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Yo, el mejor de todos

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Fue capitán y líder de la selección argentina. Les enseñó el camino a los más jóvenes y se ganó el respeto de los históricos del plantel. Toda la campaña publicitaria del
Mundial de Voleibol 2002 se hizo sobre la base de su imagen, que es reconocida en todo el mundo del vóley. Sobre el rectángulo, demostró todo su potencial goleador con sus remates certeros. También sedujo a la platea femenina y pronto se convirtió en un verdadero sex symbol nacional.

Luego de cada partido, se acercó al sector destinado para los discapacitados y se sometió, paciente, a interminables rutinas de firma de autógrafos. Festejó eufórico cada victoria pero tampoco tuvo reparos en mostrar sus lágrimas después de la eliminación frente a los franceses. Entonces, al igual que siempre, se entregó mansamente a los brazos de su madre, Aurora. Y volvió a recordar a su padre, "que se perdió la mejor parte de mi carrera". En el quinto set del último partido, le cedió su lugar en el sexteto titular al zurdo Santiago Darraidou por creerlo "en un mejor momento".
En el balance final, sus 193 puntos lo consagraron como máximo goleador del torneo e integrante de un virtual Equipo de las estrellas. Y los periodistas especializados lo eligieron como el jugador más valioso del torneo. Simplemente, el mejor del mundo.

La selección argentina de voleibol fijó su compromiso con la gente días antes del comienzo del torneo. "Nuestro objetivo es quedar entre los primeros ocho", repetían entonces los jugadores. Así, establecieron el parámetro divisor de aguas entre éxito y frustración. O fracaso, si se quiere. Sin embargo, los dirigidos por Carlos Guetzelevich cumplieron con su palabra y superaron invictos las dos rondas de clasificación
(N. de la R.: en el camino derrotaron al sexteto italiano, triple campeón mundial y entonces defensor del
título
). Así accedieron a los cuartos de final, fase exclusiva para las ocho mejores selecciones del mundo. Y contagiaron a un público que, en un principio, se confesó ignorante en el arte del voleibol pero a fuerza de triunfos cimentó una ilusión dorada. Recién allí padecieron su primera derrota, que los eliminó definitivamente de la carrera por el título. El verdugo fue el equipo francés.

Entonces, Jorge Elgueta permaneció algunos minutos sentado junto a la mesa del jurado. Llorando. Y Marcos Milinkovic sólo encontró consuelo en los brazos de su mamá Aurora. Las lágrimas también se repitieron en los otros diez jugadores argentinos. Y en el cuerpo técnico. Porque pese a haber alcanzado su meta inicial, se subieron a la misma ilusión que el público: ocupar un lugar en el podio, al igual que en el Mundial del 82. Sin embargo, el romance con la gente no terminó. Otra vez a cancha llena, derrotaron a Grecia y cayeron en la despedida ante Italia. Finalmente, la selección argentina alcanzó el sexto puesto y se retiró del Mundial de Voleibol 2002 con las manos vacías de medallas -sin oro, plata o bronce-, pero ovacionados. Como dignos abanderados del deporte argentino. Como verdaderos héroes.

A los 30 años, Marcos es el máximo referente del vóley argentino. Luego de la consagración de la selección brasileña, fue distinguido como el jugador más valioso del Mundial de Voleibol 2002.

A los 30 años, Marcos es el máximo referente del vóley argentino. Luego de la consagración de la selección brasileña, fue distinguido como el jugador más valioso del Mundial de Voleibol 2002.

Luego de la consagración futbolística en Japón, Brasil se llevó también la Copa del Mundo de Voleibol -en la foto, el trofeo en manos de Nalbert.

Luego de la consagración futbolística en Japón, Brasil se llevó también la Copa del Mundo de Voleibol -en la foto, el trofeo en manos de Nalbert.

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