Radiografía de la chica más misteriosa de la tele – GENTE Online
 

Radiografía de la chica más misteriosa de la tele

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A ver: cómo compone r, no un sumario chismográfico sobre otra chica que despierta la intriga de la televisión de la noche, sino una biografía -el trazo un poco más sereno de una biografía- breve, reseñada, pero sustancial de una mujer que a los 19 no parece de 19, que juega fuerte con el cuerpo en pantalla pero vive en polera y zapatillas, que tiene una historia de amores explosivos con figuritas difíciles pero que nunca, nunca, termina de mostrarse exultante. Cómo hablar, vale preguntarse, de la historia de Celeste Cid.

En el este y en el oeste de Lanús las calles exhalan un aire de barrio más bien noble, sin estridencias, cruzado por esa inmovilidad del tiempo como detenido: mate amargo y peronismo bonaerense. Lanús tiene un este de casas bajas y un oeste algo más comercial. En esa geografía vivió y creció Celeste, del lado oeste, adonde llegó siendo una beba luego de que su madre, Nora, la diera a luz en el Otamendi.

La patria es la infancia, dijo alguien, o lo escribió. Y la infancia de Celeste fue una patria en paz, es decir, feliz, según cuentan. Su padre, Aníbal, gráfico e imprentero, buscó otras calles y Celeste, tal vez lo haya querido, tal vez no, vivió los años adolescentes (los mismos que hoy sigue viviendo) en el barrio de San Cristóbal, donde Buenos Aires empieza a hacerse sur. Es la hija del medio: un hermano mayor, Lucas, de 26 años. Y Sebastián, de 18, con quien Celeste expresa su filón maternal. Está claro, no está ni quiere estar en el exacto centro de ambos. De Lucas, ya casado, se siente mucho más lejos que de Sebastián, un poco más artista, un poco más músico. De sus padres, en cambio, la distancia se expresó de un modo bastante más habitual: el portazo adolescente de irse a vivir sola, aunque esta vez fue sin portazo.

En los primeros días de mayo de este año compró un departamento de esos que acumulan metros cuadrados en un edificio de esos que acumulan autos en sus subsuelos en un barrio de esos que acumulan árboles en sus veredas. Allí vive, allí tiene un piano, allí toca su guitarra, allí escribe sobre el teclado de Chinita, su PC, allí vuelve desde los estudios Teleinde, cuando termina sus grabaciones de Resistiré.

Celeste tiene una compulsión a establecer relaciones muy estrechas con sus lugares: su casa, su habitación en la casa de sus padres (donde dejó fotos viejas de viejos amores, algunos peluches y libros infantiles) y Merlo, el tesoro turístico mejor guardado de la provincia de San Luis, en donde Celeste logra lo que casi no logra en ningún otro lugar en ningún otro momento: relajarse.

No terminó el secundario porque un programa, Chiquititas, le cruzó la vida y le dio otro rumbo. Lo que Celeste, ni los padres de Celeste, sabía era que ese otro rumbo iba a ser invariable y para siempre. Dos años como huerfanita, otros dos como adolescente que vive superconflictos re locos en Verano del 98, un coprotagónico, muy teen, con Emanuel Ortega en Enamorarte y, luego, con el okay de algún productor que le pareció que Celeste ya estaba para encender a las señoras (y a sus esposos) de la televisión prime time, arriesgó algunos centímetros de piel junto a Osvaldo Laport en Franco Buenaventura. Fue su primera apuesta sensual, sus primeros pasos por el camino resbaloso de la sexy girl televisiva. En Resistiré está cumpliendo con sus segundos.

"Hicimos un afiche jugado para la promo de la tira. Fue divertido, lo que no significa que voy a estar siempre en bo... Además, la tele es puro personaje". Lo dijo, no hace mucho, y no está claro que haya creído en lo que ella misma decía. Porque sabe que un personaje no es eso que sucede dentro del rectángulo cromado de un televisor, sino lo que el público compone, en su imaginario, luego, bastante luego, de que el aparato ya se apagó.

¿Quién es, entonces, Celeste Cid? Para empezar, alguien que no podría tolerar una cena en el área de no fumadores. Para seguir, alguien con una salud pendular. Arrancó este año convencida de que su trabajo no la derribaría. Su trabajo son: catorce horas de grabación, más una de ida, más una de vuelta, más el resto de la noche entre el nervio del insomnio y la amenaza de la mañana siguiente. No pasaron más de tres meses y Celeste ya había capitulado. La carga de estrés acumulado, más algunos otros desórdenes, la sacaron del ritmo de los días y la pusieron, no importa si con o contra su voluntad, en una cama con mesita de luz y energizantes en el cajón. Había sido demasiado.

El reguero del rumor, como es habitual, se expandió, tal vez deformándose. Anorexia, dijeron y titularon algunos. "Sólo sufrí algunos desarreglos emocionales, mentales y físicos", dijo ella. No quedó claro por qué lo de "sólo", como si la mente, el cuerpo y las emociones fueran componentes menores, laterales, y no el centro mismo de la vida.

Nadie va a discutirlo: es bellísima. Pero de una belleza mansa, como tenue, sin sobresaltos, algo barroca. La pregunta es: ¿ella lo sabe? No necesariamente. No padece una devoción por sí misma. Al menos no por su figura. Come, según dicen, lo que le viene en ganas comer. "Lo que me da placer", dice, lúdica. Cuando sale, y sale bastante, no usa ropa que revele los contornos de su silueta. Como escapando de la delación de los jeans ajustados, o un top, o una mini: grandes gorros hasta las orejas, amplios tapados de feria americana, viejos vestidos con volados, todo preferentemente en colores claros, pasteles suaves sobre la piel blanquísima y oculta.

Es extraño el cuadro: su violenta desnudez en la pantalla y el cuerpo cubierto, como de miedo, a la hora de enfrentar la calle. La piel expuesta y la piel escondida. "Persona y personaje", suele repetir. No sabemos si de verdad cree en lo que repite.

"En realidad empecé a estar mejor cuando dejé de negarme y aprendí que cada uno tiene su naturaleza y hay que aceptarla". Celeste lo dijo en un diario porteño y el aire ambiguo de la frase no quedó resuelto. De todas maneras, la idea ancla en un turbulento lugar de la vida, la de ella y la de cualquiera: el amor. Porque no hay historia sin historias de amor. Celeste tuvo un novio a los quince. Fue el primero y estaba claro que no sería el último. Su relación con Nicolás Cabré, dos años entre el 2001 y el 2003, parece, hoy, haber sido el inicio de un largo camino de efusividad y desengaño. Lo sufrió Celeste. No consiguió ocultarlo. Fue, Nicolás, el último novio viviendo en casa de los viejos. Fue, también, una yerra sobre su suerte. Se recuperó, Celeste, y partió a la soledad de su nueva casa. No le duró o no quiso que le durara: Emanuel Horvilleur, rocker casual y moderno, ocupó pronto la categoría de nuevo novio de la chica que busca amor.

El tejido inextricable de versiones que gira alrededor de esas personas que sacan sus caras en televisión dijo de ella más que de cualquier otra figura que la pudiera doblar en edad: desde la susurrada idea de relacionarla con otras mujeres o el interés exagerado de otras mujeres famosas por ella (idea que nadie nunca firma ni confirma) hasta el detalle de unos celos coléricos y ese lugar común de las patologías de la fama que es la anorexia, siempre, indeleble, la anorexia (desequilibrio que ella misma negó). El enjambre de rumores, de todas formas, parecería que ya la espanta menos: "Dejé de ser tan cerebral porque pensar todo el día me hacía daño", dijo Cid.

Cuando le preguntaron, dijo de sí misma:

- "Soy muy tímida. Créanmelo".

- "Soy una nena eterna y conservo un espíritu infantil que espero no perder jamás".

- "La imagen que mejor me representa es la de una mujer ingenua".

Celeste va a leer esto. Y también va a reírse de esto. Y va a reconocerse en estas líneas, tal vez mucho, tal vez poco, pero irremediablemente, en algún lugar, va a reconocerse. Y entonces estará bien, porque si ella se reconoce quiere decir que ustedes, lectores, y nosotros también hemos sabido reconocerla.

Cara perfecta. Los rumores siempre rodearon su breve vida. No se considera ingenua, pero en la vida es muy tímida y  muchos la ven, inevitablemente,  como alguien que  siente la fama como un peso.

Cara perfecta. Los rumores siempre rodearon su breve vida. No se considera ingenua, pero en la vida es muy tímida y muchos la ven, inevitablemente, como alguien que siente la fama como un peso.

En realidad empecé a estar mejor cuando deje de negarme y aprendí que cada uno tiene su naturaleza y hay que aceptarla".">

"En realidad empecé a estar mejor cuando deje de negarme y aprendí que cada uno tiene su naturaleza y hay que aceptarla".

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