“Sigo vivo gracias a Olga, la leona que me tocó como mujer” – GENTE Online
 

“Sigo vivo gracias a Olga, la leona que me tocó como mujer”

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Una noche de mediados de octubre del 98, luego de una larga producción fotográfica, Roberto Sánchez Ocampo (Sandro, hoy 63 años), habló con GENTE hasta casi la madrugada. El largo repaso de su vida tuvo dos preámbulos sobre su salud. El primero: “Un día me vieron salir de un edificio con un barbijo y me dieron por muerto. Pero en realidad salía del dentista, anestesiado y con el labio caído”. El segundo, ante la pregunta “¿cómo andan tus rodillas?”: “Ahora, más o menos bien, porque las cuido. Pero en la época en que me tiraba en el escenario con todo el peso del cuerpo, los huesos me hacían crac-crac-crac. Parecía Robocop…”. Pero después de media hora divagando sobre bueyes perdidos, y por primera vez, habló sobre el tema que hoy vuelve a tenerlo bajo todos los focos y en primera plana. Fue así, textualmente:

–Estuviste dos años sin pisar un escenario. ¿Por qué?
–Dos años, y fue poco. Creí que no iba a cantar nunca más. En mayo del año pasado estaba destruido. Era un discapacitado. No podía ni bañarme. Bajaba la escalera que va de mi dormitorio a la planta baja una vez al día: era mi máxima resistencia. Ir desde el escritorio hasta la cocina era todo un rally…

–¿Peligro de muerte?
–Total. Un día, en mi casa, llegué hasta el séptimo escalón y estuve más de dos minutos para retomar el aire. Seguí adelante, llegué al baño, me agarré de una mesita, me miré en el espejo y vi que me ponía azul. Entonces, la desesperación. Pensé: “Llegó el momento. Me entrego”. Sí: me resigné a morir.

–¿Ese drama se llamó cigarrillo?
–Absolutamente. Fumaba dos atados por día, y cuando no dormía… ¡cuatro! En ese momento tenía apenas el doce por ciento de capacidad pulmonar.

–¿Qué pasó después?
–Abrí la ventana del baño y saqué la nariz afuera. Hacía un frío impresionante. Sentí que volvía el aire y tuve como un flash: nunca más probé un cigarrillo. Lo olvidé. Desapareció de mi vida. Como si mi mujer me engañara con mi mejor amigo: se te cae todo y lo olvidás para siempre. Tres o cuatro días después, me preguntaba: “Pero, ¿cómo pude fumar durante tanto tiempo?”. Sí. Porque tengo 53 años, y empecé a fumar a los 10. Por eso tengo un enfisema artesanal: un producto maravilloso…

–¿Cómo pudiste cantar con esa nube de humo en la garganta?
–Esa fue la desgracia. Si me hubiera jodido la garganta, lo hubiera dejado antes. Además, me medicaron mal. Estuve ocho meses tomando remedios equivocados. Y eso que no me atendía un Carlitos de acá a la vuelta, sino un súper-especialista. Hasta que Víctor Caro, mi director musical, me dijo que conocía al doctor Juan Carlos Mazzei, un cardiólogo que está con Favaloro, un verdadro capo. Le dije: “Decíle que venga, porque si voy en el auto y choco, tengo que bajarme… ¡y no quiero que me vean así!”.

–¿Zafaste?
–El enfisema lo tengo para siempre. Pero Iván Guevara, un kinesiólogo que es mi verdugo, se encargó de transformarme en José Disciplina: dieta sana, gimnasia dos veces por semana, una hora de cinta… ¡Una hora! Pensar que al principio caminaba apenas dos minutos. Eso sí: el gimnasio de mi casa se llama La Inquisición, atendido por Savonarola en persona…

–¿Estás curado?
–Curado no. Estoy mucho mejor. Recuperé el 63 por ciento de mi capacidad pulmonar. Voy, vengo, me baño… ¡No puedo creerlo! Me agito, sí, pero es la agitación de un gordito, no el enfisematazo de aquel día terrible…

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Pero el mal siguió su camino.
El 17 de diciembre del 2002 lo internaron en el Instituto del Diagnóstico: neumonía aguda, 50 por ciento de posibilidades de vida. Pasó veinte días internado, y al cabo, el 7 de enero del nuevo año, en conferencia de prensa, acompañado por los médicos. Jardín. El, pijama negro y bata de seda gris.

La escena, en otros años y en otros escenarios (Fleni, por ejemplo), se repetiría, alarmante, en el 2005 y en el 2007. No sólo sus pulmones se habían rendido: su corazón empezaba a claudicar.

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El lunes 14 de abril, a horas de conocerse la noticia de que el ídolo está en lista de pacientes que esperan un trasplante, esta nueva charla con GENTE:

–Sandro, ¿cómo te imaginás la vida después del trasplante?
–Todo ha mejorado mucho gracias a la medicación. Se logra evitar el rechazo a los nuevos órganos. Hay muchísimos casos de personas que volvieron a tener una vida plena después del trasplante. Tomar la decisión del trasplante significa que puedo perder la vida… ¡pero la vida no me la pierdo! No quiero pasar mis últimos años conectado a tubos de oxígeno. De todos modos, estoy en el puesto 27 en una lista de 33: no se sabe cuándo se hará la operación.

–¿Te volviste más creyente?
–Siempre lo fui. No necesité un enfisema pulmonar crónico para serlo. Y cada día le doy gracias a Dios por vivir en su gloria y por la belleza de la vida que nos da.

–¿Cómo te acompaña tu mujer, Olga (Garaventa, 52, con quien se casó el 14 de abril de 2007)?
–El 6 de marzo último llegué al hospital a nueve minutos de morir, y me salvé gracias a ella. Así de simple. Gracias a Olga, la leona que me tocó como mujer, sigo vivo y con ganas de vivir. Ahora me mima más que nunca.

–¿Te sorprendió que se informara que estabas en lista de espera para trasplante en el INCUCAI?
–Sí. En cuanto a mi salud, tengo derecho a la intimidad. Me ofende que no se respete la privacidad. El que habló… ¡no sabe lo que hizo!

–¿Por qué hablás de “compañeros” cuando te referís a otros enfermos que esperan trasplante, gente que no conocés?
–Porque así los siento. Con ellos comparto la angustia y el tedio de la espera eterna. Están sufriendo lo mismo que yo. Estoy en la lista de espera para un trasplante cardiopulmonar. Y repito: no porque sea Sandro van a darme prioridad, sino por la necesidad que tengo, debido a la evolución de mi enfermedad. Estoy en el mismo lugar que los demás y voy a esperar mi turno…

–A pesar de todo, se te oye de buen ánimo…
–El sábado comimos unos ravioles espectaculares. Vivo rodeado de mis afectos… y también de tubos de oxígeno.

–¿Cuál es tu nivel de gravedad?
–Estamos hablando de una enfermedad terminal. Es algo que avanza. Pero le tengo fe al trasplante…

–Te bajaste del pedestal de ídolo y les dijiste a los jóvenes que no fumen. ¿Por qué?
–Sí. Les aconsejo a los jóvenes que no fumen. ¡No fumen! Cuando somos jóvenes todos nos sentimos inmortales. Los chicos creen que los vicios son inocentes. Pero el peligro que corren es tremendo.

–¿Te preocupa que alguna de tus fans cometa una locura ante tu necesidad de un donante?
–Muchísimo. Recuerdo que en los Estados Unidos, cuando murió el actor Rodolfo Valentino, algunas de sus fanáticas se suicidaron. Por eso quiero decirles a mis nenas que se queden tranquilas. Estoy bien, esperando mi turno, y muy emocionado por las cadenas de oración que hacen por mi salud. Les digo que no se preocupen tanto: vamos a esperar tranquilos el momento de la operación.

–¿A qué te referías cuando dijiste que tenías catorce ofertas de donantes sobre tu escritorio?
–Son de gente bienintencionada, que me ofrece donar un pulmón. Pero no saben que tienen que ser los dos pulmones, y además ser un trasplante cadavérico. Tiene que venir de un cuerpo con características parecidas a las mías…

–¿Pensás volver a cantar?
–En este momento le agradezco a Dios cada día nuevo que me da. Las prioridades empiezan a cambiar. Mi primer deseo es poder seguir viviendo con plenitud. Mis cuerdas vocales mejoraron mucho, pero no voy a prepararme para cantar, porque en cualquier momento vuelven a entubarme para operarme, y hacen un desastre con mis cuerdas vocales. Hoy, cantar es secundario. Lo importante es vivir...

“Necesito un doble trasplante, de corazón y pulmón, para seguir viviendo, y estoy en la lista del INCUCAI”, confesó el Gitano. Ahora empieza su batalla final por la vida.

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Sandro en uno de sus últimos recitales, apoyado por oxígeno en el micrófono: “Esto parece Caza submarina”, bromeó.

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“Fumo desde los diez años. Dos paquetes por día, y cuando no duermo, cuatro. Pero la mañana en que no pude respirar, lo dejé automáticamente. Me olvidé. Fue como descubrir que tu mujer te engaña con tu mejor amigo”

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