Santi Maratea: “A mí me enseñaron que lo que das, te vuelve” – GENTE Online
 

Santi Maratea: “A mí me enseñaron que lo que das, te vuelve”

El influencer de 29 años lleva más de diez causas aunque la que revolucionó las redes fue la de Emmita por la que recaudó dos millones de dólares. 
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Santi Maratea pregunta a GENTE: "¿A las 9 AM en las escalinatas del Teatro Colón?”. Y era a última hora del día anterior. Y sí, de repente llega, puntual, envuelto en su amplia y policromática vestimenta informal, con barbijo, zapatillas y una pequeña ovación.

Claro, la hora, el lugar y la cálida recepción pueden explicarse en la concreción de su última causa antes de dejar el país (“por un par de meses largos, ya que luego me espera México, donde intentaré colaborar con los deportistas que viajarán a los Japón 2021 y a los Paralímpicos”): hisoparse para acompañar a los 35 jóvenes atletas argentinos que finalmente viajarán al día siguiente hacia la ecuatoriana ciudad de Guayaquil, motivados en disputar el Sudamericano clasificatorio de los Juegos Olímpicos.

Un acontecimiento que cobró cuerpo luego de que el muchacho en cuestión lograra reunir, desde sus redes sociales, el monto necesario que le permitiera a la delegación cumplir su gran sueño. El mismo que ahora puede verse resumido en una bandera que le acaban de obsequiar y resalta su nombre: Santiago Maratea (27).

–Recepción positiva, testeo de Covid-19 negativo. En la previa a su partida –y tras varias semanas mobilizantes, fruto de las campañas Todos con Emmita y ésta que lo hizo madrugar–, una buena oportunidad para entrevistarlo… Aunque usted no suele conceder reportajes ni producciones, ¿verdad?
–Es cierto… Por eso les propuse una manera distinta: rodear el Colón, tomar la avenida 9 de Julio, irnos hasta Retiro e ir bajando por la ciudad hasta donde queramos, conversando mientras me sacan las fotos.

–¿Una crónica callejera?
–Algo así.

–Mire que con la movida social y mediática que viene provocando, seguramente la gente lo va a abordar. ¿Se anima?
–Ningún problema (abre sus brazos). Me encanta caminar. Puedo meterle más de cuatro horas seguidas. De chico fui a Luján, completé los 72 kilómetros y cuando llegué, aunque me sentía perfecto, para encajar fingí que me dolían las piernas. Casi podría haberme vuelto caminando. Nunca medité, así que no puedo compararlo, pero estoy seguro de que cuando camino entro como en un trance.



–¿Pone música?
–Infaltable. La música me genera cierta emoción. Cuando encuentro un tema, me agarró de él y lo escucho tres días sin parar. Cualquier canción, de cualquier género, en castellano, francés, la que sea que me atrape.

–Y a lo largo de ese trance, al ritmo de esa música, ¿en qué piensa? Porque parece que ahora la realidad lo mantiene bastante ocupado.
–Sí. Aunque la verdad siempre pienso en lo mismo. Siento que me encuentro en un momento especial, porque las cosas que ahora por ahí todos ven que hago, son las que siempre pensé. Pasa que en la actualidad resulta más divertido porque tengo herramientas que me faltaban de chico. Más contactos, más plata, más conocimiento práctico, y puedo llevar a cabo ideas. De pibe pensaba lo mismo, pero cuando volvía a la realidad tenía que irme para la escuela, y no podía hacer nada.

–¿Qué quería hacer de pibe?
–Siempre tuve un sueño muy random: recibir un subte, subir a un vagón y regalarles a sus ocupantes cuarenta autos. “Tomen las llaves. Arriba los esperara cada vehículo”. ¿Te imaginás lo que sería…?

–Antes de preguntarle en qué horarios usted suele tomar subtes, ¿aquel deseo o impulso lejano sigue en pie?
–Ahora estoy más cerca. Para el caso, ya regalé un auto, tres en realidad. De a poco aquellos pensamientos y la forma en las que los encaro van siendo más estratégicos, más reales, más arriesgados. Antes era soñar por soñar. Si ahora tuviera que ir a regalarles a esas personas los cuarenta autos, primero me preguntaría: ¿Quiénes son? ¿Y si justo hay un violador ahí, si hay un pedófilo? Entonces, hoy es más lento que antes, porque aparte de soñarlo debo llevarlo a la acción, y eso requiere mayores estrategias, entender las cosas que estoy haciendo, consecuencias y responsabilidad. Bueno, cuando camino es cuando no pienso en todo eso, no dejo que entren los problemas: flasheo, fluye, sueño, me imagino las situaciones. Y al bajar, empiezan a funcionar las herramientas para llevarlas a cabo.



–Aquel recuerdo inicial de regalar los cuarenta autos se enfocaba en hacer feliz al prójimo. ¿Cuál es el proceso para llegar ahí?
–Entender qué le falta al otro. Después decidís si lo querés hacer o no, pero todo inicia por lo primero. Hay un stand up muy bueno de Louis C.K. (53, estadounidense) en el que describe: “Yo estaba en primera clase de un avión y había soldados de Estados Unidos viajando en turista. Pensé. ¿y si me dirijo a uno de los soldados y le propongo: ‘Tomá mi asiento de primera clase, que yo voy en turista, en gratitud a lo que vos hacés por el país’?”. Y termina C.K.: “No lo hice, pero fue tan lindo pensarlo”. Las buenas acciones empiezan por ahí, por las buenas intenciones. Muchas veces uno no activa, pero tampoco está mal sólo pensarlas. Yo me enrollo demasiado en imaginarme cómo sería la situación, si sucediese, ¡lo lindo que sería, de verdad! Pero también en qué pensaría después de concretarla, que comentaría, qué me preguntarían y qué respondería, qué diría en Twitter y qué diría Twitter, y qué pensaría o respondería yo a eso.

“Hola Santi. ¿Qué lindo verte! –se acerca trotando un amigo que hace quince años no ve, y lo saluda–. Me encanta cómo estás, triunfando, monstruo. Todos hablan maravillas de vos. ¡Comete el mundo, campeón!” –cierra el muchacho, golpeándole el puño y doblando por la calle Paraguay.
 
–Hablaba de sus estrategias. ¿Eso le permite adelantarse a muchas jugadas?
–Tal cual. Sobre todo cuando vas entendiendo más y más a tu audiencia y dándote cuenta de dónde se genera el impacto. Pongo la música, me prendo un cigarro y empiezo a caminar imaginando situaciones bonitas de las que puedo ser parte. A veces exagero: “¿Hasta dónde puedo dar yo?, ¿qué tanto podría conseguir si hago esto o hago aquello?, ¿qué impacto puedo generar?, ¿cómo aprovecho ese impacto…?”. Por eso, cuando largo algo es difícil que me llegue la crítica del que acaba de conocer la colecta o el tema. Y no me entran balas, porque es como que yo lo tengo pensadísimo.



–¿Y cómo reacciona ante tales críticas?
–Suelo repetir: “Si lo entendés, amaría escuchar tu opinión. Pero si no lo entendés, no”. Y no lo entiende toda la gente, sino aquella con la que hablo, a la que le explico… ¿Por qué yo ahora decidí ayudar a los deportistas olímpicos?

–Cuéntenos.
–Como Emmita es un bebé enfermo, partí de lo contrario, de la salud de un adulto sano. Y ahí me vino la imagen de los deportistas. Son horas caminando hasta que me planteo: “Adultos sanos… ¿Quiénes son los adultos más sanos?… Los deportistas… Y este año vienen los Juegos Olímpicos de Tokio… Ahí está”. En un punto todo nació de irme lejos de Emmita. Porque yo parto del impacto que puede tener lo solidario en sí y no una causa en sí. No es que por una causa me volví solidario: la solidaridad es el transporte. Intento moverme de la causa que acabo de dejar atrás. Después de Emmita no podía ir por otro bebé, aunque me mandaran fotos de todos los bebés del país. Es una decisión que uno tiene que tomar para que no se vaya bajando el impacto de lo que quiere.

–¿Cuál es su objetivo final, entonces?
–¿Mi masterplan? Yo siempre rescato con total orgullo que soy un influencer. Y como tal lo que me gustaría generar es un impacto tan grande que, primero, me beneficie a mí, y me refiero meramente a lo económico. Léase, poder trabajar de esto, que me funcione, irme de vacaciones a Europa. Sin embargo, mi idea va más allá, apunta a generar una movida. Porque cuando uno plantea el negocio, más personas se dan cuenta de que pueden vivir de esa manera, y empieza a generarse una industria.

–¿Con qué personas o personajes descubrió tal mirada?
–Con Cumbio (Agustina Vivero). A ella le pasó. Era una flogger, se hizo popular, todas las marcas la querían, y como no daba abasto, comenzaron a surgir nuevos Cumbio, nuevos flogger, y las marcas se acercaron a ellos. Dos años después existía una industria alrededor que excedía a la persona que la creó… Duki (Mauro Lombardo Quiroga, rapero y freestyler) es otro gran ejemplo. Y así: personas que crean un producto genuino de ellos, y venden tanto que inspiran a otras a moverse para ese lado. ¡Y a las marcas les viene bárbaro, porque las necesitan para vender sus productos! Yo con mi plan busco lo mismo, que me vaya bien, que la gente entienda cómo es mi trabajo, lo haga también y se promueva una industria alrededor.


–¿Y cómo se genera una industria alrededor de los influencers, la comunicación y la solidaridad?
–Yo lo pienso así: que las marcas que laburen conmigo tengan pegados el Departamento de Responsabilidad Empresarial y el Departamento de Marketing, y que estos entiendan que son una misma cosa y deben trabajar juntos. Vos no podés enfocar el marketing por un lado y la responsabilidad empresarial por el otro, porque sería como pretender que los trapitos sucios se limpien en casa. Así es cómo vas generando una industria, haciendo cambios de paradigmas dentro del business. Porque si más personas se enfocan en qué le puedo dar a la sociedad y qué me va a retribuir a cambio, habría un enorme impacto en nuestro país desde la solidaridad.

–Difícil no caer en la crítica externa, si acude a la solidaridad para beneficiarse con ella, ¿verdad?
–Me lo planteo y pareciera como que desde mi punto de vista hay una perspectiva medio maquiavélica. Pero en realidad se trata de una de las primeras cosas que aprendemos. Porque a mí me enseñaron que todo lo que va, vuelve. Muchos se arriesgan a afirmar que incluso vuelve el doble. Entonces pareciera una mera inversión hecha para boludos: yo doy uno, vuelven dos. Desde ese lado –y son las eternas discusiones con mi socia desde hace como una década (la creadora digital Jessica Jalife)–, en lo personal invierto casi todo lo que gano, porque entiendo que me está por volver el doble. Invierto en otros o en mí.

–¿Casi? En otros, lo vemos, y en su caso, ¿cómo?
–Como lujo, capricho, y me compro este puto buzo porque lo quiero y porque me quiero a mí. Y también en los otros. Si tengo diez pesos y todo lo que va, vuelve, y yo le doy dos, es que no creo tanto en eso. Si creés y tenés diez, poné diez. Si no, no creés tanto. Yo sí creo, y doy nueve, uno dejámelo usar a mí.

 “Perdón, ¡qué onda, capo! –lo abordan dos adolescentes en la puerta de la Mansión Alzaga Unzué–. Re lindo lo que hiciste con Emmita… Ay, ¡sos más alto!” –le lanzan–. “Me lo dicen mucho: tengo cara de petiso” –responde, saboreando una galletita Tita, el sanisidrense de 1,82 nacido un 25 de junio de 1992–. “¿Podemos hacernos un boomerang? Te amamos” –le preguntan, posan y parten felices.

–¿Vive medio al día?
–Tal cual, pero la paso muy bien, porque tengo grandes momentos, que es cuando vuelven los diez más diez, los veinte, o los nueve más nueve, los dieciocho que invertí, que di.

–¿Y por qué, al margen de la rentabilidad potencial que su enfoque puede brindarle, apuesta a la solidaridad?
–¿Viste que uno puede ser de muchas formas diferentes? Algunas corresponden a uno y otras, no tanto. Bueno, lo solidario dentro de mí, corresponde a mí, me gusta. Estas inversiones si no te gustan no las hacés, no ponés plata de semejante manera. A mí me gusta la solidaridad. A mí me gusta ser influencer. Me gustaría ser modelo. ¡Y oooobvio, me gusta ser famoso! Ser famoso era una cosa que me correspondía. El día que entendí la fama, de muy chiquito me la apropié.

–Cuando organizó lo de Emmita, su papá, don Maratea, subió a las redes una carta felicitándolo. Y recordó que ya de chico usted era solidario. Contó, incluso, que una vez se portó mal, lo bajaron de una gira deportiva y, sin dudarlo, le dio la plata a un compañero, para que él sí viaje.
–¡No puedo creer que hablemos de esto ahora, porque en su momento sentía que no era guita con la que yo contaba! Yo la junté vendiendo dulce de leche –un gran vendedor, yo– y compré mi pasaje muy rápido. Pero después no pude viajar. Había un amiguito que no tenía la guita y le ofrecí, como algo natural, “Te doy la mía”. Al día de hoy, si veo a un integrante de aquella familia, me lo sigue agradeciendo. Es lo mismo que podía pasar cuando tenía la cuenta con los dos millones de dólares de Emmita: si yo sacaba mil dólares, nadie se iba a dar cuenta. Pero no contaba con esa plata, no existía la posibilidad en mí de agarrarla; simplemente no se hace. Aquella plata que le di al guachín para viajar no era mía. De verdad a mí me gusta lo que vuelve. Te cuento una, así medio de la intimidad…

–Déle, por favor.
–Ayer una amiga le contaba a otra que estaba hasta las bolas por una deuda de cuarenta lucas en un plan de ocho meses. “Pobre, no puede proyectar un carajo por cuarenta lucas de mierda –reflexionaba yo–. Le puedo dar las cuarenta lucas. No me sobran ni en pedo, pero las tengo. Si hablo con mi socia, me va a retar: ‘Vos sólo tenés deudas, pelotudo. ¿Cómo le vas a dar cuarenta lucas a tu amiga porque sí?’”. Ahí es cuando me enrollo. Pero, ponele que lo hiciera. ¡Sería un gran momento! Si a veces gasto cien lucas en un teléfono, ¿no puedo gastar cuarenta en un buen momento? Es como invertir en un buen momento: lo que te puede dar ver emocionarse al otro es más que lo que pusiste. Das y recibís. O lo que me pasó el otro día en el Hospital Italiano…

–¿A ver?
-“Santi”, “genio”, me abrazaban los médicos. Y yo pensaba: “Me siento re seguro acá. Me ataca un paro cardíaco y me salvan o salvan. Si me viene un ACV, me chupa un huevo”. Es lo que vemos ahora en la calle. A mí me llama la atención que me saluden. Gente que me banca y que yo banco, porque entiendo que llegó a mí por el mensaje de que lo que uno da, vuelve. A mí me lo enseñaron, yo me aferré a eso. Y cuando alguien me quiere decir que no, bueno, discutamos, porque a mí me enseñaron que lo que das, te vuelve, que lo que uno sueña, se cumple. Yo me siento tan parte de lo que armo como la gente que colabora.

–¿Qué ocurre cuando, además de hacerlo sentir famoso, la gente te felicita por algo que encendió sus corazones? No es lo mismo.
–No entiendo bien. Se me ocurre: “¿Qué hubieran hecho ustedes?” A mí me llegó la historia de Emmita y sentí que podía llevarla a cabo. “Si ustedes la hubiesen podido llevar a cabo, ¿no lo hacían?” Además, yo no tengo esa guita: la pone la gente, “¡ustedes!”. “Estamos en la misma, chicos, ¿por qué me felicitan a mí?”

–Tal vez porque usted consumó un logro que debería haberse resuelto desde otro lado, en otros ámbitos.
–Puede ser. Quizá hay una empatía. Tampoco se trata de falsa modestia. Entiendo qué pasó, la felicitación y que es emocionante, pero vuelvo a preguntar: “De poder, ¿no hubiesen hecho lo mismo ustedes?” Lo pienso mucho con Emmita… Una vez que yo lanzo su campaña, ¿qué?, ¿se iba a morir el bebé? No, man, ¡vamos a hacer todo lo que tenemos que hacer! Uno la comunica, otro la mueve, otro pone la plata, otro la administra. ¡No puede no recibir el remedio! Me pasa cuando camino… A veces no registro el cansancio, porque camino y camino. Claro, caminás, llegás a destino y listo. No importa si es a diez o cien kilómetros. Yo mismo subí historias llorando, cansado, por lo de Emmita. Después no lo registro, lo tomo como parte del camino. Era lógico que iba a terminar así. La historia era “ojalá lo consigamos”; luego “parece que no” y lloro, y por último, “¡sí!”. ¿Qué, iba a terminar en una negativa de todos?

“¡¡¡¡Ey, Santi, ahora tenés que conseguir que nos devuelvan las Islas Malvinas!!!!” –grita de repente un abuelo de cabello largo canoso, al tiempo que intenta controlar el ímpetu de un labrador retriever amarronado que pretende escurrírsele en la Plaza San Martín de Tours.
 
–¿Todo por Emmita fue una visagra para usted?
–Sí, tiró a la mierda mi límite de lo imposible. Yo no puedo juntar dos millones todo el tiempo porque quiera. Llevar a Justin Bieber a tu cumpleaños cuesta un millón. ¿Vos decís que, si pido que me den un palo verde para traerlo, la gente me lo deposita? No. Es una mezcla. La gente de este país es muy amorosa y muy particular en cuestiones del prójimo… Pasó lo mismo con las madres de la trata en la Argentina: frente a todo lo que viene ocurriendo desde hace tantos años con el feminismo, ¿creés que si la gente se entera de que las madres de la trata están por quedar en la calle, no va a hacer algo al respecto? Lo que falta es alguien que lo comunique bien, sin amarillismo, sin nada raro. Ése es mi rol: contar lo que está pasando en situaciones en las que yo sé que, si todos se enterasen, harían algo al respecto. Para mí ahí radica la clave.



–¿Usted siente que marca temas de agenda?
–… Como si yo tuviese ese poder (controla su risa). Los temas ya están, pero nadie los toca ni habla de ellos. Si todos nos enteramos de que una semana antes de intentar clasificar para los Juegos Olímpicos, el CENARD (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) baja a treinta y cinco atletas que durante años entrenaron invirtiendo su propia plata para poder ir allá a competir, ¿cómo no vamos a ayudarlos? Nadie se enteró, o se enteró de manera contaminada, hasta que un muchacho que anadaba triste de verdad e iba a tirar una antorcha, una garrocha, lo que sea, me contó lo que pasó. ¡Y así la gente puso 22 pesos por cabeza para que viajen! Y así con cada historia. Son casos que nuestro país quiere abarcar, quiere que se resuelvan, pero no sucede, o donde te metés hay un chanchullo. Y son tantas las cosas que no avanzan acá, que uno se acostumbró. En síntesis, creo que empatizo con causas con las que empatizamos todos.

–Para ello se necesita credibilidad. Usted ha sufrido lo de la cultura de la cancelación y lo sabe…
–Tal cual, la importancia de ser creíble. Félix, un amigo especializado, me explicó en una oportunidad: “El motor de la economía es la confianza. Hay países de primera línea con deudas externas mayores que la nuestra, pero son más confiables”. En esto, es lo mismo. La gente ve que yo contemplo la confianza y la cuido. Y que si meto la pata, lo señalo e intento alumbrar bien para que todos vean que soy alguien que puede meter la pata. Para el caso, luego de lo de Emmita junté plata, por el mismo medio, para comprarme una pilcha en Gucci. Lo consulté con amigos. “No lo hagas, ¡no la cagues!”. Lo hice igual. Soy un poco provocador.

–¿Y qué le cruzó por su cabeza cuando vio en su cuenta esos dos millones de dólares recaudados para Emmita?
–Es como cuando mis papás en un momento de sus vidas les hacían coaching a los transportistas de caudales. Personas normales que llevan armas y trasladan mucha plata, plata que le cambiaría la vida a la familia por cinco generaciones. ¿Por qué están asistidos por psicólogos? No es porque planean robar, sino porque hay un tema del que hay que hablar. No podés estar delante de diez palos verdes ¡y no hablar del tema! Yo flasheo. Incluso mucha gente me pregunta, si no agarro algo, si no merezco. Y comparto sus inquietudes, porque no tengo ganas de que me suban a un lugar de salvador. ¡A mí me ponés diez palos verdes y se me mueven todos los pelos, como a una persona normal!… Nadie ve dos palos verdes y deja de hacerse la típica pregunta de “¿Qué haría yo si fueran míos?”. Me encantaría ser Kim Kardashian, para que me alcance para todos y todas, incluyéndome, y no preguntármelo. Por ahí un día pase, no lo sé. Pero, entretanto, parte de la transparencia es cuando yo mismo ataco mi lado solidario, algo que también hago a propósito.

–¿Cómo lo hace?
–Pienso: “¿Di una imagen muy de buena? Okey, vamos en contra de eso, porque la gente va a pensar que soy un distinto, un ángel”. Y, me meto en Airbnb para ver casas de dos palos verdes, o digo que me meto. Tal vez planteo: “¿No se robarían unos dólares de estos dos milloncitos?” O, “para no robarlos yo, ¿me los querrían dar ustedes…?” Y mando mi cuenta de banco. Eso me ayuda además, cuando la gente pregunta o sospecha, para que el tema no quede ahí, como si nada. Las redes te plantean estas cuestiones. Poner la cara quizá me haga más creíble. Lo cual es una paradoja, porque uno cree que la contradicción te vuelve poco creíble, ya que no sostiene una verdad concreta, sino que la contradice. Pero para mí es todo lo contrario.



–¿Lo contrario?
–La contradicción es lo que hace que yo te crea. Si hoy Alberto Fernández sale al balcón de la Casa Rosada y admite contra lo que se espera: “Tengo los huevos llenos. No puedo más. Entre la pandemia, que me peleo con todos, que no entiendo, que nadie sabe qué hacer, que tampoco tengo un presidente que me pueda aconsejar…” (aplaude) ¡Le creés! Es la verdad. Y puede ser que mañana la cagues, porque estás pasado, chabón. No sé si nos favorece o no tener un país donde el presidente llore porque no da más, ¡pero es lo que está pasando! Entonces, hablemos sobre lo que está pasando, y solucionémoslo. En mi caso, es lo mismo… Yo vivo de esto. Entonces, si la persona que maneja mis números entiende que entre campaña y campaña solidaria lo mejor es hacer una de una marca, porque me pagan más plata, la voy a hacer, pensando en generar plata para poder vivir bien, como quiero, y luego seguir haciendo más y más campañas solidarias. La verdad, ante todo.

“¿Podemos pedirte un favor enorme, flaco?” –se acerca un matrimonio–. “Necesitamos tu mensaje de concientización sobre la donación de sangre. Es un tema que nos aflige, en especial porque decayó tremendamente durante la pandemia” –le explican, antes de que Maratea deje su café caramel macchiato mediano con crema de Starbucks, les pida el celular, lo grabe y ellos continúen su camino frente al Museo Nacional de Bellas Artes.
 
–¿En su casa se respiraba el costado solidario que usted cultiva?
–Sí, sí. Aparte, mis viejos (Mariana y Rafael) me enseñaron a cómo encarar un objetivo, cualquiera sea: levantarme a las seis, dormirme temprano, conseguir una casa, viajar a conocer un país. No importaba cuál, lo que importaba era trazarse objetivos. Cada día me trasladaban esa concepción. Yo era medio insoportable y me peleaba con mi madre, porque me pedía que “intentara”. Pero para ella intentar era intentar hasta conseguirlo. “No me digas que intentaste aprobar Matemática… ¿Aprobaste o no?”. Yo me re peleaba porque me importaba cero aprobar Matemática, pero el día que encontré algo que me interesó, que yo quería “aprobar”, estaba chipiado para lograrlo. Ahí comprendí lo que ellos me enseñaron. Después, bueno, hablamos de dos personas católicas increíbles… Mamá cuidaba a todo el mundo y daba la Comunión a la gente a punto de morir que se encontraba sola. En casa siempre se respiró ese costado de caridad.



–Además de borrar miles de posteos que exhibía en su Instagram, para dejar apenas cuatro, usted escribió en su cuenta: “No es caridad lo que hago”.
–Por eso entiendo que es una mezcla entre los valores, si uno puede ayudar y si lo hace. Yo en un futuro podría regalar los autos o conseguirle vivienda a la gente, porque lo mamé en casa, donde a la vez me enseñaron a irme a dormir tranquilo, porque hay reglas: lo que se toca y no se toca.

–¿Qué más le enseñaron?
–Que el camino es largo y no hace falta pisar, cagar a nadie ni robar nada. Y que no se puede ocupar el lugar del otro, porque todos somos únicos. Yo me siento el número uno, pero desde el lado de que soy el mejor de todos los Santi Maratea que hay. Como escuché alguna vez: “Vos te podés comprar un piano, pero no sos Charly”. Uno sabe quién es y a qué vino. De hecho, cuando me aborda una inseguridad es porque no estoy haciendo lo que tengo que hacer. Me pasó en 2020, un año re áspero, como el de todos, pero aparte venía de la muerte de mi vieja (se suicidó en 2019). En un momento me puteó Jorge Rial, le contesté y… esas cosas no son mías, debo evitarlas. No entrego constantemente mi mejor versión, pero sé cuál es. A veces debo enfocarme.

–¿Prefiere la palabra “solidaridad” a “caridad”?
–“Solidaridad” es una palabra más linda. “Caridad” me da a evento de personas vestidas de gala juntando plata, en un lugar rico, para gente pobre. Odio cuando se hace la subasta del artista… Siento a la caridad como la menor inversión para cierto beneficio impersonal: algo di, entonces me siento bien, pero di muy poco, y aparte di para sentirme bien. Que me pasa, pero también me pasa de sentirme bien sólo por darlo. No sé. Yo quizá interpreto más la solidaridad con el que frena, mira, escucha, entiende, piensa, interfiere e intercede en generar un cambio. Prefiero más esa definición. Supongo que alguien que estudia Letras me avisará: “Santi, ¡solidaridad y caridad significan lo mismo!”. La intención de la solidaridad es que todos estemos mejor. Yo lo hago para mejorar un poquito al de al lado, pero no por obligación o porque quede bien que los empresarios me vean donar.

–¿Mantuvo contacto con Juan Carr, Manuel Lozano, algún referente?
–Sí. A ambos los conozco, y son divinos. Creo que la gente los cuestionaría si tuviesen gustos caros. Como decían los Redondos: “Roqueros bonitos, educaditos. Con grandes gastos…”. Yo ahí soy diferente: un influencer, no un sociólogo ni un asistente social. Igual, los considero importantes referentes de la solidaridad. Sumemos en lugar de restar. Por otro lado, si Juan Carr me va a representar en el cien por ciento, no sería Juan Carr, sería yo. Hay mil diferencias: de edad, de dónde venimos…

–¿En qué momento entra la política en la discusión?
–Bueno, si la gente está tan copada en unir lo que yo hago con la política, lo nuevo no sería entrar, combativos, a exponer a un partido político que hace mal las cosas. Yo pretendo colaborar, boludo, no vengo a destruir un partido político ni a encarar una campaña que destapa una olla o pretende echar a alguien. Marquemos una distinción. El partido representa a un grupo social, que es el que quiero ayudar. Si vos deseás que los pibes viajen al Sudamericano, yo también y te puedo ayudar, démonos un abrazo y listo.

–¿Le llegan llamados, cuando “se dan cuenta” de que se metió en algún tema que les correspondía a ellos?
–Me re pasa, me re hablan por WhatsApp: “Hola Santi, somos de acá, de…”. Yo no le respondo nunca a nadie. Prefiero sumar, a restar. Si no hay nada para sumar, ni digo nada: saludo y parto. No soy la voz que llegó a demostrar dónde está la grieta. Mejor busquemos las cosas que nos unen, puntos en común para cerrarla. Porque, aparte, si hay una grieta hoy, es entre la clase política y la gente. La solución…

–¿La solución?
–En vez de decir “fundemos un partido que represente a la gente y rechace a la clase política…”, busquemos nuevas opciones. Nos encontramos en 2021, ya no en 1890, cuando faltaban pasar algunas cosas. ¡En Argentina ya pasó todo! Entendamos que debemos unirnos. Aparte, si querés exponer a alguien que no trabaja, nada mejor que trabajar el doble. La mejor manera de demostrar que todos llegan tarde es llegando primero. Esto es lo mismo. Expongamos a los políticos, no por exponerlos, sino porque no hicieron su laburo: “Vine a barrer porque vos no viniste”. Aunque emerja el ego del político: “¡Me están atacando!”. “No tiene que ver con vos; no sabemos ni tu nombre, bro. Sólo estamos ayudando al que vos olvidaste”.

Por Leonardo Ibáñez
Fotos: Christian Beliera
Producción general: Mariano Caprarola

Arte digital y diseño: Gustavo Ramírez
Asistente de producción: Sofía Esther Ortiz
Video: Fabián Uset

Edición de video: Cristian Calvani
Seguimiento periodístico en las distintas plataformas e infografía: Elisabet Correa
Agradecemos a Jessi Jalife

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