“Quiero que me recuerden por la emoción, no por los besos y los sopapos” – GENTE Online
 

“Quiero que me recuerden por la emoción, no por los besos y los sopapos”

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Arnaldo André –o Arnaldo Andrés Pacuá, de San Bernardino, Paraguay– filma La confesión en el viejo Hotel de Inmigrantes –en la zona del puerto– que debe tener los pasillos más deprimentes de la República. Policial negro, bien duro, y él es un detective, de esos bien duros también. Pistola de verdad pero descargada, barba, cara de no dormir y ojeras reventadas, maquillaje mediante. En la escena, también, Mirtha Busnelli, que hace de monja ciega y mística, con una máscara de látex que la vuelve irreconocible. Para él es la destrucción. O la reinvención que siempre quiso. Este no es el mundo Alberto Migré, ni Piel naranja, El infiel o Amo y señor. No hay una Luisa Kuliok para amar, o fajar.
Vuelve al cine, a los 63 que le cuesta reconocer y con su intimidad intocable, después de treinta años y de películas de las que pocos se acuerdan. O a treinta años de convertirse en el galán, totalmente clásico, en la era de Arana y Echarri, que son otra cosa muy distinta. Hoy es miércoles 30, y su mamá, Fernanda, cumple 91. Está postrada en cama. Arnaldo tiene puesto un anillo de casado, y las uñas sucias. Una pequeña parte de su reinvención.

–Cuando muchos dirían que ya estás encasillado como actor de telenovelas y punto, tenés un protagónico en cine, y con un personaje completamente distinto.
–Totalmente. Cuando apareció este papel, la emoción que sentí es comparable a la que tuve hace treinta y pico de años, cuando me ofrecieron hacer en teatro Cuarenta kilates con Mirtha Legrand. Me bullía por dentro. Y esto era un sueño desvanecido. Hice cine en los 70, películas que estuvieron bien, pero donde el protagonista no era yo, sino José Marrone o Luis Sandrini. Si ahora me ofrecían hacer de galán, seguro decía que no. Eso lo tengo atado en la tele. No es novedad. Pero me ofrecieron hacer de un detective en decadencia, y no lo pude creer: jamás me habían propuesto algo así.…

–¿Cuánto querías este cambio?
–Tenía ganas desde hace mucho tiempo, pero las iba perdiendo de a poco. Pensaba que por ahí quedaría para otra reencarnación. Y miráme ahora: nunca usé barba, me afeité todos los días de mi vida. Me corté el pelo y todo. Cambié. Mi personaje, Ramos, es un detective muy duro, y con muchos conflictos existenciales. Se entrega a la bebida, no para en la casa, no duerme. Se va para abajo. Hasta fui de patrulla con la policía y aprendí a mover un revólver. Dudaba mucho. Me preguntaba a mí mismo: “¿Lo haré bien?”. Y la prueba fue verme en el espejo.

–¿Y cómo creés que lo va a tomar tu público?
–Mi público es fiel. La gente que me vio toda la vida se alegrará. Soy su compañero. Pero a la otra, a la que me vio poco o nada, a ésa la tengo que convencer.

–Sin embargo, con tu clásico galán, te grabaste bastante en el inconsciente colectivo de este país. Nadie va a olvidar esos besos, o esos sopapos.
–Eso lo pensé siempre, pero pagué un precio muy alto cuando no me llamaban para hacer otra cosa. Me acuerdo que en el 92 mi representante se reunió con un ejecutivo de Canal 13 para que yo hiciera una comedia, y le dijo: “No lo vemos a Arnaldo en esto...”. Por suerte, al tiempo hice Gerente de familia. Ahí rompí la racha del galán. Es muy feo cuando te encasillan. Me gustaría que me recuerden por la gran escena, por la emoción, no por los besos y los sopapos. Pero la historia es así, no la puedo modificar. Dios sigue siendo generoso conmigo. Hacer cine es más placentero, lo que no quita que vuelva a hacer tele.

–¿Te arrepentís de tantas telenovelas?
–No me arrepiento del éxito, sino de no haberme arriesgado, de no cortar con el miedo al fracaso. Vendí autos y departamentos para irme a Nueva York y Los Angeles, pero me llamaban para un papel de galán y volvía. También extrañaba el calor del público de acá. China Zorrilla siempre relata una historia de Tom Hanks, que entraba con su mujer a un restaurante en Los Angeles y la gente se quedaba mirando y nada más. Bueno, yo voy a comer por Buenos Aires y firmo autógrafos. ¡Ja, ja, ja!

–¿Tenés un sucesor? ¿Echarri? ¿Arana? ¿Furriel?
–¡Ay! Siempre me dije: ojalá no me pregunten eso. Arana y Echarri son estilos diferentes. Galanes como los que hacía yo, tipos atildados, bien peinados, ya no hay. Ahora pega más el desaliño. También importa más la historia.

–Ya ni ves telenovelas clásicas. ¿Sentís que puede servir el método Migré en el siglo XXI?
–Creo que la gente querría ver historias de amor. Pero si agarramos un libreto de Alberto Migré, donde las palabras eran importantísimas, no funcionaría tanto. Hoy, la gente quiere acción. Si esos guiones se adaptaran, algo podría pasar.

–Entonces, ¿cómo te cae la era Gran Hermano? La gente es famosa por la vida misma, no porque actúe genial.
–No lo miro. Pero como gran parte de la tevé es reproducir lo que pasa en Tinelli o Gran Hermano, lo terminás viendo. Y es raro. Gente que se pasó tres meses adentro de una casa y es famosa, y no los que estudian su oficio toda una vida y no la pegan. No me parece lógico. Es dañino. Después pasan unos meses deambulando en los programas de la tarde, y cuando no son noticia, ¿a qué vuelven? Confío en que esto dure poco.

–Ahora, ¿qué queda de Arnaldo Pacuá de San Bernardino?
–El día que Dios me lleve, desaparecerá. Todo tiene que ver con él. Hace un tiempo, fui y me compré una casa en Asunción. Cada vez que puedo, vuelvo. Y San Bernardino queda a 50 kilómetros de Asunción. Es una ciudad balnearia, con un lago enorme, el Ypacaraí, un centro turístico importante. Una ciudad con espíritu de pueblo. Mi viejo, Justino, era sastre, y murió cuando yo tenía 13. Imagináte: haciendo trajes en un pueblo caliente. Hoy se moriría de hambre. Pero siempre lo veía cosiendo, o planchando, con la enorme plancha a carbón. Mi mamá, Fernanda, cuidaba la casa. Hoy cumple 91. Está acá, en Buenos Aires, enferma.

–¿Qué tiene?
–Padece de todo. Está postrada. Por suerte, tiene el amor mío y el de mis tres hermanas, que complementa a la medicina. Mi nexo con ella es fuerte. Cuando murió mi viejo, prometí que mamá no sufriría más allá de perderlo a él, y que nunca iba a pasar necesidades. Trabajé siempre para proteger a mi familia.

–¿Y cuando dejes de trabajar? ¿Pensás en el retiro?
–Sí, pensé. Pero siempre fui un tipo activo. Mi sueño, cuando no trabaje más, es quedarme en Paraguay. Pero todavía no tengo tantas ganas de parar. Por ahí laburar menos, y viajar. Pero esto del cine me reactivó.

–¿Cuántos años tenés? Lo sé... La gracia es que lo digas vos.
–Mmmm… Me convenciste: tengo 63.

–Bien, ¿cómo se hace?
–¿Para mantenerme? Es una elección de vida. Me cuidé siempre con las comidas, con dormir bien. No fumo. A las 11 me acuesto a dormir. Y bebo poco. Vino tinto, y algún vodka tonic, pero con vodka ruso. Un Stolichnaya, ponéle.

–¿Cuándo fue la última vez que te emborrachaste?
–¡Nunca me emborraché! Conozco mi organismo. Me he puesto alegre, eso sí… No sé lo que es quebrar de borracho. ¡Seguro que me desmayaría!

–En 35 años de carrera, jamás dijiste una palabra sobre tu intimidad.
–Nadie me va a sacar una respuesta que no quiera dar. No me interesa. Así me han aceptado.

–Tenés puesto un anillo de casado…
–No es mío. Es del personaje, que se está separando de su mujer pero no se lo quiere sacar. Y la mugre en las uñas… ¡es del personaje también!

Arnaldo en el Hotel de los Inmigrantes, donde filma La confesión, que se estrena a mediados del 2008. “<i>Me emociona tener este papel</i>”, confiesa.

Arnaldo en el Hotel de los Inmigrantes, donde filma La confesión, que se estrena a mediados del 2008. “Me emociona tener este papel”, confiesa.

“<i>No me arrepiento del éxito de las telenovelas, sino de no haberme arriesgado. Hoy, si me llaman para hacer de galán, no me interesa</i>”.

No me arrepiento del éxito de las telenovelas, sino de no haberme arriesgado. Hoy, si me llaman para hacer de galán, no me interesa”.

“<i>Mi público es fiel. La gente que me vio toda la vida se alegrará. Pero a la otra, a la que me vio poco o nada, a ésa la tengo que convencer</i>”.

Mi público es fiel. La gente que me vio toda la vida se alegrará. Pero a la otra, a la que me vio poco o nada, a ésa la tengo que convencer”.

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