“Soy el mejor piloto, y lo más difícil es ser el mejor” – GENTE Online
 

“Soy el mejor piloto, y lo más difícil es ser el mejor”

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En el podio, alguien de su gente se puso una camiseta para abrazarlo que dice: “¿Schumacher? ¿Quién?”, porque algunos dicen que el siete veces campeón –el único que fue más que Fangio– ya fue, y que ahora tiene reemplazante. Después lo llaman el rey Juan Carlos y su primer ministro, José Luis Zapatero. A todo esto, el pibe maravilla se pone eufórico y revolea algo de champagne francés, porque es el campeón. El primero de España, nacido en Oviedo, más asturiano que la fabada, y el más joven desde que se creó la Fórmula 1 en 1950: Fernando Alonso (24), tercero en el podio del 34º Gran Premio de Brasil, con su máquina Renault R25 y su motor de diez cilindros en V con 950 caballos de fuerza.

En rigor, la punta total fue para el McLaren Mercedes, con el colombiano Juan Pablo Montoya y el finés Kimi Raikkonen como primero y segundo respectivamente. Claro que a Alonso le alcanzaba con ese tercer lugar para consagrarse campeón, cuando aún faltan dos carreras, y no quiso arriesgarse más.

En su primer año fuerte de Fórmula 1 (debutó en el 2001), Fernando arrasó: cinco primeros puestos, como para empezar. Nada mal para el hijo de don José Luis, un maestro industrial que lo llevó para los kartings cuando tenía apenas tres, con buena dificultad de bolsillo, y perseveró. La apuesta salió redonda: hasta este año, Alonso embolsó alrededor de cuatro millones de dólares. Poco comparado con los fuori serie como Michael Schumacher, pero esto recién empieza.

El chaval tiene calidad. Y la calidad se reconoce. Lo hacen 40 mil personas en el autódromo José Carlos Pace, en Interlagos, 300 millones de televidentes en el planeta, y unos meninos da rua colgados de un techo. Todos para verlo a él: Nano, Magic, el Toro, o cómo diablos se les ocurra llamarlo. Dice seguro: “Soy el mejor piloto, y lo más difícil es ser el mejor. Tengo fe en mí mismo, y trabajo duro. La perfección no existe”. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes, hace no mucho, por ser un tipo tan ejemplar. Dijo que a San Pablo venía a divertirse: “Vengo por la victoria, pero no me estreso, aunque sería muy duro perder”. Y lo está haciendo. Es –ahora– el campeón. “He conseguido lo máximo”, define.

Bueno, el triunfo es cosa ardua. Pero hablemos de comodidades. En Europa los corredores usualmente duermen dentro del circuito en motor homes. Eso sí, preciosos y con todas las comodidades que un mortal pueda pedir. Pero también se puede dormir en un hotel. Alonso, ningún lerdo por cierto, eligió el Hilton Morumbí, algo así como el lujo total de San Pablo, una ciudad que sabe de lujo tanto como de miseria.

Lo mismo hicieron Raikonnen, Montoya y varios otros. Su suite, la 2252, es una extravagancia de más de mil dólares diarios y más de cien metros cuadrados. ¿Requerimientos mínimos? Nada tropical en el frigobar, como agua de coco o sucos de frutas que no crecen en Asturias. Para él, gaseosas globales, whisky y algo de vodka. Por supuesto, tevé inmensa, DVD y todo lo demás. Pero lo más extraño es lo siguiente: nadie que no esté autorizado puede acceder al pasillo de su habitación. Do not disturb, que le dicen. Y cuando sus fans se abalanzan para saludarlo, mucho recibo no acusa. Cierta fama de “amargo” lo persigue, como de meticuloso, cerebral y aplicado, pero fiestero con sus amigos. Tampoco su novia, Carolina Costa, estudiante en Barcelona. No se ven mucho, ya que él vive en Oxford, Inglaterra, concentrando con el team Renault. A él lo mueven otras cuestiones. Al aterrizar en San Pablo, el primer lugar que visitó fue la favela Monte Azul, que no es precisamente el Hilton, y a sus meninos. Alonso, que cree que la fama sirve para ayudar, es embajador de Buena Voluntad de UNICEF: “No me acostumbro a todo esto de la fama. Si la tengo, que sirva para algo”.

EL BLUES DE LOS BOXES. Pasa Rubens Barrichello, o Rubinho, ídolo local. O Jenson Button, en jeans muy modernos y tirando facha, porque facha le sobra, entre tantos. Y Flavio Briatore, el director del team Renault de F1, que no trajo a Naomi Campbell y dejó su yacht en Saint Tropez. El mismo que dijo, cuando asumió hace cinco años para traer de vuelta a Renault a la Fórmula 1, que en un lustro serían campeones, tras una larga historia de motores Renault en chasis de otras marcas. Y Briatore, precisamente, es el hombre detrás del campeón, el que lo fichó para la escudería, y le puso la ficha.

–Briatore, soy periodista. Quería preguntarle…
–¡No jodas!
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Bueno, la simpatía no es obligatoria. Y al rato pasa Michael Schumacher, con un jean gastado, siempre comiendo algo, junto a su mujer, Corinne, que felicitó públicamente a Alonso tras su victoria. Tiene cara grave. Terminó cuarto, nada mal. Pero a sus 36, mucha pista no queda. Según se dice, Ferrari ya estaría buscando contratar a Kimi Raikkonen como su reemplazo. O a Valentino Rossi, alto ídolo italiano del Moto GP, en una de esas jugadas tremendas de marketing. Lo cierto es que su contrato con Ferrari caduca a fines de 2006. Veremos qué hace Schumi, con sus jeans gastados y la gloria que le dieron sus siete campeonatos.

NANO PASION. A lo de Alonso, a todo este suceso, hay que entenderlo desde la perspectiva de gente como Ana, Paco, Tomás, Pep y Mario, que se vinieron desde Navarra, Murcia o Barcelona, sólo para hacerle el aguante, con un presupuesto de 6 mil euros. Ya imprimieron una patente de auto con eso de Alonso campeón, y envueltos en la bandera de su tierra, con las pilchas del team Renault, estén poniéndole un poco de rojo a sus narices, caipirinha mediante, en el hotel Blue Tree Convention Ibirapuera, un tres estrellas que parece de cuatro, a una hora del autódromo. Y dicen, bastante a coro: “Este tío está por encima del fútbol. ¡Es la Alonsomanía, joder! Tanto lo queremos que vinimos para acá. ¡Por fin un campeón nuestro!”.

Pero la alegría no es sólo española. Brasil es un país que sabe, y que arde por este tipo de cosas. En una grilla de veinte pilotos, además de Barrichello, cuentan Antonio Pizzonia, segundo de Williams, y Felipe Massa, detrás de Jacques Villeneuve en Sauber, más Ricardo Zonta, piloto de pruebas de Toyota. En el país de Piquet, de Fittipaldi y –por siempre–, de Ayrton, es algo casi sanguíneo.

En la mañana del domingo, el perímetro del autódromo se vio flanqueado por cartones, mantas y botellas vacías. No, no fue una convención de linyeras. Era la gente que durmió la noche anterior en espera de una buena ubicación. Los tickets pueden costar de 140 a 1.500 reales. Si uno es gasolero y no hay dinero, puede alquilar balcones cercanos a muy vivos propietarios, desde 10 a 50 reales. Pero hay que volver a casa, y más vale llevar algo de ese merchandising. Ok, el callejero no está mal, es hasta creíble, y las gorras pueden salir diez reales, o dos por quince, si uno sabe regatear. Pero el oficial es el oficial. En el circuito, la chomba de Ferrari se alza a 200 reales. Y la chaqueta de piloto a casi 800.

Gorro, bandera, vincha y buen asiento. Y esos primeros cinco minutos de la largada, cuando los sentidos enloquecen. Todo por un pibe de Asturias.

 Los banderilleros del autódromo José Carlos Pace en Interlagos lo saludan emocionados: después de 71 vueltas, tercer puesto para coronarse campeón. Alonso, eufórico sobre su máquina, y a toda gloria.

Los banderilleros del autódromo José Carlos Pace en Interlagos lo saludan emocionados: después de 71 vueltas, tercer puesto para coronarse campeón. Alonso, eufórico sobre su máquina, y a toda gloria.

 Después de bajarse de las pistas, también es un campeón.  Como embajador de <i>UNICEF</i>, en la favela Monte Azul de San Pablo. Esa vista fue lo primero que hizo al llegar a la ciudad. Desfile de pilotos para la extasiada concurrencia del Gran Premio de Brasil. Tras consagrarse campeón, Michael Schumacher lo felicitó públicamente: a rey muerto, rey puesto.

Después de bajarse de las pistas, también es un campeón. Como embajador de UNICEF, en la favela Monte Azul de San Pablo. Esa vista fue lo primero que hizo al llegar a la ciudad. Desfile de pilotos para la extasiada concurrencia del Gran Premio de Brasil. Tras consagrarse campeón, Michael Schumacher lo felicitó públicamente: a rey muerto, rey puesto.

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