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Vivió al límite, murió en soledad

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La cruda tarde de julio en que Amy Winehouse murió, después de una impiadosa agonía que no se rebajó un solo instante ni a la mansedumbre ni a la cordura, nadie notó siquiera que los carteles de Camdem Square, en Londres, se habían renovado con no sé qué anuncio de cigarrillos. Nadie podía notarlo, naturalmente, porque el universo estaba concentrado en mirarla irse, con su voz a cuestas y una botella de whisky en la mano, insultando a algún fan pesado o a un ex novio. Triste porque sí, por esa inclinación a la melancolía que se tradujo en angustia, en trastornos compulsivos y en un vertiginoso tobogán hacia su propia muerte. Dejó varias causas abiertas (legales y personales), un visado a los Estados Unidos sin usar, decenas de millones de dólares obsoletos, y un puñado de gemas apiladas en sus dos geniales discos: Frank y Back to Black. Y murió, el 23 de julio, sola, tirada en la cama de su departamento del norte londinense, presuntamente drogada, alcoholizada, con el corazón roto (o ya demasiado roto).

La encontraron unos paramédicos que llegaron a las 15:54 del sábado, y once minutos después lo reportaron a las autoridades. La noticia luego siguió su siniestra caravana, las redes sociales reprodujeron el tema hasta el infinito y en pocas horas el planeta se encontró discutiendo el tema con total impunidad: que era predecible, que no sorprendió a nadie. Pero la muerte siempre es inesperada: nadie termina de respetarla hasta que vuelve a mostrar su caprichosa hilacha. Una muerte que, por otro lado, forja sus propios mitos, como el del Club de los 27 en el que ahora entra Amy (ese grupo de rockers incomparables que murieron a esa edad, víctimas de sus propios excesos: Kurt Cobain, Janis Joplin, Brian Jones, Jimi Hendrix, Jim Morrison, entre otros que también podría incluir a Tanguito, muerto sólo dos meses antes de cumplir sus 27).

INSPIRACION INTERRUMPIDA. Amy Jane Winehouse nació el 14 de septiembre de 1983 en Southgate, al norte de Londres. Fue hija de Mitchell y de Janis, y hermana menor de Alex. A los 9 años sus padres se separaron. A los 10 formó un dúo de rap con una amiga: Sweet and Sour. Mientras, estudiaba expresión corporal y hasta vislumbró un futuro de bailarina. Pero su voz, la obligaba a seguir buscando. Y encontró las constantes de vida: amó a su ciudad, al soul y al jazz con un amor que, según definió, “es una enfermedad que te consume hasta la eternidad”.

A los 16 grabó un demo que su novio de entonces (Tyler James) entregó al manager Nick Godwyn, quien reconoció el talento al instante: “Era increíble. Conocía bien la vieja escuela y el hip-hop. Era rellenita, tenía fuerza y un estilo único”, contó. Al poco tiempo la contrató la discográfica Island y grabó su primer disco: Frank (2003). Entretanto, conoció a Blake Fielder-Civil, un asistente de producción estadounidense con quien se metió en la larga noche: empezó a tomar, a consumir drogas y a llorar noches enteras. El mismo Blake (que hoy está preso por obstrucción a la Justicia, portación de arma de fuego e intento de robo), confesó años atrás: “Yo arrastré a Amy a las drogas, y sin mí no hay duda de que ella nunca se habría hundido. La introduje en la heroína, el crack, la cocaína y la autodestrucción. Me siento más que culpable”. En el 2006 llegó su gran hito: Back to Black, su segundo disco. Allí están los hits: You know I’m no good, Back to Black y el sincerísimo Rehab, tema que la lanzó a la fama mundial. Su productor, Mark Ronson, relató el origen de la canción: “Estábamos conversando y me contó, muy triste, una historia de sus épocas de adicción. Entonces dijo que su padre siempre quería llevarla a rehabilitación pero ella le decía: ‘No, no y no’. Me dio tanta gracia que le dije que ésa debía ser una canción”.

Luego sí, el éxito terminó con su vida. Ya no haría más discos. Adelgazó demasiado y entró en un vaivén fatal entre la bulimia y la anorexia. Ganó premios, cosechó clubs de fans. Conoció el fragor de los paparazzi. En los Grammy 2008 fue la artista más nominada y más ganadora, pero por sus problemas de adicción le negaron la visa a Estados Unidos y no pudo asistir a la premiación. Tiempo después, tarde, se la entregarían. Se casó y se separó de Blake (el matrimonio fue de 2007 a 2009), se enamoró de Josh Bowman para luego cambiarlo por Reg Traviss, un director de cine que sería el responsable de los últimos dolores irreparables de Amy. Comenzó a aparecer borracha en los shows (en enero de 2007 fue el estreno de su lista de bochornos, cuando salió al escenario de la G-A-Y Party alcoholizada y se fue a los vómitos tras el primer tema). Más tarde, en el Rock in Rio 2008, en Lisboa, aparecería disfónica y, otra vez, ebria. Luego vendría una gira corta y fallida por Sudamérica (se presentó sólo en Brasil), y un último show, en junio, en Belgrado, donde enfrentó al público bajo el efecto de las drogas y brindó lo que la crítica catalogó de “uno de los peores recitales de la historia”. Pero nunca renegó de su esencia: “Odio mi inconstancia y mi agresividad. Y la falsedad y la negatividad de los demás. Cualquier cosa me deprime, cualquier persona. Todo. Soy una borracha insultante... Si pudiera mejorar mi vida, tendría más sexo y haría más gimnasia. Y si pudiera elegir, me gustaría que me recordaran genuina”.

Murió en su ley: genuina, pasada de excesos, habitando ese límite entre la soledad patética y el aislamiento de los genios. El mundo la comprendió poco, y ella le respondió vomitándole encima, resacada, cantando letanías filosas con una voz impresionante. Esa voz... Esa voz que se apagó en una liturgia de ketamina mezclada con alcohol y cierta dosis de cocaína, sus últimas tres compras nefastas... ¿Se habrá llevado la resaca al otro mundo? Quedan millones de palabras para llorarla con integridad, pero habrá que callarlas todas. Callarlas y quedarnos con las pocas lecciones que Amy misma nunca llegó a aprender, incluso habiéndolas pronunciado con su propia voz: “En más de una ocasión he bebido más de la cuenta, y no me sienta bien. El alcohol, a largo plazo, es peor que estar enganchada a la heroína. Es un veneno... A veces estoy más agotada y le digo a mi asistente: ‘Si quieres que tengamos un buen día las dos, consigue un par de botellas de Jack Daniel’s’. Pero yo lo único que quiero es cantar, escribir canciones y hacer que el público sienta mi música en directo. Aún tengo cosas pendientes, claro, como todos, pero estoy trabajando para superarlas día a día”. Lástima, los días no le alcanzaron.

Por su estilo de vida, es más fácil encontrar fotos de ella semidestruida que en situaciones de calma, como ésta en que sus ojos parecen pedir algo de paz.

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Amy en el 2004, con su cara fresca y su figura de generosas curvas.

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Con su primer dinero importante se compró una casa en su barrio favorito de Londres, Camden. Allí la encontraron el sábado a la tarde. Sus fans y sus padres, Mitch y Janis llegaron hasta el lugar.

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