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Se fue un gran director pero nos quedan sus grandes películas

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"Cuando hago una película, me produce mucho placer terminar el día de filmacióntrabajo con una picadita –con salame, por supuesto– en el camión del equipo técnico. Son los pequeños placeres que nos da la vida”, admitía Eduardo Mignogna (66) en una de sus últimas entrevistas.

Así era él, tan sencillo y tan buen compañero de trabajo como genial. Vivió su infancia en Villa del Parque, pero a los 20 años decidió emigrar a Europa: “La verdad es que no sabía muy bien para qué estaba en la Tierra. Así que me fui para el Viejo Continente. Digamos que a partir del colegio secundario me empecé a sentir un desarraigado. Pero yo elegí ser un marginal, porque en Villa del Parque tenía todo organizado: equipo de básquet, novia, todo… Viajé con un pasaje de ida y un amigo. Trabajé para una compañía de informes comerciales. Al cine creo que llegué como espectador. A los 23 años volví a la Argentina y conocí a un tipo que me llevó a una agencia de publicidad, que terminó siendo una productora de cine y televisión. En el ’68 empecé a hacer mis primeros comerciales como director de cine, al que llegué a través de la literatura. Es que mis obsesiones siguen pasando por la narración”, rememoraba allá por 1984, después de estrenar Evita, quien quiera oír que oiga –con el debut de una jovencísima Flavia Palmiero en el papel protagónico– un año antes.

Fue un escritor, guionista y director, con éxitos como El desquite (1983); El caso Matías (1985); Flop (1990); El beso del olvido (1991); Sol de otoño (1996); El faro (1998); La fuga (2001); Un día en el paraíso (2003); Cleopatra (2003); El viento (2005), entre otras. Por estos días estaba en etapa de preproducción de su próximo film, La señal, que iba a comenzar a rodar a fines de octubre, protagonizada por dos grandes de acá, Ricardo Darín y Diego Peretti, y el gran actor español Javier Bardem.

Mignogna tenía tres hijos biológicos –uno de su primer matrimonio–, y un cuarto, que fue su hijo de crianza: el hoy actor Juan Ponce de León, quien siempre lo llamó Tata. A los 24 años se había enamorado de Graciela Aguirre, una simpática decoradora que ya desde hacía dos meses llevaba en su vientre a Juancito.

El consagrado director era tan amante de la tranquilidad de José Ignacio, en Uruguay, donde le encantaba disfrutar del descanso junto a los suyos, que allá por 1999 hasta dudó en viajar a Madrid para recibir el premio Goya a la mejor película extranjera de habla hispana por El faro: “En verdad me da un poco de fiaca. Voy porque me lo pide mi familia”, repetía por aquellos tiempos. A la hora del regreso, comentaba lleno de felicidad: “Si no fuera por ellos, ahora me reprocharía no haber compartido ese momento junto a Ingrid Rubio”, admitía, aludiendo a la actriz española protagonista del film. Su nombre sonaría dos veces más junto al Goya, el máximo galardón del cine de habla hispanba, por Sol de otoño y, dos años después, por La fuga.

Cuando filmo, trato de trasladar esa armonía de familia al set. No es una estrategia, me sale así”, reflexionaba muy cerca del mar. “Hace varios años que venimos a José Ignacio. Antes pasábamos las vacaciones en Mar del Sur, en un hotel viejísimo que tenía un cine al que había que llevar una silla para sentarse. El dueño me llamaba todos los años para que le indicara una lista de las películas que debía pasar. Más de una vez se llegó a cortar la proyección y él se paraba al frente de la sala y le contaba a la gente el final, con lujo de detalles. ¡Era maravilloso, parecía Cinema Paradiso!”.

Durante la dictadura militar vivió exiliado en Europa. Allí recibió la noticia de la muerte de su padre, de quien no se pudo despedir. Otro momento doloroso en su vida le tocó en diciembre del ’98, cuando visitó a su madre y la encontró sentada en su sillón, con las manos cruzadas, pero ya sin vida. Así lo recordaba por entonces: “Fue tremendo. Siempre creí que tenía una relación más cercana con mi papá. Hasta que me di cuenta de que ya no la tenía más a mi vieja. Ella me daba todo, me acompañaba. Era nuestro referente en la familia”.

En su cálido refugio esteño, le gustaba vivir el presente y reflexionar sobre los años que vendrían: “Vivo al día, pero con la idea de cómo será mi vejez junto a mi familia”, explicaba tiempo atrás en un reportaje.

Se fue el viernes 6 de octubre, a los 66 años, en el Hospital Alemán, víctima de un cáncer.

Se fue en paz, soñando con su próxima película.

En José Ignacio, donde Mignogna adoraba pasar las vacaciones juntos a los suyos. “<i>Cuando filmo, trato de trasladar esa armonía de familia al set. No es una estrategia, me sale así</i>”, decía.

En José Ignacio, donde Mignogna adoraba pasar las vacaciones juntos a los suyos. “Cuando filmo, trato de trasladar esa armonía de familia al set. No es una estrategia, me sale así”, decía.

Profeta en otras tierras En el set, con Gerardo Romano y Miguel Angel Solá, mientras rodaba La fuga.

Profeta en otras tierras En el set, con Gerardo Romano y Miguel Angel Solá, mientras rodaba La fuga.

En España, recibiendo el Goya a la mejor película de habla hispana por ese film, premio que obtuvo en tres ocasiones.

En España, recibiendo el Goya a la mejor película de habla hispana por ese film, premio que obtuvo en tres ocasiones.

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