“Volvimos a las islas para despedir a nuestros compañeros” – GENTE Online
 

“Volvimos a las islas para despedir a nuestros compañeros”

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El es mi jefe”, dice Norberto Lorenzo Santos (44), y señala con la mano derecha a Juan Carlos Salvucci (52). “Y él –retruca el hombre de barba, eterna gorra de lana y camiseta de Puerto Comercial de Bahía Blanca– es el dirigente gremial de los municipales, que me hizo un paro cuando todavía no había hecho pie en el cargo…”. Y detrás del ventanal del hotel Lafone, que mira al mar desde la calle Ross de Puerto Argentino, mientras afuera la lluvia cae con paciencia sobre las Islas Malvinas, ambos ex combatientes sonríen un momento. Y Salvucci, el director de Obras Públicas de La Plata, dice, ahora serio y sin que el otro lo escuche: “Es mi hermano, mi hijo…”. Ambos están inquebrantablemente unidos por los recuerdos de la guerra de 1982, pero mucho más por lo que vivieron después de ella. Están aquí, por primera vez desde hace 25 años, cuando dejaron este suelo que ahora pisan y al que, dicen, costó volver. Son parte de un grupo de ocho ex soldados (están, además, Alfredo Rubio, Eduardo González, Pablo Caffé, Felipe Di Luca, Marcelo Postogna y Osvaldo Sabadella) que entonces pertenecían al Regimiento 7 de La Plata, uno de los que con más coraje regaron las islas.

No fue fácil regresar –sostiene Santos, casado y con cuatro hijos: Alejo, Ramiro, Lisandro y Mateo–. Salió de una charla con Osvaldo Sabadella (uno de los ocho) en junio pasado. A medida que íbamos armando el viaje se puso más pesado. La última semana fue de insomnio. Pero los ocho somos muy compañeros. Y cuando uno se cae, los otros lo levantan. Cuando llegué aquí y busqué los borceguíes, adentro había una carta de mi mujer, María Laura, que me hizo llorar, con palabras de aliento y apoyo”.

Juan Carlos también charló el viaje con los suyos: “Mi hijo mayor, Juan Cruz, de 18 años, me pidió que lo trajera, y que si no, vendría solo… El vivió Malvinas siempre, desde chico. La nena, Fiorella, es muy chiquita, tiene 4. Y de sus madres me encuentro separado. Cuando vine acá yo estaba casado. Había pedido prórroga, porque estudiaba Arquitectura. Me recibí, hice la colimba con la clase 62, me casé, y cuando volví de la luna de miel me esperaba la policía en casa para que me presentara”.

Yo estaba jugando al fútbol cuando me enteré…” –interrumpe Norberto, y vuelve a hablar de su familia–. “Ellos tienen miedo de que esto me cambie, como lo hizo la guerra, porque ninguno es el mismo después de esa experiencia”.

Salvucci recoge el guante y se confiesa: “Cuando me separé de mi primera esposa, Laura, ella me dijo: ‘Yo me enamoré de un tipo, y me mandaron otro’. ¿Si lo sentí injusto? Sí, me pareció que no me tuvo la paciencia suficiente. Pero luego entendí que ella esperó siete años a que cambie, y vi que no tendría la posibilidad de vivir con quien ella había conocido antes de la guerra. Tal vez hoy sí podría, pero ya es tarde…”.

No estoy de acuerdo con él: todos somos distintos –concluye Norberto–. Yo vine por primera vez a Malvinas con 18 años, y cuando regresé tenía 70”.

RECUERDOS DE LA GUERRA. Santos, cuenta, combatió en la Sección Morteros pesados 120 de la Compañía Comando. Era apuntador con un telémetro. Su posición estaba en Moody Brook, muy cerca de Puerto Argentino. Perdió el brazo izquierdo y 14 esquirlas aún están en su cuerpo. Lleva un papel explicando esto para pasar por los aeropuertos. Tras la guerra sufrió tres infartos, dos angioplastias. Pero está aquí, de pie, de un buen humor macizo. “Para mí, regresar es cerrar una cuenta pendiente, primero con mi historia personal. Y también para despedirme de mis compañeros que no pudieron volver, porque no pude hacerlo en su momento”.

Porque estabas en un hospital”, le dice Salvucci.

Tuve una historia muy fuerte acá en Malvinas, y quería poner por encima una buena, que es poder volver, estar en el mismo lugar que estuve y sacarme el recuerdo feo –dice Santos, y se larga a contar–. El 12 de junio, a las diez de la mañana, estaba tirando con mortero. Me dieron la orden de retirarme, y en un momento nos cayeron tres morteros enemigos. Todo nuestro grupo cayó herido. Me evacuaron y me intervinieron en el hospital de campaña de la isla. Me llevaron a Comodoro Rivadavia, donde estuve seis meses. Después, otros seis meses en terapia intensiva en Campo de Mayo, otros seis en una sala, y otro tanto en el Hospital Militar Central”.

Salvucci conoce bien esa historia. La suya sucedió en la última gran batalla, casi al final, en Monte Longdon. Era parte de un grupo de exploradores, y su ubicación era bajo el cerro de turba, nieve y piedra. “Yo espero volver a nuestra covacha allí, adonde estaban mis frazadas, adonde me parapeté para tirar… Lo tengo grabado en la retina. La noche fue terrible. Primero combatió la compañía D. Se escuchaban todos los gritos, todos. Cuando llegaron los primeros heridos, los atendíamos y los llevábamos detrás. Cuando amaneció, yo veía a los ingleses con los prisioneros. Y ellos me veían a mí. Pero de día no se combate. Ninguno disparaba. Por la noche atacaron. Nos destrozaron en veinte minutos. Con las miras infrarrojas sabían lo que hacíamos. Retrocedimos, volvimos a pelear en Moody Brooke y allí nos superaron y nos agarraron prisioneros. Me llevaron a San Carlos, a una hora y media de Puerto Argentino, y allí estuve un mes”.

Felipe Di Luca (44), Compañía de Infantería B, 1ª Sección, en Monte Longdon, sufrió la primera parte de esa batalla. “Fui uno de los últimos en caer prisionero sobre el cerro. Sólo quedábamos tres en nuestra posición. Nos hicieron caminar. Levantamos a un chico herido y bajo la montaña estaba el resto de los compañeros. Allí nos dieron una pala para cavar una fosa y enterrar a los argentinos muertos. Y no creo que hayan sacado esos cuerpos de ese lugar”. Tras la rendición, él también permaneció prisionero en San Carlos, durante 14 días.

Allí –el lugar elegido por las tropas inglesas para el desembarco– Salvucci cuenta que “se desató, a las dos semanas, una epidemia de tifus y hepatitis B, y para que no nos contagiáramos nos llevaron a un barco, el Saint Edmund”. Marcelo Postogna (45), a su lado, añade: “El objetivo de mantenernos prisioneros –éramos un total de 200– era presionar al gobierno argentino para que firmara el cese de hostilidades, porque de la rendición se había tachado la palabra ‘incondicional’. Legalmente, nos habían dicho que podíamos estar hasta 14 años prisioneros, y decían que nos llevarían a la isla Ascensión”.

Mientras estábamos presos nos iban a pagar 8 libras –retoma Salvucci–. Las cobramos una sola vez. El que quería trabajar, lo hacía. Yo lo hice. Trabajé como arquitecto en el diseño de calderas, vi un pedazo de una. También limpiaba los quirófanos después de las amputaciones por gangrenas de los ingleses. Con otro muchacho nos tapábamos los ojos y la nariz para hacerlo. Operaban en la factoría, en el lugar donde despostaban a las ovejas. Y lo más difícil era reconocer los cuerpos que llegaban después del deshielo, por las cartas que llevaban entre la ropa. Eran chicos de un regimiento que no conocía. El problema de las cartas es que no decían el nombre, sino Cacho, Negro, Gordo… y las chapas de identificación sólo tenían un número y el grupo sanguíneo. A unos 30 los enterraron en San Carlos, y a los costados, los cuerpos de seis británicos. En la misa, a la que tuvimos que ir de prepo, tocaron gaiteros escoceses”.

VOLVER. Antes de llegar a Puerto Argentino, los ocho estuvieron los primeros dos días en Darwin House, un coqueto lodge a 83 kilómetros de Puerto Argentino, muy cerca del cementerio donde 230 cruces –hoy lamentablemente descuidadas, despintadas muchas por la erosión– recuerdan a nuestros 649 muertos. Apenas 109 tienen placas con los nombres de 116 víctimas. Las demás rezan “Soldado argentino sólo conocido por Dios”.

El dueño de la posada, a cinco minutos de allí, es Ken Greenland, un veterano de las fuerzas británicas que, dice, estaba destinado en Beirut cuando sucedió la batalla de Malvinas. Llegó recién en 1983, se retiró del ejército un año después, fue miembro de la policía local y ahora es propietario de esos campos. Paso a paso, les narró el combate del 29 de mayo en Goose Green (un caserío cercano habitado por 115 personas, que tenía aeródromo y está estratégicamente ubicado en un estrecho que une el norte y el sur de la Isla Soledad), y la muerte del teniente coronel Herbert Jones, el oficial de más alta graduación que cayó en los 74 días de guerra. Y, en todo momento, el respeto que sentían y sienten por la bravura con que combatieron nuestras tropas. Desde allí, los ocho pasaron por el cementerio argentino, donde dejaron una placa de la Municipalidad de La Plata. “En Darwin sentí las condiciones injustas en que hicimos esa guerra, más allá de la razón que tenemos sobre la soberanía –cuenta ahora Salvucci–. Veía esas tumbas y pensaba que cualquiera podía ser la mía. ¿Por qué mis amigos estaban ahí?... Ken contó cómo los ingleses llegaron y combatieron, ¡y que hasta en un momento, en Goose Green, pararon a tomar un té, porque estaban cansados! Y nosotros estábamos hacía dos meses metidos en un pozo con agua”. Postogna agrega: “En ciertos instantes, la mayor preocupación era no sólo sobrevivir a la guerra, sino al tipo de vida que llevábamos”. Salvucci se superpone: “Una vez comimos un caballo casi crudo”.

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La charla termina. Y la lluvia sigue cayendo. Llega el café, que tomarán a solas. Queda una pregunta:

–¿Volveremos algún día a ver nuestra bandera aquí?
Santos toma la posta y lanza con certeza: “Yo no creo que la vea. Pero tengo la esperanza de que mis hijos puedan pisar esta tierra siendo argentina”.

Juan Carlos Salvucci, uno de los ex combatientes que viajaron al archipiélago, entre las 230 cruces del cementerio de Darwin. Fue uno de los momentos más emotivos  del reencuentro entre los ocho platenses y el suelo por  el que lucharon. A la izquierda, los enviados de GENTE en Puerto Argentino.

Juan Carlos Salvucci, uno de los ex combatientes que viajaron al archipiélago, entre las 230 cruces del cementerio de Darwin. Fue uno de los momentos más emotivos del reencuentro entre los ocho platenses y el suelo por el que lucharon. A la izquierda, los enviados de GENTE en Puerto Argentino.

Un momento de recogimiento ante una cruz: de pie, Postogna, González, Santos y Rubio; hincados, Di Luca y Salvucci.

Un momento de recogimiento ante una cruz: de pie, Postogna, González, Santos y Rubio; hincados, Di Luca y Salvucci.

El cementerio de Darwin desde una loma cercana. Está a 83 kilómetros de Puerto Argentinom, por una ruta de ripio bien conservada.

El cementerio de Darwin desde una loma cercana. Está a 83 kilómetros de Puerto Argentinom, por una ruta de ripio bien conservada.

Felipe Di Luca y Juan Carlos Salvucci sostienen nua manta que hallaron en un pozo de zorro cerca de Darwin.

Felipe Di Luca y Juan Carlos Salvucci sostienen nua manta que hallaron en un pozo de zorro cerca de Darwin.

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