Ricardo Barreda hoy: “Todavía no entiendo por qué las maté” – GENTE Online
 

Ricardo Barreda hoy: “Todavía no entiendo por qué las maté”

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A los 80 años, sentado en el banco del parque del hospital Magdalena V. de Martínez, de General Pacheco, partido de Tigre, Ricardo Barreda parece un abuelo indefenso. Bermudas, camisa a cuadros, un polar para combatir el frío de la mañana y zapatillas sin medias, es la vestimenta que eligió este martes para salir a caminar y cumplir una rutina que repite todos los días: ir hasta el puesto de diarios y mirar en el suplemento Fortuna del Diario Popular los resultados de las quinielas y loterías. Minutos después, el banco de cemento color verde es su lugar elegido para descansar.

Una mujer con su hija de ocho años se le sienta al lado, sin sospechar que hace un cuarto de siglo –el domingo 15 de noviembre de 1992– ese hombre de aspecto apesadumbrado asesinó con una escopeta Víctor Sarasqueta, calibre 16.70, a su esposa Gladys “Beba” McDonald (57), a su suegra Elena Arreche (86) y a sus hijas Cecilia (26, odontóloga igual que él) y a Adriana (24, abogada). “No hay día que me despierte y no sienta culpa por lo que hice”, le admitió hace un tiempo al enfermero que durante meses le hizo los controles y curaciones de una infección que tenía en la próstata.

¿Cómo llegó a Pacheco este hombre? Tras la muerte en 2015 de Berta André, su última novia, a quien había conocido por carta en la cárcel, Barreda tuvo que dejar la casa de la calle Vidal al 2300, en Belgrano, trasladándose a una pensión de Federico Ozanam al 500, en Los Troncos del Talar, partido de Tigre. Hasta que en junio del año siguiente fue internado en este hospital, por padecer síntomas de demencia senil.

Además, como producto de una infección, había perdido diez kilos. A priori, la estadía dudaría hasta que se recuperara. Sin embargo hoy pareciera que no, ya que se aferró a su nuevo hogar. No cuenta ya con la casona platense de 48 número 809, donde protagonizó la tragedia, expropiada por el Municipio para abrir un centro de ayuda a víctimas de violencia familiar. “Quiero volver a vivir en esa casa y atender a mis viejos pacientes. No es justo que me hayan quitado lo que me gané trabajando”, expresó entonces el odontólogo, pero nadie lo escuchó. La mañana trágica en que se convirtió en un asesino aún lo persigue.

La historia desandada cuenta que hacía más de dos décadas que Ricardo y Gladys se habían separado como pareja. Pero como tenían dos hijas mujeres y él atendía en el consultorio de la planta baja, diez años atrás habían decidido volver a vivir todos juntos, pese a que Adriana y Cecilia no le habían perdonado que él tuviese una amante en el barrio. Lo cierto es que Barreda ocupaba una habitación en la terraza. Aquel día tristemente inolvidable se levantó temprano y le preguntó a su mujer si quería que podara la parra. Beba demoró la respuesta, y finalmente le contestó: “Hacé lo que quieras, viejo de mierda, pero no te mandes ninguna cagada”.

A los cinco minutos apareció Cecilia, quien había discutido con su papá porque no le quería firmar una garantía para alquilar un departamento en Morón para mudarse con su novio. Dijo al pasar: “Uhhh, parece que Conchita hoy se levantó temprano y se puso a trabajar”. En ese momento él tomó la decisión que cambiaría su vida (“El peor error que pude haber cometido. Todavía no entiendo por qué las maté”, confesaría tiempo después).

Subió hasta su habitación, tomó la escopeta que su suegra, Elena, le había traído veintiocho años atrás de España, guardó unos cartuchos en los bolsillos, bajó las escaleras, caminó hacia el lavadero y le disparó dos veces a Beba. Recargó el arma y apuntó contra Cecilia. Como sólo acertó uno de los disparos, volvió a cargar y le asestó dos más. Adriana salió de su cuarto alarmada por las detonaciones y bajó las escaleras en camisón. Cuando llegó al comedor se encontró con su papá. Dos balazos acabaron con su vida al instante (“A mi hija menor no la quise matar. Estaba como loco; giré, disparé y después me di cuenta que era ella”, le aseguró al mencionado enfermero). Dos días antes se había recibido de escribana y quería mudarse a Azul con su pareja. Elena, por su lado, descendió al living y recibió dos disparos. Cayó muerta en la galería, frente a un espejo y a una imagen de yeso de la Virgen María.

A continuación, Barreda se bañó y cambió su ropa manchada con sangre. Subió a su Ford Falcon verde y paró en la estación de servicio, a tres cuadras. Cargó nafta y fue hasta la casa de su confidente y amiga María “Pirucha” Mercedes Guastavino, a quien le pidió que lo acompañara hasta Punta Lara. Ella se negó. Entonces partió solo, arrojó los cartuchos en una alcantarilla de la esquina de la casa y manejó hasta el canal del río, para deshacerse allí del arma. Pasó a buscar a Nilda Bono, su amante, y la llevó al zoológico, al cementerio y a un hotel alojamiento.

Tres horas después fueron a cenar a la pizzería Gor II. El pidió tres porciones de muzzarella y un vaso de vino tinto. Llevó a Nilda a su casa y volvió a la suya, donde aún permanecían los cuerpos de las cuatro mujeres. Sacó la ropa de los cajones y llamó a la policía, intentando fingir un robo. No obstante, la frialdad en su mirada y en sus palabras lo terminaron convirtiendo en el principal sospechoso.
El lunes 15 de agosto de 1995, Ricardo Alberto Barreda fue condenado a reclusión perpetua.

El 23 de mayo de 2008 salió bajo el beneficio de prisión domiciliaria, para vivir con su novia Pochi. El libro Conchita, escrito por el periodista Roberto Palacios, acerca una declaración del odontólogo que bien podría trasladarse a los días que hoy transita en la cama de un hospital: “¡¿Cómo pude haberlas matado?! ¡¿Por qué lo hice?! ¡Yo era un buen tipo! ¡Soy un desgraciado! ¡No puedo vivir así!”.

Martes 10. Barreda en uno de los bancos del playón del Hospital de Pacheco.

Martes 10. Barreda en uno de los bancos del playón del Hospital de Pacheco.

La foto –de 1966–
parece extraída de un
cuento: su esposa Gladys
–“Beba”– cumplía años y
los festejaron en La Plata
con su hija mayor, Cecilia.
Ellas fueron las primeras
en ser asesinadas.

La foto –de 1966–
parece extraída de un
cuento: su esposa Gladys
–“Beba”– cumplía años y
los festejaron en La Plata
con su hija mayor, Cecilia.
Ellas fueron las primeras
en ser asesinadas.

1. Ricardo, joven y enamorado junto a su esposa Beba y su suegra, Elena. 2. Las dos hijas: Cecilia (26) y Adriana (24).

1. Ricardo, joven y enamorado junto a su esposa Beba y su suegra, Elena. 2. Las dos hijas: Cecilia (26) y Adriana (24).

La última imagen
con vida de Gladys
y su madre. 4. El
cuerpo de Elena,
un día después de
su muerte. 5. Los
medios cubrieron
el hecho durante
varias semanas.

La última imagen
con vida de Gladys
y su madre. 4. El
cuerpo de Elena,
un día después de
su muerte. 5. Los
medios cubrieron
el hecho durante
varias semanas.

Ahora, Barreda consulta todas las mañanas los números de la página de juegos en Diario Popular, para ver si le cambia la suerte. El día de la foto, en la Lotería de Entre Ríos, salió el 07: el revólver.

Ahora, Barreda consulta todas las mañanas los números de la página de juegos en Diario Popular, para ver si le cambia la suerte. El día de la foto, en la Lotería de Entre Ríos, salió el 07: el revólver.

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