“Prefiero que me quieran las mujeres a que me deseen los hombres” – GENTE Online
 

“Prefiero que me quieran las mujeres a que me deseen los hombres”

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Liz, ¿cómo se hace para trabajar en un programa de 40 puntos de rating y sobrevivir a los escándalos?
–(Sonrisa de comercial) Y, no enganchándome.

–Si alguien dice que sos tonta, ¿te la bancás?
–Depende de quién lo diga. Si la frase viene de una tonta es muy probable que no le conteste. Si lo dice alguien con dos dedos de frente, quizá me preocupe un poco y me tome la molestia de averiguar por qué piensa eso de mí. Pero hasta ahora recibí muchos más elogios que críticas.

–Igual, desde que entraste en la tele, perdiste el perfil bajo.
–Sí, es cierto. Yo siempre me manejé muy tranquila con los medios. Pero reconozco que es mucho más fácil cuidar el perfil de tu carrera en el modelaje que en la televisión. La tele tiene otros códigos: la exposición es muy alta y ahora me reconocen hasta en la iglesia…

–¿Vas a misa?
–No todos los domingos, como antes, pero cuando puedo voy. Yo vengo de un colegio de monjas, siempre creí en Dios y tuve sensibilidad social. No me olvido de que estoy participando de un show, pero mucho menos de mi compromiso con mi soñador (Daniel Meza Sánchez). Aunque quiera ganar, verme linda y bailar bien, mi fin sigue apuntando a que Milagros, de doce años, recupere la vista con una operación costosísima.

–Vos no estabas en la lista de modelos más atrevidas, precisamente. ¿Cómo te animaste a exhibirte así?
–Todavía no me explico cómo me animé a competir contra tantas actrices y vedettes... Hoy, no sólo estoy sorprendida de mi baile, sino también de mi histrionismo. Antes me sentía limitada: no me imaginaba fuera del mundo fashion. Hoy descubrí que doy para mucho más y hasta fantaseo con trabajar en el cine…

–Eso es osado.
–Sí, y tengo propuestas. También para conducir un programa en la tele y para ponerme las plumas en el teatro. Antes, ni loca hubiera hecho el papel de vedette. En cambio, ahora, ¡hasta me tienta!

–Perdiste el pudor.
–Para nada. Con la tele gané popularidad y perdí inocencia. Pero el pudor lo mantengo intacto, en el mismo lugar. De hecho, si prestaste atención, las dos veces que quedé sentenciada fue con el baile del caño y el aero-strip...

–¡Sacá la perra que tenés adentro, como dice Moria…!
–Totalmente, pero a esta altura, no creo que pueda. Me siento mucho más sexy bailando chacarera que agarrada al caño. ¡Ni en la intimidad la juego de erótica! No me sale la perra, ni la gata, ni la loba, ni nada… Mi sensualidad es más naïf…

–¿Nunca se te despierta la india?
–(Risa perfecta) No es mi parte ratonera lo que le gusta a la gente, sino mi frescura, que me muestre así, como soy, sin mucha vuelta ni personaje...

–Pero la creación del personaje es lo que más funciona. Mirá el caso Iliana Calabró o el de Matías Alé.
–Lo sé. De hecho, Rocío Marengo se hizo mucho más querida desde que inventó eso del koala. Pero bueno, lo mío pasa por otro lado, sin dudas. Y yo, hoy, prefiero que me quieran las mujeres a que me deseen los hombres. Por la calle ellas me tiran la mejor: hasta les piden a sus maridos que se saquen fotos conmigo. Las mujeres no me ven como competencia y adoro que sea así: prefiero ganar amigas a generar algún tipo de celo.

–¿Sospechás que no te envidian…?
–El otro día fui al kiosco que está al lado de casa, porque yo voy al súper, a la verdulería, hago de todo como cualquiera ¿no?, y una chica me dice: “Ay, Liz, si te viera mi hermana se muere; ella quiere ser como vos…”. Y fue re-fuerte esa frase, porque no me siento ejemplo de nada, pero me hace mucho bien sentir el cariño, el respeto y la admiración de la gente…

–¿Vos te sentís perfecta?
–¡Ay, no! Nadie es perfecto… En lo físico, como para empezar, me faltan cinco centímetros más de lolas. Pero no me acompleja, eh. De hecho, eso me hizo estar en las pasarelas neoyorquinas y europeas. Allá, si tenés silicona, no desfilás. De todas formas, no reniego de las cirugías. Nunca se sabe… Hace dos meses me noté un diente medio torcido y me puse aparatos para corregirlo…

–Liz. te voy a pedir que te presentes. Tenés 24 años, pero muchos te descubrieron recién ahora…
–Nací el 18 de junio de 1983 en Barranquilla, Colombia, bajo el signo de Géminis. Papá, Eduardo Miguel Solari, es director técnico de fútbol y estaba trabajando allá en aquel momento. Mamá, Alicia Susana Poggio, como siempre, lo siguió. Mis padres son un ejemplo de amor para mí, porque se conocieron de chicos, cuando hicieron el profesorado de Educación Física, y pese a que han pasado por sus crisis, como cualquier pareja, hoy están juntos y muy enamorados después de 35 años… Tuvieron cinco hijos. Yo soy la cuarta y única mujer: la reina de la casa. Santiago, Esteban y David juegan al fútbol y Martín es el único que salió contador. Hoy, si me preguntás cuál es mi mayor sueño, te respondo sin dudarlo: formar una familia numerosa y ejemplar como la que tuvieron ellos.

–Hablame de tu novio, Diego Balut. ¿Qué hace él?
–Es modelo. Es el hijo de Teresa Calandra, a quien adoro. Tere es como mi mamá acá en Buenos Aires. Nos llevamos genial.

–¿Pero de qué vive?
–¿Diego? Es modelo. Hizo campañas importantísimas, como la de Hermès. También es conductor de televisión y canta. En mayo va a sacar su primer disco de música con la discográfica EMI.

–¿Y te dedicó algún tema?
–Sí, como tres. Dice que nuestras peleas lo inspiran (risas…). Porque no todo es rosa en esta vida, ya tuvimos alguna crisis. Pero está bueno, porque no hay nada más lindo que la reconciliación.

–Contáme tu debut en el mundo fashion…
–¡Uy! En el modelaje arranqué a los 17 años, en un concurso que hizo Pancho Dotto en Rosario. Fue de casualidad, porque yo nunca fui de esas nenas que soñaban con trabajar de modelos, para nada. Acompañé a una amiga al scouting y no bien Pancho me vio –yo estaba esperándola a ella en la puerta–, me tomó. ¡De setecientas chicas quedé yo, que ni me había anotado! Esa misma noche desfilé por primera vez. Una locura…

–Un horror: empezaste robándole el trabajo a una amiga. Esa chica te odia, no te habló más…
–(Risas) ¡Pero nooo! Los amigos están para eso, che. Se dio así, lo entendió y está todo bien. Es más, se alegró por mí y sigue feliz.

–¿Y con cuántos novios te quedaste…?
–Con ninguno. Entre amigos hay códigos. Para que el novio de una amiga te tire los galgos, es porque vos diste pie… No, hermano, yo no soy de ésas… Para mí, los novios de amigas no tienen sexo, son una piedra. Primero la amistad. Eso lo tengo muy claro.

–Vamos a definir a tus nuevos compañeros de trabajo: Marcelo Tinelli…
–No lo conozco como persona, pero me parece un excelente conductor, con mucho carisma. Sin dudas, es el número uno.

–Pasemos al jurado: Graciela Alfano…
–Una divina, ella y Matías Alé me tiraron la mejor. Sabían que venía de otro palo y me hicieron sentir muy cómoda de entrada.

–Jorge Lafauci…
–Creó un personaje de malo que le sale muy bien. Pobre, ahora se tiene que bancar el odio de la hinchada. Es su rol, lo sabe explotar.

–Moria Casán…
–La respeto un montón. Admiro su personalidad: siempre va al frente y te dice lo que piensa, sin que le importen las consecuencias.

–Gerardo Sofovich…
–El Padrino. ¿Qué mejor definición para él? Pero en el buen sentido de la palabra. Es el padrino de la televisión argentina. En mi primer Bailando... me dijo: “Liz, en vos veo un pichón de vedette”, y al tercer programa ya me había ofrecido trabajo…

–¿Podrías ser un poco más mala a la hora de hablar de tu competencia…?
–¿De las chicas…? Es que no soy así. ¿Qué te puedo decir de ellas? Paula Robles es una mina súper humilde, es la mujer del jefe y ni se la cree. Cathy Fulop no para: es un cascabel todo el día, le da ánimo a todo el mundo, una diosa total. Rocío Marengo: no la conocía; es súper divertida, me alegró que haya encontrado su personaje. La verdad es que nadie me dio motivos de crítica, y eso que en estos cinco meses compartí camarín con todas: con Celina Rucci, con Nazarena Vélez, Juanita Repetto, con la Ritó, con todas... Soy súper adaptable y no tuve problemas con nadie.

–¿Ni con Rocío Guirao, que intentó sembrar dudas sobre la sexualidad de Mariano Martínez, un galán al que conociste bien?
–…Nada. A ella la conozco de hace tiempo, cuando hacíamos gráficas y nada, conmigo tiene buena onda…

–Con él parece que no. ¿Vos cómo quedaste después de aquel affaire en Brasil?
–La verdad es que no lo conocí. Lo vi una vez, nada más… De todas formas, para mí, las damas tampoco deberíamos tener memoria…

–¿En vos, la amnesia funciona como receta anti-escándalo?
–La única fórmula que hay para sobrevivir al escándalo es no contestar a las críticas, no hacerse cargo. Soy católica, pero creo mucho en las energías. Y en Bailando..., como en todos lados, están las que te tiran buena onda y las que te desean lo peor. Yo trato de hacer la mía, no me engancho. Es mucho más saludable…

–¿Hasta dónde llega tu bondad, Liz? ¿Podrías perdonar una infidelidad, por ejemplo…?
–¡Ay, qué pregunta! No sé si podría perdonar una infidelidad, porque nunca estuve en esa situación... Si alguna vez me metieron los cuernos, tengo que felicitar al autor: no sólo no me enteré, ¡ni siquiera lo sospeché…!

–La última: ¿sos o te hacés?
–…Soy... Ya te dije: me costaría horrores inventar un personaje. Prefiero mostrarme al natural. Además, así, no me fue tan mal. Yo no transo con ciertos códigos que algunos pueden tener en la tele, no pretendo cambiar este ambiente, pero te puedo asegurar que él tampoco va a lograr cambiarme a mí.

La descubrió Pancho Dotto hace siete años. Con su 1,76 de altura y sus 85-59-90 de curvas llegó a las pasarelas más importantes del mundo. Hoy explota en la tele y la desean en la industria del cine.

La descubrió Pancho Dotto hace siete años. Con su 1,76 de altura y sus 85-59-90 de curvas llegó a las pasarelas más importantes del mundo. Hoy explota en la tele y la desean en la industria del cine.

“Todavía no  me explico cómo me animé a competir contra tantas actrices y vedettes... Hoy no sólo estoy sorprendida de mi baile, sino también de mi histrionismo”

“Todavía no me explico cómo me animé a competir contra tantas actrices y vedettes... Hoy no sólo estoy sorprendida de mi baile, sino también de mi histrionismo”

“No sé si podría perdonar una infidelidad, porque nunca estuve en esa situación... Si alguna vez me metieron los cuernos, tengo que felicitar al autor: no sólo no me enteré, ¡ni siquiera lo sospeché!”

“No sé si podría perdonar una infidelidad, porque nunca estuve en esa situación... Si alguna vez me metieron los cuernos, tengo que felicitar al autor: no sólo no me enteré, ¡ni siquiera lo sospeché!”

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