Florencia Peña: “Siempre hice lo que quise y también soy sensible” – GENTE Online
 

Florencia Peña: “Siempre hice lo que quise y también soy sensible”

En una de las entrevistas realizadas por GENTE, relacionada a las causas sociales, y vinculada a la violencia de género, la talentosa actriz y conductora ya había mencionado su compromiso con los femicidios y que nunca ocultó los momentos dolorosos de su vida. 
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La lapidación mediática contra Florencia Peña invita nuevamente al debate de la verdadera deconstrucción de hombres y también mujeres en una sociedad argentina muy machista. La cadena nacional que provocó su visita a la Quinta de Olivos en plena pandemia vuelve a recordar que detrás de la actriz, conductora y madre de tres hijos, habita una mujer realmente comprometida con el feminismo y que da batalla por la igualdad de género. Pero también, pone sobre la mesa la falta de creencias y confianza en la palabra de las personas que, evidentemente, están totalmente rotas por una grieta ideológica.

Hace seis meses, Florencia Peña fue la protagonista de la tapa de Revista GENTE sobre femicidios titulada “Ni Una Más”. Fue el segundo número de los 12 Principios inspirados en diversas causas de interés social que GENTE lleva delante de manera mensual desde este año. Sin vueltas, ni cassettes, fiel a su impronta, Peña se puso al frente de una cruzada que al día de hoy moviliza al país por la cantidad de muertes y denuncias que padecen día a día las mujeres.   

Peña dialogó durante una hora con Leo Ibañez, director de Revista GENTE, sobre los femicidios, el machismo, las denuncias, el comportamiento de la sociedad, las denuncias que quedan en la nada, una Justicia que mira hacia otro lado, sus situaciones de acoso, la viralización del video, y de cómo miles y miles de mujeres acuden a ella para contarles lo que padecen y sufren por parte de sus parejas.

“Lo que más me impacta, más allá de las cifras de femicidio que son tremendas, es la mujer que hay detrás de cada caso... De igual manera que me preocupa que aún no hayamos encontrado la manera de frenar este flagelo. Este flagelo, porque la violencia no va a poder frenarse nunca. Los hombres abusados, que vienen de generaciones de familias destructivas o que sufrieron violencia, van a salir y repetir eso. El punto es cómo evitamos que la mujer termine siendo el receptáculo de tal réplica”, afirmó la conductora de 'Flor de Equipo' (Telefe).

–¿Qué falla para que se llegue a dejar de contestar esa pregunta con la palabra “muerte”?

–Hay buenas intenciones y ganas de cambiar las cosas, pero hace tiempo que vienen fallando las articulaciones que derivan de la Justicia y que deberían permitir que, luego de denunciar, la mujer consiga salir de verdad de ese círculo de violencia. Porque si la sacás pero no la contenés y le das seguridad de que no le va a pasar nada a ella ni a su familia, no sirve. Al contrario: la denuncia produce en el hombre más odio, más violencia e intenciones de venganza. Hay que cuidar a la mujer desde que sale del círculo de violencia. Y, por otro lado, no podemos estandarizar la ayuda ni tratar a todas las mujeres como si nos refiriéramos a una misma situación. No es igual una mujer que empieza a darse cuenta de que forma parte de un círculo de violencia, que aquella a la que un tipo ya amenazó de muerte varias veces. No porque una merezca menos atención que la otra, ¡pero en el último caso existe una necesidad urgente de que alguien la cuide las veinticuatro horas hasta que se sepa que no está en peligro!

–¿Siente que el reciente caso de Úrsula Bahillo (asesinada en febrero por su pareja) se convirtió en un doloroso alerta?

–Había varias denuncias previas contra su asesino. Es esa clase de terribles casos-modelo que no debieran suceder, pero que a veces ocurren: hay muertes que vienen a ubicar las cosas en su lugar. Creo que Úrsula fue –y así la veo yo– una víctima que se sacrificó para volver a poner blanco sobre negro y demostrar que no alcanza con sacar a las mujeres del círculo de violencia. Si tipos que violan la perimetral no tienen consecuencias y no van en cana, ocurre lo que ocurrió. Sabemos que la mujer es mucho más escuchada que hace una década, que en muchos casos cuenta con la Comisaría de la Mujer, que hay gente preparada para recibir su denuncia y no revictimizarla, pero tampoco alcanza si las diferentes instituciones no trabajan mancomunadas. Cuando detectás a una mujer que vive en un lugar violento, tenés que ubicarla lejos de su agresor, donde no la encuentre. Y si lo hace y viola la perimetral, que pague las consecuencias. Si no, ese círculo no termina cerrándose más que con la muerte.

–¿Llegó a dialogar con familiares o personas cercanas a Úrsula?

–En mi programa hablamos de varios femicidios, y particularmente del de Úrsula. Conversé con personas de su entorno, sí. Todas las mujeres estamos para las mujeres. En muy poquitos casos encontré la no sororidad. Lo aclaro porque muchas veces, ante agresiones así, son mujeres las que reaccionan de manera virulenta, porque el machismo sigue enquistado en la sociedad. Bueno, nuestra generación ha sido criada de manera machista. Por suerte las pibas ya tienen otra cabeza. Y los pibes también. Tengo tres varones (Tomás, de 18; Juan, de 10, y Felipe, de 3), y los mayores hasta se cuidan de más. Yo incluso les digo: “Prefiero que se cuiden de más”. Un “no” es un “no”, y lo entienden. Ya lo viven así. Nosotros todavía...

–¿Nosotros...?

–Yo no practico el lenguaje inclusivo porque me cuesta hacerlo de forma orgánica. Sin embargo, lo respeto. Como te decía, nuestros padres criaron a la mujer devota del hombre, siendo ama de casa. Aunque hoy trabaja a la par del hombre, hubo generaciones en las que se quedaba en el hogar mientras su marido iba al prostíbulo... ¡y estaba bien visto! La mujer cocinaba, planchaba y lavaba. El tipo llegaba a la noche y ella le daba de comer. Uno lo piensa y le viene el “ufff, ¡qué machirulaje!”, pero hay algunas sociedades muchísimo más conservadoras. Lo de Úrsula sucedió en un pueblo, y hay que entender que en algunos lugares están súper arraigadas las costumbres machistas. Y a veces, ahora también siento esta cosa de atacar a las mujeres cuando salimos a pelear por nuestros derechos, a ganar la calle y gritar “ni una más”...

–¿Qué nota ahí?

–Que, como contrapartida, hay una especie de necesidad de justificar... “Bueno, pero las mujeres también son violentas”; “Bueno, pero las mujeres también matan hombres”... Sí, claro, pero los porcentajes son muchísimo menores, por una cuestión de fuerza. Podrá haber algún caso de mujeres que acosen o violen a hombres: una contra diez. Es el hombre el que pretende esa cuestión de posesión. Aquella famosa película francesa La maté porque era mía lo ilustra: es mía; si no es mía, no es de nadie. Fijate que muchos femicidios son de ex parejas.

Es tiempo de aclarar, ya consumada la introducción, que esta nota no se realizó el mismo día de la producción fotográfica: era imposible. Aquellas casi cuatro horas de trabajo se habían llevado todo de la actriz y conductora. Transcurrieron tres días hasta que Flor nos contó infidencias internas de aquel “intenso momento” que superó todo atisbo laboral: “Más allá de que yo soy actriz y, se supone, cuento con herramientas para transmitir, hay algo que excedió mi interpretación y se relacionó a una sensación de profunda tristeza por lo que pasa, por que no podamos encontrar engranajes que nos ayuden a que estas cosas no pasen más con las mujeres, o pasen bastante menos. Son intrínsecos al ser humano la maldad, el odio y la violencia, pero con un Estado más presente... Cuando tenés que contar algo que les viene sucediendo a muchas mujeres y podría ocurrirles a otras que temen por su vida –retoma–, entonces la emoción resulta mucho más genuina y real. Ponerle el cuerpo a estas causas ayuda a visibilizarlas. La información valiosa puede llegar tanto desde medios masivos y populares como GENTE, de revistas más del ghetto feminista, de la tele o de donde sea. Lo importante es que llegue, y de una manera seria y sentida, porque son temas que atraviesan profundamente a la sociedad en general y a las mujeres en particular”, redondea la porteña de 46 años.

–¿En qué pensaba cuando posaba para la nota?

–Intenté imaginar qué podía pasarme a mí, Florencia, frente a una situación semejante. Por suerte nunca tuve que frenar a un violento, pero empecé a pensar en qué me pasaría físicamente, emocionalmente... y me pasó todo eso que viste. Intenté no actuar, no poner “cara de”, la “expresión de”, sino que intenté ser, que sucediera... De lo contrario no iba a funcionar. Es más fácil si yo actúo en una película o en un medio audiovisual. La emoción aparece más rápido, con la palabra, con el cuerpo. Acá había que sacar a la superficie una cuestión interna. Lo que sí, admito que cuando pensé en qué me pasaría si sintiera todo lo que sintieron estas mujeres, me invadió mucho miedo.

–En un momento pidió que apagaran el ventilador y pusieran música incidental...

–La idea era que esto sirva para algo. No se trata de que la revista o yo nos luzcamos: se trata de que podamos mancomunarnos en la causa, para seguir visibilizando un tema. De que yo pueda transmitir lo que necesitamos que se transmita. Usar mi cara, mi expresión y mi cuerpo como canales de información Hay que insistir e insistir. Al concepto de “Ni Una Menos” se le suma “Ni Una Más”. ¡¡Basta!! Intentamos que las mujeres que sufren o pueden sufrir esto se vean reflejadas.

–¿Y qué les devuelve ese espejo?

–La imagen de algo que les seca física y emocionalmente sus sueños, su vida, que les quita la alegría y alimenta el miedo de que les suceda algo a ellas y a sus hijos. El equipo que llevó a cabo la producción intentó que no importara lo que importa en otras ocasiones: buscamos la crudeza de fotografiar, de plasmar lo que está ocurriendo. La música incidental que eligió Chris, el fotógrafo, ayudó bastante, porque era trágica.

Afirma que el femicidio que más recuerda es el de María Soledad Morales, el 8 de septiembre de 1990, en San Fernando del Valle de Catamarca, “justamente porque aún no se hablaba de femicidio en esos términos”. Y continúa: “Un poquito antes, a fines de 1989, había sido el de Nair Mostafá, la chiquita de nueve años que apareció violada y muerta en Tres Arroyos... Sin comparar la gravedad, porque ambos fueron terribles, no me olvido de que el de María Soledad tuvo la complicidad del poder. Yo era muy chica, de 18, 19 años, y me acuerdo de que la transmisión televisiva del juicio debió levantarse cuando un gesto de un juez a un colega demostró que estaba repleto de nulidades. María Soledad fue la primera víctima mujer que, yo sentí, revictimizaban una y otra vez. ‘¡La culpa era de ella! Dónde había estado, por qué fue a una fiesta, qué llevaba puesto, y si se subió al auto de un desconocido...’. En ese momento me sentía incómoda, porque no me gustaba lo que indirectamente se decía sobre ella: ‘¿Por qué dicen y preguntan esto? A ella la violaron, la drogaron y la mataron. ¡Ella no tiene la culpa!’. Hoy siento que fue el primer femicidio en donde el aparato machista entero estaba a plena disposición. Desde lo institucional y desde los medios”.

–¿Usted sufrió ese machismo en alguna etapa de su vida?

Sí, con mi video íntimo. Hoy no sería lo mismo. Desde el día en que apareció hasta la fecha, te puedo asegurar, ni la Justicia es la misma. Llevo nueve años dando vueltas con lo mismo, y en cierto punto lo agradezco, porque sé que a la Justicia le va a costar fallar a favor de quienes me expusieron. No te digo del que lo filtró, porque eso es difícil de probar, sino de quienes tomaron ese material y lo expusieron en sus tapas de revista, en sus blogs, sin siquiera pixelarme. En la actualidad sería impensado poner una ventana de tapa con una captura mía del video totalmente desnuda. ¡Te la tiran por la cabeza! Hace nueve años yo hasta era “un poco culpable”. De allí que resulta tan importante hablar de esto todo el tiempo, que machaquemos sobre lo mismo. Ni una menos entre nosotras, ni una más asesinada: ¡Basta de femicidios! En algún momento entra, una piba se despierta, alguien toma la revista y siente: “Me está pasando lo mismo”. Si salvás a una mujer, la meta estaría cumplida. Hay una deconstrucción absoluta de hombres y mujeres que debemos alimentar. Y te lo señala alguien que siempre vivió su vida como mujer feminista.

–¿Cómo alguien que siempre lo fue tomó conciencia sobre aquellas que no lo son?

–Yo nunca me planteé que un hombre me pudiera dar permiso para algo. Siempre hice lo que quise. Tengo una carrera exitosa, así que mi manera de tomar conciencia fue despertarme y ver que debía ponerles voz a aquellas mujeres que no la tenían, a quienes todo les cuesta más o tienen un jefe que, por estar en una situación de poder, intenta vulnerarlas para que acaten sus pedidos. Siento, ante nuestros hijos, que no importa lo que digamos, sino lo que hacemos. Si los míos vivieran dentro de una casa en la que mi marido me repitiera “Eso no lo digas”; “¿Por qué salís con esa pollera?”, “Jodete por pelotuda”, o hubiera una cuestión de violencia verbal (no sólo existe la física) que te van comiendo la cabeza, la autoestima, adoptarían lo que ven. Ahora, si yo como mamá pongo mis límites, no dejo que me exijan qué ponerme o qué decir –porque no le hago mal a nadie siendo como soy–, ahí hay un límite.

–¿Qué significa criarse con una mujer empoderada?

–Que cuando se enamoren, lo hagan de mujeres empoderadas. El primer amor fuerte de mi hijo mayor fue Juana Tinelli, y ella siempre fue una piba empoderada. Por supuesto que Tomi jamás le decía si iba a salir así o asá. Porque se empieza por ahí, por cortar las pequeñas libertades, para terminar con la más importante: la vida... Ellos serán lo que sucede a su alrededor. Por eso es relevante cómo vivimos las mujeres, para que las hijas entiendan que no les pertenecen a los hombres, ni que los hombres les pertenecen a ellas. En todo caso es una sumatoria de partes: vos sos ése que sos, yo soy ésta que soy, y juntos nos compartimos, pero ni yo soy tuya ni vos mío. Hay que concientizar para que las mujeres puedan salir de los malos círculos.

–Usted señaló que nunca experimentó una situación límite... ¿Conoció a alguien que sí la haya sufrido?

–Sí, y muy cercano. Obviamente no voy a dar el nombre. Después de más de 25 años ella pudo salir de ese sistema violento. Primero era con golpes, luego con violencia verbal... ¡Y sus cinco hijos, ya grandes, hoy le recriminan haber dejado al padre! No le reclaman no haberse dado cuenta antes, sino haberlo dejado. Mirá lo que es un ámbito naturalizado de violencia... Sus dos mujeres y sus tres varones no le hablan, porque ella (se cachetea la mano) rompió con ese círculo y decidió. Ni hablar que ahora no puede blanquear que tiene un novio y se siente más feliz que antes, porque “no hay lugar para eso”: se trata de hijos contaminados por una violencia que vivieron como algo normal. La última vez que ella volvió –porque siempre hay una sensación de “¿yéndome estaré haciendo lo correcto?”– para intentar una reconciliación, él la obligó a mantener relaciones. Entonces la hija lo justificaba: “Mamá, son cosas que pasan en la pareja. ¡Vos también tenés que poder darle a papá el acto sexual!...”.

–Incorporaron lo anormal como algo natural.

–Exacto. Esto es como el Covid-19, porque vos contagiás a varios, varios a más, y así se extiende el virus. La violencia se va ramificando. No es sólo de ese hombre, que extraés de su círculo y lo ponés en una cárcel: Hay que extraerlo y hacerle entender a su familia por qué eso estaba mal. Es una cuestión tan compleja, tan difícil... Porque es una generación que ya crió así a la otra.

–¿Se puede pensar entonces un futuro en positivo?

–Yo creo que va a haber una bisagra, aunque no todavía, y son las pibas. Les tengo mucha fe. Aunque en la Argentina todavía sigue habiendo familias muy conservadoras y una cuestión atravesada por la religión. Mirá lo que pasó con el aborto... Vos, por principios, podés estar en contra de algo, pero no apañar. No te hagas un aborto si así lo elegís, pero tampoco desconozcas que esta violencia sobre la que hablamos lleva a que las mujeres queden embarazadas sin desearlo. Y no sólo mujeres: niñas de 10, 11 años, muchas veces abusadas en el marco intrafamiliar. Podés no hacerte el aborto, pero no quitarle la posibilidad a una nena de que pueda hacérselo cuando quedó embarazada de su papá, de un tío o un abuelo... Todo está concatenado. Es muy importante que las mujeres nos cuidemos y salgamos. Días atrás encontraron a una chica de Once semidesnuda y drogada, y a su agresor con las manos en la masa. Sin embargo, la jueza a cargo lo dejó libre, sin investigar nada. De no ser por la presión mediática de las mujeres con una marcha, el tipo ahora estaría violando a otras pibas y seguiría suelto.

–Ahí entra otro cuestionamiento: a la Justicia.

–Es que no sólo las mujeres de a pie debemos tomar conciencia. Necesitamos una Justicia acorde a estas necesidades. Que los jueces y las juezas –las remarco porque no puedo creer eso de una jueza mujer– escuchen a las mujeres de campo, las que se la pasan involucrándose en las historias de las que sufren los ataques. No sirve de nada que la Comisaría de la Mujer haya trabajado increíblemente, si cuando se deriva a una damnificada el fiscal o la autoridad a cargo expone: “No tengo motivos para castigar a esta persona que violó la perimetral. Volvamos a ponérsela”. Si sabés que la segunda o tercera vez que viole la perimetral matará a la mujer y, en el peor de los casos, a sus hijos. O, mínimo, la acosará a ella y no la dejará vivir en paz. Es muy grave lo que está pasando. De allí que haya unido a tantas mujeres distintas. Porque el feminismo no es homogéneo: hay feministas más duras, más relajadas, las de base, que vienen luchándola desde siempre; otras que pelean por determinados derechos... Pero un objetivo nos reúne sin distinción: no queremos más mujeres muertas. Eso nos atraviesa a todas.

“En 2010 conduje un documental para Cosmopolitan (‘Cuando dije basta’, con el apoyo del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer) sobre la violencia de género –remonta el tiempo Florencia–. Tuve acceso a un montón de expedientes, y varios me asombraron revelando casos de hijos varones que habían sido cómplices de sus padres para matar y hasta enterrar a sus madres. ‘Son los futuros golpeadores, los futuros violentos, los futuros homicidas’, concluí. Soy una mujer curiosa y comprometida, y había leído cosas, pero nada como aquello, en tiempos en que empezaba a hablarse fuerte de la violencia de género en nuestro país y en Latinoamérica”, sigue asombrándose Flor once años después.

–¿Qué encontró en aquellos expedientes?

–Por lo pronto, recuerdo que al recorrerlos pensé que esas muertes se podían haber evitado. Situaciones de hombres que habían quebrado la perimetral y fueron alertados tres, cuatro, cinco veces. En una, la mujer lo vio siguiéndola, empezó a gritar, él la cargó en el auto con el hijo, la mataron a cuchilladas y ahorcándola, y la enterraron en el jardín de su casa, donde luego se la halló descuartizada. No es nuevo. Lo nuevo y auspicioso es la manera que ahora tenemos de mirar: ya no se pone a la víctima en un lugar de “fue su culpa”. Aunque vos trabajaras con tu cuerpo, fueras dama de compañía, prostituta o lo que fuera, un “no” es un “no”.

–¿Se le acercan mujeres para hablarle sobre estas cuestiones?

–Sí. Quizá porque hay algo de que yo soy muy honesta con las cosas que me han pasado y nunca intenté ocultar las que me han dolido. Conecto bastante con las mujeres a las que les pasa lo mismo que a mí. Aunque hay quienes me atacan porque ideológicamente no pienso como ellas, yo siento que el encuentro debería ir más allá de las cuestiones políticas, porque nos unen muchos espantos, muchas tragedias. Sé diferenciar y jamás me uniría o ayudaría más o menos a alguien por su manera de pensar.

–¿Cómo reacciona cuando ellas acuden a usted?

Primero las escucho. Necesitan un abrazo metafórico y uno real, saber que no están solas. Carezco de capacitación en ayuda a las víctimas, pero tengo corazón y empatía. A partir de ahí hay que contactar a alguien que trabaje seriamente, para que las escuchen, las ayuden, les den un refugio. Muchas veces esas mujeres no salen de donde están porque no tienen a dónde ir... Se critica mucho al colectivo de actrices, pero sus integrantes hacen todo lo que pueden. ¡Las mujeres hacemos lo que podemos! Se nos carga en los hombros que ahora todas las causas de la Argentina y el mundo tienen que pasar por nosotras. ¡Ése es el Estado! Nosotras podemos salir a visibilizar, a ayudar a quienes se nos acercan, tender una mano, ser un puente, pero no tenemos las herramientas para poder hacerlo de manera más contundente. Esta problemática debe depender del Estado y no de un solo gobierno, sino de cada gobierno; del rol de la Justicia, que tan enquistada y corrompida se encuentra en la materia; y de la Policía. En el caso de Úrsula como en tantos...

–... el veinte por ciento de los femicidios...

–... Tal cual, proviene de maridos que pertenecen o pertenecieron a las fuerzas de seguridad. Ahí también hay que empezar a desmenuzar un poco. Debemos estar alertas, atentas. Si llega alguien como Úrsula, que llevaba varias denuncias contra este tipo, quien además contaba con antecedentes, estás obligado como Estado, Justicia, como fiscal, comisario, comisaria, lo que sea, a dar una custodia y separarla del tipo. No sirve hacer 15, 18 denuncias si quedan dormidas sólo como denuncias: ¡la mataron igual!

–Recién mencionó que muchas mujeres no pueden dejar el círculo violento porque carecen de a dónde ir. No obstante, la problemática también atraviesa a la clase alta, ¿verdad?

–Seguro. Ocurre que la clase alta posee más recursos y no denuncia tanto. Lo hace solapadamente, por el “qué dirán”, y casi todo se arregla con dinero. Pero el machismo está en los dos lados. No es que las cagan más a trompadas, o las matan más a las pobres. Úrsula no era una chica que vivía en situación precaria: formaba parte de la clase media, estaba cuidada por sus padres... ¡y no pudieron evitar que fuera asesinada! Imaginate encima si casos así además están atravesados por la pobreza, con mujeres que viven en lugares precarios y tienen hijos que cuidar, sin lugar adonde ir.

–¿Qué es lo único que no hay que hacer ante los femicidios?

–Dejar de pelear. Las mujeres ganando la calle, gritando por sus derechos, teniendo voz, poniéndole voz a las que ya no están... Siempre, siempre, siempre hay que luchar. Y lo digo en general. Yo tengo una teoría: cuando hablamos de qué es el Cielo y qué el Infierno, para mí éste que habitamos es el Infierno.

–¿Dice que vivir hoy en la Tierra es muy duro?

–Tal cual. Los dolores de las personas de este planeta son grandes. Te encontrás con historias de vida muy difíciles. El ser humano no está del todo bien: no les damos tregua a los recursos naturales, nos hacemos mierda entre nosotros. No podemos ir contra eso ni creer que la violencia se va a ir, y los asesinos seriales y las drogas dejarán de existir, porque mientras exista el ser humano, estarán.

–¿Y qué hacemos entonces...?

–Ayudarnos a que lo malo se mantenga contenido. Usar las leyes para ello, para que cada vez sean menos las mujeres muertas en femicidios, para que no haya “ni una más”. Aunque parezca utópico, naif y abstracto, necesitamos apostar a eso. De la misma manera que debemos parar la oreja y ayudar. Dejemos de andar por la vida mirándonos sólo el ombligo. Ayer leí un tuit de una señora, que escribió: “Bueno, también están las historias de mujeres como yo, quien logró en la ciencia, donde se dice que hay mucho macho, un puesto importante”. Y daba una descripción genial de lo que ella es... Sí, hermana, te aplaudimos, ¿pero qué hacemos con las mujeres a quienes no les pasa lo mismo? A mí también me fue bárbaro, pero un día me percaté de que no todas viven la vida como la vivo yo: haciendo lo que quiero, teniendo la carrera que quiero, peleando por mi dinero sin importarme cuánto gana el hombre. No le pasa al común denominador. Y eso que a mí de pendeja también me acosaron, me tocaban las tetas...

–¿Cómo lo superó?

–Tenía una personalidad distinta a la de las mujeres a quienes quizá algo así las marca para siempre. Yo les mandaba: “Dale, salí, no me toqués”, porque siempre fui una mina bastante particular a la hora de relacionarme con los hombres. Pero tampoco les pasa a todas. No voy a desconocer que hay mujeres a las que un acoso sexual las condiciona. Ni hablar una violación, que te marca de por vida. Hay que levantar la mirada y darnos cuenta de que, si les va mal a otras mujeres, me va a ir mal a mí, que si ellas sufren, voy a sufrir yo. Somos pequeños pedazos de un todo. El anuncio de aquel programa que conduje por Cosmopolitan señalaba: “La violencia de género nos golpea a todas”.

–¿La invaden imágenes como las que cuenta cuando se va a dormir?

–Sí, claro. También pienso en cómo ayudar. Soy de llorar mucho. Tengo esos recursos a flor de piel y soy muy sensible. Creo que por eso tengo esta personalidad. Fue mi manera de levantarme... Y a propósito de dormir, si bien esta pesadilla no terminará, la discusión empezó a llegar a personas que permanecían dormidas. Y eso nos va a ayudar. Ahora nos resta salir a despertar las conciencias de los hombres y de las mujeres, para que entiendan que nos necesitamos en el mismo barco. Y ayudar a educar para que se nos respeten los límites y la libertad. Es el trabajo que tenemos por delante. Eso hacemos las mujeres cuando salimos a dar la cara: luchar por los derechos de las minorías.

–¿Para que este Infierno de abajo se parezca un poco más al cielo de arriba?

–Totalmente.

Entrevista: Leo Ibáñez
Fotos: Christian Beliera

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