“Todos tenemos algo de macho: queremos independencia pero una mujer que nos mime” – GENTE Online
 

“Todos tenemos algo de macho: queremos independencia pero una mujer que nos mime”

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El hombre de mirada honda y oscura, muy joven aunque prematuramente cano, muy abrigado con su tapado negro y sus botas también negras a pesar del aire sofocante, tiene tanta custodia como George Bush. Está sentado en un sofá azul, en este diminuto camarín del palenque (una suerte de mini estadio) de Pachuca, la capital de Hidalgo, a 88 kilómetros del DF mexicano, donde se está realizando la gran feria de la ciudad. El pueblo está en la calle con sus sombreros rancheros, sus cervezas enchiladas y sus tequilas mezclados con naranja. Y allí afuera, diez mil personas corean su nombre, o, mejor dicho, el apodo con que lo llaman aquí: “¡Potrillo!”.

Los hombres aúllan: “¡Eres el rey!”.

Las mujeres deliran: “¡Queremos verte mover tus pompis!”.

El hombre de mirada honda no espera el saludo para levantarse. Sonríe con sus dientes blancos y perfectos, ofrece un abrazo lleno de afecto, como si nos conociéramos de toda la vida. Y de pronto, los ojos negros se iluminan, su cara se deshace del gesto de cansancio, y sólo ahí uno alcanza a comprender el fenómeno de Alejandro Fernández. Sólo ahí, cuando su carisma nos pega un cachetazo sin previo aviso, entendemos cómo este cantante de rancheras y baladas, que ya vendió doce millones de discos, que tiene su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, que conquistó España –donde cantó también junto a El Cigala–, a quien busca la revista Vogue para que sea la estrella de su noche junto a Paris Hilton, que grabó con Luciano Pavarotti un CD de canciones navideñas, que ganó dos Grammy y dos Billboard, es para todos los mexicanos mucho más que uno de sus grandes músicos. Es una mezcla explosiva, algo así como la suma de Luis Miguel (tan sexy para ellas) y Maradona (tan ídolo para todos). Y como ahora va para Argentina –16 de noviembre en el teatro Gran Rex, traído por Fenix Entertainment Group, Córdoba más tarde, y Chile sólo unos días antes–, aquí estamos con él, esperando que llegue la medianoche para verlo salir a escena, mientras en el arenal se desarrolla una riña de gallos y sus guardias personales batallan para que nadie pueda acceder a este pequeño espacio sólo resguardado por sus corpulentos cuerpos y un cartel pintado sobre la pared rugosa que reza “Privado”.

“Se te ve filtrado”, le dice el fotógrafo Santiago Turienzo. Un asistente no disimula un gesto nervioso ante el comentario. Pero El Potrillo estalla en una carcajada tan sonora como su voz. “Vengo de hacer un show ayer, que también terminó de madrugada. Quisiera que se quedaran a verlo todo; va a terminar pasadas las tres y espero que se diviertan y lo disfruten. Pero sobre todo espero que vean que allí, para la gente, yo dejo todo, hasta mi alma”.

Hijo del cantante de rancheras más amado de México, Vicente Fernández (el famoso Chente) y doña Refugio Abarca, nació en el DF el 24 de abril de 1971, pero creció en su rancho de 200 hectáreas en Guadalajara, Los Tres Potrillos (por él y sus dos hermanos, Vicente y Gerardo), donde crían caballos y ponys enanos y deambulan llamas traídas del Perú y muchísimos gallos. Su biografía también dice que es un poderoso empresario de espectáculos junto a su familia, que su hermano Vicente fue secuestrado durante cuatro meses, hace ya siete años, que sus captores le cortaron varios dedos y que luego de pagar el rescate, todos los Fernández se refugiaron en los Estados Unidos (“pero volvimos porque extrañábamos y deseábamos vivir en México a pesar de todo”, explica), que es un sex symbol, y que la revista People lo eligió entre las 50 personas más bellas del mundo. Pero, aun sin grabador y sin entrevista formal –ya que el tiempo corre y el concierto se acerca–, es mucho mejor escucharlo a él contar su historia. Porque habla de su vida con la misma pasión que luego pondrá en su show de casi tres horas, donde terminará transpirado, sin su saco de mariachi, con su camisa blanca abierta y con sus fans regalándole flores y besos, y esperando de él sólo una mirada. Esa mirada honda y oscura. El Potrillo, comienza así:

–¿Sabes? Ser hijo de un padre famoso no es fácil. Cuando era pequeño no faltaba el idiota que en la escuela me hacía la vida difícil. Aprendí a convivir con ello, pero me costó ser “el hijo de…”. Tenía necesidades de brillar con luz propia. Pero debo reconocer que me abrió muchísimas puertas.

–No debe resultar fácil ser una estrella desde chico.
–Fíjate que aún hoy, en ciertos momentos, te entran ganas de no ser conocido, de no sonreírle a todo el mundo en la calle. Y cuando eso sucede, te encierras y te quedas en tu casa. Porque hay algo que siempre debes tener en claro: a la gente le debes todo lo que eres.

–Sos padre de cinco chicos, ¿los criás como lo hicieron tus padres con vos?
–Mi papá fue severo, muy estricto. Pero fue un gran ejemplo.

–¿Y hoy cambió?
–(Se ríe) No. Hoy sigue siendo estricto, aunque ahora es un poco más suave. Yo le agradezco su educación, porque creo que con mis hermanos tenemos algunos defectillos, pero de corazón somos muy buenos. Pero no repetiré aquellas cosas que siento que pueden afectar a mis hijos. No hay nada que pueda reprocharle, pero era un poco seco con nosotros, y yo con mis hijos soy puro beso y abrazo. Trato de verlos todos los días, de llevarlos al colegio, de quedarme en sus casas hasta que se duerman, de que pasen conmigo los fines de semana. Yo llevo una comunicación impresionante con mis niños. Ellos me cambiaron la vida y me hicieron madurar.

–¿Y cómo andás en las cosas del corazón? Te casaste dos veces, dos veces te divorciaste…
–La primera vez me casé siendo muy chavo. Ella era compañera de estudios. Se llama América Guinart y es la madre de Alex (12) y de las mellizas América y Camila (8). Luego me volví a casar con una chica colombiana que conocí en el palenque de Reynosa. Creo que hizo una apuesta con sus amigas de la universidad y les dijo que no le daba pena saludarme. Le pidió a uno de mis músicos que quería conocerme. Después la llamé por teléfono y ahí empezó todo. Estuvimos juntos casi siete años. Se llama Ximena Díaz y es madre de mis niños más pequeños: Emiliano (6) y Valentina (4).

–¿Y hoy?
–Estoy de novio con Ayari Ayala. Es de Guadalajara, tiene 20 años y estudia Administración de Empresas.

–¿Vienen más hijos, entonces?
–No, yo ya cerré la fábrica.

–Pero estás de novio con una chica de 20...
–Mira, yo soy esto. Puedes quererme o dejarme. Amo a mis hijos, pero no quiero tener más. Estoy grandecito y puedo elegir la vida que quiero.

–A los 35, más allá de que tu almanaque corrió demasiado veloz, todavía sos muy joven.
–A los 18 años yo salté al ruedo y nunca paré. Esto de la música me chupó. Estudiaba Arquitectura en la Universidad del Valle de Atemajac, y yo, que tenía un promedio excelente, lo iba bajando. Tuve que elegir y abandoné la carrera. No me permito ser mediocre. Pero aun hoy no dejo de pensar que algún día voy a retomar arquitectura.

–Vuelvo al amor. ¿Acaso podés pedirle a la mujer que está con vos que deje de lado sus ganas de ser madre?
–La mujer que esté conmigo no tiene que dejar nada de lado, sólo tiene que elegir entre formar una pareja o buscar un hombre para formar una familia. Yo no miento, y elijo tener pareja. Si eso es estar bien plantado o si eso es egoísta, no lo sé. Es lo que siento. Y no quiero hacer cosas que no están en mi corazón.

–Dicen que sos el “gran macho mexicano”…
–(Sonríe) ¡Ay, ay, ay! ¡Mira la fama que me hacen! ¿Te digo la verdad? Algo tengo de macho mexicano. Todos lo tenemos. Son vicios que nos heredan nuestras familias.

–A ver: ¿cuál es una costumbre de un macho mexicano?
–Exigir dependencia de nuestra pareja, tener nuestros espacios, y a la vez reclamarle toda su atención. Me gusta sentirme mimado por la mujer que amo. Por eso me encanta la frase que dice: “A las mujeres no hay que entenderlas, sólo hay que saber amarlas”. ¿Te gusta a tí?

Antes de salir a escena en Pachuca, donde dio un recital de casi tres horas, prepara sus ropas como un torero. Y dice: “<i>Ahí,  cuando canto, dejo hasta mi alma. Porque sé que a la gente le debo todo lo que soy</i>”.

Antes de salir a escena en Pachuca, donde dio un recital de casi tres horas, prepara sus ropas como un torero. Y dice: “Ahí, cuando canto, dejo hasta mi alma. Porque sé que a la gente le debo todo lo que soy”.

“<i>Tengo 35 años, dos divorcios, cinco hijos. Hoy cerré la fábrica y no quiero volver a ser padre. Estoy de novio, pero no miento. Pueden quererme o dejarme. Pero hoy elijo tener pareja y no formar una familia</i>”

Tengo 35 años, dos divorcios, cinco hijos. Hoy cerré la fábrica y no quiero volver a ser padre. Estoy de novio, pero no miento. Pueden quererme o dejarme. Pero hoy elijo tener pareja y no formar una familia

El Potrillo no calla nada de lo que siente. Hijo del cantante de rancheras más amado de México, Vicente Fernández, confiesa: “<i>Ser hijo de un padre famoso no es fácil. Como todo en la vida, tiene sus pro y sus contra. Aprendí a convivir con ello, pero me costó ser ‘el hijo de…’. Tenía necesidad de brillar con luz propia</i>”.

El Potrillo no calla nada de lo que siente. Hijo del cantante de rancheras más amado de México, Vicente Fernández, confiesa: “Ser hijo de un padre famoso no es fácil. Como todo en la vida, tiene sus pro y sus contra. Aprendí a convivir con ello, pero me costó ser ‘el hijo de…’. Tenía necesidad de brillar con luz propia”.

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