“Soy inquieto, siempre me busqué problemas” – GENTE Online
 

“Soy inquieto, siempre me busqué problemas”

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Soy inquieto y lucho contra la comodidad de establecerse y tener casi todo solucionado. Siempre me busqué problemas”, dice Roberto Fidel Ernesto Sorokin, alias Coti (“Así me bautizó mi hermana, por si me faltaban nombres”, informa). ¿Por qué hablar de mudanzas? Porque el cantautor argentino que más vende en España nació en Rosario, Santa Fe, 35 años atrás; creció en Concordia, Entre Ríos, y volvió a su ciudad natal a los 17 para estudiar música en la Facultad de Humanidades y Arte. Allí ganó un concurso con su banda de entonces, Luz Mala (Lito Nebbia les produjo el disco), pero decidió partir a Buenos Aires: “Tenía 21 años y entendí que las ciudades chicas tienen un techo, aunque me odien los rosarinos. Nunca le tuve miedo al movimiento”. Después, una amiga le presentó a Javier Calamaro, éste a su hermano Andrés y a Cachorro López, y su carrera se amplió. Empezó a vivir de la música, pero renunció a su lugar ganado en la Capital, y le dijo adiós en el año 2000, con destino Madrid.

–¿Por qué?
–Cada uno de esos desplazamientos significó un crecimiento muy grande en lo personal, lo emocional y lo profesional. En España empecé de cero, cero, bajo cero. Y conseguí reencontrarme con mis sueños de chico: mi libertad, mi expresión y mis discos. Y estuvo bien.

Casado desde hace más de trece años con Valeria Larrarte (35), Coti tiene una inusual descendencia: dos pares de mellizos. O “regalos mágicos de la naturaleza”, como él considera los nacimientos de Maia e Iván, que ya tienen doce años, y Dylan y Leyre, de tres.

–Los primeros dos llegaron cuando hacía muy poco que estaba en Buenos Aires. Después de mirar el ecógrafo casi me desmayé. Los hijos te cambian la cabeza. Y cuando los tenés a los 22 años, recién casado, ni hablar. Y si llegan de a dos…¡bueno, qué te cuento! –exclama con tonada madrileña–. Crecimos los cuatro juntos, haciéndole frente a la vida y sin nada resuelto. Los chiquitos llegaron en otra etapa, con más tranquilidad. ¡Festejé que no fueran tres! Trato de ser un padre presente que viaja. Estar siempre, aunque no sea físicamente.

–¿Cómo se mantiene la pareja cuando dejás de ser una joven promesa para convertirte en un músico reconocido?
–Conservar el amor requiere de muchísima energía, y uno puede estar dispuesto a hacerlo o no. Nosotros pusimos todo. Muchas veces, los egoísmos son los que lo hacen más difícil. Las giras y demás me encontraron con la madurez necesaria como para tener conciencia de muchas cosas que me parecen más importantes que andar por ahí…

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Coti vive en las afueras de Madrid, pero viene a la Argentina cuatro veces al año. Su próxima visita será en febrero, cuando también viaje a Chile para integrar el jurado del Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Un mérito bien ganado por él, típico ejemplo de nadie es profeta en su tierra. Veamos... Sus temas han sido grabados por las mexicanas Julieta Venegas y Paulina Rubio. También es el autor de unos de los grandes hits de la década: Color esperanza, tema que Diego Torres cantó hasta delante del mismísimo Juan Pablo II.

Pero ahora Coti está en Concordia, donde hace un tiempo compró una antigua y desvencijada casa cerca del río Uruguay, y la restauró con sello propio.
–Es mi cable a tierra, un lugar inspirador y de reencuentro con mis raíces. Fue una estancia muy grande, y su dueña era La Chana, una mujer que enviudó joven, a fines del siglo XIX. Tuvo entre sus huéspedes a la Merello, Carlos Gardel, Hugo del Carril y Juan Domingo Perón. Después de su muerte fue la casa de La Mirta, un putero, hasta los setentas. A la noche se escuchan los fantasmas de la milonga… (risas).

–Tu cuarto disco, Gatos y Palomas, se editó en más de veinte países. ¿El éxito te estimula o te paraliza?
–Fue el disco que más disfruté, porque no tenía ataduras ni obligación de conciliar con otros. Para mí, el éxito debe traducirse en más libertad, no en presión. Si no, cuanto mejor te va, peor te sentís, y es contraproducente para la creación. La piedra filosofal de cualquier artista es el desprejuicio. Y yo me siento libre.

–¿En tu forma de componer hay algún secreto que garantice un hit?
–No, pero siempre trato de llegar al equilibrio entre lo que estoy diciendo con las palabras y con la música, que no se noten las costuras del proceso. Una canción puede nacer en cinco minutos o en cinco años, pero siempre tiene que expresar frescura. Ahí es donde está el oficio de componer, la dificultad de conseguir lo simple.

–¿Falsa simplicidad?
–Algo así. Buceé por diferentes géneros –clásica, jazz, folklore–, y todo ese background te queda en el corazón y en la cabeza. Después hay que dejarse fluir, para que aparezcan las buenas canciones, que son las que pasan a ser parte de la vida de las personas. La música popular que perdura no tiene pretensiones, no tiene cáscaras que opaquen la semilla.

–¿Cómo recibió tu público a Gatos y Palomas?
–Ya tenía el termómetro de España y Argentina, pero recorrí muchos lugares que ni soñaba, como Las Vegas, Arequipa o Cali, donde me encontré con un montón de gente sensible a mis canciones, que las conocía mucho más de lo que yo creía. Hubo conexión. Creo que tiene que ver con lo que yo creo que es la música popular: la sensibilidad de percibir el latido común en distintos lugares.

–¿Hay un inconsciente colectivo universal?
–Sí en el mundo de la canción. Aunque existan muchas divisiones, tribus y demás, ese género es indivisible. Uno puede vestir una canción con cualquier estilo, porque lo que vale es la materia prima: letra y melodía. No hay barreras: lo comprobé viajando, porque en otras culturas se interpreta perfectamente lo que quiero decir.

–¿Seguirás viviendo así, de viaje?
–Me gusta estar un poco en todos lados. Es difícil, pero es mi manera. Quedarme en un solo lugar significa tener una visión un poco chica del mundo. Quiero viajar y conocer a la gente de primera mano, aunque el público sean cien o cinco mil personas. Siempre prefiero la carretera.

Vive en España, pero su segundo hogar está en Concordia, donde creció. “<i>Es un lugar inspirador y de reencuentro con mis raíces</i>”, cuenta.

Vive en España, pero su segundo hogar está en Concordia, donde creció. “Es un lugar inspirador y de reencuentro con mis raíces”, cuenta.

Coti y Valeria tuvieron dos pares de mellizos: Maia e Iván (12) y Dylan y Leyre (3). “<i>Cuando llegaron los últimos, festejé que no fueran tres</i>”, dice.

Coti y Valeria tuvieron dos pares de mellizos: Maia e Iván (12) y Dylan y Leyre (3). “Cuando llegaron los últimos, festejé que no fueran tres”, dice.

“Me gusta estar un poco en todos lados. Es difícil, pero es mi manera. Quedarme en un solo lugar significa tener una visión demasiado chica del mundo”.

“Me gusta estar un poco en todos lados. Es difícil, pero es mi manera. Quedarme en un solo lugar significa tener una visión demasiado chica del mundo”.

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