, quiero experimentar cosas nuevas, una adrenalina distinta, nervios distintos. Quiero probarme a mí misma para tener certeza de mis ‘qué sí’ y ‘qué no’. Salir de mi zona de confort es una gran necesidad en los últimos tiempos”, asegura. “Atravesé muchos desafíos con la música: llené teatros y el Luna Park, canté en el Colón y con Marta Sánchez en el Teatro Real de Madrid (como embajadora del Festival Únicos). Ahora quiero actuar en una tira, algo que siempre me gustó y a lo que nunca me animé. Y conducir es algo que me fascinaría, ¿sabés? Yo creo que se me dará”.

Agradecemos al equipo personal de Karina: María Eugenia Martorell (estilismo), Federico Robledo (pelo) y @kari.loggia (make up). Y especialmente a LaFlia y a Morena López Blanco.

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