“Todavía me quedan muchos sueños por cumplir” – GENTE Online
 

“Todavía me quedan muchos sueños por cumplir”

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Se levantó temprano, tal su costumbre, tipo 6:30. Navegó los sitios web de Clarín, Crítica, La Nación, Perfil... Desayunó tranquilo. Lo usual: su tazón de café con leche, tostadas, queso blanco y mermelada. Allí, dentro del departamento que alquiló en Marina del Rey, de cara al Océano Pacífico, a seis kilómetros del Aeropuerto Internacional de Los Angeles, Juan José Campanella (50) aguardó que se despertara Federico, su hijo de dos años y diez meses, para jugar un poco con él en la computadora, “porque en cuanto a deportes nunca podré ayudarlo demasiado”. Más tarde, promediando la mañana del domingo 7, comenzó a prepararse serenamente, saliendo tranquilo alrededor de las 13:30 en su Nissan rumbo al hotel The Standard, escala necesaria hacia la 82ª entrega de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas en la que, burlándose de cualquier síntoma normal de nerviosismo, el porteño competía nada menos que por un Oscar. Y por segunda vez en su vida.

“¿Mi smoking? Me lo prestó la gente de la producción de Dr. House. ¿Lindo, no? Bueno, también tengo a la mejor asesora”, contó ya estacionado en Sunset Blv, apuntando la mirada hacia Cecilia Monti (39), cuyo look (“simple, clásico y elegante, onda retro-vintage, que de a poco descubrí en distintas casas maravillosas de LA”, según definió ella misma) tomó como base de inspiración a su par de aros plateados, “que le pertenecían a la mamá de Juan –Luisa– y que su papá –Delfor– me regaló antes de morir”, detalla la directora de vestuario de El secreto de sus ojos, cuya hija de su anterior matrimonio (Guadalupe, 15), debió volver a Buenos Aires por el colegio y cuyo padre (Félix), fue director de fotografía en la película de Campanella y también en La historia oficial: el único film argentino que había obtenido una estatuilla dorada. Hasta ese momento...

–¿Durmió bien, Juan José? –le preguntamos al hombre del día, concentrado en que un repentino chubasco no moje su atuendo.
–Bien. Muy bien.

–¿Soñó?
–Caí desmayado.

–¿Y le anticipó algo la almohada?
–Lamentablemente, no –sonrió.

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Dormir, soñar, la almohada: temas casi recurrentes en los últimos días de Campanella, que pisó los Estados Unidos el sábado 5 de diciembre de 2009 y arribó al domingo 7 de marzo luego de filmar un capítulo de La ley y el orden, y dos, justamente, de Dr. House, en 35 milímetros, igual que el cine. “El jueves, de lo agotado que ando, casi choco con el auto. Hubiera necesitado bajar un poco las revoluciones. Ocurre que terminé de rodar, arrancó la prensa por la nominación y no paré. No obstante –aclara– vengo disfrutando que, como en 2001 con El hijo de la novia, nominen a una película mía”.

–Igual, observamos que les huye a los fotos si aparece un Oscar en el tiro. ¿Acertamos?
–Exacto. Le escapo al triunfalismo, a subirme al coche si todavía no compré la rifa.

–Disculpe, ¿El secreto... no representa varias rifas?
–Vamos a ver si tantas como para llevarnos el Oscar. Rodamos cierto thriller policial sobre una venganza y un amor inconcluso a lo largo de tres décadas que me encanta. Ojalá sume los votos necesarios. La historia atrapa.

–Historias debe recibir a borbotones, ¿verdad?
–Reconozco que sí pero, de manera respetuosa y agradeciéndolo, pido que dejen de mandarme. No tengo tiempo para leerlas. Un guión puede llevarme seis, siete horas. Hoy prefiero encontrar yo el libro a que el libro me encuentre a mí.

–Supongamos que, alejándonos de sus cautos pronósticos, gana... ¿Vuelve a probar suerte en Hollywood?
–Probar, para nada. Mis primeros dos largometrajes los hice en Hollywood (The boy who cried bitch –1991– y Love walken in –1997–), porque viví dos décadas en los Estados Unidos. Sin embargo, ya no quiero filmar cualquier cosa con tal de que sea en Hollywood. Podría hacerlo aquí, sí, pero dependerá del proyecto.

–Ultima antes de su partida, antes de la hora de la verdad: ¿qué es el cine para usted?
–¡Uy! ¡Me resulta complicado definirlo! Tanto como arriesgar el resultado de dentro de un rato... (carcajada).

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Marcadas las 17:30 en punto, el pequeño Federico quedaba al cuidado de Paula, una amiga de la familia. Juan José, Cecilia y el resto de la avanzada de El secreto de sus ojos dejaban atrás la alfombra roja y se ubicaban, de a pares, en distintas zonas del Kodak. Mientras tanto, una treintena de integrantes del equipo (que viajaron a alentar, conformando la mayor delegación de las cinco que competían en el rubro –aparte de la nuestra, las de Israel, Perú, Alemania y Francia–) desandaba desde un plasma de 42 pulgadas del hotel Mondrian los once bloques que culminarían con la entrega del premio al mejor Filme extranjero. Nadie que haya presenciado el momento olvidará la explosión multitudinaria cuando se anunció la vencedora, ni los teléfonos abiertos apuntando al aire, la euforia desenfrenada o los flashes rebotando y rebotando.

Tampoco algunas escenas. Como descubrirlo a Eduardo Sacheri, el autor de la novela (La pregunta de sus ojos, tal como la tituló), reviendo su medida de evitar el alto costo de la llamada por celular y llorando emocionado en un pasillo, comunicado con su esposa e hijos que lo felicitaban desde Ituzaingó, Buenos Aires. A los músicos Emilio Kauderer y Federico Musid, y a la encargada de prensa de la cinta, Trini Solano, abrazándose y alzando copas de champagne Chandon. A Alejandro Parra, CEO y responsable de Negocios, Cine y Música de Telefe Internacional, aplaudiendo fuerte y adelantando su próximo proyecto junto a Campanella: una película animada basada en el cuento Metegol, del Negro Fontanarrosa. Un desahogo general sin edición, a pura espontaneidad.

Luego del discurso de 45 segundos en inglés de Juan José, un largo rato transcurrió hasta que los vencedores arribaron al hotel de Sunset al 8440, puesto que debían quedarse al Governors Ball, la cena de ganadores posterior a la entrega, para que tallaran al pie del Oscar de 34,29 centímetros y 3,85 kilos, compuesto de estaño enchapado en cobre, níquel, plata y oro de 24 quilates, la plaqueta que reza: “Academy Award to El secreto de sus ojos, Best Foreign Language Film of the Argentina”. El tránsito complicó el retorno. A las 23:08, abandonando la limusina a una cuadra del destino debido al caos de tránsito reinante, los seis representantes de El secreto..., con Juan a la cabeza, entraron al Mondrian. Tardaron veinte minutos en subir, dejándose felicitar, saludando, disfrutando las delicias del logro. Pronto Campanella arriesgó: “No vamos a solucionar los profundos problemas de la Argentina, pero entiendo que les dimos una linda alegría a los ciudadanos del país”. Al cuarto de hora, el director partía con su hijo en brazos hacia el brindis en el hotel The Standard, y GENTE lo consultaba sobre sueños cumplidos y por cumplir.

–Debería pensar tranquilo la respuesta. Todavía me quedan muchos por realizar... Sueños siempre hay. Pero ahora, más que sueños, ¡tengo sueño!

–Valió el esfuerzo. Sumó un nuevo Oscar a la familia.
–Exacto. El de La historia oficial, donde participó mi suegro, y éste.

–Cuéntenos a quién se lo dedica.
–Uno, a todos los que participaron. Concretamos un trabajo conjunto, en el que se combinó lo técnico, lo artesanal y el corazón. Y también, a todos mis afectos.

–¿Sus padres le alimentaron la pasión por el cine?
–Seguro. De chico me llevaban dos veces por semana. Después dejaron que eligiera mi camino.

–¿En qué momento resolvió convertirse en director?
–Yo recibí el master en Bellas Artes en la Universidad de Nueva York, pero durante los 80’, cuando vi All that jazz (1979) y ¡Qué bello es vivir! (1946), supe hacia dónde quería ir. Hoy admiro a colegas extranjeros, como los americanos Frank Capra, Orson Welles y Alexander Payne. También al alemán Ernest Lubitsch. Justamente ¡Qué bello es vivir!, de Capra, es la película que me hubiese gustado hacer.

–Pero hizo El secreto...
–También me gustó hacerla (mira el Oscar).

–¿Pesa mucho?
–Un poco (lo sube y lo baja).

–Perdón, le completo el concepto: ¿en el mundo del cine, pesa mucho el Oscar?
–Sí, da un prestigio importante.

–Parece, además, que brilla mucho.
–Eso sí.

–Aunque se lo note tan cauteloso, tan moderado, ¿tomó conciencia de que es un Oscar de verdad, Campanella?
–¿Sabés que me cuesta? Siento que aún no me cayó la moneda.Juan José y su mujer, Cecilia Monti, rodeados por los productores Vanessa Ragone, Gerardo Herrero y Mariela Besuievsky, y a la izquierda de Marynes y Francella. ¿Destino? El Kodak Theatre.

Juan José y su mujer, Cecilia Monti, rodeados por los productores Vanessa Ragone, Gerardo Herrero y Mariela Besuievsky, y a la izquierda de Marynes y Francella. ¿Destino? El Kodak Theatre.

La anhelada Red Carpet a los pies de Campanella, Guille y el equipo argentino-español del filme.

La anhelada Red Carpet a los pies de Campanella, Guille y el equipo argentino-español del filme.

Cuando faltaban 41 minutos para el cierre de la transmisión de tres horas y media, y Pedro Almodóvar pronunció “¡The winner is El secreto de sus ojos!”, Campanella estalló de la emoción. Saludó al genial español, al más genial aún Quentin Tarantino e improvisó su discurso, agradeciendo y solidarizándose con los hermanos chilenos, que sufrieron el terremoto del 27 de febrero.

Cuando faltaban 41 minutos para el cierre de la transmisión de tres horas y media, y Pedro Almodóvar pronunció “¡The winner is El secreto de sus ojos!”, Campanella estalló de la emoción. Saludó al genial español, al más genial aún Quentin Tarantino e improvisó su discurso, agradeciendo y solidarizándose con los hermanos chilenos, que sufrieron el terremoto del 27 de febrero.

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