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“Todas mis películas son cartas de amor”

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Subiela –61, casado, tres hijos– está en pleno relax en Potrero de los Funes, el escenario del encuentro San Luis Cine. Arboles, el espejo de agua del embalse, cielo sin nubes, silencio. Respira a fondo y afloja sus músculos, porque sabe que dentro de unos días todo será distinto, y al ritmo voraz que exige la una filmación. De esto, el tipo sabe, como uno de los mejores directores de nuestro país, y un creador incansable, con clásicos como El lado oscuro del corazón, o Hombre mirando al sudeste. Ahora, prepara su nueva película, Las consecuencias del amor, que tendrá una atracción extra: el debut en cine de Sofía Gala Castiglione, la hija de Moria Casán.

–¿Por qué decidió filmar en suelo puntano, si todas sus películas transcurren en paisajes urbanos?
–Uno de mis productores les presentó el guión a las autoridades de la provincia, y fue seleccionado. Pero la historia tiene escenas que suceden en una villa miseria, y en San Luis no encontramos ningún lugar con viviendas precarias. Me propusieron usar una escenografía, pero me gusta filmar en lugares naturales, reales. Por eso una parte del rodaje la haré en Buenos Aires, y otra acá.

–¿Es la primera vez que viene aquí?
–No. En realidad fui uno de los pioneros. Vine primero cuando me enteré de que la provincia quería sancionar una ley para apoyar la producción cinematográfica. Me pareció muy interesante, muy audaz, y descubrí que esta provincia puede convertirse en el Hollywood argentino. Por eso asesoré a los responsables en todo lo que pude, y ellos me dieron un crédito para filmar Las consecuencias del amor.

–¿Por qué eligió a Sofía Gala como protagonista?
–Me gusta descubrir gente, y Sofía encajaba perfectamente en las características de su personaje. Al conocerla descubrí que era un diamante en bruto, y me encanta que debute en el cine con una película mía. Cuando le saqué una foto y después la filmé en video, me sorprendió: ¡hace temblar la cámara! Es muy inteligente, simple y sensible.

–¿Y cómo es su papel?
–Hace de una chica de villa miseria que es payasa de día… y prostituta de noche.

–Todas sus películas hablan de amor. ¿No le teme al encasillamiento, e incluso a cierta cosa dulzona parecida a la cursilería?
–No. Y no me importa que me tilden de cursi. Soy arriesgado, auténtico y romántico. ¿Y qué? Por eso mismo, en esta película voy a hablar del amor más que en cualquiera de las otras. Porque no sólo voy a contar una historia romántica: también de compromiso, de responsabilidad, de cuidado. La historia de un amor que cura y que ayuda a salvar una vida...

–¿Cómo está ahora el cine argentino?
–Bien, muy bien. Siempre tuvo prestigio y siempre ganó premios, pero venía con un fuerte déficit de público. Sin embargo, hoy la gente se interesa más por nuestro cine. La clave está en hacer películas donde la gente se reconozca. Creo que la nueva generación de directores está madurando bien, y que por eso el público empieza a elegir sus productos. Por supuesto, es un proceso lento. Pero firme…

–Según una estadística del Instituto del Cine, la gente prefiere las comedias. ¿Esa tendencia puede influir sobre usted?
–No. La mayoría ve el cine como un entretenimiento, pero yo prefiero que todas mis películas hablen de sexo, amor y muerte. En mi oficina hay un afiche con una frase de Chaplin que dice: “La tragedia es la vida en primer plano, y la comedia es la vida en plano general”. ¡Qué sabio! Si te centrás sólo en un drama, todo es tremendo. Pero la vida es también lo que pasa alrededor…

–Y el cine de Hollywood, ¿está mejor, igual o peor que en el pasado?
–Lo veo muy poco original, y me molesta que pretenda ser el cine hegemónico del mundo y que apele tanto a los efectos especiales. No todo lo que hacen es basura, claro. Pero a mí, la Universal Studios me plagió: hizo K-pax, que es una copia de Hombre mirando al sudeste. El argumento es idéntico: un enfermo psiquiátrico internado en un hospital que asegura haber llegado de otro planeta. El papel que acá hizo Hugo Soto, allá lo tuvo Kevin Spacey, y el del médico, que acá lo hizo Lorenzo Quinteros, allá recayó en Jeff Bridges.

–¿Cómo se enteró de que estaban filmando algo igual a Hombre mirando al sudeste?
–Por amigos que viven en los Estados Unidos, que me preguntaron si había cedido los derechos para una remake. Y no… Nada que ver. No sabía nada. Jamás se comunicaron conmigo, y ahora hay abogados que se están ocupando del asunto.

–Este año fue especialmente productivo. ¿Por qué?
–Sí, es cierto: fue un fenómeno rarísimo. Estrené Lifting del corazón, estoy haciendo el doblaje de No mires para abajo, y a punto de empezar a filmar Las consecuencias del amor, mi película número trece. No voy a parar, aunque creo que lo ideal es hacer una película por año. Voy a hacer cine mientras viva, porque el cine es mi seguro de vida. Porque la locura y los sueños que meto en una historia me dejan seguir viviendo.

–¿Cómo sería una película sobre su vida?
–Una comedia romántica, sin duda. Porque la vida, para mí, es fantástica y divertidísima. Pero hay algo raro: tengo tendencia a la melancolía, tal vez por mi origen gallego…

–¿Tiene alguna asignatura pendiente?
–No. Pero quiero seguir viendo crecer a mis tres hijos, y me encantaría ver nacer y malcriar a mis nietos. Ojalá que alguno me salga director. Por suerte, mis hijos son cinéfilos, y no me salieron normalitos: todos son piantados y creativos como yo. Y también quiero seguir contando historias, porque sufro de un mal (o mejor, un bien) incurable: amo el cine. Desde que descubrí las películas polacas de los año sesenta, me olvidé de que quería ser ingeniero aeronáutico.

–Perdone que le insista, pero ¿por qué su cine habla tanto del amor?
–Mirá... A los quince años me enamoré de una señorita que no me dio bolilla, y empecé a escribir cartas de amor. Descubrí que me gustaba escribir, y por eso todas mis películas… ¡son cartas de amor! Pero recién en 1963 filmé mi primer corto en 16 milímetros: un documental sobre el hospital neuropsiquiátrico Borda que me lo produjeron el Instituto de Cine y Eliseo, mi padre, un gallego bodeguero y director de orquesta frustrado. A veces creo que le debo una película…

–La última toma de una película sobre su vida, Eliseo: imagínesela.
–Me gustaría por corte directo, no por un lento fundido a negro. Pero hasta ahora, por suerte, ¡estoy bien de salud!

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