El adiós de Coppola a Diego: «Prefiero pensar que es un sueño, un hasta luego» – GENTE Online
 

El adiós de Coppola a Diego: "Prefiero pensar que es un sueño, un hasta luego"

En primera persona y mediante anécdotas que compartió con Diego Maradona, Guillermo Coppola, su eterno representante y amigo,  recuerda sus grandes momentos con el mejor futbolista de la Historia, fallecido el último 25 de noviembre a los 60 años.
Íntimos
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Guillermo Coppola evoca a su amigo.

Fue su manager entre 1985 y 2003, la época de oro del astro. Juntos transitaron momentos exitosos y de brillo, conociendo a líderes políticos, reyes, celebrities y a los deportistas más encumbrados del planeta, pero también tiempos aciagos, que los terminaron distanciando durante quince años. “Éramos uno para el otro, como Starsky y Hutch”, dijo siempre Guillermo Esteban Coppola (72). La entrañable relación que los unía quedó en evidencia por Claudia, Dalma, Gianinna y todos los Maradona el día que fue enterrado Diego, cuando le cedieron la manija delantera del ataúd que trasladaba hacia su descanso eterno el cuerpo del mejor futbolista de la Historia, fallecido a los 60 años de edad. Por ello, para homenajear aquella indisoluble sociedad, GENTE resolvió recapitular las diecinueve mejores anécdotas que el representante contó, de las cientos que compartió con “mi eterno amigo, quien me hizo vivir una vida de película.

CAPÍTULO I
EL COMIENZO JUNTOS:

“VOY A SER EL MEJOR DEL MUNDO Y QUIERO QUE ME ACOMPAÑES”

Me convocó para ofrecerme laburo en una concentración de Argentina, en 1985. Tirado sobre la cama, me habló así: “Voy a ser el mejor futbolista del mundo, me preparo para eso y quiero que me acompañes”, me anticipó. “¿Y yo qué tendría que hacer, Diego?”, le pregunté. “Que me acompañes con exclusividad”. A su lado también se encontraba su preparador físico, Fernando Signorini. Diego había convertido la cochera de su casa de Nápoles y algunas oficinas en gimnasios, y entrenaba varias veces por día… Me pidió que subiera a su panza para que comprobara la fuerza de sus abdominales. Decidió ser el mejor, lo hizo y encima me avisó seis meses antes.

Los comienzos juntos.

CAPÍTULO II
LA FERRARI:

“¿CÓMO DE COLOR NEGRO…?”

“Guille… ¿Me comprás una Ferrari?”, lanzó un día a bordo de la Testarossa que conducía. “Va a salir la línea F40 y quiero una”, añadió, embarcando hacia Roma. Faltaban pocas semanas para el Mundial de México. Dándose vuelta, de yapa agregó: “¡Negra!”. “¿Cómo negra?”, me asombré, consciente de que a la emblemática marca italiana, famosa por su color rojo, no le gustaba presentar autos en otro tono y menos aún para una edición limitada. “Negra, de color negro”, remató pícaro Diego. La misión era complicadísima. Ferrari ya contaba con más de tres mil pedidos y sólo iba a fabricar 40 unidades de su nuevo modelo. Tras tocar contactos, me reuní con Enzo Ferrari y lo convencí de que me asegurara una, apuntalando el pedido con la trascendencia publicitaria que significaba que la condujera Maradona. Precio: 480 mil dólares. Cuando don Enzo se despidió, les informé a los empleados de la planta que, como había arreglado con su jefe –en realidad no le había mencionado este detalle, por las dudas que se negara–, el coche debía ser de color negro. Y ellos tomaron nota. Entretanto, como la relación entre Diego y el presidente del Napoli venía ríspida, mientras aguardábamos su llegada en el aeropuerto le sugerí a Corrado Ferlaino que se la regalara él, para congraciarse. “Lo va a adorar”, le adelanté, ya con la máquina en la pista, al pie del avión. “¿Y cuánto cuesta?”, dudó. “Un millón de dólares: 870 mil por el vehículo y un plus de 130 mil por la pintura negra”, arriesgué. Indignado por el precio, pero ávido por mejorar la relación con Maradona, que ya era campeón del mundo, accedió. Apenas Diego descendió y vio el auto, enloqueció de alegría. Tras enterarse de que se trataba de un obsequio de Ferlaino, lo abrazó y lo llenó de demostraciones de afecto. Subimos al auto, aceleró y de repente me miró feo: “¡Pero no tiene estéreo, Guille!”, me reprochó. Y hubo que ponerle uno, nomás.

La famosa Ferrari de color negro que pidió especialmente.

CAPÍTULO III
SUS CUMPLEAÑOS:

“¡HICE QUE SALIERAN FUEGOS ARTIFICIALES DEL VESUBIO!”

Me vienen a la mente varios cumpleaños de Diego. Uno, de cuando residíamos frente al salón de fiestas más importante de Nápoles. Lo preparamos con Claudia, para 150 invitados. Entró la familia, Doña Tota, Don Diego... éramos doce más o menos y terminamos celebrando solos. Claro, por la cantidad de gente que se agolpó en la entrada, ningún invitado pudo llegar. Era una manifestación de miles de personas. Al final nos comimos todo nosotros... Al año siguiente, para evitar que se repitiera la experiencia, envié en secreto a los invitados a través de un barco, entre Capri y Nápoles, e hice que salieran fuegos artificiales del Vesubio. Había dirigentes, jugadores, sus esposas vestidas de fiesta. Finalmente no pudimos salir, porque las embarcaciones cercanas nos vieron y nos rodearon. Debimos quedarnos un día más a bordo. Más allá de lo divertido de la situación, era imposible esa vida...

Cómplices.

CAPÍTULO IV
EL DÍA QUE DEJÓ PLANTADO A BERLUSCONI:

“YO DEL NAPOLI NO ME MUEVO

Entre las personas más poderosas que conocí y que más me sorprendieron, no puedo dejar de mencionar a Silvio Berlusconi, que quería a Diego en el Milan de Ruud Gullit, Marco van Basten y Frank Rijkaard, con Arrigo Sacchi en la dirección técnica. Cuando los dirigentes viajaron a ver Napoli-Milan en el San Paolo, los saludé y me invitaron a su ciudad. Yo, sí o sí, quería conocer a Berlusconi. Llegué a su casa, él se sentó y me agradeció la visita. Mantenemos una larga conversación, que incluye su oferta para que Maradona cambie de equipo, y luego indaga: “¿Está contento?”. “Sí, súper. Ni bien llegue a Nápoles le voy a transmitir a Diego cada detalle”. “No, le pregunto si está contento con lo suyo”… Entonces recoge un papel y un lápiz y anota: “Apartamento valuado en dos millones de dólares. ¿Qué auto le gusta? Bueno, uno de 500 mil. Doscientos mil dólares para pilchas y cincuenta mil de sueldo por cada año durante los cuatro que firmaría Maradona con nosotros”. ¡Eran como seis palos! Además de lo que le ofrecía a Diego, el doble de lo que ganaba. “Si les dan 10, yo les doy 20. Si les ofrecen 20, yo les doy 40”, me había anticipado Silvio. Lo de Diego, más lo mío. Cuando llegué, le comenté a Claudia, quien me anticipó que nunca me iba a poder ir de Nápoles. Al día siguiente, en el entrenamiento apareció el doble de los periodistas de siempre, reclamando mi presencia. Me encaró un dirigente: “¿Qué ha hecho usted, Coppola?”. Habían metido una bomba en el Canal 5 de Nápoles, que era de Berlusconi, después de filtrarse la noticia de lo del contrato. Entonces Diego, que conocía los pormenores, exigió: “Preparen una conferencia. Vos, Guille, te quedás acá adentro, en el vestuario”. Tomó el micrófono y se largó: “No admito preguntas. Sólo quiero decir que es la última vez que se meten en algo mío personal o con mi manager y amigo. Me he enterado de que le pusieron una bomba al señor Berlusconi cuando se enteraron de que una editorial me quiere contratar para hacer el libro de mi vida. Yo del Napoli no me muevo. Es mi vida. ¿Queda claro?”. Los dejó a todos en silencio. Un fenómeno Diego cómo me salvó…

Durante el casamiento de Guillermo con su hoy ex Sonia Brucki.

CAPÍTULO V
LA BODA CON CLAUDIA
:
“¡MI CASAMIENTO LO PAGO YO!”

Había elegido al mejor escenógrafo del país, Miguel Ernesto Caldentey, para que convirtiera el Luna Park en algo nunca visto. Diego no quería a Caldentey, pero no le di bolilla. Y Miguel armó nomás un jardín vertical, una cascada, incluyó un cielo de nubes… Fue una cosa increíble. Reservamos un avión de Aerolíneas Argentinas, que costó 400 mil dólares, para trasladar a los invitados de Europa. Alguna gente tuvo sexo ahí arriba, recuerdo. La fiesta trepó a los dos millones en gastos. Si bien la RAI había aceptado sponsorearla, Diego desistió: “¡Mi casamiento es mi casamiento, y lo pago yo! No necesito que nadie lo transmita”. No sé si hubo una celebración mayor en el país. Con 1.200 invitados, celebridades como Susana Giménez, Carlos Calvo, Fito Páez, Sergio Denis, Hugo Sofovich y Mauricio Macri, cuatro listas de regalos elegidos por Claudia en exclusivas tiendas italianas y argentinas… y decenas de anécdotas. Yo me quedo con dos hermosas: Flavia Palmiero animando, como en su programa de tele, a los hijos de los invitados, y cuando Bilardo lo mandó a Ruggeri a bailar cerca del brasileño Careca para comprobar su altura, de cara al Mundial de 1990 que se avecinaba... Al final de la fiesta se abrazó con Caldentey, por el gran trabajo que el tipo había realizado.

La fiesta de boda de Maradona y Claudia que les organizó Coppola en el Luna Park.

CAPÍTULO VI
EL DÍA QUE NO SOLTÓ SU BALERO:

“YO LLEGUÉ A LA CIMA DEL MUNDO DE UNA PATADA EN EL CULO, MIRÉ A LOS COSTADOS Y NO HABÍA NADIE”

Habían venido unos españoles de Globomedia, que era como la Metro Goldwyn Mayer de España. Querían coproducir la película de su vida y ofrecían un contrato de varios ceros. En aquellos tiempos, Diego andaba con la manía de jugar al balero. No lo dejaba para nada… Llegó el momento de la reunión. Le pedí: “Dejá el balero y lo retomás cuando salís, ¿dale?”. Me respondió: “Lo dejo cuando falle”. Llevaba como 132 embocadas seguidas. Saludó educadamente y arrancó: “Sé que hicieron un viaje largo, recorrieron Fiorito, el lugar donde crecí y mi vieja me corría. Ahí empecé, y hoy estoy acá”, señalaba mientras me comentaba al oído cada nuevo acierto al balero. “Yo nací en ese lugar que vieron, llegué a la cima del mundo de una patada en el culo, miré a los costados y no había nadie, así que tomé el mejor camino que pude, y tan mal no me fue… Así que arreglen nomás con mi manager, que es como si fuera yo. Muchas gracias y buenas tardes”, se levantó y partió mientras seguía sumando embocadas en su balero.

Su legendario "pico de amistad".

CAPÍTULO VII
EN EL PENAL DE CASEROS, PABELLÓN 3:
“LE QUISO PEGAR AL DIRECTOR PARA PASAR FIN DE AÑO CONMIGO”

El 31 de diciembre de 1996 por la noche, Diego me fue a visitar a la cárcel. “Guille, hoy quiero estar con vos. Vamos a pasar Fin de Año juntos. Me quedo”. “Diego, esto es la cárcel, no es mi casa. No podés quedarte acá”. “No me interesa. Llamalo al director y decile que quiero hablar a solas con él”. Avisé, nos acercamos a su oficina y esperé afuera. A los cinco minutos salió el director: “Coppola, usted tiene un amigo de fierro. Maradona quiso pegarme. Pensó que si me pegaba iba a quedar detenido con usted en el calabozo. Volví a la oficina por Diego y nos abrazamos durante varios minutos. En mi vida había llorado con tanto sentimiento. “No te quiero dejar solo, Guille. No te puedo abandonar acá. Mirá lo que nos hicieron estos hijos de puta…”. Nos despedimos destrozados. Antes de irse me dio dos mil dólares. “Para algo te van a servir”, y partió. Llegué al pabellón a eso de las once y me gritaron: “¡Coppola, vení! ¡Dale, vení!”. “¿Qué pasa?”. “Allá está Maradona”. Salgo corriendo, me subo a una pileta para mirar por la ventana y lo veo a Diego solo, sentado en el cordón de la vereda, con la cabeza entre las piernas. Parecía un nene de cinco años. Se me paró el corazón. En ese momento pensé que me quebraba de verdad y me puse a llorar de nuevo. Era cierto que quería pasar Fin de Año conmigo. Habrá pensado: “Soy Maradona, voy para allá y me quedo a pasar el 31 con Guillermo”. Trajo guita, quiso pegarle al director… Así era Diego, así era nuestra amistad.

Cuando Diego lo visitó en la cárcel.

CAPÍTULO VIII
CUANDO LAS HERMANAS HILTON PIDIERON QUE DEJARAN SU HOTEL:

“ERA UN FANÁTICO DEL PAINTBALL”

Noche intensa, previa a su partido homenaje. A las dos de la mañana las hermanas Hilton golpearon la puerta de mi habitación pidiéndome: “A usted y a Maradona los queremos fuera del hotel”. Pregunté por qué. Salí al pasillo y vi las paredes del hotel de Puerto Madero salpicadas de pintura. Era por el paintball. Diego tenía esa manía… El mozo estaba con la cara azul, al lado de las chicas Hilton. Me miró sorprendido y apuntó: “Perdón, yo soy maradoniano, pero me tiró un baldazo de pintura”. Me disculpé, me arrodillé e imploré para que nos dejaran permanecer hasta el día siguiente. Busqué a Diego y lo encontré agazapado, con la pistola para disparar bolas de pintura. “Soy yo. Diego, ¿qué te pasa? ¿Estás loco? Dejaste a un mozo con toda la cara azul y todas las paredes pintadas. Nos quieren echar del hotel”. Me mandó: “Uy, perdón… Hoy ando mal de puntería”. Debí entregar una tarjeta americana platino para cubrir los gastos, que realmente eran importantísimos.

Salidas, encuentros, fiestas: siempre juntos.

CAPÍTULO IX
ENTRE STARS, PRÍNCIPES, REYES Y PAPAS:

“LA REINA ISABEL ES MEDIO CHUECA”

Nosotros vivíamos al revés. Íbamos a los restaurantes cuando cerraban, a comprar pizza cuando en el negocio no había nadie, en los aeropuertos lo metíamos en las oficinas por el acoso que recibía… Y también nos cruzábamos con importantes personalidades, que Maradona trataba de igual a igual. Como cuando en la audiencia papal, Juan Pablo II le comentó que de joven atajaba y Diego le lanzó: “¿Justo al arco? En mi país al arco van los peores…”. O el día que nos presentaron a Isabel II en Buckingham. “¿No es medio chueca la reina, Guille?”, me preguntó susurrando. Y al príncipe Carlos, que le apoyó la mano en el hombro: “Decile a este narigón que me saque la mano de encima”… No sé, también hicimos un largo Lollapalooza con Leonardo DiCaprio en un hotel, que duró hasta el lunes, cuando debía ir a rodar, y se dormía en medio del desayuno… Rod Stewart cerró la disco más importante de Londres para homenajear a Maradona. Tiger Woods se negó a firmarle una camiseta, porque le parecía que Diego no representaba los principios del golf: jugaba de noche, con pelotitas fosforescentes, y hacía pis al pie de los árboles. Diego era espontáneo, era Diego cien por ciento.

Junto a Juanse y el Zorrito Fabián von Quintiero, dos incondicionales, presentes en el partido homenaje a Maradona.

CAPÍTULO X
HORAS ANTES DE SU HOMENAJE, LA SORPRESA:

“NO JUEGO NINGÚN PARTIDO”

Era el 10 de noviembre de 2001 y faltaban pocas horas para su partido homenaje en la cancha de Boca. ‘Homenaje’, porque detestaba que le llamaran ‘Despedida’. Aclaraba: “Yo jamás me voy a retirar del fútbol”. Diego odiaba eso, que le dijeran ‘cuidate’. Lo cierto es que, desde el hotel en el que finalmente las Hilton nos habían permitido quedarnos, estaba haciendo una nota para el canal que transmitía el evento. De repente pidió un descanso. Todos nos asombramos. Se cortó la transmisión y me encara: “No juego ningún partido”. Estaban Pelé, Platini, el mundo del fútbol ahí. “¡¿Qué te pasa Diego?!”, salté asustado. “Vos me dijiste que la cancha iba a llenarse y está vacía”, me respondió. “Sí, Diego. Tenés razón, está vacía porque no abrieron la puerta. Esperá que la abran”. Para aquel partido homenaje luego no entraba un alfiler.

Durante un desfile de Roberto Giordano en Punta del Este.

CAPÍTULO XI
EL DÍA QUE SEDUJO A RAFFAELLA CARRÀ DELANTE DE SU NOVIO:

“ESA NOCHE NOS PROPUSIMOS ‘TRAVESURAR’”

Era 2006 y Diego no volvía a Italia desde hacía una pila de años. Arreglamos para que se presentara en el ciclo de Raffaella Carrà, que se transmitía al mundo desde Roma. Nos contrataron, buen dinero, mejor hotel, todo preparado. Diego me pregunta: “Guille, me voy a preparar… ¿Dónde es el sauna?. Averiguo y el hotel no tenía, porque era viejo. “¡No voy!”, se enojó. “¿Pero cómo no vas a ir? ¡Es una locura!”. En la plaza de Nápoles habían montado una pantalla gigante y esperaban diez mil personas. Raffaella estaba preocupada. Diego… viendo partido del Bayer Leverkusen, sin importarle nada. Entonces se me ocurrió meterle vapor al baño, convirtiéndolo en el mejor sauna de Roma. Se afeitó y salimos. Lo disfrutó, lloró, un programa bárbaro. De ahí, invitados por la Carrà, nos fuimos a cenar en su casa. Era una chica grande ya, pero viste esa fantasía que te agarra… Bueno, ¿qué hacemos? Vamos a ‘travesuriar’, nos propusimos. Entonces, para tener un poco de intimidad, le digo a su novio Giuseppe, que estaba ahí, si preparaba un cafecito (y yo de paso le hacía la segunda a Diego). Pero el tipo, un vivo bárbaro, me relajó: “Guillermo, dejalos tranquilos. Nos tomamos sin prisa nuestros ristrettos… Así después no me rompe a mí”. ¡Nosotros tratábamos de jugar y él ya estaba en el área rival!

Tiempos del famoso mechón pintado de Diego.

CAPÍTULO XII
EL DESAIRE A LUIS MIGUEL:

“¡NINGUNA CUENTA NI SALUDO. SOMOS SUS INVITADOS Y PAGA ÉL!”

Una vez fuimos a Pachuca, México, para participar en un campeonato de fútbol rápido. Se enteraron y de parte del manager de Luis Miguel nos llegó una invitación para ir a una cena de gala en el Distrito Federal. Aceptamos, pero pedí: “Regá bien la mesa de señoritas, para estar acompañados”. Se encargaron de todo. Diego siempre fue muy impuntual, y cuando llegamos había arrancado el show. Iría por la cuarta o quinta canción. Como se televisaba, habían ocupado la mesa principal y nos guardaron una, linda, pero en tercera fila. Apenas entramos, Diego se enardeció: “¡¿Cómo no estamos ahí!?! ¡Mirá dónde nos puso! ¡Vámonos!”. Le expliqué: “Pero no podemos irnos, si los que llegamos tarde fuimos nosotros…”. Entonces, empezó: “¿Qué tomamos?”. Y aparecieron las Cristal, una tras otra. Éramos cuatro y no llegábamos a beber tanto champagne. Así que se puso a servir en las mesas vecinas. Fueron montones de botellas, como de ocho o diez lucas cada una… Terminó el espectáculo y llegó la adición. “¡Cero cuenta! ¡Somos invitados de Luis Miguel y paga él!”, lanzó Diego. Cuando salíamos apareció el hijo del manager para decirnos que Luis Miguel lo quería saludar. “Ningún saludo. Nos había prometido la mesa principal, nos mandó a la tercera y encima, la cuenta”. Diego era así. Iba al frente, pero después acomodaba las cosas.

De vacaciones, como cada temporada durante cerca de dos décadas.

CAPÍTULO XIII
CUANDO RECUPERÓ A LA TORTUGA:

“ME ASUSTÉ, LA LEVANTÉ CON LA DERECHA Y LA HICE VOLAR”

Diego vivió en mi departamento, pegado a la residencia del embajador de los Estados Unidos. Cierta vez llegamos y había un gran movimiento de gente y luces. Le pregunté al encargado: “Miguel, ¿qué pasa?”. “Es una locura, los de al lado perdieron su tortuga”. “¿Qué tortuga?”. “La tortuga del hijo de Cheek” (el representante de USA en Argentina). Pasaron unos días y una noche Diego se me apareció de repente: “¡Guille, necesito que me acompañes a la cochera!”. “¿Qué pasó, Diego?”. “Por favor, acompañame”, me asustó. Bajamos y señaló hacia un punto: “¿Qué es aquello que está allá?”. “Una tortuga”, le contesté. “Ah, porque bajé de la camioneta, pisé algo, me asusté, la levanté con la derecha y la hice volar”. Por fortuna había salido ilesa. La pusimos en una cajita con comida y una pelota y al día siguiente se la acercamos a James Cheek y su hijo, que celebraron su regreso. Ahí se convirtió en una muletilla de Diego. Cuando alguien se mandaba alguna, él repetía: “Se le escapó la tortuga”. Y a veces, para ser más ácido, le agregaba “… la tortuga renga”.

Coppola acompañando al Diez mientras entrenaba.

CAPÍTULO XIV
EL DÍA QUE LE SALVÓ LA VIDA:

“SENTÍ UN LLAMADO”

Recuerdo ese momento. Fue terrible. Agarré esa camioneta de casualidad. Sentí un llamado. Esa noche, los chicos con los que compartíamos las vacaciones del 2000 en José Ignacio, Punta del Este, habían salido, pero nosotros no. En un momento me levanté, fui hasta la cabaña de Diego, pasé y lo vi en la cama. Estaba muy hinchado. Le hablé y de repente medio se volcó. Me desesperé. Mojé una toalla en hielo y se la apoyé en la cara. No había reacción. Sentí que estaba muerto. Salí corriendo, desperté a todos, llamé a varios médicos, pero nadie quería venir. Hasta que logré que se acercara un enfermero de una pequeña salita de La Barra. Era el primer paciente que revisaba. Nos subimos a la chata y partimos raudos al hospital. Imaginate la prensa allí. Estaban todos. Venían los médicos y te decían. “No hay reacción”. Permaneció en el Cantegril hasta que lo derivamos a Buenos Aires. El último día en suelo uruguayo, tipo once de la noche, se abrió la puerta de la habitación y apareció Diego: “Guille, traeme chorizo con huevos y papas y sacame de acá”.

El agradecimiento por el día en que Guillermo "me salvó la vida" en Uruguay. "Sos la pelota de mi vida", le escribió Diego sobre un cuadro con la foto de ambos, que Coppola colgó en su habitación de Cuba.

CAPÍTULO XV
CON GADAFI, EL PRESIDENTE LIBIO:

“QUIERO LA TÚNICA Y EL SOMBRERO DEL LÍDER”

La única intención de Diego era conocer a Muamar Gadafi. Había siete gambas y media (750 mil dólares) de por medio. Era junio de 2001 e íbamos invitados por Al-Saadi, su hijo, un fanático del fútbol. Nosotros después le dimos una mano a Bilardo para que dirigiese la selección de Libia… ¡pero Carlos nunca ponía al príncipe! Tras comer con Saadi, nos retó a hacer jueguitos con una pelota de fútbol, luego con una de tenis y con diversos objetos. Al verse sorprendido por su habilidad, Diego lo retó a hacer jueguitos con una manzana, y así sucedió. En un momento, nos metieron en un auto rumbo a una zona desértica. Allí nos encontramos con una carpa, una alfombra y seis mujeres. Lindas ellas… Yo arriesgué: “¡Nos organizaron un festival en la arena!”. De repente apareció Muamar. Agradecido por la visita de Diego a su hijo, hasta le preguntó por Dalma y Gianinna. Al terminar la cita y despedirse, Diego se me acercó al oído: “Quiero la túnica y el sombrero del líder”. Se lo comenté al traductor. A los tres minutos apareció con las prendas. Sí, sí. Diego acababa de dejar en pelotas a Muamar Gadafi.

En uno de sus viajes por el mundo.

CAPÍTULO XVI
CON FIDEL CASTRO EN CUBA:
“UN DÍA LE CAMBIAMOS VIAGRA POR HABANOS”

Resulta que Pelé había sido la cara de la primera publicidad importante de viagra, y pensé que podía intentar lo mismo con Maradona: poner su imagen para dar a conocer la famosa pastilla azul en una campaña promocional. Aunque Diego no quería saber nada, a una empresa le gustó la idea y me empezó a llenar de muestras. Tanto que terminé metiendo las pastillas en una valija –eran como tres mil– y me volví a Cuba. Salíamos con Diego a caminar y las regalábamos. Hasta que se enteró Fidel. “¿Qué están obsequiando?”, mandó a averiguar. Entonces le cambiamos pastillas de viagra –que para los cubanos eran imposibles de comprar– por sus famosos habanos. Pero no fue el único obsequio que recibió Castro. Una vez nos visitó donde residíamos y Diego abrió la puerta en cuero, descalzo, con un short de Boca ¡y una tabla de inodoro colgada del cuello! “Buen día, Comandante. Éste es un regalo para usted”. Le acercó la tabla, que exhibía una foto de George Bush. “Para que cada vez que la use se lo dedique”, remató.

Con Fidel Castro en La Habana.

CAPÍTULO XVII
EL DISTANCIAMIENTO:

“LOS CUATRO AÑOS EN CUBA FUERON DUROS”

En 1990 había sido nuestro primer alejamiento con Diego. Estrés, cansancio… Luego reiniciamos, pero fue otro período. En la vuelta a Boca yo generé el interés del Santos de Brasil. Una cosa atada con alambre, pero necesitaba demostrar que a Diego lo buscaban y Boca no se lo podía perder. Nos fuimos a Río de Janeiro en busca de ese objetivo y volvió a la Bombonera con bombos y platillos. Pero a Diego le costaba cada vez más. Había mucho control, se sentía ahogado y dejó la práctica profesional. En ese momento sentí la necesidad de seguir a su lado. Lo acompañé en los días de gloria y entendí que en este período también debía hacerlo. Pero después de los duros cuatro años en Cuba la cosa se hizo pesada y vino el divorcio definitivo, justo tras festejar su cumpleaños, el 30 de octubre de 2003. Al otro día le confirmé que me volvía. Nos veías en Cuba y uno era una pelota en la playa y el otro el profesor de Volver al futuro, dos pícaros sinvergüenzas. Me fui a dormir con una charla que mantuvimos. Recuerdo ese despertar una mañana en La Habana. En la cabecera de su cama lucía las fotos de Dalma, Gianinna, la Tota, Don Diego, el cinturón de Rodrigo y una leyenda: “Viejo (así me llamaba en la intimidad)… Tengo miedo de que te hinches las bolas y me dejes solo como Kung Fu. Partí dolido, y agradecido por compartir una vida que no hubiese tenido de otra forma.

La reconciliación pública en Rusia 2018.

CAPÍTULO XVIII
EL REENCUENTRO:

“HUBO DOS FRASES: ‘NUNCA DEJÉ DE AMARTE’ Y ‘YO TAMPOCO’”

Estaba en el palco para ver a Argentina en Rusia 2018, y de repente me apuntaron que acababa de pasar Diego. Salí sin decir nada. Hacía años que no lo veía y lo fui a saludar, sabiendo que podía pasar cualquier cosa. A Diego no lo cruzaba desde el velatorio del papá, y el entierro. Sabía que podía tener una chance… Con él nunca sabías. Cuando su papá falleció, yo venía de ser su manager, amigo, hermano, el hombre que le salvó la vida, y un día me convertí en el tipo que le robó la plata de sus hijas. Aquel día del velorio me llamó: “Don Diego te adoraba. ¿No vas a venir?”. Por supuesto, fui, y el día del entierro, ante cientos de personas, pegó un grito y me dio la manija del cajón de su papá para que lo lleve. Si te robás la plata de las hijas no te va a dar la manija del cajón de su papá… Lo cierto es que decidí buscarlo en la cancha. Abrí la puerta. Él estaba frente mío y de espaldas al campo. Habían pasado muchos años. Fue un abrazo, mucho llanto, recuerdos. Hubo dos frases: “Nunca dejé de amarte” y “Yo tampoco”. Llanto y todo lo demás. Nunca hasta hoy aclaró que lo de las hijas no fue así, pero sí tuvo actitudes, como lo del cajón, lo que pasó en Rusia o lo que vivimos en cancha de Quilmes con Gimnasia por la Copa Argentina, en febrero último. Aquel día entramos y salimos de la cancha tomados de la mano.

En febrero, dentro de la cancha de Gimnasia y Esgrima La Plata.

CAPÍTULO XIX
EL ÚLTIMO ADIÓS:

“ME FALLASTE; VOS ME TENÍAS QUE DESPEDIR A MÍ"

Recibí la noticia en vivo, mientras estaba en No está todo dicho, el programa de La 100, de Guido Kaczka. Lo primero que atiné a decir, entre lágrimas, fue: “Prefiero pensar que es un sueño”. Y no paré… Diego va a estar siempre en nuestros corazones. La cuerda un día se rompe. Mucho tirar de la cuerda demasiado y un día se rompe. La verdad es que estoy destrozado, destruido. Va a permanecer siempre en nuestros corazones. Con las diferencias que podíamos tener, con sus rebeldías… Claudia me pidió que fuera al entierro. Yo siento que de parte de Claudia, y de Dalma, de Gianinna, de Jana, de sus hermanos y sobrinos, de la familia Maradona, siempre tuve apoyo. Nunca se cortó el diálogo, siempre hemos mantenido el contacto. Cuando intenté dejar mi lugar al frente del cajón para que lo tomara un familiar, alguien, no sé quién, señaló: “Ese lugar te corresponde”, y me quedé. Llevar su cajón fue muy fuerte, porque recorrimos un largo camino juntos. Lo despedí expresándole: "Me fallaste. Habíamos quedado en que vos me tenías que despedir a mí"... Fue una vida de emociones, intensidad, sentimiento. Haber acompañado al amigo hasta último momento, dar juntos los últimos pasos… Perdón que lo repita, pero prefiero pensar que la partida de Diego es un sueño, un “hasta luego”.

A la cabeza del cortejo fúnebre, rodeado por Claudia Villafañe, Gianinna, Dalma y la familia Maradona, antes de que su amigo fuera enterrado en el cementerio Jardín Bella Vista, a 40 kilómetros de la Capital.

Arte y diseño de portada: Gustavo Ramírez
Fotos: Archivo Grupo Atlántida y redes sociales
Recopilación de material histórico: Mónica Banyik

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