La imperdible columna de Lula Rosenthal sobre las mudanzas: «Tengo que dejar una casa que está más buena que chaparse a Brad Pitt y a Angelina Jolie» – GENTE Online
 

La imperdible columna de Lula Rosenthal sobre las mudanzas: "Tengo que dejar una casa que está más buena que chaparse a Brad Pitt y a Angelina Jolie"

La impotencia de dejar el hábitat por fuerzas mayores. El tema, tratado a puro humor y sin filtros por la panelista de Los Mammones y virtuosa cantante y actriz, busca –¿y encuentra?– una explicación al sinsabor de tener que irse luego de convertir un impersonal espacio ajeno en un hogareño territorio propio.
Lula Rosenthal
Entretenimiento
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Tengo los eggs al plate de mudarme. Mientras más hago foco en encontrar un hogar permanente, más la vida me hace boyar de acá para allá como si fuese una nómade empedernida que no encuentra su lugar en el mundo y no es así. No es así.

Juro y perjuro que a cada nuevo lugar que voy le pongo un amor que no se puede creer. Todo el amor que no me sale con los seres humanos, se lo doy a mis casas. Soy de Cáncer, ascendente en Cáncer, Luna en Cáncer. Cáncer en Cáncer, o sea... No me jodan, no hay mucho más que explicar. ¡Soy una casa viviente caminando! ¡Soy el hogar en persona! No hay nadie en este país que le entregue más amor al lugar en donde vive que yo.

¿Se puede saber por qué carajo el destino -o quien choronga sea- se empeña insistentemente en no dejarme instalarme en un solo lugar de una vez y para siempre? ¿Es una joda de Tinelli? No entiendo. O sea, en serio. No entiendo… Bueno, “para siempre” es un montón igual pero… Hace nada más que tres míseros meses me mudé a esta casa, chiques. ¡¡¡Tres!!! ¿Y antes? Antes de acá, viví en un piso prestado en pleno centro, re cheto, con losa radiante -por el cual pagué diez mil pesos por mes- ¡y era tan feliz allí! Viví un año exacto pero los dueños volvieron y bueh... ¡pero no me voy a ir por las ramas ahora porque no me olvido que estoy re caliente! Hace tres meses que vivo acá y ahora me estoy yendo... again. Yo no lo puedo creer. ¡Menos suerte tengo! Menos suerte que mi tío Raúl que murió hipotecando su propia casa de tanto apostar y nunca ganó ni una línea en el bingo. Realmente, con todo respeto a mi tío, siento que mi condición de nómade es más triste que el triste final de Rául. Otra vez me voy por las ramas, perdón. Es que tengo una calentura tal que, ahora que otra vez me tengo que ir del lugar en el que vivo, quiero dejar bien patentado, para que empaticen con la tragedia, lo siguiente:

Son incontables las horas de mi vida que le dediqué a esta casa. Moví muebles como una condenada, acomodé cada puto objeto con una obsesión meticulosa, estratégica y armónica para la vista de cualquier ser vivo. ¡Hasta en mi perra mirando las cosas pensé! Ni hablar de las lamparitas de colores. No, no, no... eso me angustia nivel Dios. Las lamparitas que busqué en todo el barrio con una desesperación tal como si estuviera buscando a mi propio hijo perdido en la playa. Son unas bombitas de colores especiales de una gama cromática única, ¡sagrada! que hace los matices de cada espacio de la casa. ¿Entienden? Cada ambiente de este hogar tiene un color pensado específicamente.

La inversión en velas y sahumerios que elegí escrupulosamente para que habiten cada cuarto, cada espacio, ni les cuento. ¿¡Alguien puede pensar en que yo todavía no estoy mentalmente preparada para ponerme a sacar todo eso que acabo de terminar de acomodar la semana pasada!?... Me va a dar algo…

Y el temita del vestidor... no. No puedo con ese tema. Me enerva, así que voy a saltear un segundo este tópico para contar que esta casa de la que me estoy yendo es del marido de una amiga que me la alquiló de onda porque hace seis años que la tiene en venta y nunca la logró vender, entonces dijo “bueno, por lo menos se la alquilo a alguien de confianza y me hago unos mangos mientras no pasa nada con la casa”. Okey, genial. Un golazo para mí que tristemente tenía que despedir la mansión de losa radiante. Ojo que la casa del marido de mi amiga no se queda atrás, eh. ¿Saben lo que es esta casa? ¡Es un fucking sueñoooo! Indescriptible de lo increíble. Es como un PH gigante dentro de un edificio y está más buena que chaparse a Brad Pitt y a Angelina Jolie juntos en una fiesta. A ese nivel, sin exagerar. 

Seis años hacía que no la podía vender… y llegué yo con todo mi amor… y bueno… ¡¡¡La vendió!!! ¡Bravo! ¡Un aplauso para todos! Para mí, para el vendedor, para el comprador y para toda su familia feliz que ya tiene la casa de sus sueños. ¡No es la casa de sus sueños, usurpadores! ¡Es MI casa de MIS sueños! ¿Y ustedes ahora la compran? ¿¡Ahora!?. ¿Dónde estuvieron los últimos seis años, viejo? ¡Yo estoy pagando un alquiler acá! ¡Yo también tengo sentimientos!

Un segundito de “Om”. Respiro, ordeno mis emociones…

A ver, repasando: La casa no se vende desde hace seis años. Llego yo y ¡puf!, se vende. De golpe, por arte de magia y maravilla del destino.

¿¡Qué me quiere decir la vida con todo esto!? Porque... ¡ah no, paren!: el vestidor. Me había olvidado. Uf…, esto es fuerte, eh. Pero voy:

Yo hoy llamo “vestidor” a un entrepiso del PH que era literalmente Kosovo. Lleno de botellas, olor a Roberto, ropa vieja, doce mil millones de perchas chuecas, un cementerio de macetas de diferentes tamaños con tierra de Antes de Cristo, un amontonamiento impráctico de revistas que era como un puesto de diarios allanado violentamente; cajas, cajas y cajas llenas de pelotudeces que ni el acumulador compulsivo más acumulador compulsivo del mundo guardaría. El tema de las botellas lo pasé por alto pero es un punto fuerte, ya que el marido de mi amiga se ve que se tomó hasta lo que no había en la faz de la tierra y tenía el tierno hábito de no tirar las botellas por más insulsas y comunes que fueran.  Tiré -real- más de 100 botellas de ese entrepiso. ¡Y ni hablar de lo que fue sacar toda esa pila de revistas sobre la espalda cual Jesús con la cruz.

¿Alguien puede por favor empatizar con lo difícil que fue para mí transformar ese terrible quilombo en el vestidor precioso que siempre soñé? Lo agradecería bastante. Y además espero que lloren imaginándome a mí ayer sacando toda la ropa y zapatos que terminé de acomodar tan prolijamente hace menos de un mes. Hasta las perchas ordené por color. O sea, lloren. Me lo merezco.

Soltar... soltar... soltar... cerrar etapas... ir a lo nuevo... “por algo será”... y más boludeces zen que todos me dicen.

Y acá estoy… Agarro las velas, los sahumerios, las lamparitas, mis ropas, seis valijas, nueve bolsas de consorcio y ya… estoy yéndome... otra vez.

Un último deseo/amenaza: Más vale que en la próxima casa me quede por lo menos quince años.

No quiero ser más una mochilera en Capital Federal. Lo único que quiero es encontrar mi hogarcito, vivirlo y disfrutarlo, asentarme y ser feliz y no tener que irme a ningún otro lugar.

Quedarme. Quiero quedarme.

Fotos: Christian Beliera
Retoque digital: Gustavo Ramíre

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