“Pienso en lo que hice y digo: ‘¿Por qué me castigué tanto?’” – GENTE Online
 

“Pienso en lo que hice y digo: ‘¿Por qué me castigué tanto?’”

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Le propongo un ejercicio: volver a 2011 y mirar a aquella Silvina –“tan distinta a la que comparte este desayuno”– mirarse en el espejo. ¿Qué ve? “Que su cola podría estar más... redondeada”. ¿Qué siente? “Sabe que tiene buen cuerpo, pero le ganó la autoexigencia”. ¿Qué le advertirías? “Que el cambio que necesita no es estético”. Tres años más tarde–y una insuficiencia renal por supuesta mala praxis–, Luna (34 ) reflexiona sobre el origen de un capricho que puede cambiar su vida para siempre y habla de su nueva filosofía personal: “Me convertí en otra mujer, capaz de hacerle frente a este momento”.

MINI HISTORIA CLINICA. “Elegí a mi cirujano por televisión; tremendo pero real”, cuenta Silvina. “En ese momento, agregarse cola era una novedad. Parecía un método chiquito, inofensivo. Creí, confié. Así llegué al consultorio, decidida, sin escuchar los consejos de mis amigas y con resultados impecables de un chequeo que me había hecho un año antes (2010) en la Fundación Favaloro”, resume. En 2013, un estudio de rutina detecta hipercalcemia en sangre. Su médico de cabecera la remite al hospital Italiano, donde se habían reportado cuatro casos similares en mujeres que se habían sometido a la inyección de una sustancia de relleno en los glúteos. Diagnóstico: leve insuficiencia renal. “Hace días recibí los estudios de la biopsia. Ya no hay dudas (y sí pruebas) de que lo que me aplicaron perjudicó mi salud”, concluye.

–En poco tiempo experimentaste la actuación, la conducción, un radical cambio de look, te lanzaste como Dj, te radicaste en Ibiza y regresaste a Buenos Aires con una boda anulada. ¿Ese aparente inconformismo fue detonante de la decisión?
–Exactamente. Fue en ese período de inseguridades y falencias. Sentí que hacía de todo y no hacía nada; necesitaba un rumbo. En esa etapa, la mirada de los demás en un medio prejuicioso me pesaba: sentía el “sos linda, esto no es para vos”, o “hasta acá está bien”. Quise abarcar todo. Siempre tuve hambre de crecimiento profesional.

–¿Todo fue cuestión de autoestima?
–Sí, tal vez me sentí subestimada. Este medio es cruel: todas las miserias están sobreexpuestas. Hay que aprender a manejarlo y no involucrarse demasiado. En este país no se perdona la funcionalidad. Se condena al multifacético: si sos actriz, no podés ser conductora. Hoy entendí que los prejuicios están pasados de moda. Como dice Bob Marley, “liberémonos de nuestra esclavitud mental”.

–Hablás como una nueva Silvina. Quisiera entender el punto de quiebre.
–La espiritualidad me ayudó mucho. Soy budista. Y no es de hoy, sino parte de un largo proceso para nada casual, que comenzó mucho antes de conocer las complicaciones de salud. Estoy convencida de que inicié este camino para poder sobrellevar lo que vino y reorganizar mis prioridades. Fue mágico. Todo comenzó con una ley.

–¿Una ley?
–Sí, es “Nam My h Renge Ky”, un mantra diario del budismo de Nichiren (la manera de despertar la naturaleza de Buda dentro de cada uno y de percibir los niveles más profundos de nuestra existencia, donde nuestra vida y la del Universo son una sola). Hace algún tiempo, mi amigo Gustavo me acercó la ley e invitó a una charla. Desde entonces voy una vez por semana, y por supuesto, medito dos veces al día.

–Y encontraste el eje...
–Hoy estoy feliz de haber encontrado mi clave para afianzarme. Me gusta la Silvina de hoy: más estudiosa (sigue en talleres de cine y teatro, clases de inglés y portugués y un curso de periodismo antes de comenzar la carrera), más definida, mejor plantada. Hoy, por ejemplo, profesionalmente, sé que quiero crecer en la conducción.

–En 2001 saliste de la casa de Gran Hermano con popularidad extrema y 10 kilos de más. ¿Eso te generó alguna obsesión con la imagen?
–En absoluto. De hecho me reí de mi panza, y eso enganchó a mucha gente, que se identificó. Pero sí. Creo que me pasó mucho, y muy rápido. Tal vez tuve muchos momentos de soledad para tomar decisiones. Por eso es vital la contención familiar. ¿Sabés? Yo entré a la casa buscando amor, reconocimiento y respeto.

–¿En la tuya faltaba?
–Sí. Vengo de una familia un tanto complicada. Mis viejos se conocieron a los 15 años y me tuvieron a los 21. Vivíamos en una casa que habían hecho con sus propias manos, a dos cuadras de una villa muy importante de Rosario. Eran un desastre e hicieron lo que pudieron. Durante algún tiempo, papá tenía problemas de violencia de género con mamá. Yo era chiquita. Sufrimos esa violencia...

–¿A vos también te golpeaba?
–Sí. Siempre había gritos y peleas. Me acuerdo de algunas Navidades en las que nos íbamos a dormir antes de las doce, porque ya se habían peleado. Fue duro. Mi hermanito y yo no crecimos en un seno de amor, como en las casas de mis amigas.

–Pero entretanto, tu mamá incentivaba tu vocación.
–Sí, me llevaba a todos los castings. La verdad, yo no sé si quería ir... Fue una etapa plomo. Para colmo, me iba bien. Hice algunas publicidades que me costaron bastante: mis compañeras me odiaban “por linda”. Iba a una escuela picante (de una zona brava)... Me querían cagar a trompadas, tirar ácido en la cara. Padecí eso varios años.

–Y entonces te escapaste...
–A los 17, cuando terminé el secundario, con los pocos pesos que había juntado y con la intención de estudiar teatro. Quería irme. Siempre fui una nena grande, muy independiente y sin mucho límite claro: quería crecer, brillar, ser alguien. Pedí venir a probar suerte a Buenos Aires. Me alojé en una pensión de Constitución. Mamá me acompañó dos días. Cuando se fue, me dije: “¿Y ahora qué hago?”. Hoy me da ternura acordarme: me puse un vestidito que tenía, dos taquitos y caminé todo el día por Puerto Madero repartiendo mis currículum.

–¿Pudiste reconstruir el vínculo con tu papá?
–Después de algún tiempo puede perdonarlo, reencontrarme con él y empezar una amistad. Mis viejos se separaron cuando vine a Buenos Aires; once años después, papá murió de un infarto. Meses más tarde, mamá se dejó morir de tristeza. Yo creo que, a pesar de todo, se amaban demasiado. Sí, pude perdonarlos. Los amo y los extraño. Sé que están. Así lo sentí durante la internación.

–Estuviste en una de las situaciones más vulnerables para una persona, con incertidumbre, dolor y soledad. ¿Qué pasaba por tu cabeza?
–Uff... La cabeza en estos casos es vital. Soy de fierro. Entré y dije: “¿Qué hay que hacer? Aquí estoy, y me hago cargo”. Esto no es nada (muestra los moretones de sus brazos)... Llegó un punto en que la cosa se puso heavy. Me instalaron dos catéteres, porque las piedritas eran muy grandes y había que dilatar los conductos. Fueron cinco días de dolor insoportable, a pesar de la morfina.

–¿Cuál era el miedo más profundo, más allá de la muerte?
–No poder ser mamá. Ese fue un punto de quiebre, porque es un deseo de toda mi vida. Me angustia saber si habrá consecuencias. Ya tendré una charla al respecto. Es uno de los ítems pendientes con mi médico. Supongo que con algún tratamiento será posible...

–¿Existe la posibilidad de ir a trasplante?
–En medicina, nada es tan determinante. Tal vez mi cuerpo en algún momento deje de reaccionar ante el producto o los medicamentos logren estabilizar el calcio y la creatinina y ya no necesite antibióticos. Para que quede claro, mi riñón hoy tiene una leve insuficiencia. El producto no migró. Hay exceso de calcio en sangre y eso genera piedritas. Mientras esos valores se regulen, todo estará bien. Si cambian el órgano, en esa situación, ¿qué cambiaría? Todo depende del tiempo, la evolución. Hoy es incertidumbre: ¿me curo mañana o dentro de cinco años?

–¿Complementás la espiritualidad con alguna terapia formal?
–Ahora sí. Se trata de una terapia llamada Sanación Motivada o Sindromenología, con Silvia Mazza. La primera media hora de la sesión hablamos mucho y el tiempo restante trabajamos sobre los síntomas del cuerpo. Porque todo lo que nos pasa repercute en nuestro físico: reconoce el organismo y los recursos energéticos. ¿Sabés? La afección en los riñones tiene que ver con lo que no decimos. Es por eso que aprendí a no callarme: hoy digo más “te quiero”, soy más libre y amorosa.

–Dijiste sentir la presencia de tus padres durante la internación. ¿Pesa la soledad?
–Me amigué con mi soledad: me acostumbré y la disfruto. La orfandad era un tema, angustiaba. Pero meditar te da herramientas para autogestionar la felicidad. Hoy la elijo. Ya no le temo al vacío, ni ocupo mi cabeza con cosas que no nutren. Ahora sé estar conmigo.

–Y con tu hermano. Hablemos de ese vínculo...
–Ezequiel es mi hijito. Le decimos Villa, porque es igual al jugador del Barcelona. Viajó de inmediato para acompañarme. Ahora lo tengo durmiendo en el living. Es Dj y promotor de eventos y vive en Brasil, adonde trasladaron a su novia.

–El amor. ¿Te reconciliaste con Manuel Desrets (23)?
–Sí, después de un break de algunos meses (después de tres años de convivencia instantánea), Manu y yo estamos intentándolo otra vez, desde un tiempo antes de mi internación. Tengo a mi lado a un hombre que me ama con locura, tan compañero, con una familia hermosa que me adoptó. Con ellos soy tan feliz... Mis suegros María y el Gordo están juntos desde hace treinta años. Los adoro. Y amo a mis cuñados, Julia y Gerónimo. Ellos son la familia antítesis a la mía, con los que disfruto charlar.

–¿Retoman los planes de la boda que no fue en Ibiza?
–Aquella vez la planeamos por un tema burocrático. Pero no son más que papeles, nada importante para nosotros. Apostamos a la familia: una con mucho amor, verdad y libertad. De eso estamos charlando... Pero ya está. Me parece un poco cursi hablar de esto.

–Entonces volvamos a tu cola (risas). ¿Tiene solución?
–No. Pero estéticamente me quedó muy bien.

–¿Es la obsesión excluyente de las argentinas?
–Es cultural, ¿no? Tal vez una exigencia masculina.

–¿Por qué te empeñabas en negarla?
–Por coquetería. Pero cuando me cargaban con “¡mirá lo que hicieron los rollers!”, yo también me reía. Me daba pudor explicar lo obvio y mirá, ahora tengo la necesidad de explicar cada detalle.

–¿Renunciás a las cirugías?
–Definitivamente. La conclusión de esta experiencia es intentar aceptarnos como somos. Dios siempre te da algo bueno. ¿Tenés buenas gambas? Entonces destacá ese aspecto, por citar un ejemplo estético. Las mujeres debemos dejar de ser tan duras. Y no digo que esté mal operarse. La clave es hacerlo con conciencia y analizando por qué realmente queremos el cambio. A partir de ahora apuesto a otros métodos, y aunque suene a cliché, la prioridad la tiene el cuidado interior.

–La reflexión final.
–Estoy arrepentida de haber querido ser perfecta y hoy pago mi error. Pienso en lo que hice y digo: “¡Qué agresiva que fui conmigo misma! ¿Por qué me castigué tanto?”. Creo que durante mucho tiempo no me daba permiso de ser feliz, no permitía que finalmente llegasen las cosas buenas de la vida. Todo eso me jugó en contra frente al espejo.

En el living de su departamento en Puerto Madero, luego de ocho días de internación e incertidumbre en el Hospital Italiano.

En el living de su departamento en Puerto Madero, luego de ocho días de internación e incertidumbre en el Hospital Italiano.

Definitivamente. La conclusión de esta experiencia es intentar aceptarnos como somos. Dios siempre te da algo bueno.

Definitivamente. La conclusión de esta experiencia es intentar aceptarnos como somos. Dios siempre te da algo bueno.

“Vengo de una familia un tanto complicada. Durante algún tiempo, papá tenía problemas de violencia de género con mamá... y conmigo. Sufrí mucho, pero pude perdonarlos”

“Vengo de una familia un tanto complicada. Durante algún tiempo, papá tenía problemas de violencia de género con mamá... y conmigo. Sufrí mucho, pero pude perdonarlos”

“La espiritualidad me ayudó mucho. Soy budista. No es casual. Estoy convencida de que tiempo atrás inicié este camino, para hacerme fuerte y poder sobrellevar este momento tan duro”

“La espiritualidad me ayudó mucho. Soy budista. No es casual. Estoy convencida de que tiempo atrás inicié este camino, para hacerme fuerte y poder sobrellevar este momento tan duro”

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