«Seremos fieles, con la ayuda de Dios» – GENTE Online
 

"Seremos fieles, con la ayuda de Dios"

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Ahí va, otra vez, Carlos y su rubio amor. Rumbo al altar, va Carlos, una rubia lo acompaña, una rubia se va a casar con él, otra vez.

Ella pinta y caza: él, la ama. La viene amando desde hace 34 años, cuando él tenía 22, ella 23. Desde la mañanita rala de 1970 en que ella le dijo: "Mi bisabuela fue la amante de su tatarabuelo, ¿no le parece fascinante?". Le debe haber parecido, a Carlos, porque después de matrimonios con terceras personas que el destino les puso ahí, en el medio de ambos, se terminaron casando. La bisabuela de Camilla era Alice Keppel. El tatarabuelo de Carlos era Eduardo VII. Tuvieron su historia, y su historia fue la matriz de otra historia: Carlos loves Camilla for ever and ever, uou!

Estaban en un campo de polo y así, con la avanzada de ella, iniciaron una charla primero y una relación después. La charla no, pero la relación debió transcurrir secretamente. Era verdad la historia de los antepasados. Y empezaría a ser verdad su propia historia.

SABADO 9 DE ABRIL. En la pantalla de la tele, se los vio yendo en el Rolls Royce Phantom VI de la Reina Isabel II, mamá de Carlos, suegra de Camilla, ahora, mal que le pese. Sucede que Carlos ya se había querido casar con Camilla, una vez, hace tiempo, en 1971, pero Camilla dijo: "No quiero pasar mi vida en una jaula de oro". Y entonces, no quedó otra que caminar entre las sombras: treinta y cuatro largos y sospechados y controvertidos y apasionados y políticamente incorrectos y emocionalmente muy correctos años caminando entre las sombras. Hasta ahora, que la tele mostró cómo el Rolls avanza por la callecita vallada, con admiradores tras la valla, un amor oficial.

Eran las 12:25, hora de Londres, cuando el Rolls salió del castillo de Windsor con Carlos y Camilla en su interior. En cinco minutos estaban en el Ayuntamiento. Delante de apenas 28 personas, entre las que no estaba mamá reina Isabel, ni el papá príncipe Felipe de Edimburgo, es decir, los padres de Carlos, se dieron el sí, el único sí que iban a darse, el sí frente a la justicia civil. La ceremonia fue privadísima. Veinticinco minutos después, la mujer que había entrado como Camilla Parker Bowles salió como Camilla, duquesa de
Cornwall. No fue una boda de Estado por lo que Carlos no vistió uniforme de gala, Camilla no llevó tiara y la alfombra que pisaron no tuvo que ser roja: de hecho, fue azul.

Del Ayuntamiento se fueron a la Capilla de Saint George para que el Arzobispo de Canterbury bendijera la unión. Carlos no pudo casarse por la Iglesia anglicana. Están divorciados, los dos, y para los anglicanos los divorciados no se casan de nuevo.

-Carlos ¿has decidido ser fiel a tu esposa?

-Sí, seremos fieles, con la ayuda de Dios.

"Con la ayuda de Dios" es todo un tema, porque en esa frase que Carlos pronunció (y Camilla, que utilizó la misma fórmula) durante la ceremonia se fragua una debilidad. Debilidad que ambos han conocido, por eso se prometieron fidelidad con esa expresión mediante y, además, por si a alguien le quedaban dudas, leyeron una oración anglicana de 1662, que dice así: "Reconocemos nuestros pecados y maldades que de tiempo en tiempo hemos cometido, de pensamiento, palabra y acto". Que es como decir "sí, lo hicimos, disculpen, es que, bueno, ustedes saben, eehhh…".

En 1971, Camilla empezó a salir con Andrew Parker Bowles (amigo de Carlos, ahijado de la reina madre y novio de la princesa Ana), que era divinísimo, pero un poco mujeriego. ¿Y a que no saben qué? A ella le encantó: estuvieron juntos, Camilla (aún enamorada de Carlos) y Andrew (enamorado de Camilla, pero adicto al sexo y al engaño) desde julio del 73 hasta marzo del 95: veintidós años de delicias de la vida conyugal. Cuando Carlos se casó con Diana Spencer, dicen los exégetas reales, lo hizo aconsejado por su amante, Camilla, que no era Camilla sino Gladys, el nombre que eligió para su amor clandestino con Carlos, que no era Carlos, sino Freddy: en la clandestinidad el príncipe era Freddy. Así las cosas, el nene se terminó saliendo con la suya y se casó con su amante. Pero la mamá no se la iba a dejar regalada, así que hizo cosas: la reina Isabel no le permitió a Carlos utilizar mesas redondas para el banquete, y lo obligó a usar una gran y única mesa rectangular. Carlos no quería, pero… La reina Isabel le p
rohibió el menú a base de vegetales orgánicos que había pedido Carlos.

La reina Isabel le prohibió a los invitados que los autos llegaran hasta la recepción, para que no pisaran el césped del castillo, por lo que debieron llegar caminando o en buses. La reina Isabel les prohibió dormir juntos la noche anterior. No es que los novios no se aguantaran, pero la verdad es que podrían haber estado más cerca: mamá grande no lo permitió y Carlos durmió en Highgrove y Camilla en Clarence House. La reina Isabel no cantó coros durante la bendición y dijo "no asisto a la boda porque no quiero acudir a un humillante evento civil". La reina Isabel, finalmente, les regaló un escudo de armas.

"Camilla es ambiciosa, fría y calculadora, lo que no significa que no esté enamorada", dice Jaime
Peñafiel, el periodista español especializado en nobleza, y sentencia: "Carlos pudo hacer su voluntada a pesar de las interminables intenciones de la reina Isabel por arruinarles la boda, y que haya tenido que pasar por la humillación de tener que pedir perdón públicamente por los pecados del pasado, me parece demasiado". Peñafiel, que después de todo es más carlista que Carlos, termina diciendo: "Yo no pediría perdón. Por otro lado, no olvidemos que él ha sido un cornudo consecutivo con Lady Di. El único problema que yo veo, es que el príncipe ha mentido dos veces: con el affaire del Tampax (N. del R.: una charla escatológica de Carlos y su amada que les grabó la prensa y para qué detallar), y cuando aseguró que ella va a ser solamente princesa. Eso no es así. La mujer de un rey es siempre reina y Camilla va a ser reina".

POCO PROTOCOLO. Los invitados eran más bien pocos. Así, famosos, de los que todos queremos ver, les diría que no hubo. El couturier Valentino, amigo en el pasado de Lady Di, hizo la caminata interminable como todos. El actor Stephen Fry se vio a lo lejos con una inmensa galera. Trudi Styler sin
Sting pero con un vestido beige sexy como los que a Sting le deben gustar. Rowan Atkinson, más conocido como Mr. Bean, también con sombrero de copa. Phil Collins y su joven mujer. Sir Keneth Branagh, Elton John (compositor de la famosa canción homenaje a Lady Di, la de la vela en el viento) y la extraña figura de Joan Rivers, más operada que nunca, quien despertó dudas por su aparición. Joan Rivers, ya saben, la de E! Entertainment, o la ex de E! Entertainment, una que hace comentarios sarcásticos y todos reímos, esa. Andrew Parker Bowles, el ex de la novia, no se perdió la boda. "Aun separados, Camilla y Andrew siempre fueron muy liberales y se llevan muy bien", confió un allegado.

Entre los jefes de estado, siempre presentes en este tipo de festejos, sólo estuvo Tony Blair y su mujer Cherie. Las casas reales europeas tampoco fueron de la partida y la gran mayoría dio excusas de todo tipo para evitar la boda. Los únicos que cantaron presente fueron: Costantino y Ana María, reyes de Grecia en el exilio, el príncipe heredero de Noruega, Haakon Magnus, y la princesa Mette-Marit, el Sheik de Bahrain, Hamad bin Isa Al Khalifa, y el príncipe Costantino de Holanda y su mujer, Laurentien. Y no, no estaba Máxima
Zorreguieta.

Muy emocionados, Carlos y Camilla posan en el atrio de la Capilla de Saint George, donde recibieron la bendición (sólo la bendición) del arzobispo de la Iglesia anglicana de Canterbury.

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Harry y William cuchichean con su prima, Zara.

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